sábado, 4 de diciembre de 2010

WikiLeaks: El recurso del rumor como imán publicitario

 
Sería fantástico. El artilugio podría devolvernos a todos los humanos del común la ilusión de poder ser censores de las tropelías de los poderosos. ¿Se imagina un mundo en el que la Opinión Pública de cualquier lugar del planeta pueda informarse  de los manejos políticos, económicos, estratégicos, etc. con sólo desplazar un cursor? Una versión inversa del ojo omnisciente de El Gran Hermano en 1984, la novela de George Orwell. ¿Cómo tratarían sus temas el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, los 8, los 20, los del Bilderberg o los politicastros locales? Desafortunadamente, desde sus orígenes, la internet, y todo lo que por ella corre, está atada a unos sofisticadísimos planes de manipulación ideológica y control político de quienes la inventaron y la están difundiendo a lo esférico y profundo de este planeta. No se me ocurre un adjetivo para calificar a quien pueda creer por un momento que alguien tiene los recursos económicos (y la locura) suficientes para acceder y echar a rodar una "información clasificada" que afecte verdaderamente la espina dorsal del sistema en que se sustenta. ¡Claro! Desde un rinconcito de lo utópico, uno podría esperar la aparición de un nuevo estilo de héroe robinjudesco que se hackeara la "información clasificada", esos Top Secret de los sistemas político gringo, militar israelí o económico británico cuya divulgación estremeciese las bases políticas, militares o económicas de su stablishment .
Julian Assange
Anticipando la posibilidad de que ello llegase a suceder ¿Cuál piensa Usted que sería la mejor estrategia de prevención? La historia nos ha enseñado que las más comunes y eficaces son las del rumor y el simulacro. Desde la perspectiva de la propaganda política, el rumor puede servir para imponer la aceptación de un personaje o para desacreditar a un adversario incómodo; el simulacro permite estudiar reacciones, siembra la expectativa sobre eventos y consecuencias y, lo más importante, debilita las bases del suceso emulado.
Bradley Manning
Si nos ponemos de acuerdo en el predicamento anterior y prestamos atención al sabio aforismo Piensa mal y acertarás, quizá le parezca que valga la pena preguntarse de dónde diablos salió Julian Assange, cómo consigue financiar su WikiLeaks, por qué los doscientosmil y pico de archivos que ha echado a rodar apoyado en un aparatoso sistema publicitario que apoyaron y fortalecieron los gobiernos de Estados Unidos, Francia y Alemania, no aportan un solo dato verdaderamente trascendental, por qué hay tanto glamour en los sujetos involucrados... Todos ellos: Assange, Manning y Lamo parecen extraidos de un estudio de Hollywood. Y, si se escucha sus declaraciones, la sospecha se hace más fuerte. El miércoles 1 de diciembre la W Colombia entrevistó a Adrian Lamo, el supuesto hacker que delató al soldado Bradley Manning.
Adrian Lamo
El caso es que Lamo, quien a pesar de (o precisamente por ello) dominar un perfecto español sin acento ni baches semánticos ni sintácticos, ralentizaba su hablar hasta el punto de hacer creer que tenía algunos problemas mentales, dejó entrever en su monólogo un libreto diseñado por uno de esos gringos que creen que al sur del Rio Bravo todos los latinos somos iguales. Para completar, el tipo, de apellido Lamo, dice que es de padre colombiano... Podría ser. Algún inmigrante italiano que iba para las pandillas de Nueva York y se le hizo más fácil la vuelta pasándose por este país de oprtunidades. Decía la periodista, al borde del soponcio, que el entrevistado era el papá de los pollitos, la última coca-cola del desierto, el non plus ultra en "el bajo mundo de los hackers" (sic) y que dormía en edificios abandonados... En fin... mire las fotos, escuche el audio y saque Usted sus conclusiones.
Ah... y todo esto "coincidiendo" con el lanzamiento sincronizado de La red social una cinta que ya ha recibido los premios a mejor película, mejor director, mejor actor protagonista y mejor guión adaptado que otorgan la Asociación Nacional de Críticos de cine.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Cuando la legalidad es injusta y la justicia es instrumento de oportunistas

Venía ya desde septiembre echándole cabeza al tema, que pensaba introducir con la etiqueta de Receta de mujer. Me encontraba en el dilema de si plantearlo desde la perspectiva de su deber de pagar los costes de ser reconocidas como sujeto social, o si el problema eran las limitaciones de nuestra capacidad humana para ver la realidad con las anteojeras de nuestros prejuicios morales y culturales... Afortunadamente para mi, me sacó del atolladero nadie menos que el novelista y semiólogo italiano Umberto Eco con este artículo que publicó el diario colombiano El Espectador, ayer domingo 28 de noviembre. Por supuesto: nada que glosarle; sin embargo, me atrevo a criticar (temblando del susto y rojo de la vergüenza) la edición o estructuración lógica de los últimos párrafos, la cual tendría que obedecer a inconvenientes técnicos del traductor. Como siempre, las itálicas y negritas son mi intromisión.
La virginiana y la iraní 
Teresa Lewis fue ejecutada en Virginia con una inyección letal; nadie será castigado por su asesinato, porque había sido condenada a muerte legalmente. Había planeado el asesinato de su esposo e hijo adoptivo —lo que, por supuesto, era ilegal— y los que la mataron, consecuentemente, actuaron con la bendición de las autoridades. Tal vez deberíamos reformular el sexto mandamiento para que diga: “No matarás sin permiso”. Después de todo, durante siglos hemos venerado las banderas de soldados que, estando en guerra, tienen permiso para matar, como James Bond. Y ahora se dice que el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, ha respondido a los exhortos occidentales de clemencia para una supuesta adúltera sentenciada a morir lapidada —el castigo ha sido rechazado, pero las autoridades afirman que sigue siendo una posibilidad— diciendo, en esencia: ¿Se quejan porque queremos matar legalmente a una mujer iraní cuando matan legalmente a una estadounidense?
Una objeción para la lógica de Ahmadineyad es que la estadounidense orquestó el asesinato de su esposo, mientras la iraní, Sakineh Mohammadi Ashtiani, sólo fue infiel. Y la estadounidense murió sin dolor, mientras la iraní corre el riesgo de morir de forma brutalmente dolorosa. Pero una respuesta de este tipo implica dos cosas: que mientras una adúltera no debería ser castigada con más que una separación legal, sin derecho a pensión, es aceptable castigar a asesinos con la pena capital —siempre y cuando el método de ejecución no sea muy doloroso—.
Si nuestro juicio no estuviera tan nublado, tal vez veríamos el punto más general: que ni siquiera los asesinos deben ser sentenciados a muerte, que las sociedades no deberían matar a sus ciudadanos —ni siquiera luego de un debido proceso, ni siquiera si la ejecución es relativamente indolora—. ¿Cómo responderían los ciudadanos de los países democráticos al líder de un país más bien antidemocrático cuando nos pide que no critiquemos la pena capital de Irán —dado que algunas naciones occidentales todavía tienen crueles castigos mortales—?
La situación es más bien rara, y me gustaría saber si estos occidentales —en cuyas filas figura la primera dama de Francia, Carla Bruni-Sarkozy— que protestan contra la pena de muerte en Irán también han protestado contra la de Estados Unidos. Sospecho que la mayoría no. Los occidentales se han desensibilizado con el alto número de ejecuciones legales en Estados Unidos. No obstante, nos horroriza la idea de que una mujer muera en Irán masacrada por una lluvia de piedras. Ciertamente, no soy inmune a esto: cuando me enviaron una solicitud para que me manifestara contra la lapidación de Ashtiani, la firmé inmediatamente. Al mismo tiempo, pasé por alto el hecho de que la virginiana Teresa Lewis iba a ser sacrificada. ¿Nosotros, los occidentales, hubiéramos protestado con la misma intensidad si Ashtiani hubiera sido condenada a morir por inyección letal? ¿Nos indigna la lapidación o la ejecución de infractores del séptimo mandamiento —“No cometerás adulterio”— en lugar del sexto? No estoy seguro, pero el hecho es que las reacciones humanas muchas veces son instintivas e irracionales.
En agosto encontré una página de internet que describía varias formas de cocinar un gato. Sin importar si era en broma o en serio, los defensores de los derechos de los animales elevaron la voz en todo el mundo. Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no permiten ser explotadas por sus dueños —al contrario, los explotan con cinismo olímpico— y su afecto por la casa prefigura una forma de patriotismo. Entonces, me repugnaría que me dieran un plato de estofado de gato. Por otra parte, los conejos me parecen igual de lindos que los gatos, y aún así me los como sin ningún escrúpulo. Me escandaliza ver perros pasear libremente en sus casas chinas, jugando con los niños, cuando todo mundo sabe que serán comidos a fin de año. Pero los cerdos —animales altamente inteligentes, según me dicen— vagan en las granjas occidentales y a pocos les preocupa el hecho de que su destino sea convertirse en jamón. ¿Qué nos inspira a considerar incomibles ciertos animales cuando los antropomorfizamos mientras otras criaturas adorables —terneros, por ejemplo, o corderitos— nos parecen eminentemente apetitosos? 
Los humanos somos animales muy raros, capaces de mucho amor y de cinismo aterrador, igual de dispuestos a proteger un pez de color que a hervir una langosta viva, a aplastar un ciempiés sin remordimientos y tildar de bárbaro al que mata una mariposa. Similarmente, aplicamos una doble moral cuando enfrentamos dos sentencias capitales —nos escandalizamos con una y nos hacemos de la vista gorda con otra—. Algunas veces me siento tentado a coincidir con el escritor rumano Emil Mihai Cioran, quien afirmó que la creación, una vez que escapó de las manos de Dios, debe haber quedado a cargo de un demiurgo: un chapucero torpe, incluso tal vez un poco ebrio, que se puso a trabajar teniendo en mente algunas ideas bastante confusas. 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Quizás no sea interesante, pero puede reultar de utilidad

Puesto que usted está leyendo este blog, me es viable suponer que usted utiliza el computador con relativa asiduidad. Yo, por lo menos, lo uso a diario. Bien, tengo que reconocer que por culpa de las dichosas "nuevas tecnologías", sobre todo del pc y los celulares, he descubierto que el proceso de envejecimiento personal va de la mano de la obsolecencia de los aparatos. Es decir, soy heredero de una generación que establecía una relación afectiva con los objetos, al punto de adaptar su estilo de vida a la "antigüedad" y calidad de los objetos que conservaban. La casa de mis abuelos maternos (un lugar del que sólo los mudará la muerte) está ambientada con un reloj victoriano, un teléfono de manivela, una victrola y doscientos cincuentamil álbumes de retratos de familia. A mi padre, en apariencia más "liberal", no hay quien lo convenza de salir de su viejo equipo de sonido (un Garrard antediluviano), ni de sus estilográficos (regalo de su madre para el grado... ¡de bachiller!), ni de su caja alemana de herramientas (con la que se ganó la vida en Paris en su época de universitario).Y yo, que creo burlarme de todas esas vainas, estoy "de depre" porque a mi celu, un Nokia Sirocco que ya cumple 5 años, le entró la vejera, se me apaga, no me quiere funcionar y yo no me siento capaz de cambiarlo por ningún otro por más BlackBerry, Iphone o Smartphone de que presuma. Igual me sucede con mi pc de mesa: Ya cumple 4 años y comienza a presentar algunos achaques con los que ya está dando de comer a un ejército de "técnicos" que lo auscultan, lo intervienen, lo recetan y lo ponen en cuarentena, asegurándose siempre de dejarle algún mal latente para que en poco tiempo se los tenga que volver a llevar. Pasa igual con los carros y con la salud: Cómprese un carro cero kms. y lléveselo a un mecánico: se asombrará de "lo mal que está su cacharrito": o vaya al médico por una fiebrecita, para que se entere, después de doscientos exámenes, de lo mal que está del colon irritable, la "baja en defensas" por el estrés, una hernia que usted nunca supo que tenía y una larga lista de afecciones que "si usted no previene oportunamente, le podrán acarrear problemas mayores"...
¡Que vaina! Este es el problema con nosotros los diletantes, quería darles un datico así de cortitico, y miren por dónde he cogido. Sin tantas vueltas, el cuento es el siguiente: Por ahí a la altura de febrero o marzo comencé a tener problemas con el encendido del pc. Un día demoraba media hora, otro día una hora... ¡Llegó a tomarse ocho horas para encender! Un vividor disfrazado de "técnico" dijo que era un virus, otro dictaminó que era la fuente de poder, a otro se le antojó que el procesador... Lo recetearon, le cambiaron el disco duro, los buses, la ram y finalmente me dijeron que era un problema de procesador y board; que lo mejor era que me comprara otro. Por uno de esos rayos luminosos con que a veces nos asalta la inspiración después de la media noche, la semana pasada se me ocurrió probar el monitor en el pc de mi madre y ¡Oh, Divina Revelación! TODO-EL-VERRACO-PROBLEMA-ESTABA-EN-LA-PANTALLA. Otro "técnico especializado" me explicó algo que no entendí, me la reparó, me cobró el 30% de una nueva... y aquí estamos mi pc y yo como dos amigos recién conocidos, sanos de cuerpo y puros de alma. En síntesis (esto es lo que debí haber dicho sin tanta carreta precedente), si nota que su pc comienza a tardar más de lo normal en el proceso de inicio, SOSPECHE DEL MONITOR antes de consultar a un técnico. Y ya, estando en ese terreno, me encontré con una aplicación de esas que nunca se me habría ocurrido que existen: Un limpiador interno de pantalla No tengo una idea clara de qué es lo que puede "limpiar por dentro", pero me parece que, además de ser un "tierno" salvapantallas, de pronto limpia estáticas y qué se yo... Clic aqui para bajar uno instantáneo, o aquí para instalar la aplicación. Me cuentan cómo les fue

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Paredón del blog12- Vivirán estos huesos, Edward Dahlberg

Stanislaus Bhor, así se apodaacaba de recibir en México el Premio Latinoamericano Sergio Galindo a primera novela, y ostenta uno de los blogs más descrestantes, funcionales y útiles que hasta ahora he conocido: Una hoguera para que arda goya. En él he tropezado con este comentario sobre la vida y obra de Edward Dahlberg A mi parecer, este artículo brinda una ojeada amplia, informativa y amena sobre el panorama literario de los EEUU. contermporáneos a partir del siglo XIX. Léalo, use su enlace y júzguelo Usted... me temo que compartirá mi opinión.

Vivirán estos huesos, Edward Dahlberg
Edward Dahlberg nació en 1900 y murió en 1970 y en esos 70 años se caracterizó por ser envidioso, chismoso, morboso, satirista, mujeriego, ególatra, irreverente, anarco: un escritor. Nació al sur de Estados Unidos, en el seno de un hogar de trashumantes judíos. Murió siendo un famoso escritor desconocido. Famoso porque lo descubrieron Dreiser, Ford Madox Ford, D.H Lawrence, William Carlos Williams, Roberto Calasso y Stanislaus Bhor. Desconocido, porque dos años antes de su muerte la revista World Work lo puso en la lista de los 10 escritores estadunidenses menos valorados de su tiempo, y la boca se le llenó de sangre: Dahlberg se creía mejor estilista que Faulkner, mejor fraseólogo que Hemingway, mejor editor que Dos Passos, más proletario que Saroyan. Y tal vez lo era. Mejor que todos, pero indisciplinado.
Vivirán estos huesos es un panfleto: la cuenta de cobro que le pasó Dahlberg a la literatura norteamericana de su tiempo. Desde que leí a Mencken no conocía una acidez tan corrosiva y un denuesto tan agudo, pero armonizado en una prosa lógica y poética al mismo tiempo:
“¿A qué se reduce todo en Hemingway y Faulkner, Dos Passos y Cadwell, London y Norris? Toda la fábrica humana se desplomó y el hombre al caer de la gracia del bien y del mal se precipitó en la mierda. El remordimiento ha sido reemplazado por los riñones, la próstata y el tracto intestinal. Ya no están los viejos maestros, concluyeron las tragedias eternas. Han acabado, ay, los nobles problemas del hombre; el amor, la angustia, el bien y el mal, Madame Bovary y Manon Lescault, las Camelias y la Tuberculosis tuvieron que ceder su sitio al realismo de la sublunar Materia decadente, al esputo, a las arcadas del vómito y Fiesta.”
En parte tiene razón: los escritores están obligados a cambiar sus códigos y signos de vez en cuando; pero ojo, zoquete: odio y amor, rojo y azul, siguen siendo los mismos. Dalhberg supone que la literatura norteamericana ha entrado en un estuario decadente, en una caída imparable, en una crisis de la realidad, en la primera mitad del siglo XX. Entonces decide hacer un panfleto para pasar revista a la plana mayor de los escritores gringos y burlarse de todos, hasta de sí mismo. El título de su ensayo está basado en una cita bíblica en que Ezequiel pregunta a Dios si revivirán los muertos. Dahlberg pregunta ahora si revivirán los clásicos. Y luego lanza una sugerencia letal: tal vez no. Para Dahlberg, los muertos que debían revivir eran los grandes olvidados de la literatura del XIX: Melville, que se pasó cuarenta años en una oficina, decepcionado del silencio con que Estados Unidos recibió ese ensayo general del fin del mundo llamado Moby Dick, Thoreau, que golpeó con un martillo a la mujer que se atrevió a proponerle matrimonio y que comía desabrido porque se negaba a comprarle la sal, un elemento de la naturaleza, y dejarle su dinero a un supermercado; Whitman, que hizo de su obra una celebración de su propio individuo como una ilusoria autocracia; Poe, que se lo inventó todo, pero sus hijos bastardos luego lo defenestraron. En orden de aparición: un experimentalista, un anarco, un ególatra y un gótico; lo que serviría una vez más para definir el carácter y la prosa de Dahlberg: anarquista, experimentalista, barroca, egotista.
Para Dahlberg es claro que si Dostoiewsky o Tolstoi o Shakespeare (sus valores más excelsos) reencarnaran el seno de la sociedad norteamericana capitalista, sólo les quedaría dedicarse al alcohol y a ver televisión, como al Homero más famoso que le queda al mundo (no el de la Ilíada, sino el de los Simpson).
Decía Wilde con cinismo que los Estados Unidos eran el único país que había pasado de la barbarie a la decadencia sin una civilización en el medio. Preciosa frase. Desopilante. Sangrienta. Dalhberg seguramente la hubiera firmado. Yo también. El menosprecio de nuestro panfletario contra la literatura norteamericana (James, Hemingway et al) no es espontaneo: es heredado. Dalhberg rastrea las huellas de la decadencia literaria de su país y encuentra que todo nace en el rasgo más fuerte de la historia fundacional de la conciencia americana: el puritanismo. Estados Unidos es una sociedad hipócrita que llama “elevación espiritual” a lo que sólo es materialismo puro; da envoltura a los mitos religiosos de siempre y pretende hacerlos pasar por nuevos cada comienzo de siglo, cuando lo que en realidad ocurre es que su doble moral cristiana hierve y lo impregna todo (e inclusive ha hecho crisis hoy, en 2010, cuando el adefesio de contradicciones del norte tiene lista Clinton y legalización de la marihuana en California, un presidente negro de ascendencia africana y al mismo tiempo una ley que convierte al inmigrante en delincuente):
“No hay tierra más asfixiante para la vida del artista que Estados Unidos. Todos los artistas, en donde sea, son parias. Pero ciertos países los lapidan más que otros, obstaculizan sus destinos al grado de que sus vidas acaban salvajemente desolladas. )(Durante cien años Estados Unidos fue un viñedo. El puritanismo despreció las artes como si vinieran de inferior alma concupiscente; transmutó sus propias necesidades y apetitos en meditaciones crónicas impregnadas con el olor de la tierra, la vendimia y las manadas. Su materialismo fue su santuario; se postró en devota oración, pero no ante la Virgen, Jesús, o los Santos, sino ante el campo, el hogar y la huerta. De Abraham, Noé y Job, el puritano extrajo el éxtasis y el fervor que tuvo por sus ovejas, manzanas, maderas, y granos. La granja colonial, arraigada en y surgida del suelo, narra los milagros del crecimiento, la vida, el nacimiento, la procreación y el matrimonio. La condena clerical del puritano contra los órganos sexuales fue el culto furtivo de la siembra, la primavera y la cópula.)( Casi toda la literatura Estadunidense ha sido una honda negación del hombre. Su literatura temprana, velada, en el lila crepuscular de Mateo y Marcos, es un cortejo fúnebre, una renuncia al corazón carnal.”
Pero lo más elevado en Dahlberg no es la crítica sociológica al capitalismo salvaje sino su original revisión de los clásicos, su inmersión en la personalidad de Hamlet, Macbet, Acab, Miskin, Timón de Atenas, Jeremías, El príncipe, Jacob, Abraham, Isaac, Ezequiel, Edipo, Prometeo, María la virgen para después confrontarlos con pasajes de la historia de Estados Unidos, con la literatura de su época, con su propia escritura:
“Las negaciones crean negaciones más profundas. Para cuando llegamos a Henry Adams se despliega maravillosamente la fabula estadunidense. Henry Adams fue un timorato Baco al revelarnos que la Virgen de Chartres era la Afrodita católica perfecta. Pero más adelante elevó a María a la intelección etérea pura y seca. Luego abjuró hasta de la virgen y se prostró ante otro santuario, la MAQUINA, y así acabó sus días en epicénica santidad, extrayendo inimaginables vibraciones eróticas en su Galería de Máquinas, a partir de pistones de nueve pies de altura, tornos, bandas y engranes. La naturaleza del hombre se ha deslizado en la del babuino y del mono.”
La escritura simple desarrolla una idea por cada vez, por cada oración, por cada párrafo. La compleja, varias al mismo tiempo. Gombrowicz es complejo. Borges es complejo. Bernhard es complejo. Rubem Fonseca es simple. Dalton Trevisan, complejo. Vargas Llosa, simple, de estructura compleja. La escritura de Dalhberg es la escritura a la que aspiro: una que avance reflexionando. Las acciones mueven, los aforismos detienen. Tal aspiración en el español actual sólo la he visto concretada en la prosa de Pitol, de Javier Marías, de Vila-Matas. En Calvino. En Sartre y Camus. En Montaigne.
Tal vez sea el tono de impugnación que atraviesa todo el volumen lo que haga de este libro uno de los ensayos más ácidos, complejos y acertados de la literatura. Frases con más de 48 palabras que presentan más de tres ideas juntas, adjetivos morales, divagaciones súbitas, envuelven la prosa de Dahlberg en un manto de misterio, como si estuviéramos frente a un profeta filósofo, frente a un Ezequiel erudito, alocado, hablándonos ya no de el valle de los judíos muertos sino de los escritores fracasados. 
Por: Stanislaus Bhor (las imágenes en blanco y negro son de Joel-Peter Witkin)

sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Una nueva forma de razón frente a las políticas económicas, o una nueva moralidad ante las economías políticas?

Como para poner ladrillos que cuñen una de mis próximas carretas sobre el "cambio paradigmático" (¿has notado que llevo rato amenazando con tal?), presento una síntesis de L’ambition moral de la politique. Changer l’homme?, libro que acaba de publicar el filósofo francés Yvon Quiniou (L’Harmattan, col. Raison mondialisée, París, 2010. Traducción: Teresa Garufi ), en el cual propone un retorno a la economía política como reacción (que no solución) a la, esa sí, reacción, de los grandes bancos y de los líderes políticos de los países capitalistas que, ante su incapacidad de relacionar las causas de la crisis financiera con la estructura profunda del sistema que alimentan, pretenden llamar a una cruzada por la "moralización del capitalismo".
LA IMPOSTURA DEL CAPITALISMO MORAL
¿No sería tiempo de moralizar el capitalismo? En lo más álgido de la crisis, la pregunta fue formulada por los dirigentes políticos, con Nicolas Sarkozy a la cabeza. Es decir, por los mismos que antes se libraban a una irreflexiva apología del liberalismo que parecía representar el “fin (dichoso) de la historia”. Así formulada, la cuestión es ambigua: si hay que moralizarlo, es porque el capitalismo es inmoral; si puede hacérselo, es porque no es intrínsecamente inmoral en sus estructuras. Sólo se cuestionarían sus excesos. Ahora bien, la inmoralidad es constitutiva del capitalismo, contrariamente a la concepción que pretende hacer de la economía una realidad que escapa a la moral. Ya en el siglo XX, el economista ultra liberal Friedrich Hayek había enunciado esta objeción (1): sólo un comportamiento individual intencional podría calificarse de justo o injusto –no puede ser el caso de un sistema social que, en tanto tal, no fue querido por ninguna persona–. Lo que lleva a Hayek a rechazar el concepto mismo de “justicia social”, decretado absurdo ya que juzga lo que no puede ser juzgado. Por ejemplo, escribe: “No existe criterio por el cual podríamos descubrir lo que es ‘socialmente injusto’, porque no hay sujeto que pueda cometer esa injusticia” (2). Incluso ve allí un vestigio de antropomorfismo de intenciones humanas que se proyecta sobre una realidad inhumana (en el sentido de impersonal); este antropomorfismo animaría la corriente socialista y su pretensión de redistribuir de manera justa la riqueza y los medios de producirla. La concepción de Hayek desemboca pues en un total amoralismo en el campo de la organización económica de la sociedad, e incluso en una forma de cinismo que se adjudica por adelantado los medios de enmascarar el mal que alimenta, dado que al quitarle todo fundamento intelectual, teóricamente lo niega (3). Recientemente, esta tesis adquirió una nueva juventud gracias a André Comte-Sponville con su libro Le capitalisme est-il moral? (4), cuyo éxito mediático –incluso cuando su contenido fuera cuestionado por la crisis– traduce bien la imposición de la ideología liberal (clic al enlace para bajarlo en pdf). Al distinguir en el seno de la vida social el orden científico-técnico, el orden jurídico-político, el orden moral y el orden ético (que define por el amor), coloca la economía en el primero: “La moral carece de toda pertinencia para describir o explicar cualquier proceso que se desarrolle en ese primer orden. Eso vale en especial para la economía, de la que forma parte”, afirma (5).
Una lección que quedó en el olvido
La moral aparece entonces en una posición de exterioridad, ya que el capitalismo se sitúa fuera del campo: ni moral ni inmoral, sino amoral. No es que la moral no pueda intervenir –ya nadie sostiene una posición tan radical–. Pero sólo puede hacerlo desde una posición marginal, a través de la política y el derecho, para atenuar sus perjuicios, sin poder ni tener, sobre todo, que suprimir sus causas. Además, ya que ningún sujeto opera en los procesos económicos, no se puede juzgar en nombre de normas que sólo pueden aplicarse a actos subjetivos: de nuevo mutis a la idea de que habría una significación moral de la justicia o de la injusticia sociales, y un deber de modificar la economía si no respondiera a los criterios de la justicia. Sin embargo, Compte-Sponville reconoce que el capitalismo puede ser injusto, así como la naturaleza cuando distribuye el talento entre los hombres, pero no por cierto inmoral, y por lo tanto no puede ser fundamentalmente cambiado (6). Este tipo de discurso no sólo contribuye a declarar inocente al capitalismo por los considerables perjuicios que tenemos a la vista –y por lo tanto a justificarlo ideológicamente–, sino que alimenta un cinismo generalizado con respecto a la política, al quitarle cualquier ambición moral importante. Su justificación se basa en un error mayor, perfectamente visible en Compte-Sponville y presente en todos los partidarios del capitalismo: la integración de la economía al orden de la ciencia y de la técnica, en efecto moralmente neutro. Es olvidar lo que los separa fundamentalmente. La ciencia y la técnica (con las cuales la economía está evidentemente articulada) son tan sólo medios y sólo puede juzgarse su uso social. Así, una nueva técnica de producción que aumenta la productividad del trabajo no es en sí misma causante de desempleo y por lo tanto mala; al contrario, permite disminuir el tiempo de trabajo y así el sufrimiento del hombre: puede producirse lo mismo en menos horas, con los mismos trabajadores; o incluso brinda la posibilidad de retribuir mejor a los asalariados gracias al aumento de productividad. Su valor reside, pues, en el uso que se le de. En cambio –y esta es la gran lección de Karl Marx, ese olvidado de las teorías económicas oficiales hasta la reciente crisis– la economía está constituida por prácticas por las que algunos (los capitalistas) se comportan de una determinada manera con respecto a otros (los obreros y asalariados en general) explotándolos, sometiéndolos a ritmos infernales, despidiéndolos so pretexto de competitividad, u oponiéndolos los unos contra los otros mediante una cultura de resultados o nuevas reglas de management, que hoy se sabe hasta qué punto generan un sufrimiento laboral verdaderamente insoportable (7). Todo eso no nace de la técnica o de la ciencia sino de una práctica social que organiza el trabajo, que es requerida como tal en base a objetivos mercantiles (la ganancia) y que se ofrece pues por definición al juicio moral: práctica humana o inhumana, práctica moral o práctica inmoral. Marx lo había comprendido con claridad cuando afirmaba que “la economía política no es la tecnología” (8).
¿Qué valores y qué política?
Con una perspectiva más extensa –ya que aquí está en juego el poder de la política–, lo que hay que rechazar es ese tipo de realidad que por lo general se adjudica a la economía: una realidad objetiva y absoluta, decretada independiente de los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y sometida a leyes implacables, análogas a las de la naturaleza y que, por supuesto, no habría que juzgar: no se critica la ley de la gravedad… incluso cuando ocasionalmente pueda hacer mal. Esta deriva intelectual lleva un nombre: economismo, que no sólo consiste en erigir la actividad económica como valor primordial, subordinando a ella todos los otros, sino en considerar que está hecha en lo esencial de procesos sustraídos de la responsabilidad política. Sin embargo hay que comprender que, si bien existen muchas leyes de economía capitalista, éstas son estrictamente internas a un cierto sistema de producción regido por la propiedad privada; pueden ser modificadas e incluso, en un principio, abolidas si se cambia de sistema. Por ello hay que ver en esas leyes reglas de funcionamiento de un determinado tipo de economía (que no es el fin de la historia), que organizan un cierto tipo de relaciones prácticas entre los hombres y que tienen, ellas mismas, un estatus práctico. Fueron instituidas (hasta a nivel mundial, en la actualidad), por lo que pueden ser modificadas. Lo cual significa que las llamadas “leyes económicas” se someten directamente a la legislación de las leyes morales, como todo lo que concierne a la práctica. Por esta razón la propia “ciencia económica” no podría ser una ciencia pura, virgen de juicios de valor. Tal como las ciencias sociales en general, y de acuerdo a la naturaleza de su objeto –están implicadas personas–, la “ciencia económica” compromete valores, al menos de manera implícita; aprehende la actividad humana y orienta el análisis de lo real en tal o cual sentido, que puede aprobarse o no. El economista estadounidense Albert Otto Hirschman lo señaló al subrayar la complejidad, a menudo inconsciente, de la ciencia económica y de la moral. Observó que “la moralidad… ocupa el centro de nuestro trabajo, a condición de que los investigadores en ciencia social estén moralmente vivos” (9); formula pues el deseo de que las preocupaciones morales sean explícita y conscientemente asumidas por la ciencia social –volviendo a Marx, cuando afirma en los Manuscritos de 1844 que la economía es “una ciencia moral real, la más moral de las ciencias”– (10). Queda por saber cuál es esta moral que nos pide que nos preocupemos por la economía y no la consideremos como una realidad ante la cual la política debería inclinarse fríamente. En primer lugar, conviene romper con una visión moral de lo humano replegada a la esfera de las relaciones interpersonales y que sólo se interesa por las virtudes y los vicios individuales. En cambio, hay que admitir que, distinguida de la ética y en consecuencia referida a las relaciones con el prójimo (11), esta moral debe aplicarse al conjunto y por lo tanto a las relaciones sociales en su globalidad, es decir a la vida política (en sentido estricto, a las instituciones), social (siempre en sentido estricto, a los derechos sociales) y económico.
Sin embargo, si bien empezó a ocupar los dos primeros campos desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 hasta la de 1948, sería deseable que se detuviera ante las puertas de la economía. Hay que eliminar esta prohibición, considerando una política moral que sea también una economía moral, es decir una política que cumpla con los valores morales, incluso en el campo económico. Pero entonces, ¿qué valores y qué política? La respuesta puede encontrarse en la fórmula que enunció Immanuel Kant y que se une al sentido moral común: el criterio de lo Universal ordena respetar al otro y no instrumentalizarlo, y exige promover su autonomía. Libre de cualquier segundo plano metafísico o religioso, exige que suprimamos la dominación política (ejercida en parte a través de instituciones democráticas), la opresión social (hecha en parte a través de los derechos que el movimiento obrero conquistó a partir del siglo XIX), pero al mismo tiempo la explotación económica: lo que todavía no se consiguió. Recién al hacerlo protegerá y profundizará, mediante la política, las adquisiciones morales obtenidas en los otros campos. En verdad la moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya que este es en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada, instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad, exigir su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese la dificultad de la tarea.
 
1- Ver en especial Friedrich Hayek, Droit, législation et liberté, Presses Universitaires de France (PUF), Tomo I, II y III, 1980-1983. 2- Op. cit., Tomo II, pág. 94. 3- Interrogado sobre las consecuencias humanas del liberalismo, Hayek pudo decir, si eventualmente hubiera víctimas, “¡y bien, tanto peor!”. 4- Albin Michel, París, 2004 (reeditado en 2009). 5- Op. cit., 2º edición, pág. 78. 6- Op. cit., págs. 238-239. 7- Ver particularmente los trabajos de Christophe Dejours y de Jean-Pierre Durand Nouvelles aliénations, Actuel Marx, Nº 39, PUF, París, mayo de 2006. 8- Karl Marx, Contribution à la critique de l’économie politique, Editions sociales, París, 1966, pág. 151. 9- Albert O. Hirschman, L’économie comme science morale et politique, Gallimard-Seuil, París, 1984, pág. 109. 10- Pasado su período juvenil, Marx no teorizó sobre esta complejidad: es una laguna en su obra. 11- En mi vocabulario, la ética sólo concierne a la vida individual y puede presentarse bajo la forma de una sabiduría, aconsejada pero facultativa. (Las negritas y las itálicas son mías-Ilustraciones de Daumier y Garzón)

lunes, 15 de noviembre de 2010

Receta de mujer 5: La evanescencia de las mariposas

Neferu Atón Nefertiti (-1370 a -1330 a. C)
"Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.
Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías..."
(Fragmento) 
William Shakespeare (Versión de Manuel Mujica Láinez)
Soy un obseso cazador de bellos motivos. Esa manía me ha obligado a ir por mi pequeño mundo provisto de una cámara fotográfica (en cualquier lugar, en cualquier momento te puede asaltar, como un rayo, la Belleza). Con la práctica he aprendido la importancia de la discreción: No ostentar una costosa cámara en lugares públicos y JAMAS intentar fotografiar a mujeres mayores de, digamos, 30 añitos. Después de esa edad, todas ellas tienen (o son tenidas por) un energúmeno dispuesto a hacernos pasar un mal momento si no borramos las fotografías. Con las menores de esa edad sucede todo lo contrario... pero ya hablaremos de ello en una futura ocasión. En fin, que todo este preámbulo es para meditar un momento sobre esa desafortunada ingratitud de la belleza, que una mañana cualquiera decide escaparse de los rostros para encapsularse en un capullo de nostalgia y olvido. En la presente galería hay rostros (y cuerpos) cuya hermosura estremeció imperios, enloqueció superagentes, atrapó monarcas, impuso modas y estilos, hizo soñar amoríos imposibles y universalizó un cánon femenino. ¿A cuántas de ellas les puede poner el nombre respectivo?
 
 


1-Audrey Hepburn (Ixelles/Elsene, Bélgica, 4 de mayo de 1929 – Tolochenaz, Suiza, 20 de enero de 1993)
2-Ava Lavinia Gardner (Brogden, Carolina del Norte, 24 de diciembre de 1922 - Londres, 25 de enero de 1990)
3-Betty Mae Page (Nashville, Tennessee, 22 de abril de 1923 - Los Ángeles, California, 11 de diciembre de 2008)
4-Brigitte Bardot (París, 28 de septiembre de 1934)
5-Brooke Christa Camille Shields (31 de mayo de 1965, Nueva York, Estados Unidos)
6-Catherine Deneuve (París, 22 de octubre de 1943)
7-Diana Rigg CBE (n. 20 de julio de 1938)
8-Grace Patricia Kelly (12 de noviembre de 1929 - 14 de septiembre de 1982)
9-Ingrid Bergman (29 de agosto de 1915 - 29 de agosto de 1982)
10-Isabelle Yasmine Adjani (París, 27 de junio de 1955)
11-Jayne Mansfield (Bryn Mawr, Pennsylvania, 19 de abril de 1933 — 29 de junio de 1967)
12-Marilyn Monroe (Los Ángeles, California, Estados Unidos, 1 de junio de 1926 – Ibídem, 5 de agosto de 1962)
13- Marlene Dietrich (Berlín, 27 de diciembre de 1901 – París, 6 de mayo de 1992)
14- Nastassja Aglaia Nakszyński Kinski (Berlín, 24 de enero de 1959)
15- Ornella Muti ( Roma, Italia, 9 de marzo de 1955)
16- Raquel Welch (Chicago, 5 de septiembre de 1940)
17- Rita Hayworth  (Nueva York, 17 de octubre de 1918 - id., 14 de mayo de 1987)
18- Rocío Dúrcal (Madrid, 4 de octubre de 1944 – Torrelodones, Comunidad de Madrid, 25 de marzo de 2006)
19- Twiggy (Neasden, Londres, 19 de septiembre de 1949)
20- Ursula Andress (Berna, Suiza, 19 de marzo de 1936)