lunes, 2 de mayo de 2011

Ernesto Sábato, un vidente entre ciegos clarividentes deambulará sereno por las secretas cavernas de Belgrano


Viñeta del Informe sobre ciegos de Alberto Breccia
"Ya contaré cómo alcancé ese pavoroso privilegio y cómo después de años de búsqueda y de amenazas pude entrar en el recinto donde se agita una multitud de seres, de los cuales los ciegos comunes son apenas su manifestación menos impresionante. " Informe sobre ciegos
De toda esa explosión literaria que el planeta conoció por allá en la década de los sesenta del siglo pasado con el honomatopéyico apodo de ¡BOOM! Latinoamericano, ningún escritor iguala a Don Ernesto Sábato (Rojas, Provincia de Buenos Aires, 24 de junio de 1911 - Santos Lugares, 30 de abril de 2011) en la  simbiosis extrañamente contradictoria (no intente definir con palabras esto de la "simbiosis contradictoria", acabaría sucumbiendo ante el sentido común de la lógica, enemiga acérrima de la poesía y analfabeta en divagaciones surrealísticas) de su nihilismo filosófico con la necesidad afectiva de acompañar a los oprimidos sociales en esa travesía infernal que adoquinaron con terror y muerte las dictaduras militares latinoamericanas del tercer tercio del siglo XX. "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido", dijo alguna vez.
Qué otra cosa se podía esperar de un argentino que se fuera a La Plata (Argentina) a combinar estudios de Física con cursos de Filosofía ¡en la década de los treinta, cuando estaban en su apogeo las letras tangueadas de Discepolín y la brega antiimperialista de Homero Manzi! y que, para rematar, se fuera a realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie de París (gracias a la mediación de Bernardo Houssay le fue concedida una beca anual), ciudad en la que entró en contacto con el movimiento surrealista y con personajes como Óscar Domínguez, Benjamín Péret, Roberto Matta Echaurren (Santiago de Chile el 11 de noviembre de 1911-¡11.11.11!) y Esteban Francés, entre otros, cuyas influencias son notables tanto en su obra literaria como pictórica, porque Sábato, además, ¡pintó!
El empleo de la vista como tropo de la relación hombre/realidad es un recurso frecuente tanto en el verso clásico, como en la ensayística y la novela contemporáneas (hasta Saramago se jaló un "Ensayo sobre la ceguera " 2003). El "ver" o el "no ver" asociados a la oscuridad del momento o a la incertidumbre del futuro, son desde la tragedia de Sófocles un arquetipo (αρχη) dramático de la pérdida de toda esperanza frente al insondable abismo de la existencia. Aprovechando la intensidad dramática de ese arquetipo, Sábato alterna, a manera de strober, la intensidad lumínica de los momentos y acentúa los movimientos de la trama (que inexorablemente conducen a un final trágico), fundiendo la angustia existencialista de los personajes con una perspectiva surrealista del espacio-tiempo narrado y un Vito explicatum referente de la corriente psicoanalítica, cuya función es hacer visibles los miedos y limitaciones ignorados por los individuos y ocultados por los colectivos sociales (¡uffff! ¡Qué descreste tan rebuscado!). Mejor bajémonos de ese bus y digamóslo en lenguaje bloguero: Sus tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abbadón el exterminador (1974) (sólo tres; al igual que Rulfo, el otro vidente triste, su obra novelada no fue prolífica, pero si sustanciosa) se ubican en tiempos históricamente determinados y lugares objetivamente definidos para, a través del ululatos de una conciencia afligida, lanzar la oracular admonición de un presente que estrangula toda esperanza de un futuro perdido en los laberintos de la razón subjetivada. Sábato parece querer reiterar en cada uno de sus personajes (Vidal Olmos, Castel, Iribarne, Sabato) el epígrafe grabado por Don Francisco de Goya en el aguafuerte de los caprichos: "el sueño de la razón produce monstruos": "Los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas sino que lo hacen encarnándolas".
A juzgar por esa mirada perdida en un horizonte remoto, me es fácil atreverme a colegir que Borges (ese Tiresias moderno) pensó en él cuando escribió su Aleph: Quien lo haya vislumbrado todo debe tener una mirada profundamente triste. Ironías del destino: Acosado por el avatar de la ceguera que tanto convocó, tubo que vivir sus últimos días encerrado y alejado de la literatura. Su último libro de memorias Antes del fin (1999) está escrito para los que como él "se preguntan para qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas". 
"... Y aunque en desdichas tan graves
la política he estudiado,
de los brutos enseñado,
advertido de las aves;
y de los astros süaves
los círculos he medido:
tú sólo, tú, has suspendido
                                                      la pasión a mis enojos,
                                                      la suspensión a mis ojos,
                                                    la admiración al oído..".
                                             (P. Calderón de la Barca, 1620- La vida es sueño)
Algunos de sus mini-ensayos
"Un argentino que pretende utilizar a Marx como maestro sostiene que el Don Segundo Sombra de Güiraldes no existe, que es apenas la visión que un estanciero tiene del antiguo gaucho de la provincia de Buenos Aires. Lo que es más o menos como acusar a Homero de falsificador porque exhaustivos registros llevados a cabo en las montañas calabresas y sicilianas no han dado con un sólo cíclope. Con este mismo criterio de naturalista habría que rechazar a Modigliani por su manía de pintar mujeres con gargantas inexistentes. Pero ¿"inexistentes" dónde? No desde luego en el espíritu del pintor. La diferencia entre Modigliani y una máquina fotográfica es que el arte no es una copia de la mera realidad externa sino un acto ontocreador, más cercano al sueño que al espejo.
Por ahí andaba todavía el modelo que empleó Güiraldes para inventar su personaje. Creo que se llamaba Segundo Ramírez. Los astutos administradores de la fama lo exhibían a los turistas extranjeros. Evité la tristeza de conocerlo, pero aún así puedo asegurar que era un mistificador, porque el auténtico Don Segundo es el mito imaginado por Güiraldes, que misteriosamente reveló un secreto de la condición pampeana. Inmortal, como todos los mitos. Que los sociólogos de la literatura y los profesores de folklore no pierdan el tiempo tratando de desautorizarlo.
 Y a propósito de Pascal
Es característico que ni él, ni Kierkegaard, ni Nietzsche fuesen filósofos sistemáticos: fueron irregulares, fragmentarios; y tal vez porque en ellos la vida y el misterio son más importantes que la explicación y el sistema. Los tres son emocionales, místicos, atormentados. Devolvieron el pathos al pensamiento, y fueron grandes escritores. Si es cierto que el Absoluto no se alcanza como pretendía Hegel sino por arrebatos y éxtasis, de modo parcial, por pedazos, ellos revelaron vastas regiones de ese misterioso continente. 
Calma, estructuralistas
Hay un tipo de beato del estructuralismo que con gusto aboliría la historia, lo que me parece un poco exagerado, cuando advertimos cómo pasa todo, no sólo el Imperio Romano sino la propia moda del estructuralismo. Esa gente enarbola la sincronía como un garrote y al que sale con antigüedades como ésta, un golpe en la cabeza, mientras se profieren palabras como reaccionario, subdesarrollo y oscurantista.
Pero sí, hombre, ya lo sabemos, desde la época en que estudiábamos matemáticas, en la década del 30, mucho antes de que se nos viniera la moda desde París. ¿Cómo no íbamos a saber que "La pasión según San Mateo" o un gusano son estructuras? Tampoco ignorábamos que era una saludable reacción contra los atomistas, los positivistas y los fanáticos del historicismo. Pero se les fue la mano. Vean con la lengua: una realidad en perpetuo cambio, en la que, tarde o temprano -¡oh, diacronía de las ideas!- hay que aceptar el modesto pero demoledor hecho de la transformación de las estructuras, aunque sea como una sucesión de estados sincrónicos; tarde o temprano hay que admitir que en todo estado de una lengua está oscuramente la energía que conducirá a una nueva estructura. Bueno, por favor, no es tan deshonroso. En suma, que el estructuralismo es válido haste el momento en que deja de serlo. 
Los granos de un montón
Un vicerrector de la universidad de Cambridge, llamado Lightfoot, en época menos inclinada a la incredulidad, mediante un minucioso estudio del Génesis, probó que Adán fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana. Ahora me entero de que en 1978 se cumplió el milenario de la lengua castellana. Sorprendido por la exactitud, traté de averiguar cómo era la cosa, y la cosa era así: en cierto momento del año 978, un monje de San Millán de la Cogolla, en el margen de un manuscrito en latín, escribió anotaciones en una disparatada jerga románica, ignorando que acababa de inaugurar el castellano. Se me dirá que estoy bromeando, pero no hago sino parafrasear los argumentos que se ofrecen para esta celebración. Porque si no, ¿de qué fecha estamos hablando? No tratándose del esperanto sino de una lengua viva, debemos suponer que el buen hombre no inventó el nuevo idioma, formado durante siglos, poco a poco, torpe y balbuceantemente, por analfabetos que para criar cerdos, enfurecerse con la mujer, pedir la comida y amenazar a los chiquilines no iba a aprender a Cicerón.
Nunca se sabrá cuánto duró este proceso, que algún purista llamaría de corrupción del latín; primero, porque no aduvimos cerca de ese durante algunos cientos de años, y, segundo, porque tampoco puede establecerse cuándo se alcanza la categoría de montón agregando granos de trigo.
Las vulgaridades de la novela
Cuenta Gide en su Journal que Valéry no se decidía a escribir una frase como "La marquise sortit a cinq heures". ¿Y qué prueba eso? Una novela, y hasta una gran novela, está llena de frases tan triviales como ésa, como la vida misma: Hegel también se desayunaba. Además, una ficción es como un continente, en que para llegar a lugares que han de fascinarnos deben atravesarse estúpidas llanuras sin otros atributos que el polvo, el cansancio y la monotonía.
Muchas veces me he preguntado si Valéry no consideró sus impotencias como virtudes. Apuesto a que habría querido escribir el Quijote, que está plagado de marquesas que salen a las cinco. Se pasó la vida hablando de las matemáticas y usando giros de su idioma, que los profanos admiran tanto más cuanto más los ignoran; y sin embargo no pudo aprobar el ingreso a no sé qué escuela por culpa de esas matemáticas. Pascal abandonó a los trece años a esa mujer por la que Valéry suspiró sin poder poseerla. Como para que no escribiera aquella frase rencorosa: "Pascal perdió la oportunidad de darle a Francia la gloria del cálculo infinitesimal".
Psicología con p
Al corregir las pruebas de galera de un libro mio me sorprendí al advertir la grafía "sicológico", donde yo habia puesto "psicológico". Porque aun cuando una editorial se haya jurado una determinada política lingüística, no puede imponérsela a los escritores, que generalmente tienen sus propias ideas sobre el idioma. No ya la dirección de una editorial sino tampoco la propia Real Academia de Madrid tiene derecho a hacerlo, pues al fin de cuentas las normas de ese cuerpo son la consagración de las modalidades impuestas por el pueblo y los escritores.
¿Qué argumentos se pueden oponer a la grafía psi? No, por supuesto, la fonética, ya que la gente culta generalmente la pronuncia así. Y en el caso de que no se la pronunciase, tampoco es un argumento, porque si fuéramos a caer en la locura de escribir las palabras tal como se pronuncian tendríamos que poner payasadas como sológico, asaña y rebolusión, al menos en Buenos Aires.
Por lo demás, que en ningún idioma hay correspondencia entre el lenguaje hablado y el escrito, puesto que el escrito esta fijado por los textos y aquél va cambiando en el espacio y en el tiempo. En alguna parte y en alguna época se pronunciaba o pronuncia "bosque", pero hoy aquí en Buenos Aires decimos "bojque"; del mismo modo, supongo, que en algún tiempo en Francia se decía "mesme", para luego derivar hacia "mejme", y luego a "mehme", para terminar escribiéndose "meme" donde el acento circunflejo indica que allí hubo alguna vez una perecedera ese. Si el lenguaje escrito fuese alterado cada vez que el pueblo y las costumbres fonéticas cambian, sería cosa de no acabar, y una forma más demencial de dividir el territorio lingüístico en parcelas liliputienses: ya que habría que usar una forma para Buenos Aires, con sus "bojques" y "yubias", y otra para Santiago del Estero, con sus "bosques" y "iubias". Pero qué digo, habría que establecer una lengua para el Barrio Norte de Buenos Aires y otra para La Boca.
Todo idioma se aleja de lo escrito. Y algunos, como el inglés, que allí donde escriben Londres pronuncian Constantinopla. Esos investigadores que andan con grabadores han contado no menos de veinte formas de pronunciar la letra o, entre las cuales la más sorprendente es la que figura en la palabra women.
La lengua oral es tan voluble que a veces hasta imita a la escrita, lo que ya es el colmo de vuelta. Así, antes del Renacimiento se escribia y se pronunciaba "oscuro"; pero los eruditos de la época, por escrúpulo etimológico, apuntalaron la palabra con una b. Podría haberse mantenido muda, como corresponde a una momia o un fósil. Pero las enérgicas educadoras lograron que los chicos pronunciaran finalmente "obscuro". Lo que, por supuesto, y si se dejan de lado los golpes, nada tiene de dramático; hay que tomarlo ahora como una costumbre más y no hacer tanto escándalo. De modo que si a un escritor se le da la real gana de escribirlo sin b, hay que respetarlo. Y si no se lo respeta, hay que protestar. Que es exactamente lo que le pasó a Unamuno cuando un pedante corrector le puso en una de sus pruebas: "¡Ojo! ¡Obscuro!", corrigiendo lo que había escrito don Miguel. A lo que, tachando enérgicamente la insolencia, contestó, también al margen: "¡Oreja! ¡Oscuro!"
Vanguardia y progreso en el arte
La palabra "vanguardia" se la vincula al progreso. Pero en el arte no lo hay (cf. Collingwood), como lo revela el auge que en el París de comienzos de siglo tuvo el arte de los negros y polinesios. En el arte hay acciones y reacciones. Corsi y ricorsi. Hay dialécticas de escuelas, ciclos, sempiterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre bizantinismo y vitalismo entre complicación y simplificación, entre artificio y naturalidad, entre claro y oscuro, entre violencia y serenidad, entre romántico y clásico. Y no sólo hay sucesión sino contraposición de tendencias o escuelas (Quevedo y Góngora).
Piénsese, dicho sea de paso, qué "avanzado" resultó de pronto el arte hierático de Ramsés II frente al mero naturalismo europeo. Pero esto del progreso es una manía invencible. ¿Cuál era el personaje de Proust que suponía mejor a Wagner que a Beethoven, nada más que porque vino después? Pero no estoy seguro ni del personaje (una mujer, me parece) ni de los músicos."
Adenda: Por cuestiones de espacio no comento la importancia de su labor al frente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina, donde elaboró el documento Nunca Más, conocido también con el nombre de Informe Sábato, trascendental investigación y denuncia sobre los secuestros, desapariciones y torturas acontecidos durante la dictadura militar instaurada desde 1976.


PD. A estas horas no sé cuánta tv. en el planeta está haciendo su agosto con la noticia del asesinato de Osama Bin Laden.

¿Cuánto tardarán los traficantes de la muerte en inventarse otro enemigo que les justifique invasiones, saqueos y comercio de parafernalia belicista? Ah, ¿ a nadie se le hace sospechoso que se haya "arrojado el cadáver al océano" tan apresuradamente y que la única imagen difundida por la tv. pakistaní haya sido tan rápida y rotundamente denunciada como falsa?

martes, 26 de abril de 2011

Gonzalo Rojas. Volver al hueco oscuro que tanto se ha añorado

A pesar de que (o precisamente por ello) la mayoría de aprendices de plumífero pretendemos ingresar al oficio literario por el sendero aparentemente trillado de la versificación "poética"; y de que, muchas veces con las plumas (¿el teclado?) maltrechas(o), acabamos resignándonos a la triste verdad de nuestra completa incompetencia en las difíciles lides de expresar en palabras la sublimación (alquímica, psicoanalítica, emocional y estética) de nuestra relación personal con el mundo que nos puebla, es justo reconocer que existen unos cuantos bendecidos por las musas que se dan el lujo de morir de arrugas después de haber acumulado un mamotreto de versos y colmado una estantería con trofeos, diplomas, medallas y demás símbolos de reconocimiento a su trabajo. Ayer, 25 de abril, como para aprovechar los festejos del "día del idioma español", a la edad de 93 años, el poeta chileno Gonzalo Rojas (Lebu, región del Biobío, 20 de diciembre de 1917 -Santiago de Chile, abril 25 de 2011) decidió viajar a ese lugar presuntamente oscuro y frio que tanto evocó en sus poemas. En lo personal, no me identifico con su poesía (abrumadoramente cultista y arrítmica para mi gusto); pero, por supuesto, no es este el espacio ni el momento para entrar en disquisiciones de crítica literaria y, menos aún, para pretender demeritar una obra de cuyo acervo dan fe las innumerables páginas de la red que reseñan su obra y lamentan su deceso. Pienso que un hombre que logró sobrevivir a la tragedia pinochetera sin acomodarse a la barbarie, merece por lo menos una mención póstuma.
¿A qué mentirnos?
Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni tropieza, ni vuelve.
¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.
Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.
Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Asma es amor
                                                    A Hilda, mi centaura
Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.
Carta del suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
o me levante y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante.
Así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse.
Juro que ella perdura porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue a donde voy y me sirve de hada.
La concubina 
1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
estoy oyendo el remezón de tu risotada
con emputecimiento y todo,
en la guerra
se gana o se pierde y yo perdí,
y tú perdiste igual, no hay pelitos recónditos
que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
haces tu número
en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
y de mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
-tú y yo- que somos.
2. De esto se pare y se muere, la guerra es ésta,
dejemos los sentidos para ocasiones más
olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
delicado y
concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
de una vez en este hueco de placer:
de ahí saldrá más entero
3. que de adentro de su madre. Usted es un arrepentido
y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
por mucho que haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
es cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
el tajo,
de la putrefacción a la ilusión.
Las pudibundas
Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.
Latín y jazz
Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.
Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...
De “Contra la muerte”
 Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.
De izq. a der: Manuel Rojas-Hernán San Martín- Pablo Neruda- Fernando Alegría y Gonzalo Rojas

Morbo y aura del mal
                    He cultivado mi histeria con placer y terror,
ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862,
he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí
el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.
Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
Hiperión
y otros pastores del abismo- habrá
diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
o sin ideogramas, la versión
de los Septuaginta dice producto
del sol, concupiscencia
dice la Vulgata,
lo bueno
agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
al cerebro le da
por comercio directo con la hermosura.

domingo, 24 de abril de 2011

En el día del idioma, reconciliarnos con la Palabra

 
Por esas cosas de que el autor del Quijote, Don Miguel de Cervantes Saavedra murió el 22 de abril de 1616, asistimos todos los años al ritual oficial de celebrar los 22 o 23 de abril el "Día del idioma español" y nos toca resignarnos al sainete de unos personajes públicos montando el pobre espectáculo de "releer" en maratón las tragicómicas aventuras del escuálido caballero o (es la última moda) la tropicómica saga de los Buendía de Cien años de soledad. Este quizás sea el momento para reflexionar un poco sobre la materia prima de toda obra literaria: LA PALABRA. Es alrededor de esa PALABRA que se me ocurre llamar la atención sobre esa expresión inefable que, guardada en el rincón más oscuro de nuestro "status" cultural, suele saltar como catapultada cuando la intensidad del momento nos hace perder el control de las gavetas. Si quiere entender rápidamente de qué le hablo, quítese un zapato, golpeese el tobillo o el dedo gordo contra la pata de la cama o la esquina del armario y trate de sobreponerse del dolor dándole gracias al "altísimo" o diciendo LA PALABRA (que a estas alturas ya podrá adivinar) ¿Cuál de los dos recursos le resulta más efectivo? Si aún no da en el clavo, observe las imágenes y piense qué diría Usted si viese que su aterrizaje será inexorablemente sobre una playa cundida de cocodrilos, ¿con cual palabra calificaría al "genio" que arrojó el frisbee?... en fin, observe las imágenes y libere su lenguaje. El texto que anexo, de Julio César Londoño (Palmira, 1953), circuló en fotocopia por las academias y círculos cerrados (como siempre, negritas e itálicas son mi intromisión). Londoño ha publicado La ecuación del azar (Universidad de Antioquia, 1980) y Sacrificio de dama, Gobernación del Valle (1994). 
"–¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced –replicó el del Bosque– de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: "¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!?" Y aquello que parece vituperio, en aquel término, es alabanza notable; y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes". El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Capítulo XIII. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos.
 Historia de una mala palabra
 Por Julio César Londoño
 Mi vida sexual comenzó en los diccionarios. En cuanto caía uno en mis manos, de inmediato buscaba obscenidades y "partes nobles". También en esos libros —como un presagio de lo que vendría luego- comenzaron mis frustraciones, porque esta suerte de voyerismo semántico nunca era plenamente satisfecho. Por lo general la palabra deseada no figuraba en las entradas, o estaba púdicamente oculta tras crípticos sinónimos, o era definida a la manera frígida de la ciencia -y lo que yo buscaba era algo más crudo y excitante.
El dela derecha es un ténico desarma minas, el de la izquierda...
La palabra /cacorro/, demos por caso, no figuraba en los diccionarios de mi infancia y la siguen omitiendo -tácita conspiración editorial- los actuales. Entonces vino en mi ayuda un hecho fortuito. Un día, en la misa dominical, el sacerdote tronó desde el púlpito contra la sodomía, "­esa pasión insana que infesta aulas y cuarteles—". Por supuesto corrí a la S. Allí estaba: sodomía: concúbito entre varones o contra el orden natural. Etimología: de Sodoma, antigua ciudad de Palestina donde se practicaba toda clase de vicios torpes. No entendí nada. Busqué concúbito: ayuntamiento carnal. Bueno, carnal ya era algo, pero ¿ayuntamiento?: acción y efecto de ayuntarse. Mi paciencia se estaba agotando. Subí la columna. Ayuntar: tener cópula carnal. Omitiré aquí, en favor de la brevedad, la pesquisa de cópula y mi perplejidad al tratar de imaginar relaciones contra natura entre el sujeto y el predicado, para llegar a mi asunto, la singular historia de la palabra puta.
Años después, ya era un hombre maduro, llegó a mis manos el Diccionario etimológico latino-español de Commeleran, un coloso en octavo de 4.500 páginas impresas a tres columnas con entradas en latín, acepciones en castellano, ejemplos de uso tomados de los clásicos latinos de la Antigüedad, y rastreo del origen de las palabras por el griego, el árabe, el hebreo, el arameo y el sánscrito, en caracteres vernáculos. Es la vulgata de la etimología, el sueño de cualquier cajista, y mi único bien de valor.
Lo abrí con reverencia, busqué el significado de mi nombre, el de mis padres y el de una mujer, y algunas palabras cuyos significados eran oscuros o anómalos (exaplar, logoteta, nimio). Cuando llegué a la P saltó el cazador que tenía agazapado desde la infancia en algún repliegue de la corteza inferior, zona cerebral que compartimos con los reptiles, y busqué puta: ¡pensar, creer, destreza, sabiduría! Quedé sorprendido, claro, y me di a investigar la causa de tan extraña mutación.
Encontré que el verbo latino puto, putas, putare, putavi, putatum, procedía de un vocablo griego, /budza/, que significaba sabiduría hacia el siglo VI antes de Cristo. Aunque ya Grecia podía jactarse de Homero, Pitágoras y Heráclito -y se preparaba para inventar el espíritu de Occidente-, también incurría en la esclavitud, el desdén por la experimentación científica y la subestimación a las mujeres. En Atenas ellas carecían de los más elementales derechos. Cuando una matrona ateniense moría, se le colocaba un epitafio indefectible: "Cuidó los hijos e hiló el telar". Una señora no debía asistir a fiestas, así se realizaran en su propia casa. Desde una cámara contigua al salón de los invitados podía escuchar la música, seguir las conversaciones y fisgonear un poco entre las cortinas, ¡faltaba más!, pero le estaba prohibido ingresar al salón, que estaba reservado a los hombres, los músicos, los sofistas y las hetairas -flores de la noche, máquinas de placer.
En Mileto, la mujer sí era apreciada, quizá porque allí el homosexualismo masculino no estaba tan extendido ni era considerado tan de buen tono como en otras ciudades griegas, especialmente en Atenas. En Mileto, la ciudad de Thales, el geómetra, las mujeres podían asistir a las academias y participar de la vida pública.
Pero Atenas era, pese a todo, el centro intelectual del mundo Egeo y a ella peregrinaban filósofos, artistas, retóricos y bohemios de toda Grecia. También las mujeres milesias tomaron el camino de Atenas. Habían aprendido en su patria artes y ciencias, y en los caminos, el amor. Los atenienses quedaron maravillados de estas mujeres que además de bailar y cantar conocían de historia, astrología, filosofía o matemáticas; con las que se podía reír antes del amor, y conversar después.
Para sus esposas la fiesta fue entonces más triste. Estaban acostumbradas a que las hetairas les robaran por una noche el cuerpo de su marido, pero estas sabias, estas budzas, les estaban robando para siempre también el corazón (1). Toleraban sus retozos, pero verlo reír y conversar con otra es más de lo que una mujer puede soportar. Entonces la palabra budza, que era noble y antigua, comenzó a tomar en los celosos labios de las matronas entonaciones ásperas y significados maliciosos. "Sabihonda". "Sabida". El fonema beta, suave y bilabial, se endureció en una pi también bilabial pero explosiva: /pudza/. Luego, como si no fuera suficiente, como si el nuevo vocablo no tradujera bien todo el odio que albergaban, se fue haciendo más fuerte, marchó a Roma en libros y viajeros, y cuando llegó ya no era una palabra, era un escupitajo: ¡puta! Significaba, hacia el siglo I después de Cristo, sapiencia y meretriz (2)
Pero, como en Roma no se fingía la virtud, la segunda acepción cayó en el vacío. En la sintaxis latina -lógica y sucinta- la expresión mujer puta era un cándido pleonasmo. "Basta con decir romana", aconsejaba Cicerón. Y así, por una de esas paradojas del lenguaje, la palabra que se había degradado en Grecia, una nación virtuosa, recobró su majestad en Roma, capital del vicio. Y luego, por una traslación semántica frecuente –del efecto a la causa- puta pasó de sustantivo a verbo, de sapiencia a pensar, y perdió toda connotación moralista.
Pero siguió viajando con las legiones por los caminos de piedra del Imperio, llegó a Hispania, resonó en posadas y alcázares, la sopesaron oídos moros y cristianos, la repitieron juglares y guerreros que inventaban el castellano con jirones de árabe, latín y lenguas iberas, la conjugaron con aplicación bachilleres y cortesanas, la discutieron gramáticos y retóricos, se estremecieron al oírla, sin saber por qué, ancianas y doncellas, la gritaron, por el sólo placer de paladearla, truhanes y señores hasta que el pueblo todo, autor de lenguas y dueño de famoso oído, ignorante por supuesto del griego, del latín y de toda esta historia, intuyó el verdadero significado de la palabra adivinando en ella un odio remoto; percatándose de que no evocaba, al escucharla, la sabiduría; que no había relación musical entre el significante puta y el significado pensar, y comenzó a utilizarla primero con malicia, con ironía griega, y luego con fuerza, como látigo —puta— para censurar mujeres generosas, sabias en lides de alcoba. La palabra había encontrado su verdadero y único significado (3)

1- Hasta el Rey Pericles sucumbió a los encantos de las extranjeras y abandonó a su esposa por Aspasia, la más bella y talentosa de las hijas de Mileto.
2- Meretrix era el término culto usado entonces para designar la mujer liviana. El vulgar era lupa, loba. De aquí el nombre de lupanar que daban los romanos a las casas de placer.
3- Un proceso semejante ha seguido la palabra /nimio/, que viene del latín nimius: demasiado. Pero la gente advirtió de alguna manera que se trataba de una palabra breve, con predominio de fonemas vocálicos cerrados, anagrama de mínimo, y empezó a usarla en el sentido de pequeño, deleznable, que es el significado que tiene hoy en día en el habla corriente y en los mejores diccionarios.