viernes, 15 de abril de 2011

La cuestión homosexual, un tema maluco cuya socialización requiere sindéresis

La Sala Plena de la Corte Constitucional colombiana, en su sesión del 13 de abril de 2011, ratificó por ocho votos a uno la inexequibilidad de la disposición del Código Civil Colombiano que condicionaba el derecho de sucesión patrimonial del compañero muerto en unión marital  a la legalización de un vínculo matrimonial, con lo cual dejaba por fuera a las parejas homo y heterosexuales que convivían en unión libre. Con ponencia del magistrado Jorge Ignacio Pretelt, la mayoría de los nueve integrantes de la Corte coincidió en que el hecho de que la norma consagrara de manera exclusiva los derechos patrimoniales a los matrimonios heterosexuales era violatorio de los derechos fundamentales tanto de los homosexuales como de quienes conviven bajo la figura denominada unión libre con su pareja hetero. Una disposición de Ley en nada extraordinaria, con unos alegatos plagados de tecnicismos jurídicos y una retórica "igualitaria" acorde con el hermafroditismo moral de los tiempos actuales.
El reconocimiento legal de los derechos primordiales de TODOS los ciudadanos es un compromiso natural de quienes dictan las leyes; es decir, la promulgación de una u otra norma constitucional, penal, jurídica... como se la quiera etiquetar, es el resultado natural del ejercicio de su hacer y, por tanto, cuando el aparato propagandístico y publicitario de la gran prensa divulga con bombos y platillos, como quien cacarea un enorme huevo, la promulgación de una norma o Ley de la que alguien puede sacar especial provecho, pues no queda más opción que mirar quienes son los interesados y tratar de dilucidar los verdaderos móviles de tal alharaca. 
En mi opinión personal, el comportamiento sexual de cada quien es algo tan individual e íntimo como sus hábitos de higiene o el tamaño y la forma de sus genitales; y, desde esa perspectiva, no tiene ninguna sustentación decorosa endilgarle juicios morales a quien tiene gustos, tendencias y prácticas sexuales distintas a las mías (es de Perogrullo que "cada quien es libre de hacer de su moyo un candelero"); sin embargo, y a riesgo de estar evidenciando en mi algunos rezagos de esclerosis moral, debo decir que vislumbro un problema subyacente en el ostensible empoderamiento "democrático" de un subgrupo social acostumbrado a hacer del escándalo, el exhibicionismo y el mal gusto un instrumento travestidor de valores institucionales y subversor de premisas culturales. No ignoro, por supuesto, que la posible evolución de la humanidad se constituye sobre la base de la transgresión a los paradigmas culturales instituídos, ni creo que los ataques de fanáticos revestidos de una nata pseudo-religiosa merezcan alguna respetabilidad; pero el enfoque egocentrista de quienes reclaman la reivindicación de SU derecho particular no contribuye en nada al mejoramiento de las actuales condiciones socioculturales de convivencia. En fin, para quitarle el tono admonitorio y ponerle un toque de ironía a este cuento, anexo un texto de Julio César Londoño (debido a mi desorden no registré la fuente ni la fecha -posiblemente últimos meses del 2010, cuando se cocinaba en el Congreso el sancocho de los matrimonios gay):
¡Muerte a los homosexuales!
Vivimos un plumero que ni en Sodoma, ¡qué digo, ni en Medellín! Ahora se casan públicamente en Buenos Aires, “contraen nupcias” con efectos civiles en España, se divorcian en Holanda y hasta adoptan niños en Australia. Yo me uno a las protestas de José Galat, del Procurador y de todos los hombres de bien contra semejante burla al sacramento del matrimonio. Y no se crea que somos solamente gente asustadiza o prejuiciada o cavernaria los que nos oponemos a esta aberración. También hay protestas de entidades oficiales y científicas como el DANE, cuyos sociólogos y estadísticos no saben cómo van a definir el concepto de “familia” y se han pronunciado ya en contra del matrimonio gay.
Como católico practicante, me atengo a Las Escrituras: “El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer y serán los dos una sola carne” (Mateo, 19:4). Y más concretamente: “No cometas pecado de sodomía porque es una abominación”. (Levítico, 18:22). Aclaro que no soy exactamente un exégeta y que Las Escrituras contienen pasajes que no entiendo muy bien. Los cito a continuación, junto con otros que han circulado por la red (seguramente colgados por mano gay), para que algún lector me ayude a desentrañar su recto sentido. Levítico, 5:19-24, por ejemplo, proscribe el trato con mujeres que estén menstruando. Muy bien, Vade retro mulieris sanguinis, pero ¿cómo distinguirlas? Uno no puede ir por la calle preguntándoles a las señoras esas cosas así como así. Otra inquietud: tengo una hermana insoportable y quiero venderla como esclava siguiendo los consejos de Éxodo, 21:7. Considerando que es una mujer jecha pero fogosa y no del todo fea, ¿cómo la taso? Levítico, 25:44 me autoriza a tener esclavos, tanto varones, como hembras. Yo sólo tengo una sirvienta criolla y me gustaría adquirir un muchacho italiano. ¿Nihil obstat?
 
Me aseguran que la versión original del decálogo decía: “No desearás la mujer del prójimo… ¡ni al prójimo!”, porque nada escapa al Espíritu. ¿Es verdad? A pesar de los ruegos de toda la familia, mi suegro insiste en trabajar los sábados. Según Éxodo, 35:2, debe recibir la pena de muerte. Como yerno mayor, ¿debo matarlo yo mismo? En tal caso, ¿puedo hacerlo en sábado? En Levítico, 21:20 se prohíbe que los mancos, cojos, ñatos, narizones, jorobados, sarnosos, legañosos o ciegos se acerquen al altar de Dios. No arrastro con ninguno de estos estigmas, gracias al Señor, pero mi visión, dista mucho del 20/20. ¿A cuántos metros del altar puedo llegar?
Los fines de semana juego fútbol. Punta izquierda. Fui muy buen portero hasta que leí que tocar la piel de un cerdo muerto me hace impuro (Levítico, 11:6-8). Ustedes dirán que qué tiene que ver lo uno con lo otro. ¡Pues todo, porque cómo voy a saber con qué clase de cuero está hecho el balón! Mi tío se pasa por la faja el precepto de Levítico, 19:19 plantando dos cultivos distintos en el mismo campo. También lo viola su mujer, que combina prendas de tejidos diferentes. ¿Es realmente necesario reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos, o podemos quemarlos vivos en una pequeña reunión familiar, como se hace con los que duermen con sus parientes políticos? (Levítico, 20:14). (Volviendo al asunto del fútbol, ¿puedo volver al arco y salvarme usando guantes sintéticos?) Desafiando a Levítico, 19:27, todos mis amigos varones se peluquean y se rasuran. ¿Cómo explicarles que eso es una abominable superstición gentil? ¿Cómo pedirles que dejen de hacerlo sin que piensen que me enloquecen los hombres barbados y llenos de cachumbos rodándoles por el rostro? Quedo a la espera de las luces de los lectores. J.C.L.

miércoles, 6 de abril de 2011

De las falsas rebeldías y las pataletas de diseño (glosas sueltas sobre la relación trabajo-educación-engaño)

 

Muchos paraisos se han perdido desde los tiempos bíblicos en que la mordida de una manzana le acarreó a la humanidad el peso del trabajo como "castigo divino". Desde entonces, el demonio, que es feliz metiendo sus cuernos en toda actividad humana, ha sabido seducir a algunos cuantos hominidos para que conviertan el castigo en "factor de riqueza", la acumulación de riqueza en expresión de "civilización", la expansión de una civilización en "progreso cultural" y la ostentación de progreso en instrumento de "poder". Esta es una visión reduccionista y caricaturezca, quien quiera mirarlo desde una perspectiva más seria y creible puede documentarse con La riqueza de las naciones, de Adam Smith (clic aquí para bajar el pdf) y, si no le asustan los apodos y descalificaciones de los analfabetas políticos, hay una abundante y bien documentada bibliografía del Materialismo Histórico (aquí le sugiero esta reseña de Los Grundrisse -clic aquí para bajar el pdf).
2- Ya sea como heredera del proceso invasivo de conquista y colonización, o como consecuencia de la Revolución Industrial y el paso del feudo a la urbe, la educación escolarizada fue impuesta como un Deber-Derecho cuyo culto marcó la premisa cultural del Occidente geopolítico, hasta el punto de constituirse en meta del proyecto de vida individual y en  objetivo político de la oferta burocrática del Estado. Pero, solapada bajo una cobertura de misión "humanizante", la escuela administra su única y verdadera función: La capacitación para el trabajo. Cualquier disciplina académica se hace inútil si no es fuente de empleo. Desde el protocolo de los lacayos en las cortes (incluida la diplomacia) hasta la astronáutica y la física cuántica, quien las estudie aspira a un empleo que le subvencione su subsistencia física y social. Es ésa una contradicción inherente al sistema educativo: De una parte pretende darle alas al espíritu para que levante vuelo sobre las contingencias materiales del diario vivir, y, de otra, le encadena la conciencia a los requerimientos terrenos del empleo asalariado. Podría debatírseme refiriendo a los estudiantes de artes o de historia de la filosofía, que inicialmente decidieron apostarle al "amor" al arte por el arte y el conocimiento por su propia tautología; pero estoy en capacidad de contraargumentar aludiendo al adjetivo de "locos", "vagos" y "bohemios" con que esos soñadores deben familiarizarse, además del costo social que deben estar dispuestos a pagar si no claudican a tiempo y terminan estudiando cualquier otra carrera "que les permita vivir dignamente".

3- Porque, entre muchas otras razones, la condición de estudiante es pasajera y limitada, el "Movimiento Estudiantil" es una ilusión no solamente efímera e inestable, sino políticamente inútil. Si de él se tiene un recuerdo histórico positivo por su influencia en algunas decisiones oficiales (El Movimiento Estudiantil de Córdoba, Argentina, 1918 -clic aquí para bajar el pdf o la Comuna de Mayo del 68 en Paris), pesa más el sentimiento nostálgico de la "gesta heroica" de unos mártires inmolados por las "fuerzas oficiales del orden" (Centro de Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954, Tlatelolco, México 2 de octubre de 1968, La Noche de los Lápices en La Plata, Argentina, el 16 de septiembre de 1976, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 16 de mayo de 1984, etc., etc., etc...). No se trata de pordebajiar el derecho adolescente y post-adolescente a desahogar su malestar personal, generacional, social y cultural. Todo jóven, por el mero hecho de serlo, tiene no sólo el derecho sino el deber personal de manifestar su descontento e insatisfacción expresándose incluso con violencia si fuere necesario. Pero, que a estas alturas del partido, los universitarios colombianos, que guardaron ocho años de silencio (dos promociones universitarias) con una prudencia cómplice ya fuese por miedo o por falta de animadores que los movilizasen, y cuando se hace evidente la injerencia de los mismos agentes y estrategias que prendieron la mecha en el Oriente Medio, decidan desempolvar las anacrónicas "formas de lucha" para fortalecer la retórica incoherente de unos burócratas calanchines que necesitan mostrar "fuerza" para mantener su eslaboncito en el poder oficial...
El pueblo unido jamás será vencido, Los cuerpos se entierran la sangre se venga, Por nuestros muertos ni un minuto de silencio toda una vida de combate, Por el derecho a la educación... ¡Pura mierda!
Detrás de su manipulada "protesta" están unos avivatos que medran del poder de convocación y se lucran de la pacificación negociada.  Muchachos, si van a ser anarquistas porque se les da la gana, al estilo barras bravas de los equipos de fútbol, o quieren tropeliar al estilo pandilla barrial por el goce de la adrenalina, o prefieren vivir la ilusión de una militancia política bastarda, haganlo, es posible que al final la experiencia acumulada los haga más maduros, comprensivos y tolerantes; pero, cuando sean actores de un evento social de trascendencia política, esfuércense por desenmascarar al manipulador que, oculto tras las bambalinas del discurso reivindicacionista, llena sus arcas de billete verde con la venta de insumos para la guerra y el control político. Si le parece muy paranoico el enunciado, pregúntese ¿Quiénes y qué están ganando con la invasión a Irak y la desestabilización de Túnez, Egipto, Libia, etc.?
Bueno, en fín, que toda esta carreta chocante y provocadora ha tenido como objeto tratar de encontrar un asidero teórico para comprender los orígenes (y los fines) de los recientes simulacros de "movimientos sociales" protagonizados por masas de jóvenes universitarios en los paises del noreste del continente africano y su correspondiente emulación en algunos paises latinoamericanos por unos grupúsculos de "universitarios" cuya "rebeldía" de marioneta pretende el reclamo reivindicativo de su derecho a ser explotados.
No importa cuánto tiempo haya pasado y cuanta baba se haya vertido sobre la ideología comunista, el prólogo de Engels al Manifiesto, edición alemana de 1883, sigue teniendo vigencia:

"La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx ."

martes, 29 de marzo de 2011

¿Cómo está su "educación" sexual?


C
omplejo el tema. Películas tijereteadas por contener escenas "de sexo explícito", canciones prohibidas por contener palabras como fokin, follar o joder (hasta a este blog le aplicaron la censura por hablar como hablo y decir lo que digo). Algo muy triste se pudre en la pseudo-conciencia de los censores. Que sea el siguiente escrito de Doña Isabel Allende el que ilumine rincones olvidados, sacuda polvos dormidos (literalmente) y exorcice diablillos vergonzantes. Todas las negrillas, itálicas y subrallados son mi intromisión (mis sinceras disculpas a la autora) 
El Sexo
Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile. Supongo que hasta entonces había permanecido en el limbo de la inocencia, pero no tengo recuerdos de aquella prístina edad anterior al sexo. Mi primera experiencia consistió en tragarme casualmente una pequeña muñeca de plástico.
-Te crecerá adentro, te pondrás redonda y después te nacerá un bebé - me explicó mi mejor amiga, que acababa de tener un hermanito.
¡Un hijo! Era lo último que deseaba. 
Siguieron días terribles, me dio fiebre, perdí el apetito, vomitaba. Mi amiga confirmó que los síntomas, eran iguales a los de su mamá. Por fin una monja me obligó a confesar la verdad. 
-Estoy embarazada -admití hipando.
Me vi cogida de un brazo y llevada por el aire hasta la oficina de la Madre Superiora. Así comenzó mi horror por las muñecas y mi curiosidad por ese asunto misterioso cuyo solo nombre era impronunciable: sexo.
Las niñas de mi generación carecíamos de instinto sexual, eso lo inventaron Master & Johnson mucho después. Sólo los varones padecían de ese mal que podía conducirlos al infierno y que hacía de ellos unos faunos en potencia durante todas sus vidas. Cuando una hacía alguna pregunta escabrosa, había dos tipos de respuesta, según la madre que nos tocara en suerte. La explicación tradicional era la cigüeña que venía de París y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba poco clara. A los siete años me prepararon para la Primera Comunión.
Antes de recibir la hostia había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé detrás de una cortina de felpa negra y traté de recordar mi lista de pecados, pero se me olvidaron todos. En medio de la oscuridad y el olor a incienso escuché una voz con acento de Galicia.
-¿Te has tocado el cuerpo con las manos?
-Sí, padre.
-¿A menudo, hija? 
-Todos los días...
-¡Todos los días! ¡Esa es una ofensa gravísima a los ojos de Dios, la pureza es la mayor virtud de una niña, debes prometer que no lo harás más! 
Prometí, claro, aunque no imaginaba cómo podría lavarme la cara o cepillarme los dientes sin tocarme el cuerpo con las manos. (Este traumático episodio me sirvió para Eva Luna, treinta y tantos años más tarde. Una nunca sabe para qué se está entrenando.)

Nací al sur del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial en el seno de una familia emancipada e intelectual en algunos aspectos y casi paleolítica en otros. Me crié en el hogar de mis abuelos, una casa estrafalaria donde deambulaban los fantasmas invocados por mi abuela con su mesa de tres patas. Vivían allí dos tíos solteros, un poco excéntricos, como casi todos los miembros de mi familia. Uno de ellos había viajado a la India y le quedó el gusto por los asuntos de los fakires, andaba apenas cubierto por un taparrabos recitando los 999 nombres de Dios en sánscrito. El otro era un personaje adorable, peinado como Carlos Gardel y amante apasionado de la lectura. (Ambos sirvieron de modelos- algo exagerados, lo admito- para Jaime y Nicolás en La casa de los espíritus.)
La casa estaba llena de libros, se amontonaban por todas partes, crecían como una flora indomable, se reproducían ante nuestros ojos. Nadie censuraba o guiaba mis lecturas y así leí al Marqués de Sade, pero creo que era un texto muy avanzado para mi edad; el autor daba por sabidas cosas que yo ignoraba por completo, me faltaban referencias elementales. El único hombre que había visto desnudo era mi tío, el fakir, sentado en el patio contemplando la luna y me sentí algo defraudada por ese pequeño apéndice que cabía holgadamente en mi estuche de lápices de colores. ¿Tanto alboroto por eso?
A los once años yo vivía en Bolivia. Mi madre se había casado con un diplomático, hombre de ideas avanzadas, que me puso en un colegio mixto. Tardé meses en acostumbrarme a convivir con varones, andaba siempre con las orejas rojas y me enamoraba todos los días de uno diferente.
Los muchachos eran unos salvajes cuyas actividades se limitaban al fútbol y las peleas del recreo, pero mis compañeras estaban en la edad de medirse el contorno del busto y anotar en una libreta los besos que recibían. Había que especificar detalles: quién, dónde, cómo. Había algunas afortunadas que podían escribir: Felipe, en el baño, con lengua'. Yo fingía que esas cosas no me interesaban, me vestía de hombre y me trepaba a los árboles para disimular que era casi enana y menos sexy que un pollo.
En la clase de biología nos enseñaban algo de anatomía y el proceso de fabricación de los bebés, pero era muy difícil imaginarlo. Lo más atrevido que llegamos a ver en una ilustración fue una madre amamantando a un recién nacido. De lo demás no sabíamos nada y nunca nos mencionaron el placer, así es que el meollo del asunto se nos escapaba ¿por qué los adultos hacían esa cochinada?
La erección era un secreto bien guardado por los muchachos, tal como la menstruación lo era por las niñas. La literatura me parecía evasiva y yo no iba al cine, pero dudo que allí se pudiera ver algo erótico en esa época. Las relaciones con los muchachos consistían en empujones, manotazos y recados de las amigas: dice el Keenan que quiere darte un beso, dile que sí pero con los ojos cerrados, dice que ahora ya no tiene ganas, dile que es un estúpido, dice que más estúpida eres tú y así nos pasábamos todo el año escolar. La máxima intimidad consistía en masticar por turnos el mismo chicle. Una vez pude luchar cuerpo a cuerpo con el famoso Keenan, un pelirrojo a quien todas las niñas amábamos en secreto. Me sacó sangre de las narices, pero esa mole pecosa y jadeante aplastándome contra las piedras del patio es uno de los recuerdos más excitantes de mi vida. En otra ocasión me invitó a bailar en una fiesta. A La Paz no había llegado el impacto del rock que empezaba a sacudir al mundo, todavía nos arrullaban Nat King Cole y Bing Crosby (¡Oh, Dios! ¿Era eso la prehistoria? ).
Se bailaba abrazados, a veces chic-to-chic, pero yo era tan diminuta que mi mejilla apenas alcanzaba la hebilla del cinturón de cualquier joven normal. Keenan me apretó un poco y sentí algo duro a la altura del bolsillo de su pantalón y de mis costillas. Le di unos golpecitos con las puntas de los dedos y le pedí que se quitara las llaves, porque me hacían daño. Salió corriendo y no regresó a la fiesta. Ahora, que conozco más de la naturaleza humana, la única explicación que se me ocurre para su comportamiento es que tal vez no eran las llaves.
En 1956 mi familia se había trasladado al Líbano y yo había vuelto a un colegio de señoritas, esta vez a una escuela inglesa cuáquera, donde el sexo simplemente no existía, había sido suprimido del universo por la flema británica y el celo de los predicadores. Beirut era la perla del Medio Oriente. En esa ciudad se depositaban las fortunas de los jeques, había sucursales de las tiendas de los más famosos modistos y joyeros de Europa, los Cadillac con ribetes de oro puro circulaban en las calles junto a camellos y muías. Muchas mujeres ya no usaban velo y algunas estudiantes se ponían pantalones, pero todavía existía esa firme línea fronteriza que durante milenios separó a los sexos.
La sensualidad impregnaba el aire, flotaba como el olor a manteca de cordero, el calor del mediodía y el canto del muecín convocando a la oración desde el alminar. El deseo, la lujuria, lo prohibido... Las niñas no salían solas y los niños también debían cuidarse. Mi padrastro les entregó largos alfileres de sombrero a mis hermanos, para que se defendieran de los pellizcos en la calle. En el recreo del colegio pasaban de mano en mano foto-novelas editadas en la India con traducción al francés, una versión muy manoseada de El amante de Lady Chatterley y pocket-books sobre las orgías de Calígula.
Mi padrastro tenía Las Mil y Una Noches bajo llave en su armario, pero yo descubrí la manera de abrir el mueble y leer a escondidas trozos de esos magníficos libros de cuero rojo con letras de oro. Me zambullí en el mundo sin retorno de la fantasía, guiada por huríes de piel de leche, genios que habitaban en las botellas y príncipes dotados de un inagotable entusiasmo para hacer el amor. Todo lo que había a mi alrededor invitaba a la sensualidad y mis hormonas estaban a punto de explotar como granadas, pero en Beirut vivía prácticamente encerrada. Las niñas decentes no hablaban siquiera con muchachos, a pesar de lo cual tuve un amigo, hijo de un mercader de alfombras, que me visitaba para tomar Coca-Cola en la terraza.
Era tan rico, que tenía motoneta con chófer. Entre la vigilancia de mi madre y la de su chófer, nunca tuvimos ocasión de estar solos. Yo era plana. Ahora no tiene importancia, pero en los cincuenta eso era una tragedia, los senos eran considerados la esencia de la feminidad. La moda se encargaba de resaltarlos: sweater ceñido, cinturón ancho de elástico, faldas infladas con vuelos almidonados. Una mujer pechugona tenía el futuro asegurado. Los modelos eran Jane Mansfield, Gina Lollobrigida, Sofía Loren. ¿Qué podía hacer una chica sin pechos? Ponerse rellenos. Eran dos medias esferas de goma que a la menor presión se hundían sin que una lo percibiera. Se volvían súbitamente cóncavos, hasta que de pronto se escuchaba un terrible plop-plop y las gomas volvían a su posición original, paralizando al pretendiente que estuviera cerca y sumiendo a la usuaria en atroz humillación. También se desplazaban y podía quedar una sobre el esternón y la otra bajo el brazo, o ambas flotando en la alberca detrás de la nadadora.
En 1958 el Líbano estaba amenazado por la guerra civil. Después de la crisis del Canal de Suez se agudizaron las rivalidades entre los sectores musulmanes, inspirados en la política pan arábiga de Gamal Abder Nasser, y el gobierno cristiano. El Presidente Camile Chamoun pidió ayuda a Eisenhower y en julio desembarcó la VI Flota norteamericana. De los portaaviones desembarcaron cientos de marines bien nutridos y ávidos de sexo. Los padres redoblaron la vigilancia de sus hijas, pero era imposible evitar que los jóvenes se encontraran.
Me escapé del colegio para ir a bailar con los yanquis. Experimenté la borrachera del pecado y del rockn'roll. Por primera vez mi escaso tamaño resultaba ventajoso, porque con una sola mano los fornidos marines podían lanzarme por el aire, darme dos vueltas sobre sus cabezas rapadas y arrastrarme por el suelo al ritmo de la guitarra frenética de Elvis Presley. Entre dos volteretas recibí el primer beso de mi carrera y su sabor a cerveza y a Ketchup me duró dos años. Los disturbios en el Líbano obligaron a mi padrastro a enviar a los niños de regreso a Chile. Otra vez viví en la casa de mi abuelo.
A los quince años, cuando planeaba meterme a monja para disimular que me quedaría solterona, un joven me distinguió por allí abajo, sobre el dibujo de la alfombra, y me sonrió. Creo que le divertía mi aspecto. Me colgué de su cintura y no lo solté hasta cinco años después, cuando por fin aceptó casarse conmigo.
La pildora anticonceptiva ya se había inventado, pero en Chile todavía se hablaba de ella en susurros. Se suponía que el sexo era para los hombres y el romance para las mujeres, ellos debían seducirnos para que les diéramos la prueba de amor y nosotras debíamos resistir para llegar 'puras' al matrimonio, aunque dudo que muchas lo lograran. No sé exactamente cómo tuve dos hijos. Y entonces sucedió lo que todos esperábamos desde hacía varios años. La ola de liberación de los sesenta recorrió América del Sur y llegó hasta ese rincón al final del continente donde yo vivía.
Arte pop, mini-falda, droga, sexo, bikini y los Beatles. Todas imitábamos a Brigitte Bardot, despeinada, con los labios hinchados y una blusita miserable a punto de reventar bajo la presión de su feminidad. De pronto un revés inesperado: se acabaron las exuberantes divas francesas o italianas, la moda impuso a la modelo inglesa Twiggy, una especie de hermafrodita famélico. Para entonces a mí me habían salido pechugas, así es que de nuevo me encontré al lado opuesto del estereotipo. Se hablaba de orgías, intercambio de parejas, pornografía. Sólo se hablaba, yo nunca las vi. Los homosexuales salieron de la oscuridad, sin embargo yo cumplí 28 años sin imaginar cómo lo hacen. Surgieron los movimientos feministas y tres o cuatro mujeres nos sacamos el sostén, lo ensartamos en un palo de escoba y salimos a desfilar, pero como nadie nos siguió, regresamos abochornadas a nuestras casas. Florecieron los hippies y durante varios años anduve vestida con harapos y abalorios de la India. Intenté fumar mariguana pero después de aspirar seis cigarros sin volar ni un poco, comprendí que era un esfuerzo inútil. Paz y amor. Sobre todo amor libre, aunque para mí llegaba tarde, porque estaba irremisiblemente casada.
Mi primer reportaje en la revista donde trabajaba fue un escándalo. Durante una cena en casa de un renombrado político, alguien me felicitó por un artículo de humor que había publicado y preguntó si no pensaba escribir algo en serio. Respondí lo primero que me vino a la mente: sí, me gustaría entrevistar a una mujer infiel. Hubo un silencio gélido en la mesa y luego la conversación derivó hacia la comida. Pero a la hora del café la dueña de casa -treinta y ocho años, delgada, ejecutiva en una oficina gubernamental, traje Chanel- me llevó aparte y me dijo que sí le juraba guardar el secreto de su identidad, ella aceptaba ser entrevistada. Al día siguiente me presenté en su oficina con una grabadora. Me contó que era infiel porque disponía de tiempo libre después de almuerzo, porque el sexo era bueno para el ánimo, la salud y la propia estima y porque los hombres no estaban tan mal, después de todo. Es decir, por las mismas razones de tantos maridos infieles, posiblemente el suyo entre ellos. No estaba enamorada, no sufría ninguna culpa, mantenía una discreta gargoniére que compartía con dos amigas tan liberadas cómo ella.
Mi conclusión, después de un simple cálculo matemático, fue que las mujeres son tan infieles como los hombres, porque si no ¿con quién lo hacen ellos? No puede ser sólo entre ellos o todos siempre con el mismo puñado de voluntarias. Nadie perdonó el reportaje, como tal vez lo hubieran hecho si la entrevistada tuviera un marido en silla de ruedas y un amante desesperado.
El placer sin culpa ni excusas resultaba inaceptable en una mujer. A la revista llegaron cientos de cartas insultándonos. Aterrada, la directora me ordenó escribir un artículo sobre 'la mujer fiel'. Todavía estoy buscando una que lo sea por buenas razones.
Eran tiempos de desconcierto y confusión para las mujeres de mi edad. Leíamos el Informe Kinsey, el Kamasutra y los libros de las feministas norteamericanas, pero no lográbamos sacudirnos la moralina en que nos habían criado. Los hombres todavía exigían lo que no estaba dispuestos a ofrecer, es decir, que sus novias fueran vírgenes y sus esposas castas. Las parejas entraron en crisis, casi todas mis amistades se separaron.
En Chile no hay divorcio, lo cual facilita las cosas, porque la gente se separa y se junta sin trámites burocráticos. Yo tenía un buen matrimonio y drenaba la mayor parte de mis inquietudes en mi trabajo. Mientras en la casa actuaba como madre y esposa abnegada, en la revista y en mi programa de televisión aprovechaba cualquier excusa para hacer en público lo que no me atrevía a hacer en privado, por ejemplo, disfrazarme de corista, con plumas de avestruz en el trasero y una esmeralda de vidrio pegada en el ombligo.
En 1975 mi familia y yo abandonamos Chile, porque no podíamos seguir viviendo bajo la dictadura del General pinochet. El apogeo de la liberación sexual nos sorprendió en Venezuela, un país cálido, donde la sensualidad se expresa sin subterfugios. En las playas se ven machos bigotudos con unos bikinis diseñados para resaltar lo que contienen. Las mujeres más hermosas del mundo (ganan todos los concursos de belleza), caminan por la calle buscando guerra, al son de una música secreta que llevan en las caderas.
En la primera mitad de los 80 no se podía ver ninguna película, excepto las de Walt Disney, sin que aparecieran por lo menos dos criaturas copulando. Hasta en los documentales científicos había amebas o pingüinos que lo hacían. Fui con mi madre a ver El Imperio de los Sentidos y no se inmutó. Mi padrastro les prestaba sus famosos libros eróticos a los nietos, porque resultaban de una ingenuidad conmovedora comparados con cualquier revista que podían comprar en los kioscos.
Había que estudiar mucho para salir airosa de las preguntas de los hijos (mamá ¿qué es pedofilia?) y fingir naturalidad cuando las criaturas inflaban condones y los colgaban como globos en las fiestas de cumpleaños. Ordenando el closet de mi hijo adolescente encontré un libro forrado en papel marrón y con mi larga experiencia adiviné el contenido antes de abrirlo. No me equivoqué, era uno de esos modernos manuales que se cambian en el colegio por estampas de futbolistas. Al ver a dos amantes frotándose con mousse de salmón me di cuenta de todo lo que me había perdido en la vida. ¡Tantos años cocinando y desconocía los múltiples usos del salmón! ¿En que habíamos estado mi marido y yo durante todo ese tiempo? Ni siquiera teníamos un espejo en el techo del dormitorio.
Decidimos ponernos al día, pero después de algunas contorsiones muy peligrosas -como comprobamos más tarde en las radiografías de columna- amanecimos echándonos linimento en las articulaciones, en vez de mousse en el punto G.
Cuando mi hija Paula terminó el colegio entró a estudiar Psicología con especialización en sexualidad humana. Le advertí que era una imprudencia, que su vocación no sería bien comprendida, no estábamos en Suecia. Pero ella insistió. Paula tenía un novio siciliano cuyos planes eran casarse por la iglesia y engendrar muchos hijos, una vez que ella aprendiera a cocinar pasta. Físicamente mi hija engañaba a cualquiera, parecía una virgen de Murillo, grácil, dulce, de pelo largo y ojos lánguidos, nadie imaginaría que era experta en esas cosas.
En medio del Seminario de Sexualidad yo hice un viaje a Holanda y ella me llamó por teléfono para pedirme que le trajera cierto material de estudio. Tuve que ir con una lista en la mano a una tienda en Ámsterdam y comprar unos artefactos de goma rosada en forma de plátanos. Eso no fue lo más bochornoso. Lo peor fue cuando en la aduana de Caracas me abrieron la maleta y tuve que explicar que no eran para mí, sino para mi hija. Paula empezó a circular por todas partes con una maleta de juguetes pornográficos y el siciliano perdió la paciencia. Su argumento me pareció razonable: no estaba dispuesto a soportar que su novia anduviera midiéndole los orgasmos a otras personas.
Mientras duraron los cursos, en casa vimos videos con todas las combinaciones posibles: mujeres con burros, parapléjicos con sordomudas, tres chinas y un anciano, etc. Venían a tomar el té transexuales, lesbianas, necrofílicos, onanistas, y mientras la virgen de Murillo ofrecía pastelitos, yo aprendía cómo los cirujanos convierten a un hombre en mujer mediante un trozo de tripa.
La verdad es que pasé años preparándome para cuando nacieran mis nietos. Compré botas con tacones de estilete, látigos de siete puntas, muñecas infladas con orificios practicables y bálsamos afrodisíacos, aprendí de memoria las posiciones sagradas del erotismo hindú y cuando empezaba a entrenar al perro para fotos artísticas, apareció el Sida y la liberación sexual se fue al diablo. En menos de un año todo cambió. 
Mi hijo Nicolás ya se cortó los mechones verdes que coronaban su cabeza, se quitó sus catorce alfileres de las orejas y decidió que era más sano vivir en pareja monogámica. Paula abandonó la sexología, porque parece que ya no era rentable, y en cambio se propuso hacer una maestría en educación cognoscitiva y aprender a cocinar pasta con la esperanza de encontrar otro novio. Lo encontró, se casaron y luego vino la muerte y se la llevó, pero esa es otra historia. Yo compré ositos de peluche para los futuros nietos, me comí la mousse de salmón y ahora cuido mis flores y mis abejas.

viernes, 25 de marzo de 2011

Liz Taylor - Stanley Kubrick, los colores de la mirada en el cine


Desde mi pretensiosa y no muy fundamentada opinión, la Taylor no era una super actriz de esas que, digamos, influyera en la evolución del trabajo actoral (a pesar de sus cinco nominaciones a los premios oscar de La Academia, de haber obtenido dos de ellos y de haber sido reconocida como la séptima mejor estrella femenina de Los Primeros Cien Años del Cine Norteamericano por el American Film Institute en 1999); pero, dados su numerosa filmografía, la calidad del elenco que la acompañó en gran parte de ella y el célebre violeta de sus ojos, me parece inapelable el deber de reseñar su deceso este miércoles 23 de marzo de 2011 en el hospital Cedars-Sinai Medical Center de Los Angeles, California. Elizabeth Rosemond Taylor nació en Hampstead, un barrio del noroeste de Londres. Tanto su padre, un comerciante de arte, como su madre, Sara Viola Warmbrodt (una ex actriz cuyo nombre artístico era Sara Sothern) eran originarios de Arkansas City, Kansas, Estados Unidos.
Precisamente, fue doña Sara Viola quien la introdujo desde niña en el universo de los plató, las luminarias y la acción:  En 1944, a la edad de 12 años, junto con Mickey Rooney y Angela Lansbury, actores también jóvenes, se hizo famosa con la película National Velvet, que narraba las peripecias de un caballo de carreras. A sus 14 añitos rodó El coraje de Lassie y poco después una versión de Mujercitas. Su siguiente gran éxito sería El padre de la novia (1950), junto a Spencer Tracy con la dirección de Vincente Minnelli. Y desde entonces aportó su imagen a la historia del cine con películas como Un lugar en el sol (1951) con Montgomery Clift, Ivanhoe (1952) con Robert Taylor y Joan Fontaine y Gigante (1956) con James Dean y Rock Hudson. Además de recibir dos premios Óscar por Una mujer marcada (1960) y ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966) alcanzó el récord, sólo igualado por Marlon Brando, de cuatro nominaciones a las estatuillas en cuatro años consecutivos:  Postulada en la categoría de Mejor Actriz por su trabajo en El árbol de la vida (1957), Cat on a Hot Tin Roof (La gata sobre el tejado de zinc, 1958, junto a Paul Newman (su interpretación la hizo acreedora a su segunda nominación al premio Óscar por Mejor Actriz y primera candidatura al galardón BAFTA como Mejor Actriz Británica); Suddenly, Last Summer (De repente el último verano, 1959, junto a Katharine Hepburn y Montgomery Clift, cinta que le proporcionaría su primer Globo de Oro y otra nominación al Óscar). Su estatus de "Estrella" quedó consolidado en 1963 cuando protagonizó Cleopatra, la película más costosa en la industria cinematográfica hasta entonces (la Taylor fue la primera actriz en cobrar la, en ese tiempo escandalosa, suma de un millón de dólares, que multiplicó por siete debido a los múltiples retrasos y contratiempos del rodaje y a las gabelas de taquilla contempladas en su contrato). Fue en el rodaje de esta película cuando conoció a Richard Burton, con quien se casaría dos veces para completar su exótica colección de siete esposos en ocho matrimonios. Chao, Liz... ¡Que te rompas una pierna!
Pero, como los dioses suelen volver al Olimpo en Primavera, este mes de marzo ha sido escogido como el vehículo oficial de, ése sí IMPRESCINDIBLE en la historia del cine arte o cine de culto, Stanley Kubrick (el Bronx de Nueva York, Estados Unidos, 26 de julio de 1928 – Harpenden, Hertfordshire, Reino Unido, 7 de marzo de 1999). Ahora, a doce años de su partida, resignados a ver cómo degenera el concepto fundacional del cine como Séptimo Arte por el del cine industria, quizá resulte útil rendirle un modesto tributo a la memoria de quien, a mi parecer, es uno de los Directores más determinantes de la historia del cine, al lado de Orson Welles, Andrei TarkovskiSergéi Eizenshtéin,  Akira Kurosawa, la Nueva Ola francesa, el Neorrealismo italiano, el Nuevo Cine Alemán y Dogma 95; de todos los cuales pareció haber tomado elementos del simbolismo, la coreografía, el encuadre, la composición, la narrativa, el montaje y el manejo de los tiempos (en alguna de sus entrevistas aludió a Max Ophüls y Sergéi Eisenstein como sus dos referencias cinematográficas más influyentes, el primero por su trabajo con la cámara y el segundo por su técnica de montaje). Aunque es posible que, más que a todos aquellos, hubiese debido la magistralidad de su arte a la práctica de sus tres disciplinas favoritas:  la fotografía, que practicaba desde niño con una cámara réflex, regalo de sus padres y gracias a la cual pudo trabajar para la revista Look, donde se labró una reputación profesional haciendo reportajes fotográficos a importantes estrellas del momento; la música en general, el jazz en particular (llegó a tocar la batería en la Taft Swing Band) que le permitió a lo largo de toda su carrera decidir todos los aspectos relacionados con la banda sonora de sus películas, hasta el punto de llegar a prescindir de compositor para seleccionar piezas de música clásica, como en 2001: Odisea del espacio,  en la cual sustituyó en el último momento la banda sonora original de Alex North  por la versión clásica de Así habló Zarathustra de Richard Strauss; y el ajedrez que agudizó su percepción de la totalidad y fortaleció su capacidad de análisis de los detalles; gracias a su práctica subsistió durante un inestable período de su vida y se lo reconoció homenajeándolo en algunas de sus películas (Atraco perfecto o 2001: Odisea del espacio) Si se juzga su maestría por la cantidad de películas realizadas, quizá no salga bien librado ("sólo" trece películas); pero, si se tiene el privilegio de apreciar su trabajo en películas como 2001- Odisea del espacio, La naranja mecánica, El resplandor, Lolita, Full Metal Jacket y Dr. Strangelove, sólo se puede exclamar un estruendoso ¡Ufff! 
Finalmente, de las pocas figuras vinculadas a la farándula colombiana que se hayan ganado el aprecio popular y el respeto general por el innegable valor de su trabajo incansable en pro de La cultura, Doña GLORIA VALENCIA DE CASTAÑO, junto con su amante esposo Don Alvaro Castaño Castillo, ocupa un lugar destacado en el sentimiento de todos los colombianos. Ayer 24 de marzo, precisamente en el Dia del Locutor, se nos fue y desde ya nos está haciendo falta. Gracias Doña Gloria, por todo lo que nos brindó.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Un poco de esoterismo con algo de pseudo- historia para entender el asunto Libia

Por supuesto, hay una nata espesa de charlatanería y superstición; pero si logra penetrarla puede usar el material para escribir novelas al estilo Dan Brown, o descifrar tras las aparentes infantiladas la causa única y verdadera de todas las empresas humanas: El hambre de poder. Es una serie de 16 o más videos ; aquí me permití la arbitriaridad de escoger dos, porque mi sentido crítico me hacía dar sueño. Para verlos todos se puede enlazar clicando sobre la imagen al finalizar cualquiera de los dos videos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Los terremotos de Japón; una calamidad de PlayStation

Son tragedias de tal magnitud, que sospechar de sus orígenes nos hace ver como locos  paranoicos o maniáticos mesiánicos. Pero, a los colombianos que vimos estupefactos la manera en que el pueblo de Armero (departamento de Tolima, Colombia) fue borrado del mapa  con 20.000 de sus habitantes por una avalancha de lodo y piedras el 13 de noviembre de 1985, siete días después del holocausto del Palacio de Justicia, cuando parecía inevitable el Juicio de responsabilidades sobre belisario betancur (cobarde presidente de la república que se escondió mientras los militares perpetraban la masacre), cada vez que contemplamos un desastre natural como los terremotos de Chile, Haití y Japón, se nos vuelven a aparecer los fantasmas de una intervención político-técnico-militar con fines que cada vez resultan más obvios y predecibles.
El "muestreo" de los efectos físicos, sociológicos, económicos y políticos en tres paises representativos de los tres mundos de la geopolítica global puede brindar información definitiva en el diseño de estrategias macrofinancieras de escala global como recurso extremo del sistema capitalista para retrasar su inexorable crack.  En el caso de Haití como pais perteneciente a la esfera de los paises tercermundistas, una catástrofe como la del 12 de enero de 2010 en el cual fallecieron 316.000 personas, dinamizó la circulación de efectivo bajo la cobertura de envío de tropas y donaciones voluntarias justificadas como "ayuda humanitaria" (un año después, Haití sigue igual y el billete retornó a la banca). El terremoto de Chile (país del mundo dos), el 27 de febrero de 2010, con apenas 525 muertes, permitió observar que en paises en los que se ha consolidado un sistema oligárquico autóctono son más eficaces los métodos de penetración ideológica, represión militar y apertura de mercado. El terremoto de Japón, competidor fuerte por el predominio económico en los paises del mundo uno) era un  terremoto largamente esperado, no sólo por vulcanólogos y estudiosos de los sismos, sino por el grupillo de personajes a quienes se alude en esta entrada.
Vivimos (y morimos) en un mundo en el que vemos materializarse los más alucinantes relatos de la Ciencia-ficción. Ya no se trata del rumor apocaliptero sobre "el fín de los tiempos" y hay que estar muy  rallado (y rayado) para tomar los acontecimientos como una "señal" de la inminente "segunda venida de cristo" o pretender descubrir tras los eventos la infantil injerencia de unos "hombrecitos grises" o vestidos de negro, o protagonistas oscuros de rituales masónicos que planean y ejecutan intervenciones a escala sobre el ecosistema y la existencia de algunos individuos, quien sabe con qué fines. ¡No! Hoy los conspiradores  y sus fines son groseramente vistosos: TRUSTS & CASH (Ver Esto no es una pipa). En el año 2007 Benjamín Fulford, un inquieto periodísta canadiense, publicó un informe sobre una "misteriosa" conspiración contra Japón cuyo objetivo eran las centrales nucleares. Fulford analizaba las causas por las que se producen  acontecimientos tan terribles como el tsunami de Indonesia, el ciclón de Myanmar o el terremoto de China, todos ellos ligados a razones políticas y económicas concebidas y ejecutadas por ostensibles figuras del poder político del sistema capitalista. 

El núcleo operativo de esas acciones es un complejo sistema de generación y teledirección de ondas energéticas bajo forma de rayos e, incluso, de bolsas de plasma, conocido como Proyecto HAARP (Ver mi entrada respectiva)  Para aquellos que aun duden de la existencia de esta mortal y terrible arma, una de las personas que aparece en el video explicando en qué consiste el tal proyectico es el encargado de Relaciones Públicas del Proyecto HAARP. 
De todas maneras, trátese de paises del tercer, segundo o primer mundo, las víctimas objeto de los experimentos vivencian y transmiten su drama en relación directa con los intereses publicitarios de los medios informativos. Las imágenes de los haitianos exhibiendo su miseria ante el morbo lastimero de los noticieros  tuvieron una diagramación diametralmente opuesta a las escenas de solidaridad y coraje de los chilenos y ni qué decir de las imágenes dantescas de la tragedia japonesa, en las cuales pese a la violencia arrasadora de los acontecimientos y el número creciente de víctimas se siente una "distancia" entre la  realidad padecida por los japoneses y la intensidad dramática con que los percibimos los televidentes. Quizás sea la influencia espiritual del Sintoismo, tal vez sea la traza genética de los herederos de las consecuencias de la segunda guerra mundial; incluso puede haber vestigios de la disciplina samuray en el aparente mutismo del carácter japonés, lo cierto es que los muchos reportes gráficos y televisivos sobre la tragedia no lograron trasmitirme una emoción coherente con la trascendencia del evento. Hay tanta geometría en las escenas, tanto de coreografía en el comportamiento de los damnificados, tanto esmero en el cuidado de los objetos materiales por encima de su propia protección, que acaban haciéndose irreales, como de juego de playstation o escena de godzilla.
 
 
 
 
Nota: Algo bueno (con perdón) del stand by impuesto por la expectativa de las plantas nucleares es que tuvieron que desentenderse de Libia ¿Cómo se percatarían de que no valía la pena tratar de desestabilizar un conglomerado tribal?

lunes, 14 de marzo de 2011

Una coz con un dolor mucho más profundo que el de una ofensa personal

Por adelantado, mis excusas por el exceso de carga personal y subjetiva de esta entrada. Traté de eludirla y la postergué hasta cuando me fue posible; pero, finalmente, claudiqué. Les ruego a los posibles lectores un  toque de comprensión: juro solemnemente que no lo volveré a hacer.
Cuando mi padre, un español de Valencia, era un "chavalillo", encontró en el piso de la cava de la casa paterna un polluelo pelón y extraño que parecía tocado por la parca. Su madre le dijo que era un pichón de lechuza al que tal vez la madre lechuza o un hermano lechucito habían sacado del nido; le armó una caja  tibia y oscura y le proveyó de los trozos diarios de jamón y  carne cruda, que mi padre la aplicaba con un rigor monacal durante constantes e interminables sesiones diarias (el animalejo parecía no tener fondo). Quizás fuese la causa para haber sido lanzado del nido, o quizás fuese la  consecuencia del desafortunado aterrizaje, lo cierto es que el avecilla resultó con la garra derecha atrofiada; pero ello no impidió su veloz crecimiento ni limitó su capacidad de vuelo... Un atardecer de finales de enero, la gatuna ave agitó sus alas y remontó el horizonte crepuscular y frío... El vacío que sintió mi padre no fue menos intenso que la conmoción con que lo sacudió la mirada silenciosa de un par de lámparas redondas que le hablaban desde el alfeizar de la ventana de su habitación algunos meses después. Ahora convertida en un magnífico ejemplar saludable, libre y manso, fue considerada desde entonces un miembro de la familia. Sin saber si era macho o hembra, mi abuelo le puso el nombre de Alba. Años después, cuando mi padre viajó a París a estudiar medicina, Alba cayó en depresión, perdió sus plumas y una mala mañana mi abuela la encontró muerta a los pies de la cama de mi padre.
Para danzar al ritmo de las finas notas de la íntima Melodía tocada por el destino, sólo hay que tener memoria: Ya en París, a comienzos de los ochenta, a dos años de graduarse de galeno, mi padre tropezó en la Rue de Vaugirard con una colombianita flaca y pálida que estudiaba musicología... El amarillo de su cabello, el blanco de su tez, la oscuridad de sus pupilas y la parsimonia de su mirada le revivieron la impronta de Alba y lo ataron a su destino con unos lazos que cada vez se ven más sólidos. Ni qué decir que desde aquel entonces Isabel, mi madre, tuvo que resignarse a un nuevo nombre familiar con el que ya la saludan hasta sus amistades.
Como los tahures, yo nací en Montecarlo durante el periodo de internado de mi padre, y, como Grenouille, el personaje de El Perfume (clic aquí para bajar el pdf), ví la luz primera en un puerto (Una bodega en La Condamine, que mis padres adecuaron al estilo loft, "bohemio" y chicanero). El aroma a salitre y el rumor del oleaje que nutrieron  mis primeros cuatro años sensibilizaron mis fosas nasales para el oxígeno de las montañas caldenses y mi oido para el canto de sus arroyos con el estribillo del viento andino y el coro desordenado de nubes enteras de pájaros multicolores. En un pueblito del norte del departamento de Caldas, entre las burlas de los niños que me hacían hablar "paggga gozagseee mi azzcentooo" y la generosidad natural de los caldenses en general (general, generoso -como para un calambur) cursé sin darme cuenta la primaria y el bachillerato, hasta una madrugada de un enero en que tuve que tomar la primera de las pocas decisiones trascendentales de mi vida: Abandonar el pueblo con novia, amigos y Alba (¡!) para volver por mis orígenes a cursar "estudios superiores". Ah, la Alba que dejaba NO era mi madre...
Tenía yo ocho años cuando, de regreso de la escuela, encontré un corrillo de muchachos que practicaban puntería con una lechuza amarrada a un tronco. Alcancé a recibir algunas pedradas y un par de débiles picotazos, pero logré desatarla y llevármela para mi casa (por esa suerte extraña que siempre me ha acompañado, algunos de los niños me ayudaron y acabaron estableciendo conmigo una amistad cuyos vestigios aún perduran). Mi llegada a la casa con un ave moribunda desencadenó en mis padres un tsunami de recuerdos, nostalgias y sentimientos adormilados que (a decir de mi tío aprendiz de brujo) constituyeron mi bautizo iniciático en una cofradía que algún día se me hará manifiesta. Fue esa la primera vez que vi llorar a mi padre como dicen en Bogotá, "a moco tendido". Mi madre, también con los ojos anegados, me apretó contra su pecho y guardó un silencio denso tan sólo interrumpido por unos suspiros tan hondos que más parecían venir del centro de la tierra que ser exhalados por mortal alguno. Transcurrida una eternidad, mi padre se sobrepuso del impacto emocional y, dueño al fín de sus decisiones, tomó la lechuza, le entablilló la garra derecha, le suministró sueros y le preparó una caja tibia y oscura. Luego me sentó en sus piernas y entre él y mi madre me contaron la historia que relaté en la primera parte. Varios días después, mi padre me permitió ver a la lechuza que, aunque tendida en la caja, ya levantaba y rotaba la cabeza para arrebatarme las tiritas de carne que mi madre preparaba para que yo se las diese. Casi pierdo ese año escolar por estar pendiente del pajarraco; pero la recompensa fue inefable cuando, una mañana en que me disponía a salir para la escuela, la visité para darle su ración y la encontré fuera de la caja, asentada en el espaldar de un taburete, extendiendo suavemente sus enormes alas. Cuando volví a la casa a las cuatro de la tarde, la ingrata se había ido. ¡Como en una iluninación, comprendí por la vía visceral la sensación de vacío de mi padre cuando chico! y ¡Como en un Déjà vu! descifré los sentidos del silencio cuando, un par de meses después, hacia las once de la noche, la vi entrar por mi ventana  planeando sigilosa y posarse suavemente en la saliente del ropero. Desde entonces iba y venía y nos acostumbramos, yo al abismo de sus ojos oscuros que parecían bailar break dance en el corazón de su cabeza con un ulular grave y trémulo y ella a mis impertinencias de niño que se empeñaba en ofrecerle trozos de carne cocida (que nunca me recibió). Por supuesto, ya habrán adivinado quiénes la bautizaron y qué nombre le pusieron. Si la experiencia de mi padre con la primera Alba le marcó el derroteró de su profesión (el cuidado de los enfermos), la segunda me signó con la predisposición a la percepción anticipatoria de los más sutiles e imperceptibles detalles (la simbiosis Dorian-Alba fue tan notable que mis compañeros de grado 11 me apodaron Harry porque les parecía bastante notable la coincidencia entre mi caso y el de una novela inglesa de relatos juveniles recién editada: Harry Potter y la piedra filosofal).
Quizás haya sido por la inconsciente ingratitud de la adolescencia o por esa hambre de mundo que lo hace a uno olvidarse de los seres más queridos, lo cierto es que invertí los intervalos vacacionales de los dos primeros años universitarios en tratar de recorrer el mundo sintiéndome siempre acompañado de mis padres a través del Skype, pero olvidado de Alba que seguía muy juiciosa frecuentando mi ropero. Cuando, por fín al tercer año me digné visitarlos fue para salirles con el capricho estúpido de que se vinieran a vivir a Bogotá para escapar de la violencia paramilitar que ya preconizaba los ocho años del salgareño. Así lo hicieron seis meses después... Quienes compraron la casa corrieron a Alba a escobazos, cambiaron el bahareque por ladrillo y el tejado por una plancha de concreto. En 2003 volví al pueblo con la necesidad de ver a Alba (bajo el pretexto laboral de hacer un documental para la BBC sobre el desplazamiento rural por conflictos sociales).  El miedo en el pueblo  era un ambiente denso; el silencio se pegaba en la piel, los viejos esquivaban la mirada y una piara de tipos vestidos de camuflado acechaba desde las esquinas y las bancas de la plaza.  Dos horas después de mi llegada al pueblo fui conducido por un par de paracos ante su comandante, quien me rompió la cámara y me dio cuatro horas de plazo para que abandonara el pueblo. Con voz casi inaudible y con mirada de pájaro cuando bebe agua, el dependiente de la empresa de transporte me dijo que esos tipos habían  acribillado a Alba a tiros de metralleta. Desde entonces me acompaña el recuerdo persistente de su imagen  imponente y silenciosa, al punto de haber usado como mi emblema personal una de las fotografías que le tomé en 1997 que es la que se puede apreciar en el avatar y en los favicons de esta página (y que he visto reproducida en otros sitios sin mi crédito).
Es por todo lo anterior que me impactaron tan profunda y personalmente las imágenes del futbolista pateando una lechuza en el estadio de Barranquilla.
 
 No quiero hacer  ningún tipo de juicio al respecto; pero sentía que necesitaba desahogar mi tristeza y rendirle mi tardío e inútil homenaje  a una de las especies animales más bellas, inteligentes y amorosas con las que muy pocos humanos hemos tenido el privilegio de compartir un breve trayecto de esta lenta agonía.
PD. Algún dia mi abuelo paterno me explicó la razón del nombre de Alba: Tyto alba es el "nombre científico" de las lechuzas de campanario.