jueves, 9 de mayo de 2013

De cadáveres ilustres, paradigmas obsoletos y profecías redivivas

Por allá en el mes de septiembre de 2012, motivado por la conmoción colectiva ante lo que se creía el inminente cumplimiento de unas “profecías mayas” que presagiaban el fin del mundo para diciembre de ese año, quise escribir un texto de revisión a los modelos arquetípicos que contribuyeron a la constitución cultural de nuestro mundo actual. Quería echar patafísica sobre la trascendencia cultural de la objetividad narrativa en los historiadores ingleses, los efectos soporíferos de la muerte de la pasión en la neutralidad del análisis socio crítico de la filosofía de la segunda mitad del siglo XX y la necesidad para la iglesia católica de revitalizar los valores sociales, actualizando si le fuese necesario, su cartapacio de mitos y rituales.
En mis apuntes de borrador tenía registrados el nombre del más grande de los historiadores vivos, el de el más influyente de los maestros de historia de la filosofía en Colombia que estaba próximo a recibir un reconocimiento del ministerio de educación nacional, algunas sugerencias a las relaciones de Benedicto XVI con la burocracia y la banca vaticanas, y una breve opinión sobre los errores estratégicos de buscar la perpetuación en el poder de un caudillo popular en las elecciones venezolanas a celebrarse en octubre de ese año.
Pero, (quienes se la han jugado al azar literario me entenderán) el Arcano es un demiurgo mordaz y caprichoso que se regodea en someternos a su mayestática voluntad: ese dos de octubre murió Eric Hobsbawm, a quien este patafísico consideraba el único gran historiador sobreviviente; tuve que borrar algunos párrafos para darle cabida a la inaplazable reseña biográfica y bibliográfica del apreciado historiador. El viaje apresurado desde Cuba a Venezuela de su Presidente Hugo Rafael Chávez Frías para ganar las elecciones por una notable diferencia le dio un nuevo giro a los apuntes, y así, casi sin darme cuenta, se cumplió el inexorable plazo para el fin del mundo…
Fue la locura total: ¿Qué hacer con los apuntes anteriores? ¿A qué sucesos dar prioridad? ¿Sería posible intentar encadenar el relato de los eventos sin terminar haciendo una caricatura de novela de ciencia ficción?... Llegó enero del 2013… Ese cinco de enero falleció el Profesor Guillermo Hoyos Vázquez, aquel influyente maestro de historia de la filosofía cuya reseña aún conservaba en los borradores. No sobra decir que había que re-replantear las cosas.
En esas estaba cuando Benedicto XVI anunció al mundo católico su renuncia irrevocable al cargo de pontífice. Las especulaciones sobre las profecías de Malaquías y Nostradamus, que anunciaban el advenimiento del “último papa”, el relámpago sobre la cúpula de la Capilla Sixtina el día que Ratzinger anunció su dimisión y las especulaciones de café sobre las características políticas y doctrinales del nuevo Papa contribuyeron al congelamiento, que ya parecía momificación, de este escrito. Llegaron los Cónclaves, pasaron las fumatas y la gaviota… Ni modo, mejor publicar lo que tengo antes de que envejezca (los textos que no son leídos oportunamente envejecen de un modo lamentable).
Así pues que, para no darle más largas al asunto (y, por supuesto, rindiéndoles mis sinceras excusas si esta entrada no satisface sus expectativas) me limitaré a publicar esta modesta reseña, advirtiendo que justifico su precariedad ateniéndome a la abundancia de información que sobre todos y cada uno de los tópicos tocados se consigue fácilmente en la nube.
Comenzaré por lamentar la muerte en la madrugada del 1 de octubre de 2012 en el Royal Free Hospital de Hampstead de Londres, Inglaterra, de Eric John Ernest Hobsbawm (un error administrativo alteró tipográficamente su apellido paterno Hobsbaum). Nacido el 9 de junio de 1917 en Alejandría, Egipto, vivió su infancia en Viena y Berlín pero su familia se trasladó a Reino Unido cuando Hitler asumió el poder en Alemania. Allí, junto a personajes como Edward Palmer Thompson, Maurice Dobb, Rodney Hilton y Christopher Hill, conformó el grupo de los “marxistas británicos”, una generación de historiadores que puso su mirada en las clases oprimidas y desplazó a un segundo plano el relato histórico mitificador que privilegiaba la narración de los vencedores. De allí su recurrencia a situar el fenómeno de los bandidos sociales en el terreno del contexto social e histórico desde el planteamiento de que muchos relatos heroicos son inventados por élites nacionales para justificar el prestigio de sus apellidos en la historiografía de sus respectivas naciones.
La obra de Hobsbawm no deja indiferente al lector. Su visión aguda y su relato apasionado, vibrante y documentado, provisto de un lenguaje claro y accesible hasta el punto de rozar el ámbito poético, deja entrever un manejo objetivo de las teorías marxistas, un conocimiento científico de la historia y un muy rico bagaje cultural. Además de su atracción por el desarrollo de las tradiciones (La invención de la tradición) centró su interés de historiador en el análisis de la que llamó la "Revolución Dual" (Revolución francesa y Revolución Industrial británica) y lo registró en la que algunos consideran la más accesible, renovadora y apasionante historia universal contemporánea: su tetralogía Three Ages: The Age of Revolution: Europe 1789–1848 (1962), The Age of Capital: 1848-1875 (1975), The Age of Empire: 1875–1914 (1987) y The Age of Extremes(1994), publicada en español como Historia del siglo XX (descargue pdf) Su más reciente publicación fue su autobiografía Interesting Times. El último texto que publicó en español, Cómo cambiar el mundo, fue uno de los mejores libros del 2011.
Un aspecto poco conocido de Hobsbawm fue su amor al jazz (en su autobiografía, el historiador relata que fue introducido al género por su primo Denis Preston, estudiante de viola, en 1933). Su pasión llegó hasta el punto de llevarlo a escribir como crítico de jazz en el New Statesman con el seudónimo Frankie Newton -el trompetista de Billie Holiday. En 1959 publicó The Jazz Scene, libro que se aproximaba a una historia social del jazz. En él, el historiador se remonta a los orígenes africanos del género para tratar de comprender la evolución de la música folclórica negra en los Estados Unidos como elemento articulador de una forma de resistencia social. El carácter cohesionador de las minorías raciales tiene especial importancia en su análisis, pues su perspectiva marxista le permite advertir que las transformaciones notables en la arquitectura histórica son un hecho que obedece, primordialmente, a cambios en la forma de pensar y, por ende, de actuar, de los individuos.
Hobsbawm era muy conocido en América Latina, región que visitaba con frecuencia para ofrecer conferencias, charlas y entrevistas. Cuando visitó Colombia en 1963, escribió que había descubierto un país en el que la evasión de una revolución social había hecho de la violencia una constante universal y omnipresente en el centro de la vida pública. Hoy, cincuenta años después, no nos queda más que admirarnos de sus dotes de visionario.
Guillermo Hoyos Vásquez, el filósofo como funcionario de la humanidad
En la madrugada del 5 de enero de este año murió en Bogotá Guillermo Hoyos Vásquez, maestro de varias generaciones de colombianos y referencia ineludible en el quehacer académico iberoamericano. Nacido en Medellín, Antioquia, en 1935, este ex sacerdote jesuita se inició en los paganismos de la filosofía transitando por los senderos teológicos de la Universidad Sankt Georgen Graduate School of Philosophy en Fráncfort (Alemania) país al que viajó en 1963 y donde fue seducido por la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, sobre todo la vertiente comunicacional de Jürgen Habermas, y el pensamiento de Edmund Husserl, sobre quien culminó con honores su doctorado en la Universidad de Colonia.
A su regreso de Alemania, influido por la ética husserliana, hizo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá (a la que siempre reconoció como la mejor universidad del país) su centro de trabajo, orientando sus predicamentos en el sentido del compromiso social. Desde el presupuesto de que la buena filosofía tiene un uso público que urge reforzar y una presencia en cada una de las esferas sociales que importa promover, impulsó el que consideraba el ethos académico: tender un puente dinámico entre la universidad y la sociedad a la que pertenece porque, de no ser así, el sentido del quehacer universitario terminará alienado en la reflexión ensimismada y regido por las ansias de competitividad. Consecuente con esa convicción, nunca se cansó de advertir a las universidades que la sociedad no solo requiere investigadores sino ciudadanos deliberativos, comprometidos con la reciprocidad y la solidaridad. Ese fue su gran empeño a lo largo de sus cuarenta años de magisterio no solo en la U. N., sino también en la OEI, la Editorial Siglo del Hombre, la Fundación ÉTNOR, la Cátedra UNESCO de la Universidad de Valencia y la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía que fundó a principios de la década de los noventa con Javier Muguerza y Manuel Reyes Mate. En el año 2000, al jubilarse de la U. N. fue invitado por el padre Gerardo Remolina, entonces rector de la Universidad Javeriana, para asumir la dirección del Instituto Pensar (Instituto de Estudios Sociales y Culturales). Todo lo anterior fue lo que le reconoció el Ministerio de Educación de Colombia al concederle el Premio Simón Bolívar Orden Gran Maestro Vida y Obra en noviembre del 2012, apenas dos meses antes de su muerte.
La abdicación de Benedicto XVI: tratar de sacar el agua de una barca que siempre ha hecho agua
De todos los paradigmas de que haya echado mano la cultura occidental para configurar el ideario de su ser en el mundo, el religioso es el más artificial, inconsistente e incongruente. Por su connivencia con emperadores, invasores y tiranos, el catolicismo, una herramienta política disfrazada de religión, inventado por los emperadores latinos para cohesionar el mosaico ideológico de sus colonias, ha tenido que priorizar el aspecto doctrinal sobre el espiritual. A fuego y cruz ha conseguido imponerse como doctrina; pero el eclecticismo de las fuentes de las que ha recabado la información esencial acabó desvaneciendo la clave mística que le hubiese permitido constituirse como religión. La diferencia es abrumadora: Una doctrina tiene unos intereses objetivos claramente delimitados por la ideología dominante, una religión establece vínculos entre los segmentos individuales de Conciencia y el Gran Ser Universal; una doctrina es preceptiva, una religión es reflexiva; una doctrina se difunde a fuerza de prédicas “misioneras” que atacan y destruyen mitos y creencias arquetípicas para imponer sus postulados como “verdad” inefable, una religión re-liga los miembros de una comunidad con sus fuerzas ancestrales. Tales características son las que hacen que la diferencia entre la meditación budista, el trance vudú, la contemplación sufí o la transmigración chamánica, vs la “oración” y “penitencia” cristianas, sea más trascendental que el aspecto formal de sus respectivos rituales.
Precisamente por su origen político y naturaleza doctrinal, la organización romana no ha podido ni podrá escapar a ese destino espurio que la entrelaza simbióticamente a los vericuetos de los poderes político y económico de todos los tiempos y gobiernos de occidente. Es desde tal acervo político que se puede explicar el asesinato de Juan Pablo I y la impostura de juan pablo II con la misión específica de erradicar el Comunismo. Y es en ese mismo contexto que se hace transparente la abdicación de Benedicto XVI como expresión final de su impotencia ante el desaforo de las luchas de poder al interior de la organización ecuménica y el debilitamiento de los postulados doctrinales, impactados por el cambio de los paradigmas políticos y culturales en la sociedad contemporánea.
Pero, si bien las motivaciones de Benedicto XVI para renunciar a su cargo al frente de la Iglesia Católica no responden a la impronta medioeval de redistribución de feudos regionales, si es, como las que le precedieron, una maniobra estratégica (necesaria y oportuna) para volver a instalar a la institución eclesiástica en las esferas influyentes del poder político contemporáneo. Las decisiones de índole administrativa que implante prontamente para restituir el peso de su autoridad ante la cohorte vaticana, así como las modificaciones a las prácticas protocolarias, la revitalización de los rituales eclesiásticos y la desestructuración de micro poderes jerárquicos comprometidos con la banca y unos cuantos gobiernos capitalistas, podrán parecer “anticuadas” y regresivas, pero serán las medidas más adecuadas ante la crisis de valores y pérdida de fe de su feligresía. Dado que el suceso de una abdicación papal no es de frecuente ocurrencia, reseño a continuación las abdicaciones anteriores y el contexto circunstancial en el que acontecieron:
El primero en dejar al descubierto la inestabilidad del solio papal fue Benedicto IX, el más precoz de la historia pontificia: tenía 14 años cuando llegó al cargo el 21 de octubre de 1032 gracias a los sobornos a la Curia romana de su padre el Conde Alberico III. Como miembro de la dinastía de los Teofilactos que impuso seis papas (era descendiente de Juan XI, Juan XII y Juan XIII y sobrino de Juan XIX y Benedicto VIII) ejerció los papados 145 (1032 a 1044), 147 (de abril a mayo de 1045) y 150 (de 1047 a 1048). Esa eminencia expulsó a la fuerza a Silvestre III y fue reelecto el 10 de abril de 1045, pero en mayo de ese año le vendió su cargo pontificio por 1500 libras de oro al Arcipreste Juan de Graciano, conocido como el papa Gregorio VI, para poder contraer nupcias. En 1046, reconciliado con Silvestre III, quiso derrocar a Gregorio VI, pero ese 20 de diciembre el rey alemán Enrique III organizó el Concilio de Sutri mediante el cual lo expulsó de Roma. Intentando prevenir una confrontación sangrienta, el clero y el pueblo de Roma lo eligieron por tercera vez el 8 de noviembre de 1047; pero los Crescencios, enemigos históricos de los teofilactos, no lo aceptaron, lo que desencadenó en una guerra despiadada entre las dos familias. Durante ocho meses Benedicto intentó sostenerse en el poder convocando a sínodos en Spello, en Roma y en Marsella; pero a pesar de sus esfuerzos, el 17 de julio de 1048 fue expulsado por los Consejos de San Bartolomeo. Nunca cesó de luchar por reconquistar el papado. Más adelante se hizo monje de San Basilio en Grottaferrata (Estados Pontificios -Italia) donde murió el 18 de septiembre de 1055.
El segundo pontífice en tirar la toalla fue Pietro Angeleri di Murrone, conocido como Celestino V, quien tenía una acentuada vocación de ermitaño (dicen que las profecías de San Malaquías se refieren a él como Ex eremo celsus "Elevado de la ermita" haciendo referencia a que antes de ser elegido pontífice fue ermitaño del monasterio de Pouilles). Elegido Papa después de dos años y tres meses en que el sillón de Pedro permaneció vacante debido a la división del colegio cardenalicio en dos facciones encabezadas por las familias Colonna y Orsini, abandonó su retiro y tras su coronación en la ciudad de L'Aquila, instaló su sede papal en Nápoles donde hizo su entrada a lomos de un asno cabresteado por Carlos II de Anjou, rey de Nápoles y su hijo Carlos Martel de Anjou, nombrado rey de Hungría por el papa precedente Nicolás IV. Sin embargo, a tan solo cinco meses de haber sido impuesto, sintiendo que sus hábitos de ermitaño lo habían inhabilitado para la responsabilidad de semejante cargo, renunció voluntariamente a su trono.
El cónclave que se reunió diez días después de su abdicación eligió en un sólo día de deliberaciones al cardenal Benedicto Caetani, quien tomó el nombre de Bonifacio VIII. El nuevo papa, receloso de que el pueblo napolitano siguiera venerando a Celestino como su legítimo pontífice, trasladó la sede papal a Roma y le ordenó a Celestino que lo acompañara; pero en el trayecto Celestino logró escapar yendo a refugiarse en su antigua cueva del monte Morrone hasta que, acosado por Bonifacio, intentó huir a Grecia pero fue detenido, sometido a juicio y encarcelado en la torre del Castell Fumone donde falleció diez meses después, el 19 de mayo de 1296. Su abdicación tuvo tanta resonancia que Dante la referencia en el Canto III, Terceto 20 de la Divina Comedia poniendo a Celestino junto a los inútiles y/o neutrales que se encuentran entre la puerta y el vestíbulo del Infierno: "Así que distinguir los rostros puedo, miro con más fijeza, y vi entre varios al que la gran renuncia hizo por miedo". Como siempre, para cubrir su felonía, la iglesia lo canonizó… su día se conmemora cada 19 de mayo.
Fueron tan enconadas las luchas por el poder, que llegó a haber períodos en que la cúpula de la jerarquía vaticana, oscilante entre las Iglesias de Aviñón y Roma, fue compartida por tres individuos con idéntica pretensión papal (Gregorio XII, Benedicto XIII y Alejandro V, recordados como los antipapas), dando origen a lo que conocemos como el Cisma de Occidente. En un intento de unificar la regencia eclesial, Gregorio y Benedicto acordaron un encuentro en Savona, pero el recelo recíproco a que el encuentro fuese aprovechado por el rival para capturarlo, unido a las maquinaciones políticas de Ladislao, rey de Nápoles y la familia de Gregorio XII, hicieron inviable la reunión.
Sintiendo que sus cardenales amenazaban con abandonarlo, Gregorio XII (Malaquías se refiere a este papa como Nauta de ponto nigro -marino del Mar Negro-, haciendo referencia a su nacimiento en Venecia y a que fue sacerdote de la iglesia de Negreponte) los convocó a una reunión en la ciudad de Lucca y los puso en cautiverio mientras nombraba otros diez cardenales, incluyendo a cuatro de sus sobrinos, para reforzar su posición. Pero, en Aviñón, los cardenales de Benedicto XIII, que también estaban disconformes con la situación, aprovecharon la fuga de siete de los cardenales de Gregorio para reunirse con ellos y acordar la celebración de un concilio en la ciudad de Pisa el 25 de marzo de 1409 con el objetivo de deponer a ambos pontífices y elegir uno nuevo.
Tanto Gregorio XII como Benedicto XIII desconocieron la validez del Concilio de Pisa arguyendo que sólo el papa tenía potestad para convocarlo y, en consecuencia, lo declararon anticanónico. No obstante esa reacción de los dos pontífices, el 5 de junio, en la decimoquinta sesión, el concilio los depuso acusándolos de cismáticos, heréticos y perjuros. Un mes después, el 26 de junio de 1409, el mismo concilio eligió como nuevo papa a Alejandro V quien fijó su residencia en Bolonia, donde falleció diez meses después, el 3 de mayo de 1410, posiblemente envenenado por el cardenal Baldassare Cosa, cuya apresurada ordenación como sacerdote el 24 de mayo había legitimado su consagración cardenalicia al día siguiente para que, siguiendo las órdenes de Segismundo, emperador del Sacro Imperio, y fungiendo como papa, adoptase el nombre de Juan XXIII(otro antipapa) y convocara un nuevo concilio para hacer los ajustes pertinentes.
Acatando el mandato, pero con la intención solapada de conseguir el apoyo de los participantes para ser nombrado único papa legítimo, Juan XXIII convocó y presidió en la ciudad de Cividale del Friuli, el Concilio de Constanza, que inició el 4 de noviembre de 1414. Lo que no se esperaba el papa, era que, haciendo énfasis en un ambiente "conciliarista", el concilio supeditase la voluntad del papa a las decisiones que allí se tomasen y se acordase un nuevo sistema de votaciones en el que tanto los prelados como los príncipes, los teólogos y los canonistas, congregados por naciones, tuviesen voto. Ante la perspectiva de tener que subordinarse a las decisiones conciliares, Juan XXIII intentó huir de Constanza el 20 de marzo de 1415, pero interceptado en su huida fue devuelto al concilio y dos meses después, el 29 de mayo, tras ser acusado de asesinato, violación, sodomía e incesto, fue excomulgado, obligado a abdicar y encarcelado durante tres años.
Por su parte Gregorio XII renunció voluntariamente el 4 de julio de 1415 mediante una bula en la que además reconocía al concilio (es por ello que el concilio de Constanza, convocado por un antipapa, es considerado válido por la Iglesia Católica) y murió dos años después sin conocer a su sucesor. En cambio Benedicto XIII, que se negó a abdicar, fue depuesto por el propio concilio dos años más tarde, el 26 de julio de 1417. Eliminados los obstáculos se eligió como nuevo papa a Martín V (Malaquías se refiere a este papa como Corona veli aurei -La corona del velo de oro-, cita que hace referencia a que en el escudo de armas de los Colonna, su familia, figura una corona y a que fue cardenal diácono de San Jorge del Velo de Oro), quien de inmediato fue reconocido por todos dando fin al Cisma de Occidente, que había dividido la Iglesia durante casi cuarenta años.
Me extendí en anécdotas “faranduleras” porque creo encontrar entre sus vericuetos las claves de las acciones a emprender por el papa recientemente nombrado en este momento coyuntural para la sobrevivencia de los pilares institucionales del capitalismo (familia, iglesia, sociedad, sistemas económico y electoral).
Tras la renuncia de Benedicto XVI, el cardenal Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, Argentina, 17 de diciembre de 1936) perteneciente a la Compañía de Jesús, fue elegido el 13 de marzo de 2013 en la quinta votación efectuada durante el segundo día de cónclave como el papa 266.°. Bergoglio, quien asumió el nombre papal de Francisco, nombre usado hasta ahora por primera vez en la historia del papado, fue elegido con el objetivo de reformar las estructuras de gobierno de la Iglesia, desacreditadas por las fugas de información sobre una trama interna de corrupción, sexo y tráfico de influencias y, como tal, recibió de manos de su predecesor un informe “Top Secret” de 300 páginas elaborado por tres cardenales en el que se detallan las luchas internas por el poder y el dinero, así como el sistema de chantajes basados en acusaciones con connotaciones sexuales.
Como ya empieza a ser noticia, Francisco, evidentemente dispuesto a romper con el viejo lema de que "los Papas pasan pero la Curia queda", y en clara advertencia de los cambios que implementará, pasó inmediatamente a la acción con la designación de un grupo asesor que lo asistirá en la reforma de la Constitución del gobierno central de la Iglesia. Tal como lo pedían los casi 90 cardenales (de 115) que lo eligieron como pontífice, varios organismos de la Curia serán fusionados; no se descarta que el papa termine reduciendo los dicasterios (ministerios) y consejos pontificios de la Curia y se arriesgue a intervenir el desprestigiado Banco Ambrosiano para convertirlo en una banca dedicada sólo al microcrédito, como exigen amplios sectores católicos.
El selecto grupo asesor de ocho cardenales venidos de los cinco continentes, cuya coordinación estará a cargo de Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, presidente de Caritas Internationalis, conocido por sus posiciones a favor de una renovación del gobierno central de la Iglesia, tendrá la misión de revisar la Constitución Apostólica Pastor Bonus sobre la Curia Romana de 1988, promulgada por Juan Pablo II y decidir los cambios necesarios para una nueva forma de gobierno colegial, según el modelo de los jesuitas, promovido también por el Concilio Vaticano II que pedía una mayor democratización de la Iglesia. Los otros siete purpurados son: el chileno Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo emérito de Santiago de Chile, con experiencia en la maquinaria vaticana, al haber desempeñado cargos en la década de los 90 como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y miembro de varios dicasterios pontificios como el de Laicos, de Emigrantes e Itinerantes y de los Operadores Sanitarios; el estadounidense Sean Patrick OMalley, arzobispo de Boston, fraile capuchino, espiritual y severo quien se pronunció abiertamente contra las intrigas y juegos de poder de un Vaticano dominado por los tejemanejes de los purpurados italianos (la personalidad de OMalley es muy afín a la de Bergoglio, ya que no sólo recuperó la desprestigiada imagen de la iglesia de Boston debido al escándalo por abusos sexuales, sino que, inclusive, vendió su residencia arzobispal para trasladarse a una modesta habitación en un seminario). Están, además, el italiano Giuseppe Bertello, un hábil diplomático, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, el indio Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, el alemán Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Freising, el congoleño Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, y el australiano George Pell, arzobispo de Sídney. No quedan dudas, con el Papa Francisco, la Iglesia Católica ha iniciado de inmediato la recuperación de su carácter ecuménico, y ése es un gran inicio.
El Socialismo del Siglo 21; la construcción de un mundo justo cuesta enemigos que no perdonan
Hubo una época, ahora mítica, en que ser joven implicaba la obligación de soñar un mundo futuro más justo, equitativo y libre de miserias. Para eso se inventaron las Revoluciones. Para esparcir su simiente transformadora aparecieron los filósofos, los poetas y los juglares; pero, después del éxito de la Revolución Cubana, los enemigos de la Utopía decidieron envenenar el suelo latinoamericano con su vómito de ambición, odio, represión y muerte. Empezaron en Guatemala y rápidamente se escurrieron hasta el cono sur. Con la caída del muro de Berlín la situación ya parecía no tener reversa, hasta cuando apareció en Venezuela un héroe atípico.
El Comandante Presidente, Coronel Hugo Rafael Chávez Frías (Sabaneta, Barinas, Venezuela, 28 de julio de 1954 - Caracas, Venezuela, 5 de marzo de 2013) Presidente de la República Bolivariana de Venezuela desde el 2 de febrero de 1999 hasta su muerte el 5 de marzo de 2013 a las 16:25 hora local, en el Hospital Militar de Caracas, Venezuela. Escapado de las filas militares, se tomó el poder y emprendió su exitosa campaña de liberación civilista de los oprimidos y el hermanamiento solidario de los países latinoamericanos. Contaba para ello con el recurso del petróleo, base exponencial del sistema capitalista. Pero, siendo precisamente ese recurso el origen de todos los odios y guerras de expansión de las potencias industrializadas, resulta obvio y de natural efecto la reacción egoísta y mezquina de una subclase emergente acostumbrada a construir fortunas a la sombra de la corrupción burocrática, el pillaje, el acaparamiento de mercancías, el monopolio de la información y el tráfico de micro poderes.
Cierto que el analfabetismo político de los pueblos latinoamericanos exigió de sus gobernantes una mezcla exótica de arenga promesera y miopía justiciera al estilo de los gobiernos populistas de la accidentada historiología de América Latina: Juan Vicente Gómez en Venezuela, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Anastasio Somoza en Nicaragua, Getúlio Vargas en Brasil o Juan Domingo Perón en Argentina, quienes impusieron un modelo de relación gobierno/pueblo fundada en el paternalismo ambiguo de un estado autoritario que combinaba caprichosamente las técnicas del garrote y la zanahoria. Igualmente cierto que las características idiosincráticas ligadas al tipo de educación de Latinoamérica exigían un perfil de caudillo “carismático”, locuaz y dominante… Ambos requerimientos supo llenarlos con creces el Comandante Presidente, Chávez Frías; sin embargo, esa concentración quizá lo distrajo de darle a su Revolución una fundamentación filosófica y estética que le hiciese viable la perpetuación como sistema ideológico.
El tema es complejo y ya me he extendido demasiado. Sólo quise insinuarlo, porque pienso que si su heredero, el ahora Presidente, Nicolás Maduro, no lo tiene en consideración, va a desperdiciar una oportunidad histórica para los avatares geopolíticos de este siglo que ya consume su segunda década.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

La Guerra- Por VOLTAIRE



Que los hechos pasan y los hombres quedan, parece ser una verdad de Perogrullo, pero se ha vuelto corriente que los segundos reiteren los primeros haciendo de la historia un pobre calidoscopio en el que se repiten las imágenes de manera predecible. Tal hecho se evidencia en la actualidad que recobran algunos textos críticos escritos en "otros" tiem­po y lugar. El presente artículo, escrito en el siglo XVIII, es un ejemplo sustentador de la anterior afirmación. Su autor es Francisco María Arouet de Voltaire(1694-1778). El texto origi­nal se publicó en Ginebra en 1769 en el Diccionario Filosófico  con el Título La razón por el alfabeto (Pgs. 289- 294). La edición aquí tomada es la segunda de los Clásicos Bergua, Madrid 1966, con traducción y acotaciones de don Juan B. Bergua. En esta entrada se ha intentado, en lo posible, conservar las opciones personales del citado señor Bergua asi como la sintaxis original. Todos los subrayados (itálicas y negrillas) son mi acostumbrada (e injustificable) intromisión.

El Hambre, La Peste y la Guerra son los tres ingredientes más famosos de este desdichado Mundo. Pueden clasificarse en la fila del hambre todos los malos alimentos que la carestía nos obliga a emplear para abreviar nuestra vida con la esperanza de sostenerla. Entran dentro de la peste todas las enfermedades conta­giosas, que alcanzan la cifra de dos o tres mil. Estos dos presentes nos vienen de la divina Providencia. Pero la guerra, que reune todos estos dones, tiene por causa la imaginación de trescientas o cuatrocientas personas repartidas por la superficie del Globo con el nombre de príncipes o de ministros; y sin duda por está razón es por lo que en muchas dedicatorias son llamados imá­genes vivas de la divinidad. (1)
El más decidido de los aduladores convendrá sin do­lor en que la guerra arrastra siempre tras sí a la peste y al hambre, por poco que haya visitado los hospita­les de los ejércitos en Alemania o si ha pasado por alguna aldea donde haya tenido lugar alguna memo­rable acción guerrera.

Claro que tal vez sea un arte magnífico éste, que asola los campos, destruye las moradas y hace perecer por regla general cada año cuarenta mil hombres en­tre cada cien mil. Esta invención fue primeramente cultivada por naciones reunidas en aras del bien co­mún; por ejemplo, la asamblea de los griegos declaró a la asamblea frigia y de los pueblos vecinos que iba a partir en un millar de barcas de pescadores con ob­jeto de exterminarlos si podía. El pueblo romano juzgaba en asamblea si era para él interesante ir a batirse antes de la cosecha con el pue­blo de los veyos o contra volsgos. Y algunos años des­pués, todos los romanos, estando furiosos contra to­dos los cartagineses, se batieron contra ellos mucho tiempo por mar y por tierra. Pero hoy ya no ocurre lo mismo.

Un genealogista prueba a un príncipe que desciende en línea recta de un conde cuyos parientes habían he­cho un pacto de familia, hace tres o cuatrocientos años, con una casa de la que ya no queda ni memoria; esta casa tenía pretensiones remotas hacia una provincia cuyo último dueño y señor murió de apoplejía: pues basta esto para que el príncipe y su consejo decidan sin dificultad que esta provincia le pertenece de dere­cho divino. La tal provincia, que por cierto está a al­gunos centenares de leguas de allí, en vano protesta que no le conoce y que no tiene deseo alguno de ver­se gobernada por él; que, para dar leyes a las gentes, preciso es, cuando menos, tener su aquiescencia; ta­les razones ni tan siquiera llegan a oídos del príncipe cuyo derecho es incuestionable. Al instante encuen­tra un gran número de hombres que nada tienen que hacer ni nada que perder; vístelos con un fuerte paño azul de a ciento diez perras chicas la ana (2), bordea sus sombreros con hilo blanco muy grueso, los hace dar vueltas a derecha e izquierda, y marcha en busca de gloria (3) Los otros príncipes, que oyen hablar de esta excur­sión, toman parte en ella, cada uno según sus fuer­zas, y cubren una pequeña extensión del país de más asesinos mercenarios que Gengis-kan, Tamerlán y Bayaceto (4) arrastraron jamás tras de sí.

Pueblos bastante alejados oyen decir que va a haber guerra, y que puede ganar cinco o seis perras chicas diarias todo aquel que quiera ser de la partida, e in­mediatamente se dividen en dos bandos, como los se­gadores, y corren a vender sus servicios a cualquiera que los quiera pagar. Tales multitudes se encarnizan unas contra otras, no solamente sin tener interés al­guno en lo que se ventila, sino sin saber tan siquiera de que se trata. Encontrándose con frecuencia cinco o seis potencias beligerantes, a veces tres contra tres, a veces dos contra cuatro, ora una contra cinco, de­testándose todas igualmente unas a otras, uniéndose y atacándose sucesivamente y tan sólo de acuerdo en un punto: en el de hacer todo el daño posible.

Lo maravilloso de esta empresa infernal es que cada jefe de asesinos hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de correr a exterminar a su prójimo. Si uno de los jefes no ha tenido la dicha de poder degollar a dos o tres mil hombres, entonces no da las gracias por ello a Dios; pero cuando ha ex­terminado a sangre y fuego a unos diezmil y cuando, para colmo de ventura, alguna ciudad ha sido destruida hasta en sus cimientos, entonces entonan con todo el aparato imaginable una canción bastante larga, compuesta en un idioma desconocido para todos los que han combatido y llena, de propina, de barbarismos.

La misma canción sirve para las bodas y para los na­cimientos como sirve para los asesinatos: lo que ver­daderamente resulta imperdonable, sobre todo tratán­dose de la nación más afamada a causa de sus cancio­nes nuevas. Por todas partes contratan arengadores que celebren las jornadas asesinas. Unos van vesti­dos de una larga casaca negra, bajo un abrigo recor­tado; los otros llevan una camisa por encima del tra­je; algunos ostentan colgantes de tela abigarrada por sobre esta camisa. Todos hablan largo y tendido; ci­tan lo que en otro tiempo no pasó en Palestina con motivo de cierto combate en Veterabia.(5) El resto del año estas gentes declaman contra los vicios. Prue­ban por tres razones y por antítesis que las damas que extienden levemente un poco de carmín en sus fres­cas mejillas serán eterno objeto de inacabables venganzas por parte del eterno; que Poliuto y Atalia (6) son obras del demonio; que un hombre que hace servir en su mesa por doscientos escudos de pescado fresco en un día de cuaresma se salva irremisiblemen­te, mientras que el pobre que come dos perras chicas y media de carnero va para siempre con todos los dia­blos. De cinco a seis mil declamaciones de este géne­ro, apenas hay tres o cuatro, a todo poner, compues­tas por un galo llamado Massillón(7), que un hom­bre honrado pueda leer sin asco; ocurriendo que en toda esta caterva de discursos no hay ni uno solo tan siquiera en que el orador se levante contra ese azote y crimen que es la guerra, compendio de todos los azotes y todos los crímenes humanos. Los desdicha­dos arengadores hablan y hablan sin cesar contra el amor, único consuelo del género humano y única ma­nera de reparar sus pérdidas, mientras que nada di­cen de esos esfuerzos, abominables que hacemos pa­ra destruirle. ¡Mal sermón habéis hecho contra la im­pureza, oh ilustre Bourdaloue!(8). En cambio, no se os ha ocurrido ocuparos sobre esos asesinatos de mil formas, sobre esas rapiñas, sobre esos bandidajes, so­bre esa rabia universal que aniquila al mundo. To­dos los vicios reunidos de todas las edades y de todos los lugares no igualarán jamás a los males produci­dos por una sola campaña.

¡Miserables médicos de almas, gritáis durante cinco cuartos de hora a propósito de insignificantes pinchacillos de alfiler, y nada sois capaces de decir acerca de la enfermedad que nos deshace en mil pedazos! fi­lósofos moralistas, quemad vuestros libros. MIEN­TRAS EL CAPRICHO DE UNOS CUANTOS HOM­BRES JUSTIFIQUE LA DEGOLLACIÓN DE MILLA­RES DE NUESTROS HERMANOS, LA PARTE DEL GENERO HUMANO CONSAGRADA AL HEROÍSMO SERA CUANTO HAY DE MAS AFRENTUOSO EN TODA LA NATURALEZA.

Y lo peor de todo es que la guerra es un azote inevita­ble. Si nos fijamos bien,todos los hombres han ado­rado al dios de marte: Sabaoth, entre los judíos, sig­nifica el dios de las armas; pero Minerva, en Home­ro, llama a marte dios furioso, insensato e infernal.

¿Qué es para mí ni qué me importan la humanidad y su porvenir, la beneficencia, la modestia, la tem­perancia, la dulzura, la sabiduría y la piedad, mien­tras media libra de plomo tirado a seiscientos pasos me deshaga el cuerpo, haciéndome morir a los vein­te años entre tormentos inexpresables, en medio de cinco o seis mil agonizantes, y al tiempo que mis ojos, que se entreabren por última vez, ven la ciudad en que he nacido destruida por el hierro y por el fuego, y cuando los últimos sones que escuchan mis oídos son los gritos de las mujeres y de los niños que expi­ran entre las ruinas, todo por los pretendidos intere­ses de un hombre que ni tan siquiera conocemos?

En 1771, Voltaire añadió lo siguiente, que va como anillo al dedo a ese recelo de ciertos estados actuales ante el temor de que otros lleguen a ser atómicamente poderosos:

"El célebre Monstesquieu, que pasaba por humano, ha di­cho no obstante que es justo entrar a sangre y fuego en la casa de los vecinos, si se teme que lleguen a ser demasiado poderosos, si tal es el espíritu de las leyes, leyes son dignas de Borgia y de Maquiavelo. Si desgraciadamente dijese ver­dad, es preciso ir contra esa verdad, aunque fuese probada por los hechos. He aquí lo que dice Montesquieu: "Entre las so­ciedades el derecho de defensa natural empuja algunas ve­ces a la necesidad de atacar cuando un pueblo ve que una más larga paz pondría a otro en estado de destruirle, y que el ataque es en aquel momento el único medio de impedir esta destrucción".

Si hubo alguna vez una guerra evidentemente injusta, es la que proponéis; es ir a matar a vuestro prójimo, por miedo a que vuestro prójimo (que no os ataca) esté en estado de atacaros: es decir, que es preciso que os aventuréis a arrui­nar a vuestro país con la esperanza de arruinar sin razón el de otro; esto, en verdad, ni es honrado ni útil, pues jamás se está seguro del éxito, como muy bien sabéis.

Si vuestro vecino llega a ser demasiado poderoso durante la paz, ¿quién os impide volveros poderoso como él? Si ha hecho alianzas, hacedlas vosotros por vuestra parte. Si, te­niendo menos religiosos, tiene más brazos útiles, obreros y soldados, imitadle en esta sabia economía. Si ejercita mejor a sus marineros, ejercitad a los vuestros; todo ello es per­fectamente justo. Pero exponer vuestro pueblo a la más ho­rrible miseria, con la idea tan frecuentemente quimérica de desolar a vuestro querido hermano el serenísimo príncipe limítrofe, esto no sería un presidente honorario de una com­pañía pacífica quien debiera dar tal consejo."

El asunto se presta a profundas meditaciones. Hoy, más que nunca, parece difícil el papel de estadista. Y el de filósofo. Pues no se sabe qué aconsejar. Pero ¿matar hoy por temor a ser muerto mañana? Porque ¿quién sabe lo que ocurrirá mañana?
 NOTAS:
1. Por este pasaje fue por el que Larcher (Pedro Enri­que, erudito y helenista francés, 1726-1812) llamó a Voltaire "bestia feroz de quien todo se puede temer".

2. Ana, medida de longitud anterior al sistema métri­co, equivalente a un metro veinte centímetros.

3. Hoy han cambiado algo las cosas. Los príncipes no hacen ya las guerras por ambición o capricho, por la sencilla razón, de que los pocos que quedan aún en países muy aferrados a la tradición, son puras fi­guras decorativas que el Estado (ni siquiera el pueblo ya) paga y sostiene como un lujo estúpido, pero lu­jo; como sostiene otros lujos más útiles, algunos ta­les que las catedrales, los museos, los embajadores, etc., etc. Los últimos reyes con fuerza y maldad su­ficiente para provocar una guerra (Guillermo II de Alemania, Francisco José de Australia, Nicolás de Ru­sia, Afonso XIII de España y alguno más de menor importancia aún) fueron barridos hace pocos años, pero no se crea que acabaron las guerras al acabarse los principes; otros quedan no menos peligrosos que aquéllos, los "magnates de la industria y de la ban­ca", que son los que aún durante quién sabe cuántos siglos, tantos cuantos tardan los pueblos en desper­tar, es decir, en instruirse, llenarán la tierra de san­gre. O sea que en lo a la "barbarie" respecta esta­mos, pese al tan declamado progreso y al tan caca­reada civilización, como cuando Cambises asolaba el Egipto, no dando paz y cuartel ni a hombres ni a dioses. Pero qué digo, mucho peor, pues ¿con qué lógica llamamos cruel y nos espanta el proceder de aquellos guerreros de otros tiempos que sacaban los ojos al príncipe enemigo caido en su poder, si noso­tros llamamos sabio y llenamos el pecho de bandas y cruces al miserable que inventa un gas que abrasa los ojos de diez mil hombres en un segundo? Y es que mientras los hombres sean "ignorantes" y "am­biciosos", la guerra se cernirá como nube sombría sobre la Tierra, pues en el primer caso correrán a matarse por un engaño, por una medalla, por un tí­tulo o por una cruz, o por una idea estúpida, o por un sistema social que cuanto hará será encadenarlos, cierto de modo distinto a como lo estaban antes; y en el segundo serán capaces en todo instante de en­cender una contienda para conseguir mercados para dar salida a los productos de su fábricas, por tierras donde cosechar algodón, trigo o azúcar, por unos bos­ques que suden caucho o por unos pozos que vomi­ten petróleo. Y los filósofos en vano tratarán de po­ner ante sus ojos las verdades de su inteligencia; cie­gos desde la infancia, víctimas de una educación an­ticuada, torpe y funesta, no serán capaces de ver otra luz que la que les atraiga, como el espejuelo a las alondras, en nombre de cualquiera de las mentiras enumeradas, y les empuje a matar y hacerse matar en provecho de otros, si es que no aceptan el ser ase­sinos conscientes (cual ocurre cada vez más, pese a cuanto se a dicho de las tropas mercenarias) por el más vil e infamante de los jornales.
4. Bayaceto (1347—1403), sultán de los turcos (1389). Conquistó el Asia Menor, batió a los cristianos en Nicópolis (1393) y fue vencido y hecho prisionero en Ancyra (1402), tras reñidísima y sangrienta bata­lla, por Tamerlán.
5. Quiere decir que invocan hechos indemostrables.
6. Tragedias de Racine, inspirada la última en la reina de Judá, de tal nombre, célebre por su impiedad y por crímenes. Fue esta Atalia hija de Acub, rey de Israel, y de Jezabel; y se casó con Joram, rey de Judá Para llevar hasta el trono, el año 884, a su hijo Ochicías, hizo asesinar a cuarenta y dos príncipes de su familia.
7. Juan Bautista Massillon (1663 - 1742), pre­dicador francés nacido en Hyeres, autor de la Petit Careme. Su elocuencia dulce y penetrante y la per­fección de su estilo hicieron de él el mejor predica­dor de su tiempo y uno de los grandes oradores sa­grados y de Francia.
8. Luis Bourdalque (1632 -1704), uno de los ora­dores más eminentes de la cátedra sagrada francesa. Era jesuíta. Sus Sermones son notables, si no se pro­fundiza mucho, por la aparente fuerza del razonamien­to sobre que parece apoyarlos y la severidad de ¡a moral jesuítica que resplandece en ellos. Bourdaloue había nacido en Bourges.

martes, 4 de septiembre de 2012

¡Paz! Onomatopeya de violencia


No existe en las últimas décadas del siglo XX y las primeras de este 21 un producto publicitario más difundido ni mejor vendido que LA PAZ. Tanto en la televisión, como en la radio, la prensa escrita, las vallas publicitarias, los graffitis -callejeros o de excusado-, los coment en el face y twitter, las alocuciones presidenciales, papales y -hasta- militares, junto con intencioncitas de concursantes de reinados de belleza, encuentros de líderes mundiales, reuniones politiqueras y foros académicos, hacen de la paz el blanco de sus peroraciones. Sin embargo, acostumbrados como estamos a los ardides de la publicidad, cuyo efecto vendedor se sustenta en la creación de necesidades, la magnitud misma del esfuerzo propagandístico nos hace entrar en sospechas: Si se promociona "La Paz" con tal intensidad ¿se debe pensar que aun no se carece de ella o sospechar que "alguien" podría sacar provecho de dicha carencia? Buscando respuestas a esos interrogantes nos asalta la realidad incontrastable de que la Paz tiene dos aspectos: Uno Natural y uno Artificial. El primero, en su condición de momento, es rebasado por la sociedad humana y como tal tiende a desvanecerse en el tráfago del ocio o las actividades de "pasatiempo". El segundo se esfuerza por constituirse como acontecimiento histórico; pero su imposición genera Violencia. Intentemos aclarar lo dicho:
Un buen inicio metodológico para la comprensión de un fenómeno es la búsqueda de las posibilidades significativas del término que lo designa. Así, pues, en una primera instancia el término /PAZ/ puede ser comprendido como "Sosiego", "Calma", "Serenidad", "Quietud", "Silencio", "Tranquilidad", "Despacho", "Descanso", "Reposo", "Armonía"... Definiciones o sinónimos estos en  cuyo significado subyace la denotación de carencia de preocupaciones y en cuya esencia está implícito el recuerdo de una actividad precedente y la promesa de una continuidad activa. La Paz natural no es más que un intervalo en el flujo de la actividad; sólo perceptible como una "dulce" sensación, como un "merecido" momento revitalizador del cuerpo y el espíritu, a los cuales repara, estimula y dispone para reiniciar con ímpetus renovados la permanente batalla para mantenerse unidos. Ese es el primer aspecto de la Paz: Una Paz natural armónica con el ritmo vital; un receso, una promesa de realizaciones venideras. Esa es la Paz de una sociedad elemental en la que el Estado aun no interfiere con las actividades individuales. Ese alegre deseo de vivir que cada anochecer brinda el descanso y cada amanecer trae nueva vida. Así la evocamos quienes alguna vez nos hemos amodorrado contemplando la lluvia tras un cristal, aletargado sobre la arena repletos de sol y mar, solazado en el viento suave de una tarde montañera, o adormilado pegados a otro cuerpo al que hemos arrancado en febril entrega todos sus temores, rubores, susurros, convulsiones, gritos y suspiros. Sólo así, entendiendo la Paz como un momento de reabastecimiento energético para continuar con el agobiante ejercicio de la existencia, se le puede aceptar como un hecho moral y natural como uno de los múltiples sucesos que constituyen la dialéctica de la vida, no abordable por la pasarela de la adecuación política que trata de inducir o deducir de él sus propiedades, usos y utilidades con el ánimo de reproducirlo a voluntad en las formas, colores, tamaños y cantidades requeridos por el fabricante, el distribuidor y el consumidor.
Pero con el avance de la civilización, la Paz muere
En los momentos de angustia social por crísis económica o presencia de factores que amenacen el régimen vigente, toma cuerpo y se hace apetecible la alegoría de ese anhelo nostálgico de los momentos vividos en la fase prístina de la infancia. Pero cuando, en su segundo aspecto, la Paz deja de ser un acontecimiento natural para ser racionalizada, cuantificada, mediada, administrada y servida como "estado" (perpetuación del momento), se convierte en Mercancía. Una mercancía que sólo disfrutarán quienes la puedan consumir. Su "necesidad" es impuesta por la vía del concepto que la presenta como carencia. Porque cuando el descanso, el reposo, la quietud, necesarios a todo cuerpo activo, se prolongan forzadamente, degeneran en anomia, inercia, lasitud, pereza. Y con el cuerpo inactivo y la moral laxa, los individuos pierden su albedrío para hacerse dependientes de quienes satisfagan sus necesidades básicas. Entonces es la vida la que se convierte en mercancía: Por cincomil pesos o un salario mensual se "liquida", "borra", "limpia", "elimina", "da de baja", etc. a quien o quienes señale algún capo cuya naturaleza puede ser legal o ilegal. Si es legal se le denomina justicia; si ilegal, delito. Pero, legal o ilegal, "justicia" o "delito", los efectos de un "trabajo" cimentado en la inactividad siempre serán fuente de violencia: Pobreza, psicopatía, descomposición social, paranoia, improductividad y muerte. La enunciación de esos efectos violentos es el argumento de la Pax de Estado para estimular el miedo a la violencia y avivar como contrapeso las ansias de Paz. ¿Recuerdan la célebre frase de Vegecio en su Epitoma rei militaris  Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum  "Quien desee la paz debe prepararse para la guerra"?
En el estado de la paz de Estado, la Paz pierde su valor moral, puesto que ya no existe por ni para la vida, sino que adquiere la forma de un malestar individual en primera instancia, social en la inmediata y cultural cuando su único referente es la violencia -esa plusvalía de la explotación- que se constituye como "estilo de vida" creciendo proporcional a los esfuerzos "pacificadores". Son, precisamente esos "esfuerzos pacificadores" los que le confieren a la pax un cariz político. Porque mediante ellos ésta deja de ser el bucólico momento del reposo y la esperanza para tornarse en pretexto represivo del Estado, que hace del agravio, la tortura y la muerte oficios remunerados y medio de control social. Esa pax, invento de una sociedad de la explotación que se enfrenta a las contradicciones de su propio hacer, es la "paz" tensa, inestable, permanentemente amenazada, de unos pocos a costa de la Paz natural de muchos. Ese "estado de Paz" que únicamente una minoría puede consumir es un estado convencional. Esa "pax" es artificial, es contranatura, de conveniencia restringida; es la pax del Estado, que lo administra todo. ... Es una "paz" violenta, que cada amanecer trae la muerte y cada anochecer siembra el espanto.
Y, sin embargo, hay quienes aprendieron a sacar provecho de la explotación de esa alegoría: En el campo internacional, algunos líderes político-religiosos, los premios anuales a "luchadores por la paz mundial", los grupos de poder económico que alimentan una poderosa campaña para mantener el recuerdo periódico de ciertas víctimas de la segunda guerra mundial, las películas made in Hollywood en las que siempre pierde el "violento", que por lo general resulta oriental, musulmán, ruso, negro o latinoamericano, las conmemoraciones en que se evoca con morbo la imagen gritona de un hombrecito de uniforme, mechón y bigote que tanto aportó a las modernas concepciones políticas de occidente... En el campo nacional, los caldos de millón, las exposiciones anuales del producto femenino en bruto en Cartagena, las "encuestas" de opinión, los programas televisados y los publirreportajes a cualquier energúmeno con nostalgias de héroe, hacen pensar en un Demiurgo enloquecido que en alguna parte modela un infierno con sus miopes ojos fijos en un mundo de desconfianza, terror y odio, cuyo primer ensayo "salvador de las instituciones" fue la conformación de un movimiento segregacionista, radical y mafioso. Ahora sus epígonos nos vuelven con el cuento de nuevos "diálogos mientras se siguen disparando"... 
La violencia -ese monstruo que se alimenta de violencia- debe ser domesticada
En el Estado moderno la Paz es un mito que enriquece a sus traficantes, y la Violencia, por todos "condenada", es un tabú que genera progreso (avances en aeronáutica, energía atómica, telecomunicaciones, medicina, etc.) Un "progreso" cuyo precio es la creciente sensación de inseguridad, paranoia y desconfianza que insensibiliza ante el dolor ajeno y se manifiesta como ausencia de solidaridad y desprecio de la vida, que poco a poco se va constituyendo en expresión cultural, como puede apreciarse a través de los telenoticieros. Los siguientes ejemplos han sido tomados al azar de los noticieros de radio, prensa y televisión, para concluir que durante mil cuatrocientos cuarenta minutos al día un ciudadano del común está expuesto a: -Que de improviso, en una céntrica calle le caiga encima un cuerpo arrojado voluntaria o involuntariamente desde el piso alto de un edificio. -Que lo cornee un toro DENTRO DE UN ASCENSOR. -Que al dar un saltico para evitar ser chapoteado por algún carro sin madre, acuatice en un pozo del que será rescatado varios días después cuando cesen las lluvias y el cuerpo flote. -Que en una zona verde, a resguardo de los edificios, los toros y los carros, también le caiga encima un cuerpo arrojado voluntaria o involuntariamente desde un avión. -Que camino al trabajo lo apuñalen por robarle el celular, un conductor ebrio se le eche encima, un asesino motorizado le descargue una ráfaga, o un marido cornúpeta lo confunda con el artífice de sus astas. -Que al tranquilo restaurante en el que usted cena llegue uno o varios psicópatas disparando indiscriminadamente... La lista es interminable, porque también hay violencia en el niño o adolescente desarrapado que camina como zombie olisqueando una bolsa con pegante, el hombre sin atributos que restriega sus gélidos genitales entre la orgía de nalgas apeñuscadas en un bus del Transmilenio, la jugosa muchachita que se deja manosear por el patrón para no perder el empleo, la vecina abandonada que con sus cuatro hijos es lanzada a la calle por no pagar el arriendo... etc., etcs...
Así. pues, la violencia tiene mil rostros. Es nuestro pan de cada dia. Es la expresión de nuestra "modernidad". Intentar ignorarla, soslayarla, encubrirla o simularla es tender un manto de falsedad sobre un cuerpo en descomposición: La podredumbre acabará imponiéndose. ¿Será esa podredumbre aquello a lo que el Estado llama "Paz"?
No obstante, si entendemos que los acontecimientos tan sólo son eslabones en la cadena histórica del desarrollo humano, entonces tendremos que aceptar que todo evento, por doloroso o desagradable que pueda parecernos, no es más que el momento de una transición hacia estadios superiores de la evolución social humana. Y podremos darnos cuenta de que las actuales generaciones (al igual que todas las anteriores y las posteriores) son GENERACIONES DE TRANSICIÓN. Sólo que, a diferencia de todas las anteriores, las actuales nacen anhelando una paz que jamás han conocido (muchos pudimos haber nacido en los años ochenta o noventa del siglo pasado y sin embargo aprendimos a temerle a la violencia, porque el espectro redivivo de la del 48 nos aconseja evitar los "9 de abril") y eso las hace doblemente violentas: De un lado, la fuerza vital instintiva los arrastra a la confrontación (la moda del vestir, el corte del cabello, el maquillaje, los gestos, el caminar, los ritmos, los bailes y el consumo de estimulantes así lo evidencian); de otro lado, el viejo Establishment que se niega a morir, o al menos a evolucionar (instituciones, creencias, prácticas y tradiciones) las reprime y exilia de la esperanza con el asfixiante manto de la "paz democrática". De ese juego de presiones violentadoras únicamente puede esperarse un resultado: LA EXPLOSIÓN. Una explosión cuya postergación contribuye a incrementar la acumulación de los efectos y cuyo objetivo es la Sociedad que para reducir los daños debe generar ocasionalmente algunos eventos "liberadores de presión".
Puesto que ya se ha planteado las consecuencias de la imposición de la voluntad del Estado, quizás valga la pena considerar como condición prioritaria para la dinámica social renovar los conceptos de Paz y de Violencia. Porque, el compromiso de las nuevas formas sociales no podrá ser el de frenar o abortar los movimientos sociales que naturalmente se dan como formas consustanciales de la evolución de la sociedad, sino, por el contrario, el de reconocer en la génesis de tales movimientos la clave para adaptar y adaptarse al ritmo de los acontecimientos, viabilizando con ello el movimiento hacia mundos más amables en los que la humanidad, con una cultura diferenciadora de la paz y la violencia, opte naturalmente por cualquiera de ellas, con la convicción plena de que cualquiera sea su escogencia, es al fin, dueña de su destino.
No podemos cerrar los ojos: el diario acontecer nos recuerda en cada momento que de esa paz natural que los discursos politiqueros pretenden enseñarnos a añorar, sólo queda el nombre que irónicamente, resuena como el eco de un estallido en la noche interminable.