sábado, 27 de junio de 2009

Victoriano Crémer Alónso RIP

A riesgo de convertir este blog en una fosa común debo reseñar, una vez más, a otro de esos que, no importa cuánto tarden, incurren en el hábito común a los mortales de hacer mutis por el foro horizontalizados en una caja de madera (algo ha de tener el mes de Juno para que poetas, actores y cantores aborden su solsticio para el viaje sin regreso). Esta vez se trata de Victoriano Crémer, poeta novelista y ensayista español (Burgos, diciembre 18 de 1907- León, junio 27 de 2009), cofundador de la revista Espadaña que acogió a los poetas de la llamada generación desarraigada de posguerra. A su primera obra Tendiendo el vuelo (1928), siguieron Tacto sonoro (1944), Caminos de mi sangre (1947), Las horas perdidas (1949), Furia y paloma (1956), El amor y la sangre, Los Cercos (1976), Nuevos cantos de vida y esperanza, Tiempo de soledad, El último jinete y las novelas con temática social Libro de Caín (1958) e Historias de Chu-ma-Chuco (1970). En 2009 la editorial Calambur acaba de publicar Los signos de la sangre, extensa recopilación de su obra poética . Al mérito extraliterario de haber llegado a los 102 años en plena actividad plumifera (todavía aparecen sus artículos en un diario de León) y de ser, por obvias razones, el poeta vivo más viejo de la lengua española, se agregan algunos reconocimientos literarios como el Premio Nacional de Poesía Leopoldo Panero, el Premio de Castilla y León de las Letras, el Premio León Felipe de Poesía, la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo 2007, el Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma 2008 y la Medalla de Oro al Mérito en Las Bellas Artes 2009. Para mi pretensiosa opinión, su obra tiene unas letras gongorinas de dificil lectura y una métrica asimétrica, como para fado o seguidillas por soleares. Para el botón una muestra:
CANCION SERENA
Un día puro, alegre, libre quiero
Fray Luis de León
No me dejeís asi: Sorbido por la tierra
hondísima y vibrante como el clamor penúltimo;
con este olor maduro de soles y horizontes
abriéndome en el pecho un surco luminoso.
No es que el cuerpo me suene a cristal derramado
ni que diez corazones me alanceen las yemas,
ni que cielos redondos agolpen sus rebaños
a mis ojos mastines, ladradores de cimas.
Es que un mar fugitivo rinde velas y senos
y pétalos y espumas en la gozosa playa
donde el rumor se atreve a mancillar la sombra.
¡Y se me ciegan labios y gritos y pupilas!
Es que siento que el aire es de carne dulcísima
y la luz sólo luz. Que el contorno me huye
a bandadas blanquísimas de palomas y lirios
y me abandonan labios y dientes y melenas.
¡No! ¡No me dejéis así! Moriría desnudo sin sentirme morir
y mi pobre vestido, con su sangre caliente,
se hundiría, esperando mi imposible retorno.