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miércoles, 5 de mayo de 2010

Raúl Gómez Jattín. A su memoria

Colombia es un país de verseadores. Unos en trova, otros en copla, todos exponemos nuestra glosolalia macondiana en redondillas, en retahílas, en letanías, calambures, retruécanos, refranes, adivinanzas… en fin, que de tanto juguetear con las palabras nos tocó albergar bajo este mismo cielo a un trío de SEÑORES POETAS que, si hubiesen tenido la fortuna de haber nacido en Argentina, Chile, España o Francia, hoy compartirían el prestigio glorioso de Borges, Neruda, Hernández, Lorca o Baudelaire. Digo trío, a sabiendas de mi injustificable “olvido” de todos los magníficos verseadores de la Gruta Simbólica, Piedra y Cielo y algunos irreductibles como Juan Manuel Roca y Darío Jaramillo (vivos, para nuestro goce), de quienes un día de estos hablaremos como toca. Porfirio Barbajacob, León de Greiff y Raúl Gómez Jattín más que soles de nuestro firmamento poético son crisoles luminosos que funden en un caldo de sentimientos el ímpetu entre dionisiaco y fáustico de su visión filosófica de la vida, su dominio filológico de la lengua española y la limpidez prístina de su infantil alma de poetas. Pero, al que hoy quiero rendirle mi modesto homenaje, es a Raúl Gómez Jattín (Cereté 1945, Cartagena mayo de 1997), el más sublime y bello de los poetas en el mundo habidos. Murió de carro en Cartagena, Colombia, hace 13 años y se llevó consigo la locura, el amor y la poesía que tanta falta nos están haciendo para sobrevivir en este circo de obviedades, auto-controles y pragmatismo utilitarista. Con su vida y su poesía (que son una sola) cualquier elogio es de Perogrullo. Tal vez sea simple la definición; pero se me ocurre que un buen poeta es aquel cuyos versos nos humedecen los ojos y nos aprietan el pecho. . Júzguelo usted, amable lector.Siéntelos tú, amada (y melodiosa) lectora

CONJURO
Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre despreciable y peligroso
Y no andan muy equivocados
Despreciable y Peligroso
Eso ha hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes tranquilos
Que sólo a mí suelo hacer daño.

CASI OBSCENO
Si quisieras oír
lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día?
Me digo: Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar lo toca
con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado Trato de enamorarte
Intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un rio que teme al mar
pero muere en él.

INTENTAS SONREIR
Y un soplo amargo asoma
Quieres decir amor
y dices lejos
Ternura y aparecen dientes
Cansancio y saltan los tendones
Alguien dentro del pecho erige soledades
Clavos
Engaños
Fosos
Alguien hermano de tu muerte
te arrebata te apresa te desquicia
Y tú indefenso estas cartas le escribes.

PEQUEÑA ELEGÍA
Ya para qué seguir siendo árbol
si el verano de los dos me arrancó las hojas y las flores
Ya para qué seguir siendo árbol
si el viento no canta en mi follaje
si mis pájaros migraron a otros lugares
Ya para qué seguir siendo árbol
sin habitantes
A no ser esos ahorcados que penden de mis ramas
como frutas podridas en otoño.