martes, 19 de octubre de 2010

El paredón del blog 11- Un sentimiento erótico que se baila

"Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas
qué saben lo que es tango, que saben de compás.
Aquí está la elegancia. ¡qué pinta, qué silueta,
qué porte, que arrogancia, qué clase pa bailar!
Así se corta el césped mientras dibujo el ocho,
para estas filigranas yo soy como un pintor.
Ahora una corrida, una vuelta, una sentada,
¡así se baila un tango... un tango de mi flor!"
Marvil (Elizardo Martínez Vilas)
De la gran cantidad de literatura que versa sobre la Música, una proporción  muy pequeña ha sido dedicada al Baile Popular. De esa mínima proporción, quizás el más privilegiado por la variedad de comentaristas y la calidad de sus plumas, ha sido El Tango. Cortäzar, Borges (más milonguero), Sergio Pujol, Eduardo Romano... Por eso mismo, resulta muy gratamente sorprendente encontrarse en la descarga de belleza y generosidad que es el blog de Melody Paz, con uno de sus relatos sobre la relación erotanguera. Yo, que soy un saqueador irredimible, se lo he birlado y se lo he puesto aquí, con la intención de darle un toquecito a su corazón, pa que sepa lo que se siente cuando se encuentra a boca de jarro en sitios inesperados con sus escritos. (Melodía, tolérame las transformaciones, no tengo ninguna excusa: soy un punga que cuando escucho tango pienso en María Schneider y corro a buscar mantequilla):
-¿Cómo será bailar un tango contigo, en nuestro propio Harlem? -Me preguntó mientras aferraba tibiamente mi mano.
-¿Será como lo imaginé? ¿Tendrá el mismo sabor que en mis sueños?
La música empezó a enredarnos en un dos por cuatro bajo un cielo de vid entre las redondas e insolentes glicinas que espiaban nuestros movimientos. Las piernas me temblaban, había que ser lo bastante arrabalera para bancarse un guapo de estos. Y yo lo soy. Se cazar y defenderme en las pistas de baile y de la vida. Nos juntamos como dos fieras en celo. 
Adelantaste tu pie derecho con la reciedumbre enguantada en la dosis justa de suavidad y te fuiste acercando lento y canyengue, sin liberar tus ojos secuestrados en los míos. Respondí clavando con firmeza el tacón de mi pie derecho, al tiempo que movía felinamente el izquierdo. Me incitaste atrayéndome hacia ti, tatuándome a tu pecho, con la distancia en huelga. Me rodeaste por la cintura, como para no hacerme daño, pergeñando tu firma: En este momento eres mía, de más nadie, escribiste, acentuando tu nombre. Las pestañas casi se rozaban, mi mejilla giraba en rosa acariciando la tuya. Hundiste tu pierna en medio de las mías que te recibieron complacientes y te deslizaste por cada intersticio de la red de mis medias y entre el tajo pronunciado de mi pollera hasta la cúspide de mis muslos, exhibiendo la pizca de luna y las tres estrellas, que ya sabía de antemano, tenía reservada para ti escondida en el centro de mi sexo.
Me dominaste, girándome varias veces. Vueltas y vueltas, tenues y veloces a tu antojo, en un torbellino de concavidades carnosas y pasos sensuales... Frenamos en un abrazo que atrevido rozaba en cero pudor cada forma de los cuerpos. Nos detuvimos tan pegados, pero tan pegados, que el aire pujaba en vano por escapar de entre los cuerpos. Sentí tu aroma a mar y madera de pino mezclándose al mío. 
Sinuosa y encendida, deslicé lentamente mi pierna izquierda y comencé a dibujar ochos... Al detenerme en un impulso que sabía a deseo, deslicé la punta de mis pies con tacones rojos, ascendiendo muy suave por tu entrepierna. Los cortes y quebradas de nuestros movimientos dibujaban  firuletes sobre una alfombra de fuego. Sin que te opusiera resistencia, me inclinaste hacia atrás, sosteniéndome por la espalda, tus labios rozando dúctiles mi cuello, me elevaste hacia ti, apretándome más; en ese momento estiré con brusquedad la pierna hacia atrás y pude sentir el aliento de tu beso a punto de escaparse, muy caliente, entreverándose en los acordes del violín y los lamentos rezongones del bandoneón.
La música empezaba a despedirse, me lanzaste hacia arriba, cruce mis piernas y quedé sentada como una niña sobre tu rodilla. Antes del último compás, me guiñaste un ojo, te arrebaté el sombrero y lo acomodé con gesto insolente en mi cabeza, me puse de pie y caminé deslizándome en punta, con las caderas en movimientos de abanico y cadencia sincopada. Tú me observabas en lobo hambriento, siempre te gustaron las presas difíciles. Y yo no soy una mina más. Me saqué el sombrero, lo arrojé al suelo y emprendí la retirada sin desviarme del objetivo. Lo recogiste y corriste a mi encuentro. Nariz con nariz, me susurraste al oído algo que no pude descifrar pero que sabía a pecado. Delatándote: Estás piantao por mí. Al llegar al extremo del salón te lancé un Fuck you, envuelto en una sonrisa pícara. Sabes que si digo Fuck you al compás de un tango, en nuestro lunfardo digo lujuria, digo pasión. Tal vez hoy ocurra un incendio en Harlem con sólo dos víctimas; sólo por esta noche... En nuestro barrio todo es por hoy, mañana es una palabra en guillotina… Mañana, no sé, si podremos bailar otro tango". © Melody Paz