
En esencia, el juego es el acto de hacer palpables los devaneos de la imaginación, no tiene más pretensiones que el goce por el goce, ni más coordenadas que el aquí y el ahora; su poder de ensimismamiento nos distrae la conciencia de las contingencias inmediatas y nos hace inmunes a los efectos y consecuencias de lo obrado. En su reino de Jauja toda actividad es posible, todo gesto es semejante y todo resultado impecable: Nadie más grave que un niño jugando a médico, ni más serio que el pequeño "automovilista", ni más "letal" que la parodia infantil de un policía, ni más hacendosa o "sexi" que la niña que imitaba a su madre, hermana o tía en las labores domésticas y en los desfiles de pasarela.
La evolución de una metódica comportamental a partir de la emulación lúdica de las acciones de terceros constituye la causa necesaria de la formación de las estructuras superiores del pensamiento que habrán de consolidarse como expresión de una maduración intelectual consecuente con la edad biológica, la cual acabará haciéndose manifiesta en el grado de evolución social y cultural de una comunidad. Es por eso que uno de los instrumentos antropológicos más eficaces para determinar el modelo de desarrollo social y cultural de una población, es el estudio y conocimiento de sus juegos infantiles. (Un referente de estudios al respecto -desde la sicología- puede hallarse en Piaget, Vigotski y Gowin)El proceso individual de maduración trae consigo la percepción del OTRO como alguien externo a nuestra subjetividad que limita nuestro espacio y condiciona nuestro querer hacer, dando inicio a la transformación del espíritu lúdico en afán competitivo. El juego, entonces, pierde su dimensión gratificante, se convierte en disputa de poderes, factor de ingresos económicos, trabajo, disciplina... Nada menos lúdico que un deportista de "alta competencia", un "animador", un payaso o un "recreacionista". La imaginación, entonces, es desplazada a un sector vergonzante de la personalidad (en adelante será llamada "la loca de la casa") donde se irá transformando en un endriago grotesco que aprovechará cualquier obnubilación de la conciencia "adulta" por alicoramiento (o empendejamieto, que es más nocivo) para dejar ver su trasero atrofiado y ridículo.
Desafortunadamente, como ése es un evento que acaece hasta en las peores familias, se nos ha vuelto epidemia en Colombia ver a un enano cuarentón que, fungiendo como ministro de agricultura, se sentaba en las sesiones del Congreso a chatear con sus compinches sobre la sensualidad de las senadoras; o a otro personajillo cincuentón obsesionado en responder los twits que le llegan a su blackberry; o a una ex congresista jamona que, al ser faltoneada por el personajillo anterior, denuncia las claves del negociado para la reelección presidencial y finalmente "escribe" un libro de delaciones (ah, y posa empelota para una revista de farándula); o a unos sesentones de cuatro soles, veteranos de ninguna guerra, dilapidar el 47% del presupuesto nacional en comprar jugueticos bélicos; o a un viejo setentón fungiendo como Procurador de la Nación salir con una charada como la de intentar atribuirse los méritos de la liberación de las FARC; o a una cuadrilla de vetustos locutores de radio jugando a ser guardianes y fiscales de una supuesta moral pública, o a los agentes de la interpol capturando a Julian Assange por haber "tirado sin condón"...
No es una regresión a la infancia... Es que estos personajes se "maduraron biches" y ahora, con un mapa mental esbozado en su primera infancia y con un timón ético robado a los modelos de su juventud, dan bandazos a la deriva en el revuelto océano de la gestión pública. Si las cosas siguen así, muy pronto asistiremos al espectáculo de una gerontocracia con botox en el raciocinio.