miércoles, 16 de septiembre de 2009

Diatriba de desamor contra la estulticia

La estulticia, imbecilidad, estupidez, idiotez, bobería, tontería, pendejada, huevonada o güevonada, es ese estado de la masa corpórea, que no de la mente o del alma (patrimonios de los locos), al que hoy estamos condenados todos los humanos que queramos sobrevivir en un mundo diseñado por y para pobres de espíritu.
No es éste un mal reciente, producto de la "crísis de valores", el "cambio de paradigmas" o la "crísis de la educación" en nuestro mundo moderno. Ya en 1508
Erasmo de Rotterdam se enfrentó a su realidad sobreponiéndose a la amenaza latente de la hoguera inquisidora y la furia de los poderosos. Tuvo, eso si, que apelar a la exquisita contundencia de la burla irónica para restregarles, con una carcajada en la pluma, lo grotesco de sus aspavientos. Pero, quizás sea un error de traducción, el texto de Erasmo da la impresión de tener dos visiones distintas de la estupidez: una pone en evidencia la nube de fantasías e ilusiones que motivan a un individuo a concentrar su razón de ser en conseguir la pertenencia a una estructura social a la que es ajeno por origen (la sobreestima del dinero para el comerciante, las ansias de gloria del poeta o el guerrero y la sed de poder en el clérigo). Según ésta, las muy celebradas "virtudes del mundo" (el ver claro y verdadero, la sinceridad y la honradez), sólo parecen creadas para amargar la vida del hombre que las ejercita ya que todo acto de reflexión es un atormentarse a sí mismo que desasociega el alma. El goce no está nunca en la claridad y en la prudencia, sino siempre en la ilusión, en estar fuera de sí mismo (Como lo podemos apreciar en la tele, una excelente incubadora de la estupidez es el culto a la imagen que lleva aparejada en muchos casos el ideal de belleza. Repitiendo a Baudelaire, la estupidez es un cosmético divino que aleja las arrugas y hace bello a quien la tiene). Es, pues, claro que todo estulto será tanto más dichoso cuanto más ciegamente esté atado a las exigencias terrenas de su mundo circundante. La otra cara de la estulticia es la locura, ese inefable estado de gracia sin el cual no seríamos felices y de la cual va demostrando a lo largo del libro su carácter de imprescindibilidad para el armónico funcionamiento del mundo. Un toque de locura puede darle a una existencia insignificante el sentido de una vida verdadera. Para corroborarlo, cita la sentencia de Sófocles: “Sólo en la irreflexión es grata la vida”. El justo, el clarividente, aquel que no esté sometido a las pasiones, puede ser llamado de muchas maneras, pero nunca será reconocido como hombre: “Sólo aquel que en su vida es acometido por la locura puede en verdad ser llamado hombre”. Erasmo, al parecer, seducido por la locura, relata cómo Júpiter, conmovido con el sufrimiento de los mortales “relegó la razón a un angosto rincón de la cabeza mientras dejaba el resto del cuerpo al imperio de los desórdenes y de dos violentísimos y contrarios tiranos: la ira, que domina en el castillo de las entrañas y hasta en el corazón, que es fuente de la vida, y la concupiscencia, que ejerce dilatado imperio hasta lo más bajo del pubis”. Son éstas dos maneras nobles y bellas (y, por tanto, peligrosas) de ver la estupidez; porque, más allá de la burla irónica, nos resulta no sólo cómodo y justificable, sino "necesario" padecer cualquiera (o ambas) de estas formas de sueño, quimera, ilusión, pasión o locura. Como diría una niña paisa, así quién no.
Pero, ocurre que, en nuestro mundo contemporáneo, la turbamulta de idiotas, no satisfecha con su constante y vertiginoso crecimiento, exhibe su impudicia con la ritualidad de un minué. Ya no tie
nen el apasionamiento de un Quixote, ni la sofisticación de un Tartufo. No les importa. Son como son y asi nos toca aceptarlos. Todos ellos, estúpidos (y estúpidas, porque la "sexualización" de la gramatica es uno de sus más notables estandartes) tienen en común que sus vidas privadas son un catálogo de total contradicción entre lo predicado y lo aplicado y, no obstante, teorizan, pontifican, apabullan opositores, imponen doctrinas, incentivan guerras y denominan fanáticos a todos los que expresen algún pensamiento o ideología diferente a la de sus gregarias huestes. Entre los casos más memorables de estulticia posterasmiana (incluyendo al ya anecdótico George W. Bush, de quien parecería imposible encontrar un semejante con tal capacidad de estupidez, ignorancia, patanería, vulgaridad y repelencia), están los gestores de la confusa política colombiana que negocian el patrimonio nacional, legalizan genocidios, convierten el territorio patrio en un puteadero de militares gringos y arremeten contra los principios de identidad y hermandad latinoamericana sin que nadie que se atreva a hacerles alguna observación logre salir ileso de sus exabruptos verborreicos. Aunque su principal instrumento son los terminajos rimbombantes, huecos y mal copiados de otros, no conocen la duda al momento de aplicar presión o castigo cuando lo consideran necesario, es decir, siempre y en todo momento.Como les cantó Serrat, Si no fueran tan temibles nos darían risa. Si no fueran tan dañinos nos darían lástima.
Hasta aquí, el discurso ha resultado cómodo. Es relativamente fácil hablar de las cagadas de los demás sin mirar en el propio retrete. Pero, en la pelea con el discurso sobre la estupidez ajena resulta imposible evadir una percepción inobjetable: La razón por la cual Erasmo afrontó el tema desde el recurso retórico de la ironía, no se debió solamente a una treta para eludir la furia de los burlados. Sucede que la estupidez, como el pensamiento o el uroborus se consume sobre su propia definición, enrollando al enunciante en la conclusión de su comentario. Dicho en cristiano: ¿es menos estúpido el mortal que comenta la estupidez de los otros? ¿Cómo se le puede llamar a ese afán de enrostrarle a los demás sus falencias?¿será posible, mediante un loco arranque introspectivo, evaluar los propios factores de estupidez? Yo, que en lo particular, admito mi supina estupidez de creerme "un duro", me encontré en el trilema de si abordar el tema desde la falsa modestia de la autocrítica egocentrista, posar de erudito y esterilizarlo desde una holística impersonal, o jugar al crítico social y derramar la bilis propia sobre los comodines de siempre. Como se puede notar, sucumbí a esa última opción, ni modo, es que soy un tonto de capirote. Pero, a pesar de todo, quiero reconocer la fortuna de haber descubierto la inmensa veta de posibilidades especulativas, literarias y, si se quiere y puede, filosóficas que el tema de la estulticia nos despliega. Parodiando a Erasmo,Aplaudid, vivid, bebed, celebérrimos iniciados de la Locura”, pero declarad la guerra a la estupidez (propia y ajena).

Para quien esté interesado en conocer acerca de la obra de Erasmo de Rotterdam y el humanismo medioeval, le recomiendo un blog que, además del diseño impecable y la erudita documentación, tiene una muy acertada selección musical. Desafortunadamente, no supe como pegar el enlace, pero es fácil ingresar linkeando El hogar de la estulticia. Que lo disfruten