martes, 26 de abril de 2011

Gonzalo Rojas. Volver al hueco oscuro que tanto se ha añorado

A pesar de que (o precisamente por ello) la mayoría de aprendices de plumífero pretendemos ingresar al oficio literario por el sendero aparentemente trillado de la versificación "poética"; y de que, muchas veces con las plumas (¿el teclado?) maltrechas(o), acabamos resignándonos a la triste verdad de nuestra completa incompetencia en las difíciles lides de expresar en palabras la sublimación (alquímica, psicoanalítica, emocional y estética) de nuestra relación personal con el mundo que nos puebla, es justo reconocer que existen unos cuantos bendecidos por las musas que se dan el lujo de morir de arrugas después de haber acumulado un mamotreto de versos y colmado una estantería con trofeos, diplomas, medallas y demás símbolos de reconocimiento a su trabajo. Ayer, 25 de abril, como para aprovechar los festejos del "día del idioma español", a la edad de 93 años, el poeta chileno Gonzalo Rojas (Lebu, región del Biobío, 20 de diciembre de 1917 -Santiago de Chile, abril 25 de 2011) decidió viajar a ese lugar presuntamente oscuro y frio que tanto evocó en sus poemas. En lo personal, no me identifico con su poesía (abrumadoramente cultista y arrítmica para mi gusto); pero, por supuesto, no es este el espacio ni el momento para entrar en disquisiciones de crítica literaria y, menos aún, para pretender demeritar una obra de cuyo acervo dan fe las innumerables páginas de la red que reseñan su obra y lamentan su deceso. Pienso que un hombre que logró sobrevivir a la tragedia pinochetera sin acomodarse a la barbarie, merece por lo menos una mención póstuma.
¿A qué mentirnos?
Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni tropieza, ni vuelve.
¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.
Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.
Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Asma es amor
                                                    A Hilda, mi centaura
Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.
Carta del suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
o me levante y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante.
Así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse.
Juro que ella perdura porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue a donde voy y me sirve de hada.
La concubina 
1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
estoy oyendo el remezón de tu risotada
con emputecimiento y todo,
en la guerra
se gana o se pierde y yo perdí,
y tú perdiste igual, no hay pelitos recónditos
que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
haces tu número
en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
y de mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
-tú y yo- que somos.
2. De esto se pare y se muere, la guerra es ésta,
dejemos los sentidos para ocasiones más
olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
delicado y
concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
de una vez en este hueco de placer:
de ahí saldrá más entero
3. que de adentro de su madre. Usted es un arrepentido
y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
por mucho que haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
es cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
el tajo,
de la putrefacción a la ilusión.
Las pudibundas
Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.
Latín y jazz
Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.
Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...
De “Contra la muerte”
 Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.
De izq. a der: Manuel Rojas-Hernán San Martín- Pablo Neruda- Fernando Alegría y Gonzalo Rojas

Morbo y aura del mal
                    He cultivado mi histeria con placer y terror,
ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862,
he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí
el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.
Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
Hiperión
y otros pastores del abismo- habrá
diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
o sin ideogramas, la versión
de los Septuaginta dice producto
del sol, concupiscencia
dice la Vulgata,
lo bueno
agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
al cerebro le da
por comercio directo con la hermosura.