Cuentan los relatos míticos que por la época en que los dioses griegos descendían del
Olimpo para coquetear con los mortales, existió un pobre hijodeninfa que pilló a una de las diosas en cueritos cuando se daba un baño y ésta, mujer al fin, escandalizada con el fulgor en la mirada lujuriosa del
voyeur adolescente, decidió opacárselo privándolo de la vista. El pobre
Tiresias, que así se llamaba el mirón, tuvo que esperar hasta que su madre
Cariclo (¿Ya dije que era una ninfa?) intercediera por su perdón ante la diosa, quien, ya fuera por pura
mala leche egolátrica o por física incapacidad para desfacer entuertos, se
ranchó en no devolverle la percepción visual de las cosas inmediatas; pero, como para que no se le notara la
rabonada, le concedió el don de la visualización intuitiva de los acontecimientos futuros...
Las
Moiras (personajes míticos de la misma ralea de los susodichos), que suelen tramar sus lienzos con el
huso de la ironía, escucharon el relato y esperaron con cierta morbosa placidez, hasta que en el amanecer del 26 de noviembre de 1944 les llegó la oportunidad de urdir los hilos. El hecho de que, además de ser una ciudad con ínfulas de olímpica, estuviese situada sobre la margen occidental del río
Paraná, se llamara
Rosario y fuese la capital de una provincia llamada
Santa Fe, en un pais que evocaba el
argentum, constituyó motivo suficiente para ser la escogida para ubicar en ella a un hombrecito con cara de semidios griego y temperamento de divinidad oriental.

Y
Roberto, que así habría de llamarse durante sus siguientes 63 años de presencia corporal en este suelo,
Fontanarrosa (¿qué otro apellido se les hubiera podido ocurrir?) creció en gracia de musas, se hizo dibujante de historietas, "humorista" unas veces gráfico, otras "trágico" como asesor creativo de
Les Luthiers
y escritor a secas. Para que la cosa fuera creible, cuando cumplió 24 años lo pusieron a publicar sus primeras ilustraciones
humorísticas en la revista
Boom (como la onomatopeya de una explosión) y cuatro años después, en
1972 lo metieron de colaborador en la revista de humor
Hortensia en la que dio a luz pública al celebérrimo
Boggie el aceitoso (¿Recuerda el factor ironía? pues la hortensia -
Hydrangea- es la flor de la Parca, de la cual Boggie era emisario favorito) y, puesto que la ternura es el aliento de las musas, también parió a
Inodoro Pereyra el renegau, un "
gaucho macho y cabrío, tan argentino como el dulce de leche, la birome o el colectivo".
Pero vayamos redondeando este cuento. Todo lo escrito arriba es para ambientar mi hipótesis sobre la capacidad visionaria de
El Negro Fontanarrosa en la creación de sus historietas, particularmente en
Boggie el aceitoso cuya imagen evoca los clásicos
cliché de "tipos duros" propios del cine gringo "de acción" de los años 70-80 del siglo pasado.

Usando como oráculo la estampa de un
veterano de guerra de Vietnam, un tipo rudo sin conciencia ni marco social que le impeliera a adquirirla, asesino a sueldo que algunas veces fungía como
guardaespaldas o simplemente
como matón sin escrúpulos, Fontanarrosa explotaba la
creencia popular de que todos los asesinos son estúpidos con prejuicios racistas o segregacionistas. Para ello estructuraba las viñetas en un formato de página que secuenciaba las escenas hasta el
gag final en el que, a manera de corolario, "resolvía" con un solo disparo, una trompada o una frase lapidaria la situación pacientemente planteada. Las viñetas "violentas" de Boggie constituyeron lo que llamaríamos humor
hardboiled,
un estilo duro y sin concesiones en el que la frialdad de las ejecuciones constituía
una critica mordaz a esas posturas solapadas de los moraleros que rasgan sus vestiduras
ante el mundo que los observa cada vez que los noticieros registran un
acto de violencia; pero que a menudo resultan ser los propiciadores de
tales eventos. Boogie era uno de esos matones de quienes no se podía esperar
nada sereno, a pesar de la propaganda que a favor de tipos como él nos embutían el cine y la televisión gringos. Y es a ese respecto que se hace notable el don profético de nuestro Tiresias de tinta china: Con la "violencia" fria y cotidiana de su personaje anticipó la manera particular de mirar el mundo de esas generaciones que aun no nacían cuando Boogie distribuía sus dósis del
american's death life.

En el intervalo entre el 19 de julio, cuando se cumplían cinco años de la vuelta al Olimpo del entrañable Negro Fontanarrosa, y el 20 del mismo mes,
una fecha de convención de parcas, James
Holmes, un hombrecito (sagitario, como El Negro) nacido 15 años después de Boogie, en Tennessee, estado
gringo, irrumpió en un cine de la
localidad de Aurora, en las afueras de Denver (Colorado) disfrazado como el
Guasón, personaje de
The Dark Knight Rises (El caballero oscuro), la última
secuela de
Batman, que se estrenaba esa noche. Quería jugar a ser un asesino frio y eficiente; cuatro meses antes había comenzado a proveerse de balas para una
pistola Glock calibre .40 (3.000), cartuchos para un rifle
semiautomático Smith&Wesson (3.000) y proyectiles para una escopeta Remington calibre 12 (350). Provisto de tal parafernalia bélica y forrado en un chaleco antibalas, ingresó al cine, esperó la escena apropiada, arrojó dos botes de gas lacrimógeno y disparó hasta trabar el fusil. El gagcito causó 24 muertos y 50 heridos. Al igual que Boogie, su semblante reflejaba una total carencia de emociones. No
ofreció resistencia al ser detenido e, incluso declaró tener más armas y explosivos
en su apartamento.
Ahora bien, de ser mister Holmes el caso aislado de un sociópata enloquecido, no tendría ningún sentido atribuirle dotes de profeta a
Roberto Fontanarrosa. Pero, cuando asistimos el desarrollo progresivo de una subclase global de individuos aterradoramente serenos que protagonizan masacres en Holanda o destrozan con sus dientes a sus congéneres en USA, se nos hace imperativo retornar a las historias de
Boogie el aceitoso para encontrar en ellas las claves cifradas de lo que el
Negro Fontanarrosa preludiaba como un futuro humano de insensibilidad autodestructora.
En fin, que toda esa carreta hasta aquí empujada sólo tenía como fin recordar a
Roberto Fontanarrosa, el genial escritor, dibujante, historietista y ser humano que el 19 de julio cumplía sus primeros cinco años de alejamiento terrenal. Su vacío sigue tibio... Quien lo conozca no podrá olvidarlo. ¡Abur, abur, querido maestro!