viernes, 15 de abril de 2011

La cuestión homosexual, un tema maluco cuya socialización requiere sindéresis

La Sala Plena de la Corte Constitucional colombiana, en su sesión del 13 de abril de 2011, ratificó por ocho votos a uno la inexequibilidad de la disposición del Código Civil Colombiano que condicionaba el derecho de sucesión patrimonial del compañero muerto en unión marital  a la legalización de un vínculo matrimonial, con lo cual dejaba por fuera a las parejas homo y heterosexuales que convivían en unión libre. Con ponencia del magistrado Jorge Ignacio Pretelt, la mayoría de los nueve integrantes de la Corte coincidió en que el hecho de que la norma consagrara de manera exclusiva los derechos patrimoniales a los matrimonios heterosexuales era violatorio de los derechos fundamentales tanto de los homosexuales como de quienes conviven bajo la figura denominada unión libre con su pareja hetero. Una disposición de Ley en nada extraordinaria, con unos alegatos plagados de tecnicismos jurídicos y una retórica "igualitaria" acorde con el hermafroditismo moral de los tiempos actuales.
El reconocimiento legal de los derechos primordiales de TODOS los ciudadanos es un compromiso natural de quienes dictan las leyes; es decir, la promulgación de una u otra norma constitucional, penal, jurídica... como se la quiera etiquetar, es el resultado natural del ejercicio de su hacer y, por tanto, cuando el aparato propagandístico y publicitario de la gran prensa divulga con bombos y platillos, como quien cacarea un enorme huevo, la promulgación de una norma o Ley de la que alguien puede sacar especial provecho, pues no queda más opción que mirar quienes son los interesados y tratar de dilucidar los verdaderos móviles de tal alharaca. 
En mi opinión personal, el comportamiento sexual de cada quien es algo tan individual e íntimo como sus hábitos de higiene o el tamaño y la forma de sus genitales; y, desde esa perspectiva, no tiene ninguna sustentación decorosa endilgarle juicios morales a quien tiene gustos, tendencias y prácticas sexuales distintas a las mías (es de Perogrullo que "cada quien es libre de hacer de su moyo un candelero"); sin embargo, y a riesgo de estar evidenciando en mi algunos rezagos de esclerosis moral, debo decir que vislumbro un problema subyacente en el ostensible empoderamiento "democrático" de un subgrupo social acostumbrado a hacer del escándalo, el exhibicionismo y el mal gusto un instrumento travestidor de valores institucionales y subversor de premisas culturales. No ignoro, por supuesto, que la posible evolución de la humanidad se constituye sobre la base de la transgresión a los paradigmas culturales instituídos, ni creo que los ataques de fanáticos revestidos de una nata pseudo-religiosa merezcan alguna respetabilidad; pero el enfoque egocentrista de quienes reclaman la reivindicación de SU derecho particular no contribuye en nada al mejoramiento de las actuales condiciones socioculturales de convivencia. En fin, para quitarle el tono admonitorio y ponerle un toque de ironía a este cuento, anexo un texto de Julio César Londoño (debido a mi desorden no registré la fuente ni la fecha -posiblemente últimos meses del 2010, cuando se cocinaba en el Congreso el sancocho de los matrimonios gay):
¡Muerte a los homosexuales!
Vivimos un plumero que ni en Sodoma, ¡qué digo, ni en Medellín! Ahora se casan públicamente en Buenos Aires, “contraen nupcias” con efectos civiles en España, se divorcian en Holanda y hasta adoptan niños en Australia. Yo me uno a las protestas de José Galat, del Procurador y de todos los hombres de bien contra semejante burla al sacramento del matrimonio. Y no se crea que somos solamente gente asustadiza o prejuiciada o cavernaria los que nos oponemos a esta aberración. También hay protestas de entidades oficiales y científicas como el DANE, cuyos sociólogos y estadísticos no saben cómo van a definir el concepto de “familia” y se han pronunciado ya en contra del matrimonio gay.
Como católico practicante, me atengo a Las Escrituras: “El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer y serán los dos una sola carne” (Mateo, 19:4). Y más concretamente: “No cometas pecado de sodomía porque es una abominación”. (Levítico, 18:22). Aclaro que no soy exactamente un exégeta y que Las Escrituras contienen pasajes que no entiendo muy bien. Los cito a continuación, junto con otros que han circulado por la red (seguramente colgados por mano gay), para que algún lector me ayude a desentrañar su recto sentido. Levítico, 5:19-24, por ejemplo, proscribe el trato con mujeres que estén menstruando. Muy bien, Vade retro mulieris sanguinis, pero ¿cómo distinguirlas? Uno no puede ir por la calle preguntándoles a las señoras esas cosas así como así. Otra inquietud: tengo una hermana insoportable y quiero venderla como esclava siguiendo los consejos de Éxodo, 21:7. Considerando que es una mujer jecha pero fogosa y no del todo fea, ¿cómo la taso? Levítico, 25:44 me autoriza a tener esclavos, tanto varones, como hembras. Yo sólo tengo una sirvienta criolla y me gustaría adquirir un muchacho italiano. ¿Nihil obstat?
 
Me aseguran que la versión original del decálogo decía: “No desearás la mujer del prójimo… ¡ni al prójimo!”, porque nada escapa al Espíritu. ¿Es verdad? A pesar de los ruegos de toda la familia, mi suegro insiste en trabajar los sábados. Según Éxodo, 35:2, debe recibir la pena de muerte. Como yerno mayor, ¿debo matarlo yo mismo? En tal caso, ¿puedo hacerlo en sábado? En Levítico, 21:20 se prohíbe que los mancos, cojos, ñatos, narizones, jorobados, sarnosos, legañosos o ciegos se acerquen al altar de Dios. No arrastro con ninguno de estos estigmas, gracias al Señor, pero mi visión, dista mucho del 20/20. ¿A cuántos metros del altar puedo llegar?
Los fines de semana juego fútbol. Punta izquierda. Fui muy buen portero hasta que leí que tocar la piel de un cerdo muerto me hace impuro (Levítico, 11:6-8). Ustedes dirán que qué tiene que ver lo uno con lo otro. ¡Pues todo, porque cómo voy a saber con qué clase de cuero está hecho el balón! Mi tío se pasa por la faja el precepto de Levítico, 19:19 plantando dos cultivos distintos en el mismo campo. También lo viola su mujer, que combina prendas de tejidos diferentes. ¿Es realmente necesario reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos, o podemos quemarlos vivos en una pequeña reunión familiar, como se hace con los que duermen con sus parientes políticos? (Levítico, 20:14). (Volviendo al asunto del fútbol, ¿puedo volver al arco y salvarme usando guantes sintéticos?) Desafiando a Levítico, 19:27, todos mis amigos varones se peluquean y se rasuran. ¿Cómo explicarles que eso es una abominable superstición gentil? ¿Cómo pedirles que dejen de hacerlo sin que piensen que me enloquecen los hombres barbados y llenos de cachumbos rodándoles por el rostro? Quedo a la espera de las luces de los lectores. J.C.L.