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lunes, 12 de diciembre de 2011

La macabra danza de los pacificadores

Desde los míticos tiempos de Homero, aquel ciego cronista de la Grecia oscura, los invasoress torturan y asesinan a sus enemigos y exhiben las piltrafas a los aterrados perdedores. Es un comportamiento atávico impreso con hambre, miedo y odio en los genes más salvajes de nuestro instinto de primates. La saga de nuestra evolución ha pintarrajeado de heroismo, justicia o privilegio divino las atrocidades que unos individuos (al amparo de SUS leyes) aplican sobre otros (satanizados y criminalizados por leyes espurias) 
Baste leer algún episodio de la historia universal para asistir con ojos de angustia a la macabra danza de los héroes, conquistadores, misioneros y toda esa laya de asesinos, violadores y saqueadores que se han acostumbrado a adquirir poderes sustentándose en el terror, el dolor y la muerte. Asi, pues, que unos individuos, descendientes de una genealogía de usurpadores, consideren necesario llegar “hasta las últimas consecuencias” para conservar su apropiación de los capitales y el poder sobre las personas, es algo que uno acaba tolerando por la fuerza de la claudicación impuesta.
Pero, con lo que no se puede estar de acuerdo, ya sea por un obsoleto sentido de la dignidad o por ingenua creencia en el respeto a la ética como única tabla de salvación del género humano; o, incluso, por un terco resabio estético que intenta exigirle a los "humanos" un comportamiento digno de los ideales de su especie, es que se pretenda hacérsele cómplice del frenesí antropofágico mediante la información tergiversada de los acontecimientos. Desde el pentagónico enroque del Worl Trade Center a inicios de la anterior década, nos han venido restregando el espectáculo de sus invasiones pseudojusticieras enmascaradas con el ya sospechoso antifaz de su "democracia".
Los hemos visto incendiar a Irak y a Libia, asesinando a sus gobernantes y continuamos observando impotentes cómo introducen en los paises de la Unión Arabe el tósigo de su "primavera".
Y la peste se transmite, en algunos casos no por contagio sino por emulación. En estos últimos tres años Juan Manuel Santos, ya sea fungiendo de ministro de la guerra o como presidente del pais de SU guerra, ha puesto en práctica las mañas aprendidas cuando fue alumno de la Escuela de las Américas para hacer ver su saña masacradora como un esperanzador instrumento de paz.
Que Luis Edgar Devia Silva (Raúl Reyes), Victor Julio Suárez Rojas (Jorge Briceño Suárez o Mono Jojoy) y Guillermo León Sáenz (Alfonso Cano) comandantes guerrilleros de las FARC murieran abatidos por bombardeos aéreos, es tema que podría admitirse bajo las circunstancias propias de una confrontación bélica (aunque la desproporción en el uso de la fuerza exige un análisis objetivo); pero que sus cadáveres fueran exhibidos en condiciones grotescas, con la complicidad de los medios, sin que ni un solo miembro de la sociedad civil hiciera sentir su voz de indignación, si deja en el ambiente la preocupante sensación de que la sociedad colombiana ha sido permeada por un odio irracional o por un miedo bastante racional. En cualquiera de los casos, todos salimos perdiendo.
Como para aportar una pequeña ilustración sobre la naturaleza de los hechos y la caracterización ideológica de uno de sus actores, adjunto la carta que el médico cardiólogo Rodrigo Londoño Echeverri (Timoleón Jiménez o Timochenko), quien asumió la comandancia del ejército guerrillero, le envía al presidente de Colombia. Ud. amigo(a) lector(a), léala, saque sus conclusiones y, lo más importante, deme su opinión.
Así no es, Santos, así no es
Todos tenemos que morirnos, Santos, todos. De eso no va a escaparse nadie. Unos de un modo y otros de otro. Unos por una causa y otros por otra. Algunos escogen una muerte heroica, gloriosa, profundamente conmovedora. Otros prefieren morirse de viejos, de un infarto o diabetes, tras una larga enfermedad en una cama o endrogados en medio de un burdel. Es como la vida, unos prefieren pasarla haciendo dinero y engordando como cerdos, o practicándose cirugías para conservarse jóvenes, pisoteando a los demás y dándose ínfulas. Otros escogen caminos más nobles. Y son muy felices así. Es un asunto de conciencia. Pretender intimidarlos para que acepten vivir como los primeros es un error.
Y todavía más grave es matarlos. Pretender exhibirse como modelo de civilización y decencia dando la orden de despedazarlos a punta de bombas, plomo y metralla. O como sea. Por ejemplo, de dos balazos por la espalda cuando se llega en la noche a casa. O molidos a golpes en una celda. O desmembrados con una motosierra. O con la cabeza mochada a machete. Al expresar el dolor que la torturaba por la muerte de su Jefe, decía una guerrillera que hombres como él quedarán para la posteridad y el pueblo los recordará como lo que fueron, inmortales. Otro enviaba una nota a sus mandos diciendo, aquí estamos para ayudar en todas las tareas que ustedes nos orienten. Les brindamos nuestra solidaridad en este momento.
Yo no sé. Pero eso de ostentar poder y mostrarse amenazante y brutal, no puede ganar las simpatías de nadie. De nadie que no sea ostentoso y brutal como el que lo hace. La historia nos enseña que a la inmensa mayoría de seres humanos les repugna ese tipo de fanfarronadas. De niños aprendemos que sólo los ogros más malvados suelen actuar de ese modo. Y con el tiempo aprendemos a asociar esas conductas a los seres más perversos. Matar salvajemente a un ser humano, con métodos notoriamente desproporcionados, para pararse sobre su cadáver y señalar a otros que les tiene reservado el mismo tratamiento, tiene la virtud de producir un efecto contrario. Ningún hombre se dejará humillar de ese modo.
Homero fue un maestro en desentrañar el alma. Tras dialogar con Príamo, Aquiles comprende la dimensión de los troyanos y la bajeza de la causa griega. Asume lo miserable de haber paseado el cadáver de Héctor, atado a su carro, frente a sus seres queridos y su pueblo. Por eso decide inmolarse en la refriega, para no aparecer como vencedor con ese ejército. Son los gestos de grandeza moral los que hacen imperecederos a los hombres. Sólo las mentes más enfermas y enajenadas pueden sentir alguna simpatía por Adolfo Hitler. Aunque en su momento muchos lo hubieran aplaudido. El tiempo terminó por ubicarlo en el infame lugar que le correspondía. Creo que a los Santos y Pinzones les reserva una suerte similar el destino.
No puede ser de otro modo. El grado de ruindad moral que exhiben horroriza al más sano de los juicios. Muy poca gente conoce en el reinado de cuál emperador romano fue crucificado Jesús. Pero creo que por encima de las propias creencias, en todas partes se profesa el más elevado respeto por él. Porque prefirió el suplicio y la cruz antes que renunciar a sus ideas. Y porque esas ideas abrigaban un altísimo grado de humanidad. Eran buenas, buscaban la felicidad general, ensalzaban a los pobres e incluso fustigaban a los ricos, proclamaban que todos los hombres eran iguales. Sólo proponía a hombres y mujeres que lo abandonaran todo y lo siguieran en la propagación de esa fe, de esa verdad, decía. Pero lo coronaron de espinas, lo abofetearon, lo crucificaron y lancearon. Se burlaron de él. Habían preferido liberar en su lugar al peor de los criminales. Sin embargo fue ese Cristo el que los sobrevivió a todos. Pese a que hubieran perseguido por siglos a sus seguidores. De nada sirvió arrojarlos a los leones ante la aclamación general de la plebe en el circo.
Esta gente lleva medio siglo en esto, Santos. Algunos, de cabeza blanca, cuentan historias de sus días en Marquetalia. Otros hablan de los años en el Guayabero, de los primeros diálogos cuando Belisario. Hasta afirman que si entonces el gobierno hubiera pensado mejor, las cosas en el país hubieran sido muy distintas. La soberbia ha podido más que la razón. Muchos cuentan experiencias de la guerra integral de Gaviria y su creación de las brigadas móviles. Y muchísimos más vivieron aquí lo del Caguán. Una enorme masa llegó después a estas filas. En ese devenir, seguramente, se han presentado múltiples deserciones y traiciones. Pero no ha sido lo determinante. Son más y más los revolucionarios y cuadros convencidos.
Esta gente ha construido una epopeya sin antecedentes en ningún lugar ni época histórica. No hubiera sido posible sin el más extraordinario altruismo. Ni siquiera las fuerzas especiales del Ejército pudieron operar en el terrible invierno de esas abruptas cordilleras guerrilleras. Pero allá mismo viven ellos, aman, sueñan un mundo mejor y luchan por conseguirlo. Primero, entre groseros chistes, exhibieron el cuerpo despedazado de Raúl Reyes. Después recogieron exultantes la mano arrancada a Iván Ríos. Rugieron orgullosos más tarde cuando con toneladas de bombas quitaron la vida al Mono. Ahora, llorando de felicidad, dan el parte ensangrentado sobre Alfonso. Macabro rostro el de esa bella democracia.
La cabeza de José Antonio Galán, así como cada una de sus extremidades, exhibidas a manera de escarmiento para evitar otro alzamiento comunero, no lograron impedir la gesta por la independencia. Ni su triunfo. El pueblo empeñó en ello miles de muertos y heridos, gran ruina y enormes sufrimientos. Hubiera sido mejor de otra manera, pero la Corona no quiso. Las FARC son miles y miles de revolucionarios que soportan las más duras condiciones porque creen firmemente en su causa. No ganan un solo centavo, no poseen nada material, el movimiento les da lo que necesitan. Y el movimiento son todos ellos. Son una impresionante creación histórica, aquí, en Colombia, ante nuestros ojos. Así no es Santos, así no es.

Timoleón Jiménez Comandante del Estado Mayor Central FARC-EP
Noviembre 2011

lunes, 2 de mayo de 2011

Ernesto Sábato, un vidente entre ciegos clarividentes deambulará sereno por las secretas cavernas de Belgrano


Viñeta del Informe sobre ciegos de Alberto Breccia
"Ya contaré cómo alcancé ese pavoroso privilegio y cómo después de años de búsqueda y de amenazas pude entrar en el recinto donde se agita una multitud de seres, de los cuales los ciegos comunes son apenas su manifestación menos impresionante. " Informe sobre ciegos
De toda esa explosión literaria que el planeta conoció por allá en la década de los sesenta del siglo pasado con el honomatopéyico apodo de ¡BOOM! Latinoamericano, ningún escritor iguala a Don Ernesto Sábato (Rojas, Provincia de Buenos Aires, 24 de junio de 1911 - Santos Lugares, 30 de abril de 2011) en la  simbiosis extrañamente contradictoria (no intente definir con palabras esto de la "simbiosis contradictoria", acabaría sucumbiendo ante el sentido común de la lógica, enemiga acérrima de la poesía y analfabeta en divagaciones surrealísticas) de su nihilismo filosófico con la necesidad afectiva de acompañar a los oprimidos sociales en esa travesía infernal que adoquinaron con terror y muerte las dictaduras militares latinoamericanas del tercer tercio del siglo XX. "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido", dijo alguna vez.
Qué otra cosa se podía esperar de un argentino que se fuera a La Plata (Argentina) a combinar estudios de Física con cursos de Filosofía ¡en la década de los treinta, cuando estaban en su apogeo las letras tangueadas de Discepolín y la brega antiimperialista de Homero Manzi! y que, para rematar, se fuera a realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie de París (gracias a la mediación de Bernardo Houssay le fue concedida una beca anual), ciudad en la que entró en contacto con el movimiento surrealista y con personajes como Óscar Domínguez, Benjamín Péret, Roberto Matta Echaurren (Santiago de Chile el 11 de noviembre de 1911-¡11.11.11!) y Esteban Francés, entre otros, cuyas influencias son notables tanto en su obra literaria como pictórica, porque Sábato, además, ¡pintó!
El empleo de la vista como tropo de la relación hombre/realidad es un recurso frecuente tanto en el verso clásico, como en la ensayística y la novela contemporáneas (hasta Saramago se jaló un "Ensayo sobre la ceguera " 2003). El "ver" o el "no ver" asociados a la oscuridad del momento o a la incertidumbre del futuro, son desde la tragedia de Sófocles un arquetipo (αρχη) dramático de la pérdida de toda esperanza frente al insondable abismo de la existencia. Aprovechando la intensidad dramática de ese arquetipo, Sábato alterna, a manera de strober, la intensidad lumínica de los momentos y acentúa los movimientos de la trama (que inexorablemente conducen a un final trágico), fundiendo la angustia existencialista de los personajes con una perspectiva surrealista del espacio-tiempo narrado y un Vito explicatum referente de la corriente psicoanalítica, cuya función es hacer visibles los miedos y limitaciones ignorados por los individuos y ocultados por los colectivos sociales (¡uffff! ¡Qué descreste tan rebuscado!). Mejor bajémonos de ese bus y digamóslo en lenguaje bloguero: Sus tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abbadón el exterminador (1974) (sólo tres; al igual que Rulfo, el otro vidente triste, su obra novelada no fue prolífica, pero si sustanciosa) se ubican en tiempos históricamente determinados y lugares objetivamente definidos para, a través del ululatos de una conciencia afligida, lanzar la oracular admonición de un presente que estrangula toda esperanza de un futuro perdido en los laberintos de la razón subjetivada. Sábato parece querer reiterar en cada uno de sus personajes (Vidal Olmos, Castel, Iribarne, Sabato) el epígrafe grabado por Don Francisco de Goya en el aguafuerte de los caprichos: "el sueño de la razón produce monstruos": "Los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas sino que lo hacen encarnándolas".
A juzgar por esa mirada perdida en un horizonte remoto, me es fácil atreverme a colegir que Borges (ese Tiresias moderno) pensó en él cuando escribió su Aleph: Quien lo haya vislumbrado todo debe tener una mirada profundamente triste. Ironías del destino: Acosado por el avatar de la ceguera que tanto convocó, tubo que vivir sus últimos días encerrado y alejado de la literatura. Su último libro de memorias Antes del fin (1999) está escrito para los que como él "se preguntan para qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas". 
"... Y aunque en desdichas tan graves
la política he estudiado,
de los brutos enseñado,
advertido de las aves;
y de los astros süaves
los círculos he medido:
tú sólo, tú, has suspendido
                                                      la pasión a mis enojos,
                                                      la suspensión a mis ojos,
                                                    la admiración al oído..".
                                             (P. Calderón de la Barca, 1620- La vida es sueño)
Algunos de sus mini-ensayos
"Un argentino que pretende utilizar a Marx como maestro sostiene que el Don Segundo Sombra de Güiraldes no existe, que es apenas la visión que un estanciero tiene del antiguo gaucho de la provincia de Buenos Aires. Lo que es más o menos como acusar a Homero de falsificador porque exhaustivos registros llevados a cabo en las montañas calabresas y sicilianas no han dado con un sólo cíclope. Con este mismo criterio de naturalista habría que rechazar a Modigliani por su manía de pintar mujeres con gargantas inexistentes. Pero ¿"inexistentes" dónde? No desde luego en el espíritu del pintor. La diferencia entre Modigliani y una máquina fotográfica es que el arte no es una copia de la mera realidad externa sino un acto ontocreador, más cercano al sueño que al espejo.
Por ahí andaba todavía el modelo que empleó Güiraldes para inventar su personaje. Creo que se llamaba Segundo Ramírez. Los astutos administradores de la fama lo exhibían a los turistas extranjeros. Evité la tristeza de conocerlo, pero aún así puedo asegurar que era un mistificador, porque el auténtico Don Segundo es el mito imaginado por Güiraldes, que misteriosamente reveló un secreto de la condición pampeana. Inmortal, como todos los mitos. Que los sociólogos de la literatura y los profesores de folklore no pierdan el tiempo tratando de desautorizarlo.
 Y a propósito de Pascal
Es característico que ni él, ni Kierkegaard, ni Nietzsche fuesen filósofos sistemáticos: fueron irregulares, fragmentarios; y tal vez porque en ellos la vida y el misterio son más importantes que la explicación y el sistema. Los tres son emocionales, místicos, atormentados. Devolvieron el pathos al pensamiento, y fueron grandes escritores. Si es cierto que el Absoluto no se alcanza como pretendía Hegel sino por arrebatos y éxtasis, de modo parcial, por pedazos, ellos revelaron vastas regiones de ese misterioso continente. 
Calma, estructuralistas
Hay un tipo de beato del estructuralismo que con gusto aboliría la historia, lo que me parece un poco exagerado, cuando advertimos cómo pasa todo, no sólo el Imperio Romano sino la propia moda del estructuralismo. Esa gente enarbola la sincronía como un garrote y al que sale con antigüedades como ésta, un golpe en la cabeza, mientras se profieren palabras como reaccionario, subdesarrollo y oscurantista.
Pero sí, hombre, ya lo sabemos, desde la época en que estudiábamos matemáticas, en la década del 30, mucho antes de que se nos viniera la moda desde París. ¿Cómo no íbamos a saber que "La pasión según San Mateo" o un gusano son estructuras? Tampoco ignorábamos que era una saludable reacción contra los atomistas, los positivistas y los fanáticos del historicismo. Pero se les fue la mano. Vean con la lengua: una realidad en perpetuo cambio, en la que, tarde o temprano -¡oh, diacronía de las ideas!- hay que aceptar el modesto pero demoledor hecho de la transformación de las estructuras, aunque sea como una sucesión de estados sincrónicos; tarde o temprano hay que admitir que en todo estado de una lengua está oscuramente la energía que conducirá a una nueva estructura. Bueno, por favor, no es tan deshonroso. En suma, que el estructuralismo es válido haste el momento en que deja de serlo. 
Los granos de un montón
Un vicerrector de la universidad de Cambridge, llamado Lightfoot, en época menos inclinada a la incredulidad, mediante un minucioso estudio del Génesis, probó que Adán fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana. Ahora me entero de que en 1978 se cumplió el milenario de la lengua castellana. Sorprendido por la exactitud, traté de averiguar cómo era la cosa, y la cosa era así: en cierto momento del año 978, un monje de San Millán de la Cogolla, en el margen de un manuscrito en latín, escribió anotaciones en una disparatada jerga románica, ignorando que acababa de inaugurar el castellano. Se me dirá que estoy bromeando, pero no hago sino parafrasear los argumentos que se ofrecen para esta celebración. Porque si no, ¿de qué fecha estamos hablando? No tratándose del esperanto sino de una lengua viva, debemos suponer que el buen hombre no inventó el nuevo idioma, formado durante siglos, poco a poco, torpe y balbuceantemente, por analfabetos que para criar cerdos, enfurecerse con la mujer, pedir la comida y amenazar a los chiquilines no iba a aprender a Cicerón.
Nunca se sabrá cuánto duró este proceso, que algún purista llamaría de corrupción del latín; primero, porque no aduvimos cerca de ese durante algunos cientos de años, y, segundo, porque tampoco puede establecerse cuándo se alcanza la categoría de montón agregando granos de trigo.
Las vulgaridades de la novela
Cuenta Gide en su Journal que Valéry no se decidía a escribir una frase como "La marquise sortit a cinq heures". ¿Y qué prueba eso? Una novela, y hasta una gran novela, está llena de frases tan triviales como ésa, como la vida misma: Hegel también se desayunaba. Además, una ficción es como un continente, en que para llegar a lugares que han de fascinarnos deben atravesarse estúpidas llanuras sin otros atributos que el polvo, el cansancio y la monotonía.
Muchas veces me he preguntado si Valéry no consideró sus impotencias como virtudes. Apuesto a que habría querido escribir el Quijote, que está plagado de marquesas que salen a las cinco. Se pasó la vida hablando de las matemáticas y usando giros de su idioma, que los profanos admiran tanto más cuanto más los ignoran; y sin embargo no pudo aprobar el ingreso a no sé qué escuela por culpa de esas matemáticas. Pascal abandonó a los trece años a esa mujer por la que Valéry suspiró sin poder poseerla. Como para que no escribiera aquella frase rencorosa: "Pascal perdió la oportunidad de darle a Francia la gloria del cálculo infinitesimal".
Psicología con p
Al corregir las pruebas de galera de un libro mio me sorprendí al advertir la grafía "sicológico", donde yo habia puesto "psicológico". Porque aun cuando una editorial se haya jurado una determinada política lingüística, no puede imponérsela a los escritores, que generalmente tienen sus propias ideas sobre el idioma. No ya la dirección de una editorial sino tampoco la propia Real Academia de Madrid tiene derecho a hacerlo, pues al fin de cuentas las normas de ese cuerpo son la consagración de las modalidades impuestas por el pueblo y los escritores.
¿Qué argumentos se pueden oponer a la grafía psi? No, por supuesto, la fonética, ya que la gente culta generalmente la pronuncia así. Y en el caso de que no se la pronunciase, tampoco es un argumento, porque si fuéramos a caer en la locura de escribir las palabras tal como se pronuncian tendríamos que poner payasadas como sológico, asaña y rebolusión, al menos en Buenos Aires.
Por lo demás, que en ningún idioma hay correspondencia entre el lenguaje hablado y el escrito, puesto que el escrito esta fijado por los textos y aquél va cambiando en el espacio y en el tiempo. En alguna parte y en alguna época se pronunciaba o pronuncia "bosque", pero hoy aquí en Buenos Aires decimos "bojque"; del mismo modo, supongo, que en algún tiempo en Francia se decía "mesme", para luego derivar hacia "mejme", y luego a "mehme", para terminar escribiéndose "meme" donde el acento circunflejo indica que allí hubo alguna vez una perecedera ese. Si el lenguaje escrito fuese alterado cada vez que el pueblo y las costumbres fonéticas cambian, sería cosa de no acabar, y una forma más demencial de dividir el territorio lingüístico en parcelas liliputienses: ya que habría que usar una forma para Buenos Aires, con sus "bojques" y "yubias", y otra para Santiago del Estero, con sus "bosques" y "iubias". Pero qué digo, habría que establecer una lengua para el Barrio Norte de Buenos Aires y otra para La Boca.
Todo idioma se aleja de lo escrito. Y algunos, como el inglés, que allí donde escriben Londres pronuncian Constantinopla. Esos investigadores que andan con grabadores han contado no menos de veinte formas de pronunciar la letra o, entre las cuales la más sorprendente es la que figura en la palabra women.
La lengua oral es tan voluble que a veces hasta imita a la escrita, lo que ya es el colmo de vuelta. Así, antes del Renacimiento se escribia y se pronunciaba "oscuro"; pero los eruditos de la época, por escrúpulo etimológico, apuntalaron la palabra con una b. Podría haberse mantenido muda, como corresponde a una momia o un fósil. Pero las enérgicas educadoras lograron que los chicos pronunciaran finalmente "obscuro". Lo que, por supuesto, y si se dejan de lado los golpes, nada tiene de dramático; hay que tomarlo ahora como una costumbre más y no hacer tanto escándalo. De modo que si a un escritor se le da la real gana de escribirlo sin b, hay que respetarlo. Y si no se lo respeta, hay que protestar. Que es exactamente lo que le pasó a Unamuno cuando un pedante corrector le puso en una de sus pruebas: "¡Ojo! ¡Obscuro!", corrigiendo lo que había escrito don Miguel. A lo que, tachando enérgicamente la insolencia, contestó, también al margen: "¡Oreja! ¡Oscuro!"
Vanguardia y progreso en el arte
La palabra "vanguardia" se la vincula al progreso. Pero en el arte no lo hay (cf. Collingwood), como lo revela el auge que en el París de comienzos de siglo tuvo el arte de los negros y polinesios. En el arte hay acciones y reacciones. Corsi y ricorsi. Hay dialécticas de escuelas, ciclos, sempiterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre bizantinismo y vitalismo entre complicación y simplificación, entre artificio y naturalidad, entre claro y oscuro, entre violencia y serenidad, entre romántico y clásico. Y no sólo hay sucesión sino contraposición de tendencias o escuelas (Quevedo y Góngora).
Piénsese, dicho sea de paso, qué "avanzado" resultó de pronto el arte hierático de Ramsés II frente al mero naturalismo europeo. Pero esto del progreso es una manía invencible. ¿Cuál era el personaje de Proust que suponía mejor a Wagner que a Beethoven, nada más que porque vino después? Pero no estoy seguro ni del personaje (una mujer, me parece) ni de los músicos."
Adenda: Por cuestiones de espacio no comento la importancia de su labor al frente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina, donde elaboró el documento Nunca Más, conocido también con el nombre de Informe Sábato, trascendental investigación y denuncia sobre los secuestros, desapariciones y torturas acontecidos durante la dictadura militar instaurada desde 1976.


PD. A estas horas no sé cuánta tv. en el planeta está haciendo su agosto con la noticia del asesinato de Osama Bin Laden.

¿Cuánto tardarán los traficantes de la muerte en inventarse otro enemigo que les justifique invasiones, saqueos y comercio de parafernalia belicista? Ah, ¿ a nadie se le hace sospechoso que se haya "arrojado el cadáver al océano" tan apresuradamente y que la única imagen difundida por la tv. pakistaní haya sido tan rápida y rotundamente denunciada como falsa?