martes, 23 de marzo de 2010

Bernardo Jaramillo Ossa. Estos hijueputas nos lo mataron

Si existe un momento esencial en la historia de un pais en el que la frase lapidaria de una de sus ofrendas  oficiales al demonio de la muerte es el corolario que mejor define el talante de los agentes del poder institucional y más profeticamente admoniza sobre la venidera negrura del futuro político nacional desde la conciencia plena de su presente agónico, ése es, indudablemente, el del 22 de marzo de 1990 a las 8,05 de la mañana en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, cuando Bernardo Jaramillo Ossa le dijo a su compañera “Mi amor, no siento las piernas. Estos hijueputas me mataron, me voy a morir. Abrázame y protégeme”. Un sicarito de 17 años acababa de descargarle las 33 balas de su mini ingram 380 frente a una "escolta" de 11 agentes del DAS, 2 policías y 2 acompañantes de la UP. Era el epílogo de una estrategia de poder a largo plazoque habían iniciado los narco ganaderos del Magdalena Medio desde la época del gobierno de Julio César Turbay Ayala, cuando acomodaron a alvaro uribe vélez en la dirección de la Aeronáutica Civil Colombiana (1980-1982); para luego instalarlo en la alcaldía de Medellín por un corto período (1982-83) como paso transitorio hacia el Concejo de la ciudad (1984-86) que lo llevaría al Congreso de la república (1986-94), cuya dieta "sacrificaría" para asumir la gobernación de Antioquia (1995-97) en la que fortalecería las bases político-militares que, finalmente, lo atornillarían a la presidencia de la república (2002-10), con las consecuencias que ahora comenzamos a padecer. No hay que ser suspicaz ni paranoico para notar las "coincidencias" entre esa meteórica carrera pública y el surgimiento del ejército paramilitar como estrategia de Estado y el aún impune exterminio de la Unión Patriótica que dejó como saldo el asesinato de dos candidatos presidenciales, nueve congresistas, 70 concejales y decenas de diputados, alcaldes y líderes políticos. Se habla de más de 4 mil víctimas, muchas de ellas desaparecidas (eso, apenas intuyendo el terrible período de desangre que otra vez volveremos a tener sin que ninguna autoridad "sepa" de dónde provienen las motoserradas).
 Ha pasado el tiempo y hoy esa cadena de odio, dolor y muerte es leída con escepticismo e incredulidad por las nuevas generaciones, cuya información sobre la realidad contemporánea de los colombianos ha sido unidireccionalmente canalizada por los escasos medios de información que, obviamente, pertenecen al régimen. Ése es un fenómeno reciente, producto del éxito de aquélla estrategia; pero, en los años 80 y 90 la opinión pública, sobre todo, la del ámbito académico, tenía pleno discernimiento de la barahúnda que dejaba oir sus ecos tras las paredes del Congreso nacional. Fue gracias (o, más bien, por culpa) de todo ese caudal informativo, que Bernardo acertó ¡hace 20 años! en denunciar lo que sería la degradación del conflicto armado colombiano; pero, al advertir el fortalecimiento del narcotráfico mediante la legalización de las estructuras paramilitares y su complicidad con el Estado, estaba cavando concientemente  su tumba. Él, tan inteligente; Él, tan culto; Él, tan curtido en la tragedia campesina del Urabá antioqueño, cometió la ingenuidad ineludible de pretender desarticular el andamiaje paramilitar desde la atalaya de su candidatura presidencial con el arsenal de sus ideas y el cañón de su oratoria: “No se puede ser consecuente con la paz ni hablar de paz mientras no se combate efectivamente a los grupos paramilitares ni se castiga ejemplarmente a los miembros del Estado comprometidos en la violencia contra la población civil”. Días antes del asesinato, Carlos Lemos Simonds, ministro de gobierno del presidenteVirgilio Barco soltó esta perla en una entrevista con Colprensa: "el país ya está cansado y una prueba de ese cansancio es que en estas elecciones votó contra la violencia y derrotó al brazo político de las Farc que es la Unión Patriótica. Se van a enojar porque les estoy diciendo esto, pero ellos saben que es así” . Tenían que asesinarlo. Este país de mierda no puede darse el lujo de tener como presidente a un hombre íntegro, inteligente y claro. Pero, con su asesinato no eliminaron a un hombre: nos desplazaron la esperanza  a punta de mentiras cínicas y fragor de motosierras.