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martes, 4 de septiembre de 2012

¡Paz! Onomatopeya de violencia


No existe en las últimas décadas del siglo XX y las primeras de este 21 un producto publicitario más difundido ni mejor vendido que LA PAZ. Tanto en la televisión, como en la radio, la prensa escrita, las vallas publicitarias, los graffitis -callejeros o de excusado-, los coment en el face y twitter, las alocuciones presidenciales, papales y -hasta- militares, junto con intencioncitas de concursantes de reinados de belleza, encuentros de líderes mundiales, reuniones politiqueras y foros académicos, hacen de la paz el blanco de sus peroraciones. Sin embargo, acostumbrados como estamos a los ardides de la publicidad, cuyo efecto vendedor se sustenta en la creación de necesidades, la magnitud misma del esfuerzo propagandístico nos hace entrar en sospechas: Si se promociona "La Paz" con tal intensidad ¿se debe pensar que aun no se carece de ella o sospechar que "alguien" podría sacar provecho de dicha carencia? Buscando respuestas a esos interrogantes nos asalta la realidad incontrastable de que la Paz tiene dos aspectos: Uno Natural y uno Artificial. El primero, en su condición de momento, es rebasado por la sociedad humana y como tal tiende a desvanecerse en el tráfago del ocio o las actividades de "pasatiempo". El segundo se esfuerza por constituirse como acontecimiento histórico; pero su imposición genera Violencia. Intentemos aclarar lo dicho:
Un buen inicio metodológico para la comprensión de un fenómeno es la búsqueda de las posibilidades significativas del término que lo designa. Así, pues, en una primera instancia el término /PAZ/ puede ser comprendido como "Sosiego", "Calma", "Serenidad", "Quietud", "Silencio", "Tranquilidad", "Despacho", "Descanso", "Reposo", "Armonía"... Definiciones o sinónimos estos en  cuyo significado subyace la denotación de carencia de preocupaciones y en cuya esencia está implícito el recuerdo de una actividad precedente y la promesa de una continuidad activa. La Paz natural no es más que un intervalo en el flujo de la actividad; sólo perceptible como una "dulce" sensación, como un "merecido" momento revitalizador del cuerpo y el espíritu, a los cuales repara, estimula y dispone para reiniciar con ímpetus renovados la permanente batalla para mantenerse unidos. Ese es el primer aspecto de la Paz: Una Paz natural armónica con el ritmo vital; un receso, una promesa de realizaciones venideras. Esa es la Paz de una sociedad elemental en la que el Estado aun no interfiere con las actividades individuales. Ese alegre deseo de vivir que cada anochecer brinda el descanso y cada amanecer trae nueva vida. Así la evocamos quienes alguna vez nos hemos amodorrado contemplando la lluvia tras un cristal, aletargado sobre la arena repletos de sol y mar, solazado en el viento suave de una tarde montañera, o adormilado pegados a otro cuerpo al que hemos arrancado en febril entrega todos sus temores, rubores, susurros, convulsiones, gritos y suspiros. Sólo así, entendiendo la Paz como un momento de reabastecimiento energético para continuar con el agobiante ejercicio de la existencia, se le puede aceptar como un hecho moral y natural como uno de los múltiples sucesos que constituyen la dialéctica de la vida, no abordable por la pasarela de la adecuación política que trata de inducir o deducir de él sus propiedades, usos y utilidades con el ánimo de reproducirlo a voluntad en las formas, colores, tamaños y cantidades requeridos por el fabricante, el distribuidor y el consumidor.
Pero con el avance de la civilización, la Paz muere
En los momentos de angustia social por crísis económica o presencia de factores que amenacen el régimen vigente, toma cuerpo y se hace apetecible la alegoría de ese anhelo nostálgico de los momentos vividos en la fase prístina de la infancia. Pero cuando, en su segundo aspecto, la Paz deja de ser un acontecimiento natural para ser racionalizada, cuantificada, mediada, administrada y servida como "estado" (perpetuación del momento), se convierte en Mercancía. Una mercancía que sólo disfrutarán quienes la puedan consumir. Su "necesidad" es impuesta por la vía del concepto que la presenta como carencia. Porque cuando el descanso, el reposo, la quietud, necesarios a todo cuerpo activo, se prolongan forzadamente, degeneran en anomia, inercia, lasitud, pereza. Y con el cuerpo inactivo y la moral laxa, los individuos pierden su albedrío para hacerse dependientes de quienes satisfagan sus necesidades básicas. Entonces es la vida la que se convierte en mercancía: Por cincomil pesos o un salario mensual se "liquida", "borra", "limpia", "elimina", "da de baja", etc. a quien o quienes señale algún capo cuya naturaleza puede ser legal o ilegal. Si es legal se le denomina justicia; si ilegal, delito. Pero, legal o ilegal, "justicia" o "delito", los efectos de un "trabajo" cimentado en la inactividad siempre serán fuente de violencia: Pobreza, psicopatía, descomposición social, paranoia, improductividad y muerte. La enunciación de esos efectos violentos es el argumento de la Pax de Estado para estimular el miedo a la violencia y avivar como contrapeso las ansias de Paz. ¿Recuerdan la célebre frase de Vegecio en su Epitoma rei militaris  Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum  "Quien desee la paz debe prepararse para la guerra"?
En el estado de la paz de Estado, la Paz pierde su valor moral, puesto que ya no existe por ni para la vida, sino que adquiere la forma de un malestar individual en primera instancia, social en la inmediata y cultural cuando su único referente es la violencia -esa plusvalía de la explotación- que se constituye como "estilo de vida" creciendo proporcional a los esfuerzos "pacificadores". Son, precisamente esos "esfuerzos pacificadores" los que le confieren a la pax un cariz político. Porque mediante ellos ésta deja de ser el bucólico momento del reposo y la esperanza para tornarse en pretexto represivo del Estado, que hace del agravio, la tortura y la muerte oficios remunerados y medio de control social. Esa pax, invento de una sociedad de la explotación que se enfrenta a las contradicciones de su propio hacer, es la "paz" tensa, inestable, permanentemente amenazada, de unos pocos a costa de la Paz natural de muchos. Ese "estado de Paz" que únicamente una minoría puede consumir es un estado convencional. Esa "pax" es artificial, es contranatura, de conveniencia restringida; es la pax del Estado, que lo administra todo. ... Es una "paz" violenta, que cada amanecer trae la muerte y cada anochecer siembra el espanto.
Y, sin embargo, hay quienes aprendieron a sacar provecho de la explotación de esa alegoría: En el campo internacional, algunos líderes político-religiosos, los premios anuales a "luchadores por la paz mundial", los grupos de poder económico que alimentan una poderosa campaña para mantener el recuerdo periódico de ciertas víctimas de la segunda guerra mundial, las películas made in Hollywood en las que siempre pierde el "violento", que por lo general resulta oriental, musulmán, ruso, negro o latinoamericano, las conmemoraciones en que se evoca con morbo la imagen gritona de un hombrecito de uniforme, mechón y bigote que tanto aportó a las modernas concepciones políticas de occidente... En el campo nacional, los caldos de millón, las exposiciones anuales del producto femenino en bruto en Cartagena, las "encuestas" de opinión, los programas televisados y los publirreportajes a cualquier energúmeno con nostalgias de héroe, hacen pensar en un Demiurgo enloquecido que en alguna parte modela un infierno con sus miopes ojos fijos en un mundo de desconfianza, terror y odio, cuyo primer ensayo "salvador de las instituciones" fue la conformación de un movimiento segregacionista, radical y mafioso. Ahora sus epígonos nos vuelven con el cuento de nuevos "diálogos mientras se siguen disparando"... 
La violencia -ese monstruo que se alimenta de violencia- debe ser domesticada
En el Estado moderno la Paz es un mito que enriquece a sus traficantes, y la Violencia, por todos "condenada", es un tabú que genera progreso (avances en aeronáutica, energía atómica, telecomunicaciones, medicina, etc.) Un "progreso" cuyo precio es la creciente sensación de inseguridad, paranoia y desconfianza que insensibiliza ante el dolor ajeno y se manifiesta como ausencia de solidaridad y desprecio de la vida, que poco a poco se va constituyendo en expresión cultural, como puede apreciarse a través de los telenoticieros. Los siguientes ejemplos han sido tomados al azar de los noticieros de radio, prensa y televisión, para concluir que durante mil cuatrocientos cuarenta minutos al día un ciudadano del común está expuesto a: -Que de improviso, en una céntrica calle le caiga encima un cuerpo arrojado voluntaria o involuntariamente desde el piso alto de un edificio. -Que lo cornee un toro DENTRO DE UN ASCENSOR. -Que al dar un saltico para evitar ser chapoteado por algún carro sin madre, acuatice en un pozo del que será rescatado varios días después cuando cesen las lluvias y el cuerpo flote. -Que en una zona verde, a resguardo de los edificios, los toros y los carros, también le caiga encima un cuerpo arrojado voluntaria o involuntariamente desde un avión. -Que camino al trabajo lo apuñalen por robarle el celular, un conductor ebrio se le eche encima, un asesino motorizado le descargue una ráfaga, o un marido cornúpeta lo confunda con el artífice de sus astas. -Que al tranquilo restaurante en el que usted cena llegue uno o varios psicópatas disparando indiscriminadamente... La lista es interminable, porque también hay violencia en el niño o adolescente desarrapado que camina como zombie olisqueando una bolsa con pegante, el hombre sin atributos que restriega sus gélidos genitales entre la orgía de nalgas apeñuscadas en un bus del Transmilenio, la jugosa muchachita que se deja manosear por el patrón para no perder el empleo, la vecina abandonada que con sus cuatro hijos es lanzada a la calle por no pagar el arriendo... etc., etcs...
Así. pues, la violencia tiene mil rostros. Es nuestro pan de cada dia. Es la expresión de nuestra "modernidad". Intentar ignorarla, soslayarla, encubrirla o simularla es tender un manto de falsedad sobre un cuerpo en descomposición: La podredumbre acabará imponiéndose. ¿Será esa podredumbre aquello a lo que el Estado llama "Paz"?
No obstante, si entendemos que los acontecimientos tan sólo son eslabones en la cadena histórica del desarrollo humano, entonces tendremos que aceptar que todo evento, por doloroso o desagradable que pueda parecernos, no es más que el momento de una transición hacia estadios superiores de la evolución social humana. Y podremos darnos cuenta de que las actuales generaciones (al igual que todas las anteriores y las posteriores) son GENERACIONES DE TRANSICIÓN. Sólo que, a diferencia de todas las anteriores, las actuales nacen anhelando una paz que jamás han conocido (muchos pudimos haber nacido en los años ochenta o noventa del siglo pasado y sin embargo aprendimos a temerle a la violencia, porque el espectro redivivo de la del 48 nos aconseja evitar los "9 de abril") y eso las hace doblemente violentas: De un lado, la fuerza vital instintiva los arrastra a la confrontación (la moda del vestir, el corte del cabello, el maquillaje, los gestos, el caminar, los ritmos, los bailes y el consumo de estimulantes así lo evidencian); de otro lado, el viejo Establishment que se niega a morir, o al menos a evolucionar (instituciones, creencias, prácticas y tradiciones) las reprime y exilia de la esperanza con el asfixiante manto de la "paz democrática". De ese juego de presiones violentadoras únicamente puede esperarse un resultado: LA EXPLOSIÓN. Una explosión cuya postergación contribuye a incrementar la acumulación de los efectos y cuyo objetivo es la Sociedad que para reducir los daños debe generar ocasionalmente algunos eventos "liberadores de presión".
Puesto que ya se ha planteado las consecuencias de la imposición de la voluntad del Estado, quizás valga la pena considerar como condición prioritaria para la dinámica social renovar los conceptos de Paz y de Violencia. Porque, el compromiso de las nuevas formas sociales no podrá ser el de frenar o abortar los movimientos sociales que naturalmente se dan como formas consustanciales de la evolución de la sociedad, sino, por el contrario, el de reconocer en la génesis de tales movimientos la clave para adaptar y adaptarse al ritmo de los acontecimientos, viabilizando con ello el movimiento hacia mundos más amables en los que la humanidad, con una cultura diferenciadora de la paz y la violencia, opte naturalmente por cualquiera de ellas, con la convicción plena de que cualquiera sea su escogencia, es al fin, dueña de su destino.
No podemos cerrar los ojos: el diario acontecer nos recuerda en cada momento que de esa paz natural que los discursos politiqueros pretenden enseñarnos a añorar, sólo queda el nombre que irónicamente, resuena como el eco de un estallido en la noche interminable.