sábado, 20 de agosto de 2011

Federico García Lorca. El crimen fue en Granada, en su Granada

 A veces, cuando intento "recordar vidas pasadas", se me ocurre que entre las brumas del Olimpo habitaban unos geniecitos traviesos que importunaban a los dioses con sus revoloteos de polilla y su parloteo oracular. Aburridos los Olímpicos de aquella trapisonda, decidieron castigar a los desaforados mandándolos al círculo más apestoso del infierno que era, para ellos, la vida entre los humanos. Ya puestos en nuestro entorno, aquellos Manticoras, privados de la dulce ambrosía, incapaces de arrancar de sus rostros las huellas de su origen divino y de traslapar con pesados ropajes la levedad alifúga de sus movimientos, se embriagaron con amargos néctares, anidaron entre las penumbras de una nostalgia tristona, se revolcaron en la inmundicia humana y se convirtieron en el hazmerreir de simiescos uniformes de cráneo achatado y tubos escupemuerte (como dijera uno de aquellos undívagos, "sus alas de gigante le impiden caminar").
Se les llamó POETAS. Uno de ellos, conocido como Federico García Lorca, entró a este averno un cinco de junio de 1898 por la abertura de Fuente Vaqueros (Granada, España) y encontró la tronera de escape por fusilamiento en algún lugar de la carretera que une Vízmar y Alfacar (en su misma Granada) hacia el amanecer del 19 de agosto de 1936 a manos de los fascistas de Granada que se habían levantado en Marruecos el 17 de julio del mismo año, dando origen a la Guerra Civil Española. Con Lorca cayeron también el maestro don Dióscoro Galindo quien había osado retirar el crucifijo de la escuela, algo que la Iglesia ni olvida ni perdona (otra vez la mordaz carcajada de Ironía, que hace coincidir estos recuerdos con la reacción de los españoles contemporáneos por la visita de Ratzinger), Fermín Roldán, cobrador de tributos que fue sacado de su casa y llevado directamente al lugar del crimen y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. 
Sobre García Lorca, su vida y su obra existe suficiente información de fácil acceso; por tanto, me limitaré a registrar mi perplejidad con una muestra de la alígera y musical ternura garcíalorquiana y el ululatos de otro de los Cronopios, don Antonio Machado.
Romance de los peregrinitos
Hacia Roma caminan
dos pelegrinos
a que los case el papa,
porque son primos
Sombrerito de hule
lleva el mozuelo
y la pelegrinita,
de terciopelo,
Al pasar por el puente
de La Victoria
tropezó la madrina
cayó la novia.
Han llegado a Palacio
suben arriba
y en la Sala del Papa
los desaminan.
Ha preguntao el Papa
de donde eran
Ella ha dicho de Cabra,
y el de Antequera.
Ha preguntao el Papa 
cómo se llaman,
El ha dicho que Pedro,
y ella que Ana.
Ha preguntao el Papa
que qué edad tienen.
Ella dice catorce,
y él diecisiete.
Ha preguntao el Papa
que si han pecao,
ella dice que un beso
que él le ha robao.
Y a la pelegrinita
que es vergonzosa
se le ha puesto la cara,
como una rosa.
Y ha respondío el Papa
desde su cuarto:
"¡Quién fuera peregrinito,
para otro tanto.
Las campanas de Roma
ya repicaron,
porque los peregrinos,
ya se han casao. F.G.L.
El crimen fue en Granada
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga.
Salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada. A.M.

domingo, 14 de agosto de 2011

Charles Manson- El eslabón perdido entre la locura individual y la estupidez gregaria

 
"Mi padre es una prisión, mi madre un sistema, soy lo que ustedes me hicieron. Los miro y me digo: ustedes quieren matarme y yo ya estoy muerto. Toda mi vida estuve muerto" - Charles Manson, en una carta personal en 1996.
Este nueve de agosto se cumplieron 42 años de la noche en que un grupillo de hippies con complejo mesiánico le enviara al mundo el mensaje admonitorio del odio a la vida como clave de una ideología moralizadora. Muchos de los colombianos que hoy leemos esta crónica no estábamos ni en proyecto por aquellas calendas y en nuestro paso por esta mediatizada existencia hemos sido testigos virtuales de masacres mucho más sanguinarias y, por supuesto, igual de estúpidas; sin embargo, y a juzgar por el histérico alboroto con que un grupo ligth de periodistas, feministas y homosexuales ha magnificado los rumores callejeros de una "presunta" golpiza que Hernán Darío Gómez, Director Técnico de la selección colombiana de fútbol mayores, le propinara a un fantasma femenino, se me ocurrió comentar algún aspecto de la referida masacre, como para que quede en el ambiente algún tufillo de razonamiento objetivo sobre los efectos y consecuencias de la apropiación punitiva de los juicios morales por unos individuos reprimidos emocionales, deprimidos sociales, deprivados culturales y alienados mediáticos (nada raro, aunque suene ofensivo, cuando se convive en una sociedad; también yo admito padecer todas esas limitaciones -y algunas otras que no confieso por pudor-).
La barbarie aconteció durante la noche del 9 de agosto de 1969, dos años después del verano del amor y una semana antes del festival de Woodstock. Por ese entonces se tejió alrededor del caso una sarta febril de explicaciones que adjudicaban la verdadera responsabilidad de lo sucedido al desatamiento alucinante de las más oscuras fuerzas demoniacas. Una exótica flora de "Psicólogos", "parapsicólogos", "demonólogos" y hasta "sociólogos", no vaciló en adjudicar el motivo de los asesinatos a la provocación que La danza de los vampiros, una sátira al vampirismo, dirigida por Roman Polanski había constituído para algunos subgrupos sociales (de ésos que hoy denominamos "tribus" o clanes). No era sólo aquella burla; más reciente aún era Rosemary s Baby (La Semilla del diablo), que causó gran revuelo entre grupos esotéricos y fanáticos del satanismo en la sociedad americana de la época.
El caso es que en la mañana del 10 de agosto de 1969 la empleada doméstica de los Polanski (Sharon Tate y Roman Polanski) llega a trabajar a la mansión en el 10.050 de Cielo Drivey en Beverly Hills, Condado de Los Ángeles, California, y se encuentra a boca de jarro con una escena dantesca que parecía concebida por el más alucinado de los tramoyistas: En el salón principal, Sharon (segunda esposa de Polanski, 26 años, ocho meses de embarazo) con 16 puñaladas y los senos cercenados, se bamboleaba suspendida del techo por una cuerda de nylon; del otro extremo de la cuerda, a manera de contrapeso, con la cabeza cubierta con una capucha oscura, pendía el cadáver apuñalado de Jay Sebring, un cotizado peluquero que poseía salones en San Francisco, New York y Londres. Escrita con sangre en la pared la palabra "pig" (cerdo). La misma palabra, esta vez escrita con la sangre de Sharon, estaba en el exterior de la puerta que daba al jardín, donde había otros tres cadáveres: el de Steen Parent a quien dispararon cuando salía, el de Voytek Frykowski, (recibió varias puñaladas en las piernas y murió de un fuerte golpe en la cabeza con la culata de un Buntline) y el de Abigail Folger quien murió degollada. Al día siguiente, Leno LaBianca y su esposa (una típica pareja de cincuentones) fueron hallados muertos en su casa de Los Angeles en circunstancias parecidas: Al señor La Bianca lo apuñalaron cuatro veces en la garganta con un cuchillo de cocina y a su mujer la obligaron a tumbarse boca abajo en la cama, le cubrieron el rostro con la funda de una almohada que anudaron con el cable de una lámpara y le asestaron 41 puñaladas. En las paredes, escritas con su sangre podía leerse Helter Skelter (canción de los Beatles), "Cerdos", “Muerte a los cerdos”, “Sublevaos” y “Caos”. 
Nueve meses después, las investigaciones culminaron en el arresto de un grupo de cuatro miembros de La Familia: Charles Watson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Linda Kasabian cuyo lider, Charles Milles Manson les había encomendado la misión. Manson, un hombrecillo nacido en Cincinnati, Ohio en noviembre de 1934, que durante sus largas estancias en prisión había aprendido de la Cienciología creada por Ron Hubbard las técnicas para manipular la voluntad de sus seguidores convirtiéndose en una especie de gurú proxeneta y esotérico que combinaba la provisión de drogas y LSD con un discurso profético-moralista que anunciaba un nuevo "Apocalipsis". Debido, en parte, a la reminiscencia nostálgica del movimiento hippie que se resistía a evolucionar, y en parte al seductor magnetismo del hombrecito, sus predicamentos encontraron eco en algunos grupos de la cultura underground y es notable su influencia y relación con la vida de algunos rockeros: The Beatles (Manson interpretó de manera apocalíptica el H.S. de 1968), Beach Boys (Dennis Wilson fue colaborador cercano de La Familia), Leonard Cohen hace referencia a Manson en la canción The Future; Integrity banda hardore de Bélgica, hace énfasis sobre Manson, los jinetes apocalípticos y la iglesia de Satán en sus portadas y en la temática de su canciones)...
Así narrada la crónica, sería fácil para nuestra simpleza jurídica y resultaría cómodo para nuestro ego deontologista atribuir la saña de la acometida y la crueldad de la escena al estado de enajenación mental y delirio psicodélico de un grupúsculo de “desadaptados sociales”; pero Melody Patterson, ahora actriz de la televisión norteamericana, en una charla con Jacques Harvey periodista del diario Los Angeles Times puso en contexto las circunstancias y dejó en evidencia la vulgaridad de los móviles. Cuando se enteró de la masacre de la villa Polanski y del asesinato del matrimonio La Bianca, de inmediato estableció la vinculación: "Todos esos motivos que se adujeron son ridículos y falsos; la verdad es que toda esa matanza fue para castigar a un vicioso". Sin duda, nadie mejor que ella para conocer la realidad de los hechos: además de amiga de los Polanski, había sido miembro del clan Manson. "El nudo de todo el drama es Jay Sebring, el coiffeur. Yo lo conocía bien y, como todas sus amigas, sabía que él era un perverso sexual: en el subsuelo de su casa, en Beverly Hills, había montado una verdadera sala de torturas. Aunque tal vez esa denominación sea un poco exagerada, pues, en verdad, sus obsesiones y depravaciones jamás causaron verdadero daño físico a nadie". Según relató Patterson, aquel tenebroso sótano contaba con todos los "refinamientos" a los que puede aspirar un sádico: cadenas con esposas que colgaban de las paredes, ruedas sobre las que ataba a sus "víctimas" (por lo general pagadas), látigos, máscaras y toda una larga serie de increíbles utensilios. Los esposos muertos, además de ser el padrino y la madrina de Sebring, le habían prestado el dinero para abrir su primer salón de peinados.
"En Hollywood, muchas chicas estaban al corriente de los gustos de Jay; yo misma he ido varias veces a su casa. En esa época yo vivía con el grupo de Manson, pero, a pesar de las reglas que nos prohibían tener relaciones con el jet-set de Hollywood, a veces iba de visita a casa de Sharon o de Jay". Poco faltó para que la misma Patterson participara en los salvajes crímenes: "En esa secta de hippies, medio mística, medio religiosa, yo procuraba reencontrar la paz que había perdido cuando mi novio murió en un accidente de aviación. Alrededor de diez días antes de la matanza dejé la siniestra familia y retomé mi vida habitual. Pero el día de los asesinatos yo había sido invitada por Jay para ir a casa de Sharon, lo que no pude aceptar, pues Frank Sinatra, que daba una fiesta, me esperaba".
Dos meses después del proceso Melody se enteró de la verdad: "Cuando volví a hablar con Eddy, me dijo que, tres días antes de su muerte, Jay le había contado que en el barrio hippie de Los Angeles se había topado con dos chicas completamente drogadas. Eran, las seis de la tarde; por veinte dólares a cada una, se las llevó a lo que él llamaba su pequeña pieza, donde las tuvo hasta medianoche". Naturalmente, Sebring no había olvidado sus peculiares gustos sexuales: durante seis horas flageló y humilló a las chicas y se burló incansablemente de ellas. Antes de devolverles la libertad, las había hecho transitar por todas las variantes del sadismo. "Entonces, me di cuenta de la verdad; para mí, ya no quedaban dudas acerca del motivo. Es que esas dos chicas eran Patricia Kerwinkel y Leslie Van Houten, dos integrantes del grupo de Manson, que también participaron en los asesinatos. Es muy claro que, cuando ellas le contaron su experiencia con Jay, Manson se enfureció y decidió organizar una expedición punitiva".

jueves, 4 de agosto de 2011

Kirk Douglas. La simpleza del saber total

"He sobrevivido a la caída de un helicóptero, con cirugía vertebral incluida, a un infarto que casi me lleva al suicidio, tengo un marcapasos y problemas en el habla. ¿Y qué? Siempre me digo: la edad está en la cabeza. Es el único antídoto que permite seguir funcionando". 
Tiene 94 años. El mapeo de su piel delimita los derroteros de su arduo recorrido por la vida (incluídas su rivalidad con Kubrick y la trombosis leve en 1994) y traza el paisaje de su fértil trayectoria por el cine, Espartaco, Senderos de gloria, Cautivos del mal El gran carnaval, El loco del pelo rojo, entre una lista de SETENTA Y TRES filmes, la mayoría de ellos imprescindibles en la Historia del Cine. 
Issur Danielovitch Demsky (Ámsterdam, Estado de Nueva York, diciembre 9 de 1916), más conocido como Kirk Douglas (pronunciado Duglas; aunque, no sé por qué, cogimos el hábito de decirle Daglas a su hijo Michael). En octubre del 2010 la revista Esquire le hizo una pregunta para su sección Lo que sé. Como respuesta, el nonagenario actor le soltó el más profundo y poético tratado sobre la existencia humana que uno podría esperar, no del más heidegeriano de los existencialistas, ni del más woodyalleniano de los personajes o el más coelhoiano de los charlatanes, sino (y es una esperanzadora sorpresa) del más lúcido de todos los nietzscheanos. Si, como creían nuestros ancestros, el llegar a viejo nos brinda esta sabiduría, yo quiero emular a Matusalén. (Como siempre, negritas e itálicas son mi intromisión)
 Lo que sé
Por Kirk Douglas
Mis hijos no tuvieron las ventajas que tuve yo en mi infancia: cuando uno viene de la pobreza más abyecta, no hay otra dirección adonde ir que no sea hacia arriba.
Sé que el amor es más hondo a medida que uno se hace más viejo.
Sé que todo el mundo tiene ego.
Sé que, por más que a los judíos nos enseñen a leer en hebreo, no entendemos un carajo de lo que estamos leyendo. Cuanto más estudio la Torá menos religioso me vuelvo, y más espiritual quizá. En el último Yom Kippur opté por la traducción al inglés y descubrí que Dios no necesita que le cantemos alabanzas, sino que seamos mejores como personas.
Sé que cada hijo es diferente y que hay que darles soga, siempre: no aconsejarlos mucho y dejarlos cometer sus propios errores. Es como el pase inglés: uno tira los dados y espera a ver qué pasa.
Sé que, a veces, lo que te compromete te libera. Yo no quería ser actor de cine. Mi vida era el teatro y la primera vez que me llamaron de Hollywood rechacé el ofrecimiento. Pero entonces nació Michael y hacía falta más dinero, y me vine para acá.
Sé que todo buen aprendizaje termina sólo cuando estás bien muerto.
Sé que, si un hombre me diera a entender que nunca cometió un pecado en su vida, no me interesaría en lo más mínimo hablar con él.

Sé que los musulmanes siguen a Mahoma; los cristianos, a Jesús y los judíos, a Moisés, pero es el mismo dios, en mi opinión.
Sé que hacer películas es una forma un poco cara de narcisismo.
Sé que los hijos necesitan la misma cercanía física con el padre como con la madre. Cuando beso a mis hijos en la boca, alguna gente me mira raro, pero no me importa porque sé que no es una debilidad.
Sé que Atrapado sin salida fue una gran decepción en mi vida. Compré los derechos para cine, pero nadie quería hacer una película con eso. Entonces pagué para hacerlo en Broadway, pero tampoco. Había una línea en especial en el libro que me parecía inigualable: cuando McMurphy trata de arrancar el lavatorio de la pared delante de los demás internos y no puede. Y todos lo están mirando y él gira hacia ellos y les grita: ¡Por lo menos traté!. Hay días en que pienso que ése debería ser mi epitafio.
Sé que por algo es que la política se ha vuelto una mala palabra.
Sé que hay cosas en la vida que uno nunca logra hacer como Dios manda. Jugar al golf, por ejemplo.
He sobrevivido a la caída de un helicóptero, con cirugía vertebral incluida, a un infarto que casi me lleva al suicidio, tengo un marcapasos y problemas en el habla. ¿Y qué? Siempre me digo: la edad está en la cabeza. Es el único antídoto que permite seguir funcionando.
Sé que millones de personas murieron por motivos religiosos: algo anda mal ahí, ¿no? Sé que esto puede pasar: uno se muere, lo llevan frente al barbudo sentado en el trono, uno pregunta si eso es el cielo y el barbudo responde: ¿El cielo ? De ahí acaba de venir, caballero.
Sé que la única gente que puede destruir Israel son los judíos, porque su obstinación alimenta la división. Como decía aquel chiste en que se encuentran el presidente de los Estados Unidos y el de Israel y éste le dice: "Sé que ha de ser difícil ser presidente de 250 millones de personas, pero ¿sabe lo que es ser presidente de cinco millones de presidentes?"
Todo el mundo se la pasa hablando de los viejos tiempos: que las películas eran mejores, que los actores eran superiores, que la gente era más solidaria. Lo único que yo sé de los viejos tiempos es que ya pasaron.
Sé que pensar un poco en los demás es una manera de distraerse de uno mismo.
Creo que recién ahora empiezo a saber quién soy. Como si mis virtudes y mis defectos hubiesen estado hirviendo en una olla todos estos años y con el hervor se hubieran ido evaporando y convirtiéndose en humo, y lo que queda en el fondo de la olla es mi esencia, y se parece inquietantemente a aquello con lo que empecé al principio.