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lunes, 5 de marzo de 2012

El Quimbo- De las decisiones estúpidas nadie nos libra, Señor.

 
Que un individuo común y corriente, como Usted o como yo, deba hacer "lo que toque" para conseguir sus medios de supervivencia, es una decisión que se puede cuestionar a la sombra de los presupuestos éticos, las normas legales o los estatutos jurídicos vigentes (aunque todos hemos tenido que aprender que conversando con un cura, comprando un político o contratando un abogado de regular calidad es posible obtener una indulgencia, negociar una legitimación o pagar una defensa que se sustente en la invocación de los "derechos inalienables" del perdón, la "igualdad" y la "libre competencia" por la propiedad privada); pero, cuando el sistema regulador de ancestrales acuerdos de convivencia entre los miembros de una sociedad y sus dirigentes es birlado por el grupo de los que detectan el poder económico, político y militar de una nación, inexorablemente sobreviene el conflicto social. Digo "inexorablemente" porque, si ese conflicto es ahogado, los efectos físicos, morales y emocionales del latrocinio se represarán asordinamente hasta convertirse en una fuerza incontenible cuyo desborde arrastrará a su paso ecosistemas naturales, estructuras sociales, instituciones, esperanzas colectivas y, sobre todo, la credibilidad popular en los paradigmas de Justicia y Ley, sin la cual se hace inviable cualquier nación.
Tal como nos lo ha enseñado la historia reciente, no oficial, de los paises iberoamericanos, el origen de los conflictos sociales ha tenido como común denominador a lo largo del siglo XX, la apropiación oligárquica de la tierra y el uso del aparato represivo del Estado para consolidar la usurpación a sangre, terror y muerte. Pero la falacia "globalizadora" de los modernos métodos economistas con que las potencias mundiales infestaron los paises tercermundistas al arribo del siglo 21 le ha puesto nueva máscara al hambre de riqueza de los politiqueros criollos, que están viendo en la venta del suelo patrio y sus recursos naturales una oportunidad para llenar sus cuentas bancarias a toda costa, sin importarles otro pasado histórico, presente social ni futuro económico que no sea el de ellos. Como quedó sugerido en el primer párrafo, uno aprende que nadie hace política con otro interés que no sea engordar su capital y fortalecer la hegemonía de su clan; finalmente, uno se resigna a tolerar los aparatos político, propagandístico y represivo implementados para consolidar sus propósitos; pero hasta la estupidez tiene sus márgenes. Lo que está aconteciendo en el departamento de Huila (Colombia) con el desarrollo de la represa hidroeléctrica del Quimbo amerita una intervención internacional de organizaciones ecologistas, de derechos humanos y, en fín, de todas aquellas personas que de alguna u otra manera se consideren comprometidas con el futuro inmediato de la agricultura, la ecología y, por supuesto, la sociedad humana, aunque con la advertencia de los riesgos que ello implica.
Para la construcción de El Quimbo se inundará una extensión de 55 kilómetros (más grande que todo Suiza) en un área de embalse de 8.250 hectáreas correspondientes a la zona de influencia de Gigante 43,91%, Agrado 37,83%, Garzón 16,76%, Tesalia 1,25%, Altamira 0,21% y Paicol 0,04%, seis municipios huilenses cuyos habitantes están siendo sistemáticamente desplazados del fértil valle agrícola, ganadero, pesquero, pródigo en flora y fauna, privilegiado en infraestructura, con una compleja red social y cultural y una rica memoria arqueológica, en el que han trabajado y modelado su existencia por varias generaciones.
Si se piensa en el afán mercantilista de implantar el TLC con los gringos, es fácil imaginar por qué el departamento de Huila, uno de los departamentos colombianos con menos tierras cultivables y mayor vocación agrícola de Colombia (arroz, cacao, algodón, sorgo, soya, yuca, maíz, arveja, plátano y frutales), está sufriendo la mayor arremetida de campañas de desertización del suelo fértil, rompimiento del tejido social, desplazamiento y desarraigo cultural que haya sufrido desde su creación en 1905. Más claro no canta un gallo: Ya en 1997, cuando solicitaron por primera vez la licencia ambiental para este proyecto, habían obtenido respuesta negativa porque algún funcionario consciente (que ya debe haber sido despedido) consideró, entre otras razones, que no se debe inundar las zonas fértiles de un departamento que padece limitaciones en tierras de esas características... Sólo tuvieron que esperar hasta el desastrozo gobierno de álvaro uribe para que, con total sigilo, sin consultar con nadie en el Huila, incluso sin tener aún la licencia ambiental, se promulgara la Resolución 321 de 2008, mediante la cual se declara la "utilidad pública" de la obra  y, por tanto, se le otorga el derecho a usar los terrenos que requiera para sus fines. En una de sus perlas, dicha resolución estipula que, de darse el caso, la empresa privada podrá expropiar a propietarios de predios necesarios para acometer su obra.
Las piruetas discursivas que intentan hacer los burócratas vendepatria para defender el proyecto desde la perspectiva del "progreso regional" pierden toda efectividad ante la experiencia aun activa de otro "gigante egoista": la represa huilense de Betania (inaugurada en 1987) que, con una superficie de 70 km cuadrados sobre la desembocadura del Río Yaguará, afluente del Río Magdalena, modificó irreversiblemente el ecosistema, la climatología, la economía y las costumbres vernáculas de los habitantes de los municipios de Campoalegre, Hobo y Yaguará
 
Como corresponde a su misión de salvaguardar los intereses colectivos, varias asociaciones regionales han emprendido su campaña de oposición a tan monstruoso engendro: Asoquimbo (Asociación de Afectados por el Proyecto Hidroeléctrico del Quimbo), el Comité Cívico por la Defensa del Occidente del Huila, el Movimiento Regional por la Defensa de los Territorios, el Movimiento Cívico Puente Paso del Colegio, el Comité Regional Indígena del Huila y la Asociación de Trabajadores Campesinos del Huila. Pero, como siempre, los vendepatria desenfundaron su artillería y, como es su costumbre, acusaron a estas organizaciones de "estar infiltradas por la subversión". No se podría esperar otra acusación de los maestros de la infiltración, el chantaje, el soborno y las chuzadas. Mauricio cárdenas, ministro de minas y energía, declara que debe primar el "bien general de los colombianos" y subestima o desprecia el perjuicio directo a los residentes porque, a su parecer, son campesinos cuyo potencial productivo es insignificante frente a los ingresos de la industria energética, y la cantidad de afectados "es manejable". Absurdo para los colombianos que nos hemos tenido que acostumbrar a ver cómo el "bien general" va a parar a los bolsillos de los banqueros y, en este caso, a las arcas de la Multinacional Emgesa-Endesa-Enel dueña del proyecto. El porvenir no es amable: el desplazamiento de la población y la destrucción de la estructura económica y social del otrora sector productivo del Huila, configurarán un nuevo mapa de su territorio cuya característica más notoria será la marginación social. No pasará mucho tiempo para que a alguno de los nuevos residentes, de esos que impajaritablemente caen a comprar los predios aledaños a precio de huevo para construir sus "chalets" con vista a la represa, se le de por inaugurar el "Festival de la desesperanza".



jueves, 6 de enero de 2011

Comencemos este año cascándole a las emociones

Pues...siii... La necesidad de supervivencia obliga a despertar saberes invaluables que muchas veces escondemos por temor a factores externos. Y, que paradoja, a veces esos factores externos son los que nos ayudan a desplegarlos para el asombro y maravilla de quienes, hasta llegado el momento, nos juzgaban por nuestra imágen social y despreciaban nuestras capacidades. Cuando sucede una vez... bueno, es un "milagro"; Si el milagro se repite, es un "fenómeno"... pero, ¿una tercera vez? Algo maravilloso se está gestando. Es lo que gritan a voz en cuello el mendigo de New York que quería aprender karate, el perrito de la carrera Séptima de Bogotá que se disfrazó de Rey Mago, Paul Potts, Susan Boyle y Ted Williams (el que me motivó este cuasi telenovelón) Tal vez tengan razón aquellos hippies con complejo de druida que pregonaban el advenimiento de una era del conocimiento, enrollada como un vareto (porro) en la Era de Acuario... Y, digo yo, quizá comprendamos que la única vía para el verdadero conocimiento es el sentimiento. Compruébelo Usted: Mírese estos videos con calma; déjese hidratar las pupilas y masajear el cardio. Este es mi regalo de Reyes. A ver si este año si descubrimos nuestra auténtica BELLEZA debajo de este mísero cascarón.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Wallpaper-Medellín: La necia inocentada del Provincianismo Cosmopólita

Ayer 29 de diciembre, Julio Sánchez Cristo, locutor estrella de la W, rebosaba de júbilo y orgullo patrio por una crónica, supuestamente turística, que Wallpaper, revista inglesa especializada en marketing arquitectónico le dedicó a la ciudad colombiana de Medellín, capital del departamento de Antioquia.  Fue tanta su emoción que durante las cinco horas siguientes de su programa abrió los micrófonos a la opinión de sus ávidos radioescuchas que llamaban "primero desde Miami y después desde cualquier lugar del mundo" para decir babosadas sobre "el lugar más bello de mi ciudad". Algunas veces, lo "políticamente correcto" es, sencillamente, "estúpidamente político": No decir nada del dichoso artículo, porque "por lo menos alguien dice algo de nosotros", no solamente es permitir que se nos siga explotando un sentido circunstanfláutico de vanidad provinciana, sino, y esto es lo peor, que nos hacemos cómplices por omisión del atraso cultural y la decidia de nuestros dirigentes. 
En aras de la claridad, tengo que decirlo: La Medellín de hoy NO es una ciudad bonita. Digo que no es bonita, como la Cali de Andrés Caicedo, Fruko y Pardo Llada,  la Popayán universitaria, la Cartagena vieja, la Manizales de la 23, la Bucaramanga del sector céntrico, la Barichara de siempre o la Bogotá de Mockus y Peñalosa. Ya no es la Bella Villa, ni la Tacita de Plata. Está pagando con creces su deseo surrealista de parecerse a Miami. En sus calles estrechas, agitadas y ruidosas se mezcla la reverberación del sol canicular con la abigarrada atmósfera de las vestimentas, los letreros comerciales y el agite del transporte público, incluidos sus metro-riel y metro-cable; pero es una ciudad a la que se ama entrañablemente, no por sus sitios periféricos de concurrencia (El Poblado, Pueblito Paisa, Copacabana, Rionegro, etc) sino por el embrujo que, traspasado el umbral de la puerta de cualquiera de sus casas o apartamentos, envuelve a la "visita" en un poncho de generosidad, espontaneidad, afecto incondicional y la maniata por las papilas gustativas con el pecado seductor de su gastronomía, cuya tentación comienza desde cualquiera de sus dos aeropuertos con los Besos de Negra, se refuerza con el tintico (pequeña porción de café negro) y el chocolatico bien tabliao con Arepa, queso, mantequilla. y Calentao del desayuno y se hace adictivo con la panacea de su Bandeja Paisa (al almuerzo o la comida)... Y en las noches, una ronda por las cantinas pa' echarse una charladita con aguardienticos con el fondo musical de aquellos viejos tangos que ya no se escuchan ni en Buenos Aires, Argentina, o la musiquita guasca que tanto ha sabido aprovechar Juanes. A Medellín la hacen UNICA y ADORABLE su Gente y sus rituales (Desafortunadamente, también ahí tiene su pierde la Medellín "moderna" que desconfigura su identidad mientras se contorsiona al sonsonete del reguetón o se enajena en la estridencia del heavy metal).  Si un vendedor de imagen la quiere "vender como destino turístico", no puede recurrir al discurso de la  "conservación de un pasado arquitectónico y cultural" (Curitiva o Pernambuco, en Brasil),  sencillamente porque los paisas, como los colombianos en general, parecemos más urgidos por borrar toda huella del pasado que por enlazarnos a un pasado espurio (Laureles, San Joaquín, Teusaquillo, Palermo, la Soledad, la Candelaria, Chapinero, Santa Ana... se están convirtiendo vertiginosamente en guetos de bodrios multifamiliares). Los edificios "modernos" no aportan belleza al paisaje, quizá confort y status e ilusión de poderío a quienes los ocupan. Ni pensar en una posible proyección futurista mediante mega obras de infraestructura (Brasilia, Sidney, Kuala Lumpur, Dubái), porque nuestros políticos carecen de esa visión y son incapaces de armonizar ambición personal con compromiso cultural. Eliminemos de nuestro imaginario cualquier posibilidad de un urbanismo sostenible (Masdar, en Abu Dhabi) porque son los acaparadores del suelo  quienes deciden su uso y su valor. Por la misma sinrazón, tendremos que acostumbrarnos a la simpleza y precariedad de nuestros "edificios representativos" (Coltejer en Medellín, Avianca en Bogotá ¡¡¡!!!)Nuestra identidad es la búsqueda de identidad.  
El reportaje en cuestión es la expresión de esa nueva industria de unos avivatos que van por ahí atrapando vivosbobos para cambiarles espejitos por morrocotas (En Cartagena, Colombia, unos españoles se guardaron trescientos millones de pesos por cambiarle el Monumento a los Zapatos Viejos, la India Catalina y el Castillo de San Felipe, iconos ancestrales de la ciudad, por una CINTA ¡¡¡¡!!!! que tienen que justificar con un galimatías que no entiende, ni se cree el mismo burócrata que intenta defenderla). Un refrito del imaginario social de la Medellín de hace veinte años, cuando en el período de transición hacia la legalización de su poder político, los narcos antioqueños desarrollaron el sicariato juvenil, que evolucionaría hacia el paramilitarismo, como estrategia político-militar. Las fotos de la ciudad no son como decía julito, ESPECTACULARES, y las viejas que supuestamente representan "la belleza de la mujer paisa" le hacen más mal que bien.Y, en ese sentido, uno se pregunta ¿quién gana con ese tipo de publicidad? Porque, no pensarán hacerme creer que una revista especializada y bien posicionada en el mercado revistero dedica su dossier de siete páginas y un publi-reportaje de 15 minutos en una emisora de audiencia internacional por puro "encariñamiento con la ciudad". ¿Será que a uno de estos "brillantes periodistas" se le da por ir al bronx a entrevistar a alguno de los supuestos descendientes de "las pandillas de Nueva York? para vender la imagen de "pujanza" y "verraquera" gringas?. ¡Hombre! No sean serios (a estas alturas, pedirles "seriedad" resulta ingenuo). Pero, sientan vergüenza de ser tan descaradamente faltos de imaginación. Es que cuando creen que echándonos un discursito rallado sobre la "superación" se nos puede vender cuentos momificados, los nuevos vendedores de "imagen corporativa" quedan como el que intentó vender un perro caniche disfrazándolo de león.  En fin, las siguientes son las imágenes y el texto central de la dichosa revistica. Mírelas con cuidado, léase el texto y saque sus conclusiones. Clique sobre la imagen para verla ampliada. 
PD. Por fin Bobby Farrell consiguió deshacerse de Frank Farian para bailar con Rasputin en los Rivers of Babylon. Una canción regae por su memoria.
He aquí el texto principal de la revista Wallpaper, edición de diciembre de 2010 (los sic son mios)
There is a city, trapped in an Andine valley in Colombia that feels like it has been at war forever. Almost all of the 2.6 million people living there are sick of it- Not the place, that is - you would struggle to find a tribe as proud of their home is this one. It's the violence and the relentlessly negative headlines it brings with it that gets them down. It’s not funny being the murder capital of the world. The “please do not dump bodies here” signs that went up in the early 1990s may have gone but this mountain metropolis, perched at 1.500m, is still paying the price for the bad old days when bombs and motorbike assassins killed 7.000 people a year and made fearful the formative years of a generation. For today's thirty-somethings, the late 1980s and most of the 1990s sucked. 100 many funerals, police curfews and the fear of being shot by some gun-toting, mullet-coiffed ego-maniac way too high on his own supply who wants to dance with your girlfriend. Not fun- It was all because of Pablo Escobar. He was the drug dealer who tried to take on the Colombian government with an army of kids who had nothing to lose, and a fortune of around $2bn from selling cocaine in the United States and Europe. Even though he's been dead for nearly 20 years, you still see his face around town every now and again, painted on a wall, screen-printed onto a T-shirt or as a statue of a little chubby version of Robin Hood. The locals, known as paisas, cither love him or hate him. Most of them hate him. He and his mates messed this place up big rime. Welcome to Medellin (the paisas call it Med-a-jeen), the city of eternal spring. Picking up the mess left behind by Escobar has not been easy. After police gunned him down in 1993, the killing and the drugs didn't stop. His underworld enemies filled the void and took this hard-working town, known for its flowers, industrial endeavour (sic) and, inevitably, the breathtaking beauty of its women, to the brink. A gang of monstrous alpha males and their surgically enhanced molls was spawned. They turned their back on the work ethic of their forefathers in the pursuit of plata fácil, the ‘easy money' that surrounds the cocaine business. Encapsulated in local filmmaker Victor Gaviria's bleak but brilliant work, Rodrigo D: no Futuro (Rodrigo of (sic) No Future, 1990), a generation of desperate teenagers, prepared to grab what they could, seized on the nihilistic catch phrase “No nacimos pa’ semilla” (We weren't born to have kids (sic)). 'The "no future" is an option for many,' says Gaviria. 'They know that they are going to die very young, but they are going to be able to secure some power in the barrio, which will permit them to find love, or at least women, to be able to gain access to certain things, to be someone for a few years -even though this is like gunpowder, it burns very quickly. All these things are like a social sickness that was turned into the solution.' Then, almost miraculously, things started to change. “We came like a hurricane,” says Sergio Fajardo. who ushered in this transformation as the city's mayor between 2004 and 2008, backed up with his own army of pencil-packing sociologists, artists, engineers and. especially, architects, “When the most beautiful building of this city is in the poorest barrio, we are sending a very profound political message,” he says. 'The first step towards our social transformation was to use architecture to restore the people's dignity.” The son of Raúl Fajardo, the architect of Medellin’s most emblematic buildings, Sergio - a maths professor-turned-politician - was aware from an early age of the power of bricks and mortar to change people's perceptions. In the relatively peaceful 1960s and 1970s, his father had created symbols of power for the city's principal Industrial groups: The edificio suramericana, the original headquarters of the Grupo Empresarial Antioqueño, and the needle-shaped Coltejer building, the city's tallest building and former home to the empire of textiles magnate and philanthropist Diego Echavarria Misas. When, for fear of kidnapping and bombs, Medellin's rich traded their former villa-style homes in El Poblado for more anonymous apartments in gaud communities, Fajardo Sri switched to building the brick towers that have turned the city's most desirable district from an understated mountain retreat into Miami in the mountains. Fajardo Jr. the mayor and the mathematician, wanted to break the paradigm, turn the- city upside down and redress the huge social deficit.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Los juegos de los muchachos

Hasta hace una generación, digamos, cosa de diez a veinte años (¡miércoles! parece una eternidad), la Infancia, ese estadio del desarrollo vital coloquialmente agrupado bajo el adjetivo cariñoso de muchachada, era un estadio integrado del cuerpo, el alma y la mente en el que la sobrecarga energética impelía a la acción. Digo que hasta hace  una generación, porque es evidente que el proceso pangeico de digitalización mediática penetró por el nicho del "entretenimiento" para modificar tanto la forma de relacionarnos, como las funciones del juego y la expresión corporal; pero ese será tema de otra entrada... Desde la perspectiva de lo que aquí quiero plantear, el mundo infantil era aquel Reino de la Imaginación  cuyo mandato único era la actividad constante. Su antípoda natural era el pensamiento y, por ende el estudio y el saber (ahora sí me es fácil entender el mito bíblico de la expulsión del Paraíso por "haber mordido la manzana del conocimiento"). La acción se expresaba en el Juego. Era éste el recurso mediante el cual los muchachos "quemaban" las energías inagotables, adquirían las destrezas indispensables para ganarse el respeto y admiración de su respectiva pandilla y, sobre todo, asimilaban por emulación los valores culturales y las representaciones sociales de su entorno afectivo y comunitario.
En esencia, el juego es el acto de hacer palpables los devaneos de la imaginación, no tiene más pretensiones que el goce por el goce, ni más coordenadas que el aquí y el ahora; su poder de ensimismamiento nos distrae la conciencia de las contingencias inmediatas y nos hace inmunes a los efectos y consecuencias de lo obrado. En su reino de Jauja toda actividad es posible, todo gesto es semejante y todo resultado impecable: Nadie más grave que un niño jugando a médico, ni más serio que el pequeño "automovilista", ni más "letal" que la parodia infantil de un policía, ni más hacendosa o "sexi" que la niña que imitaba a su madre, hermana o tía en las labores domésticas y en los desfiles de pasarela.
La evolución de una metódica comportamental a partir de la emulación lúdica de las acciones de terceros constituye la causa necesaria de la formación de las estructuras superiores del pensamiento que habrán de consolidarse como expresión de una maduración intelectual consecuente con la edad biológica, la cual acabará haciéndose manifiesta en el grado de evolución social y cultural de una comunidad. Es por eso que uno de los instrumentos antropológicos más eficaces para determinar el modelo de desarrollo social y cultural de una población, es el estudio y conocimiento de sus juegos infantiles. (Un referente de estudios al respecto  -desde la sicología- puede hallarse en Piaget, Vigotski y Gowin)
El proceso individual de maduración  trae consigo la percepción del OTRO como alguien externo a nuestra subjetividad que limita nuestro espacio y condiciona nuestro querer hacer, dando inicio a la transformación del espíritu lúdico en afán competitivo. El juego, entonces, pierde su dimensión gratificante, se convierte en disputa de poderes, factor de ingresos económicos, trabajo, disciplina... Nada menos lúdico que un deportista de "alta competencia", un "animador", un payaso o un "recreacionista". La imaginación, entonces,  es desplazada a un sector vergonzante de la personalidad (en adelante será llamada "la loca de la casa") donde se irá transformando en un endriago grotesco que aprovechará cualquier obnubilación de la conciencia "adulta" por alicoramiento (o empendejamieto, que es más nocivo) para dejar ver su trasero atrofiado y ridículo.
Desafortunadamente, como ése es un evento que acaece hasta en las peores familias, se nos ha vuelto epidemia en Colombia ver a un enano cuarentón que, fungiendo como ministro de agricultura, se sentaba en las sesiones del Congreso a chatear con sus compinches sobre la sensualidad de las senadoras; o a otro  personajillo cincuentón obsesionado en responder los twits que le llegan a su blackberry; o a una ex congresista jamona que, al ser faltoneada por el personajillo anterior, denuncia las claves del negociado para la reelección presidencial y finalmente "escribe" un libro de delaciones (ah, y posa empelota para una revista de farándula); o a unos sesentones de cuatro soles, veteranos de ninguna guerra, dilapidar el 47% del presupuesto nacional en comprar jugueticos bélicos; o a un viejo setentón fungiendo como Procurador de la Nación salir con una charada como la de intentar atribuirse los méritos de la liberación de las FARC; o a una cuadrilla de vetustos locutores de radio jugando a ser guardianes y fiscales de una supuesta moral pública, o a los agentes de la interpol capturando a Julian Assange por haber "tirado sin condón"...
No es una regresión a la infancia... Es que estos personajes se "maduraron biches" y ahora, con un mapa mental esbozado en su primera infancia y con un timón ético robado a los modelos de su juventud, dan bandazos a la deriva en el revuelto océano de la gestión pública. Si las cosas siguen así, muy pronto asistiremos al espectáculo de una gerontocracia con botox en el raciocinio.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Cuando la legalidad es injusta y la justicia es instrumento de oportunistas

Venía ya desde septiembre echándole cabeza al tema, que pensaba introducir con la etiqueta de Receta de mujer. Me encontraba en el dilema de si plantearlo desde la perspectiva de su deber de pagar los costes de ser reconocidas como sujeto social, o si el problema eran las limitaciones de nuestra capacidad humana para ver la realidad con las anteojeras de nuestros prejuicios morales y culturales... Afortunadamente para mi, me sacó del atolladero nadie menos que el novelista y semiólogo italiano Umberto Eco con este artículo que publicó el diario colombiano El Espectador, ayer domingo 28 de noviembre. Por supuesto: nada que glosarle; sin embargo, me atrevo a criticar (temblando del susto y rojo de la vergüenza) la edición o estructuración lógica de los últimos párrafos, la cual tendría que obedecer a inconvenientes técnicos del traductor. Como siempre, las itálicas y negritas son mi intromisión.
La virginiana y la iraní 
Teresa Lewis fue ejecutada en Virginia con una inyección letal; nadie será castigado por su asesinato, porque había sido condenada a muerte legalmente. Había planeado el asesinato de su esposo e hijo adoptivo —lo que, por supuesto, era ilegal— y los que la mataron, consecuentemente, actuaron con la bendición de las autoridades. Tal vez deberíamos reformular el sexto mandamiento para que diga: “No matarás sin permiso”. Después de todo, durante siglos hemos venerado las banderas de soldados que, estando en guerra, tienen permiso para matar, como James Bond. Y ahora se dice que el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, ha respondido a los exhortos occidentales de clemencia para una supuesta adúltera sentenciada a morir lapidada —el castigo ha sido rechazado, pero las autoridades afirman que sigue siendo una posibilidad— diciendo, en esencia: ¿Se quejan porque queremos matar legalmente a una mujer iraní cuando matan legalmente a una estadounidense?
Una objeción para la lógica de Ahmadineyad es que la estadounidense orquestó el asesinato de su esposo, mientras la iraní, Sakineh Mohammadi Ashtiani, sólo fue infiel. Y la estadounidense murió sin dolor, mientras la iraní corre el riesgo de morir de forma brutalmente dolorosa. Pero una respuesta de este tipo implica dos cosas: que mientras una adúltera no debería ser castigada con más que una separación legal, sin derecho a pensión, es aceptable castigar a asesinos con la pena capital —siempre y cuando el método de ejecución no sea muy doloroso—.
Si nuestro juicio no estuviera tan nublado, tal vez veríamos el punto más general: que ni siquiera los asesinos deben ser sentenciados a muerte, que las sociedades no deberían matar a sus ciudadanos —ni siquiera luego de un debido proceso, ni siquiera si la ejecución es relativamente indolora—. ¿Cómo responderían los ciudadanos de los países democráticos al líder de un país más bien antidemocrático cuando nos pide que no critiquemos la pena capital de Irán —dado que algunas naciones occidentales todavía tienen crueles castigos mortales—?
La situación es más bien rara, y me gustaría saber si estos occidentales —en cuyas filas figura la primera dama de Francia, Carla Bruni-Sarkozy— que protestan contra la pena de muerte en Irán también han protestado contra la de Estados Unidos. Sospecho que la mayoría no. Los occidentales se han desensibilizado con el alto número de ejecuciones legales en Estados Unidos. No obstante, nos horroriza la idea de que una mujer muera en Irán masacrada por una lluvia de piedras. Ciertamente, no soy inmune a esto: cuando me enviaron una solicitud para que me manifestara contra la lapidación de Ashtiani, la firmé inmediatamente. Al mismo tiempo, pasé por alto el hecho de que la virginiana Teresa Lewis iba a ser sacrificada. ¿Nosotros, los occidentales, hubiéramos protestado con la misma intensidad si Ashtiani hubiera sido condenada a morir por inyección letal? ¿Nos indigna la lapidación o la ejecución de infractores del séptimo mandamiento —“No cometerás adulterio”— en lugar del sexto? No estoy seguro, pero el hecho es que las reacciones humanas muchas veces son instintivas e irracionales.
En agosto encontré una página de internet que describía varias formas de cocinar un gato. Sin importar si era en broma o en serio, los defensores de los derechos de los animales elevaron la voz en todo el mundo. Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no permiten ser explotadas por sus dueños —al contrario, los explotan con cinismo olímpico— y su afecto por la casa prefigura una forma de patriotismo. Entonces, me repugnaría que me dieran un plato de estofado de gato. Por otra parte, los conejos me parecen igual de lindos que los gatos, y aún así me los como sin ningún escrúpulo. Me escandaliza ver perros pasear libremente en sus casas chinas, jugando con los niños, cuando todo mundo sabe que serán comidos a fin de año. Pero los cerdos —animales altamente inteligentes, según me dicen— vagan en las granjas occidentales y a pocos les preocupa el hecho de que su destino sea convertirse en jamón. ¿Qué nos inspira a considerar incomibles ciertos animales cuando los antropomorfizamos mientras otras criaturas adorables —terneros, por ejemplo, o corderitos— nos parecen eminentemente apetitosos? 
Los humanos somos animales muy raros, capaces de mucho amor y de cinismo aterrador, igual de dispuestos a proteger un pez de color que a hervir una langosta viva, a aplastar un ciempiés sin remordimientos y tildar de bárbaro al que mata una mariposa. Similarmente, aplicamos una doble moral cuando enfrentamos dos sentencias capitales —nos escandalizamos con una y nos hacemos de la vista gorda con otra—. Algunas veces me siento tentado a coincidir con el escritor rumano Emil Mihai Cioran, quien afirmó que la creación, una vez que escapó de las manos de Dios, debe haber quedado a cargo de un demiurgo: un chapucero torpe, incluso tal vez un poco ebrio, que se puso a trabajar teniendo en mente algunas ideas bastante confusas. 

sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Una nueva forma de razón frente a las políticas económicas, o una nueva moralidad ante las economías políticas?

Como para poner ladrillos que cuñen una de mis próximas carretas sobre el "cambio paradigmático" (¿has notado que llevo rato amenazando con tal?), presento una síntesis de L’ambition moral de la politique. Changer l’homme?, libro que acaba de publicar el filósofo francés Yvon Quiniou (L’Harmattan, col. Raison mondialisée, París, 2010. Traducción: Teresa Garufi ), en el cual propone un retorno a la economía política como reacción (que no solución) a la, esa sí, reacción, de los grandes bancos y de los líderes políticos de los países capitalistas que, ante su incapacidad de relacionar las causas de la crisis financiera con la estructura profunda del sistema que alimentan, pretenden llamar a una cruzada por la "moralización del capitalismo".
LA IMPOSTURA DEL CAPITALISMO MORAL
¿No sería tiempo de moralizar el capitalismo? En lo más álgido de la crisis, la pregunta fue formulada por los dirigentes políticos, con Nicolas Sarkozy a la cabeza. Es decir, por los mismos que antes se libraban a una irreflexiva apología del liberalismo que parecía representar el “fin (dichoso) de la historia”. Así formulada, la cuestión es ambigua: si hay que moralizarlo, es porque el capitalismo es inmoral; si puede hacérselo, es porque no es intrínsecamente inmoral en sus estructuras. Sólo se cuestionarían sus excesos. Ahora bien, la inmoralidad es constitutiva del capitalismo, contrariamente a la concepción que pretende hacer de la economía una realidad que escapa a la moral. Ya en el siglo XX, el economista ultra liberal Friedrich Hayek había enunciado esta objeción (1): sólo un comportamiento individual intencional podría calificarse de justo o injusto –no puede ser el caso de un sistema social que, en tanto tal, no fue querido por ninguna persona–. Lo que lleva a Hayek a rechazar el concepto mismo de “justicia social”, decretado absurdo ya que juzga lo que no puede ser juzgado. Por ejemplo, escribe: “No existe criterio por el cual podríamos descubrir lo que es ‘socialmente injusto’, porque no hay sujeto que pueda cometer esa injusticia” (2). Incluso ve allí un vestigio de antropomorfismo de intenciones humanas que se proyecta sobre una realidad inhumana (en el sentido de impersonal); este antropomorfismo animaría la corriente socialista y su pretensión de redistribuir de manera justa la riqueza y los medios de producirla. La concepción de Hayek desemboca pues en un total amoralismo en el campo de la organización económica de la sociedad, e incluso en una forma de cinismo que se adjudica por adelantado los medios de enmascarar el mal que alimenta, dado que al quitarle todo fundamento intelectual, teóricamente lo niega (3). Recientemente, esta tesis adquirió una nueva juventud gracias a André Comte-Sponville con su libro Le capitalisme est-il moral? (4), cuyo éxito mediático –incluso cuando su contenido fuera cuestionado por la crisis– traduce bien la imposición de la ideología liberal (clic al enlace para bajarlo en pdf). Al distinguir en el seno de la vida social el orden científico-técnico, el orden jurídico-político, el orden moral y el orden ético (que define por el amor), coloca la economía en el primero: “La moral carece de toda pertinencia para describir o explicar cualquier proceso que se desarrolle en ese primer orden. Eso vale en especial para la economía, de la que forma parte”, afirma (5).
Una lección que quedó en el olvido
La moral aparece entonces en una posición de exterioridad, ya que el capitalismo se sitúa fuera del campo: ni moral ni inmoral, sino amoral. No es que la moral no pueda intervenir –ya nadie sostiene una posición tan radical–. Pero sólo puede hacerlo desde una posición marginal, a través de la política y el derecho, para atenuar sus perjuicios, sin poder ni tener, sobre todo, que suprimir sus causas. Además, ya que ningún sujeto opera en los procesos económicos, no se puede juzgar en nombre de normas que sólo pueden aplicarse a actos subjetivos: de nuevo mutis a la idea de que habría una significación moral de la justicia o de la injusticia sociales, y un deber de modificar la economía si no respondiera a los criterios de la justicia. Sin embargo, Compte-Sponville reconoce que el capitalismo puede ser injusto, así como la naturaleza cuando distribuye el talento entre los hombres, pero no por cierto inmoral, y por lo tanto no puede ser fundamentalmente cambiado (6). Este tipo de discurso no sólo contribuye a declarar inocente al capitalismo por los considerables perjuicios que tenemos a la vista –y por lo tanto a justificarlo ideológicamente–, sino que alimenta un cinismo generalizado con respecto a la política, al quitarle cualquier ambición moral importante. Su justificación se basa en un error mayor, perfectamente visible en Compte-Sponville y presente en todos los partidarios del capitalismo: la integración de la economía al orden de la ciencia y de la técnica, en efecto moralmente neutro. Es olvidar lo que los separa fundamentalmente. La ciencia y la técnica (con las cuales la economía está evidentemente articulada) son tan sólo medios y sólo puede juzgarse su uso social. Así, una nueva técnica de producción que aumenta la productividad del trabajo no es en sí misma causante de desempleo y por lo tanto mala; al contrario, permite disminuir el tiempo de trabajo y así el sufrimiento del hombre: puede producirse lo mismo en menos horas, con los mismos trabajadores; o incluso brinda la posibilidad de retribuir mejor a los asalariados gracias al aumento de productividad. Su valor reside, pues, en el uso que se le de. En cambio –y esta es la gran lección de Karl Marx, ese olvidado de las teorías económicas oficiales hasta la reciente crisis– la economía está constituida por prácticas por las que algunos (los capitalistas) se comportan de una determinada manera con respecto a otros (los obreros y asalariados en general) explotándolos, sometiéndolos a ritmos infernales, despidiéndolos so pretexto de competitividad, u oponiéndolos los unos contra los otros mediante una cultura de resultados o nuevas reglas de management, que hoy se sabe hasta qué punto generan un sufrimiento laboral verdaderamente insoportable (7). Todo eso no nace de la técnica o de la ciencia sino de una práctica social que organiza el trabajo, que es requerida como tal en base a objetivos mercantiles (la ganancia) y que se ofrece pues por definición al juicio moral: práctica humana o inhumana, práctica moral o práctica inmoral. Marx lo había comprendido con claridad cuando afirmaba que “la economía política no es la tecnología” (8).
¿Qué valores y qué política?
Con una perspectiva más extensa –ya que aquí está en juego el poder de la política–, lo que hay que rechazar es ese tipo de realidad que por lo general se adjudica a la economía: una realidad objetiva y absoluta, decretada independiente de los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y sometida a leyes implacables, análogas a las de la naturaleza y que, por supuesto, no habría que juzgar: no se critica la ley de la gravedad… incluso cuando ocasionalmente pueda hacer mal. Esta deriva intelectual lleva un nombre: economismo, que no sólo consiste en erigir la actividad económica como valor primordial, subordinando a ella todos los otros, sino en considerar que está hecha en lo esencial de procesos sustraídos de la responsabilidad política. Sin embargo hay que comprender que, si bien existen muchas leyes de economía capitalista, éstas son estrictamente internas a un cierto sistema de producción regido por la propiedad privada; pueden ser modificadas e incluso, en un principio, abolidas si se cambia de sistema. Por ello hay que ver en esas leyes reglas de funcionamiento de un determinado tipo de economía (que no es el fin de la historia), que organizan un cierto tipo de relaciones prácticas entre los hombres y que tienen, ellas mismas, un estatus práctico. Fueron instituidas (hasta a nivel mundial, en la actualidad), por lo que pueden ser modificadas. Lo cual significa que las llamadas “leyes económicas” se someten directamente a la legislación de las leyes morales, como todo lo que concierne a la práctica. Por esta razón la propia “ciencia económica” no podría ser una ciencia pura, virgen de juicios de valor. Tal como las ciencias sociales en general, y de acuerdo a la naturaleza de su objeto –están implicadas personas–, la “ciencia económica” compromete valores, al menos de manera implícita; aprehende la actividad humana y orienta el análisis de lo real en tal o cual sentido, que puede aprobarse o no. El economista estadounidense Albert Otto Hirschman lo señaló al subrayar la complejidad, a menudo inconsciente, de la ciencia económica y de la moral. Observó que “la moralidad… ocupa el centro de nuestro trabajo, a condición de que los investigadores en ciencia social estén moralmente vivos” (9); formula pues el deseo de que las preocupaciones morales sean explícita y conscientemente asumidas por la ciencia social –volviendo a Marx, cuando afirma en los Manuscritos de 1844 que la economía es “una ciencia moral real, la más moral de las ciencias”– (10). Queda por saber cuál es esta moral que nos pide que nos preocupemos por la economía y no la consideremos como una realidad ante la cual la política debería inclinarse fríamente. En primer lugar, conviene romper con una visión moral de lo humano replegada a la esfera de las relaciones interpersonales y que sólo se interesa por las virtudes y los vicios individuales. En cambio, hay que admitir que, distinguida de la ética y en consecuencia referida a las relaciones con el prójimo (11), esta moral debe aplicarse al conjunto y por lo tanto a las relaciones sociales en su globalidad, es decir a la vida política (en sentido estricto, a las instituciones), social (siempre en sentido estricto, a los derechos sociales) y económico.
Sin embargo, si bien empezó a ocupar los dos primeros campos desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 hasta la de 1948, sería deseable que se detuviera ante las puertas de la economía. Hay que eliminar esta prohibición, considerando una política moral que sea también una economía moral, es decir una política que cumpla con los valores morales, incluso en el campo económico. Pero entonces, ¿qué valores y qué política? La respuesta puede encontrarse en la fórmula que enunció Immanuel Kant y que se une al sentido moral común: el criterio de lo Universal ordena respetar al otro y no instrumentalizarlo, y exige promover su autonomía. Libre de cualquier segundo plano metafísico o religioso, exige que suprimamos la dominación política (ejercida en parte a través de instituciones democráticas), la opresión social (hecha en parte a través de los derechos que el movimiento obrero conquistó a partir del siglo XIX), pero al mismo tiempo la explotación económica: lo que todavía no se consiguió. Recién al hacerlo protegerá y profundizará, mediante la política, las adquisiciones morales obtenidas en los otros campos. En verdad la moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya que este es en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada, instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad, exigir su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese la dificultad de la tarea.
 
1- Ver en especial Friedrich Hayek, Droit, législation et liberté, Presses Universitaires de France (PUF), Tomo I, II y III, 1980-1983. 2- Op. cit., Tomo II, pág. 94. 3- Interrogado sobre las consecuencias humanas del liberalismo, Hayek pudo decir, si eventualmente hubiera víctimas, “¡y bien, tanto peor!”. 4- Albin Michel, París, 2004 (reeditado en 2009). 5- Op. cit., 2º edición, pág. 78. 6- Op. cit., págs. 238-239. 7- Ver particularmente los trabajos de Christophe Dejours y de Jean-Pierre Durand Nouvelles aliénations, Actuel Marx, Nº 39, PUF, París, mayo de 2006. 8- Karl Marx, Contribution à la critique de l’économie politique, Editions sociales, París, 1966, pág. 151. 9- Albert O. Hirschman, L’économie comme science morale et politique, Gallimard-Seuil, París, 1984, pág. 109. 10- Pasado su período juvenil, Marx no teorizó sobre esta complejidad: es una laguna en su obra. 11- En mi vocabulario, la ética sólo concierne a la vida individual y puede presentarse bajo la forma de una sabiduría, aconsejada pero facultativa. (Las negritas y las itálicas son mías-Ilustraciones de Daumier y Garzón)