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martes, 20 de enero de 2015

Dios y el diablo en el juego de la vida

 

Rebuscándome en la web en busca de material que me ayudara a desarrollar algunas de mis ideas, tropecé con un escrito de regular calidad literaria y menor condición poética, pero abrumador en su claridad ideológica. Lo encontré publicado en algo más de quince sitios en el lapso 2011-2012, en algunos de ellos con pequeñas modificaciones y adaptaciones tanto en el título como en el texto. Puesto que en ninguno de ellos se registra el nombre del autor puedo suponer que no tiene derechos reservados y, como tal lo publico, advirtiendo que tampoco yo pude resistirme a hacerle algunas intervenciones de forma y términos. También las imágenes con que ilustro son tomadas de la web (si alguien las tiene registradas le agradezco me lo informe)


Dios jugando con Satanás

Dios pobló la tierra con espinacas, coliflores, brócolis
y todo tipo de vegetales
para que el hombre y la mujer 
pudieran alimentarse
y llevar una vida sana.
Y Satanás creó McDonald’s
y MacDonald’s creó el Big Mac.
Y Satanás dijo al hombre: “¿Lo quieres con patatas y Coca Cola?”
Y el hombre dijo: “Sí y en tamaño grande”.
Y el hombre engordó.
Y Dios dijo: “Haya yogurt para que la mujer conserve la silueta
que le he creado con la costilla del hombre”.
Y Satanás creó el chocolate.
Y la mujer dijo: “Con almendras”.
Y la mujer engordó.
Y Dios creó las ensaladas y el aceite de oliva.
Y vio que estaba bien.
Y Satanás hizo el helado.
Y la mujer dijo: “De nata y fresa”.
Y la mujer engordó.
Y Dios dijo: “Mirad que os he dado frutas en abundancia
que os servirán de alimento”.
Y Satanás inventó los huevos con chorizo.
Y el hombre dijo: “Y con panceta”.
Y el hombre engordó y su colesterol malo se fue por las nubes.
Entonces creó Dios las zapatillas deportivas
y el hombre decidió correr para perder los kilos de más.
Entonces Satanás concibió la televisión por satélite
y agregó el mando a distancia para que el Hombre
no tuviese que cambiar de canal con el sudor de su frente.
Y el hombre dijo: “Y quiero una cervecita”.
Y el hombre aumentó de peso.
Y Satanás dijo a la mujer : “Son apetecibles a la vista del hombre unos aperitivos”.
Y la mujer le acercó al hombre patatitas fritas,
palitos salados, cortezas, más chorizo y otra cerveza.
Y el hombre, aferrado al mando a distancia,
comió los aperitivos, que eran abundantes en colesterol.
Y vio Satanás que estaba bien.
Y el hombre llegó a tener las coronarias obstruidas.
Y dijo Dios: “No es bueno que el hombre tenga un infarto”.
Y, entonces, creó el cateterismo y la cirugía cardio-vascular
y las unidades coronarias.
Y Satanás creó... LA SEGURIDAD SOCIAL.
Entonces Dios, ya cansado, dijo: ¡ANDAD A QUE OS DEN POR CULO A TODOS!
Y Satanás creó a los políticos.
Y en eso andamos...

miércoles, 12 de septiembre de 2012

La Guerra- Por VOLTAIRE



Que los hechos pasan y los hombres quedan, parece ser una verdad de Perogrullo, pero se ha vuelto corriente que los segundos reiteren los primeros haciendo de la historia un pobre calidoscopio en el que se repiten las imágenes de manera predecible. Tal hecho se evidencia en la actualidad que recobran algunos textos críticos escritos en "otros" tiem­po y lugar. El presente artículo, escrito en el siglo XVIII, es un ejemplo sustentador de la anterior afirmación. Su autor es Francisco María Arouet de Voltaire(1694-1778). El texto origi­nal se publicó en Ginebra en 1769 en el Diccionario Filosófico  con el Título La razón por el alfabeto (Pgs. 289- 294). La edición aquí tomada es la segunda de los Clásicos Bergua, Madrid 1966, con traducción y acotaciones de don Juan B. Bergua. En esta entrada se ha intentado, en lo posible, conservar las opciones personales del citado señor Bergua asi como la sintaxis original. Todos los subrayados (itálicas y negrillas) son mi acostumbrada (e injustificable) intromisión.

El Hambre, La Peste y la Guerra son los tres ingredientes más famosos de este desdichado Mundo. Pueden clasificarse en la fila del hambre todos los malos alimentos que la carestía nos obliga a emplear para abreviar nuestra vida con la esperanza de sostenerla. Entran dentro de la peste todas las enfermedades conta­giosas, que alcanzan la cifra de dos o tres mil. Estos dos presentes nos vienen de la divina Providencia. Pero la guerra, que reune todos estos dones, tiene por causa la imaginación de trescientas o cuatrocientas personas repartidas por la superficie del Globo con el nombre de príncipes o de ministros; y sin duda por está razón es por lo que en muchas dedicatorias son llamados imá­genes vivas de la divinidad. (1)
El más decidido de los aduladores convendrá sin do­lor en que la guerra arrastra siempre tras sí a la peste y al hambre, por poco que haya visitado los hospita­les de los ejércitos en Alemania o si ha pasado por alguna aldea donde haya tenido lugar alguna memo­rable acción guerrera.

Claro que tal vez sea un arte magnífico éste, que asola los campos, destruye las moradas y hace perecer por regla general cada año cuarenta mil hombres en­tre cada cien mil. Esta invención fue primeramente cultivada por naciones reunidas en aras del bien co­mún; por ejemplo, la asamblea de los griegos declaró a la asamblea frigia y de los pueblos vecinos que iba a partir en un millar de barcas de pescadores con ob­jeto de exterminarlos si podía. El pueblo romano juzgaba en asamblea si era para él interesante ir a batirse antes de la cosecha con el pue­blo de los veyos o contra volsgos. Y algunos años des­pués, todos los romanos, estando furiosos contra to­dos los cartagineses, se batieron contra ellos mucho tiempo por mar y por tierra. Pero hoy ya no ocurre lo mismo.

Un genealogista prueba a un príncipe que desciende en línea recta de un conde cuyos parientes habían he­cho un pacto de familia, hace tres o cuatrocientos años, con una casa de la que ya no queda ni memoria; esta casa tenía pretensiones remotas hacia una provincia cuyo último dueño y señor murió de apoplejía: pues basta esto para que el príncipe y su consejo decidan sin dificultad que esta provincia le pertenece de dere­cho divino. La tal provincia, que por cierto está a al­gunos centenares de leguas de allí, en vano protesta que no le conoce y que no tiene deseo alguno de ver­se gobernada por él; que, para dar leyes a las gentes, preciso es, cuando menos, tener su aquiescencia; ta­les razones ni tan siquiera llegan a oídos del príncipe cuyo derecho es incuestionable. Al instante encuen­tra un gran número de hombres que nada tienen que hacer ni nada que perder; vístelos con un fuerte paño azul de a ciento diez perras chicas la ana (2), bordea sus sombreros con hilo blanco muy grueso, los hace dar vueltas a derecha e izquierda, y marcha en busca de gloria (3) Los otros príncipes, que oyen hablar de esta excur­sión, toman parte en ella, cada uno según sus fuer­zas, y cubren una pequeña extensión del país de más asesinos mercenarios que Gengis-kan, Tamerlán y Bayaceto (4) arrastraron jamás tras de sí.

Pueblos bastante alejados oyen decir que va a haber guerra, y que puede ganar cinco o seis perras chicas diarias todo aquel que quiera ser de la partida, e in­mediatamente se dividen en dos bandos, como los se­gadores, y corren a vender sus servicios a cualquiera que los quiera pagar. Tales multitudes se encarnizan unas contra otras, no solamente sin tener interés al­guno en lo que se ventila, sino sin saber tan siquiera de que se trata. Encontrándose con frecuencia cinco o seis potencias beligerantes, a veces tres contra tres, a veces dos contra cuatro, ora una contra cinco, de­testándose todas igualmente unas a otras, uniéndose y atacándose sucesivamente y tan sólo de acuerdo en un punto: en el de hacer todo el daño posible.

Lo maravilloso de esta empresa infernal es que cada jefe de asesinos hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de correr a exterminar a su prójimo. Si uno de los jefes no ha tenido la dicha de poder degollar a dos o tres mil hombres, entonces no da las gracias por ello a Dios; pero cuando ha ex­terminado a sangre y fuego a unos diezmil y cuando, para colmo de ventura, alguna ciudad ha sido destruida hasta en sus cimientos, entonces entonan con todo el aparato imaginable una canción bastante larga, compuesta en un idioma desconocido para todos los que han combatido y llena, de propina, de barbarismos.

La misma canción sirve para las bodas y para los na­cimientos como sirve para los asesinatos: lo que ver­daderamente resulta imperdonable, sobre todo tratán­dose de la nación más afamada a causa de sus cancio­nes nuevas. Por todas partes contratan arengadores que celebren las jornadas asesinas. Unos van vesti­dos de una larga casaca negra, bajo un abrigo recor­tado; los otros llevan una camisa por encima del tra­je; algunos ostentan colgantes de tela abigarrada por sobre esta camisa. Todos hablan largo y tendido; ci­tan lo que en otro tiempo no pasó en Palestina con motivo de cierto combate en Veterabia.(5) El resto del año estas gentes declaman contra los vicios. Prue­ban por tres razones y por antítesis que las damas que extienden levemente un poco de carmín en sus fres­cas mejillas serán eterno objeto de inacabables venganzas por parte del eterno; que Poliuto y Atalia (6) son obras del demonio; que un hombre que hace servir en su mesa por doscientos escudos de pescado fresco en un día de cuaresma se salva irremisiblemen­te, mientras que el pobre que come dos perras chicas y media de carnero va para siempre con todos los dia­blos. De cinco a seis mil declamaciones de este géne­ro, apenas hay tres o cuatro, a todo poner, compues­tas por un galo llamado Massillón(7), que un hom­bre honrado pueda leer sin asco; ocurriendo que en toda esta caterva de discursos no hay ni uno solo tan siquiera en que el orador se levante contra ese azote y crimen que es la guerra, compendio de todos los azotes y todos los crímenes humanos. Los desdicha­dos arengadores hablan y hablan sin cesar contra el amor, único consuelo del género humano y única ma­nera de reparar sus pérdidas, mientras que nada di­cen de esos esfuerzos, abominables que hacemos pa­ra destruirle. ¡Mal sermón habéis hecho contra la im­pureza, oh ilustre Bourdaloue!(8). En cambio, no se os ha ocurrido ocuparos sobre esos asesinatos de mil formas, sobre esas rapiñas, sobre esos bandidajes, so­bre esa rabia universal que aniquila al mundo. To­dos los vicios reunidos de todas las edades y de todos los lugares no igualarán jamás a los males produci­dos por una sola campaña.

¡Miserables médicos de almas, gritáis durante cinco cuartos de hora a propósito de insignificantes pinchacillos de alfiler, y nada sois capaces de decir acerca de la enfermedad que nos deshace en mil pedazos! fi­lósofos moralistas, quemad vuestros libros. MIEN­TRAS EL CAPRICHO DE UNOS CUANTOS HOM­BRES JUSTIFIQUE LA DEGOLLACIÓN DE MILLA­RES DE NUESTROS HERMANOS, LA PARTE DEL GENERO HUMANO CONSAGRADA AL HEROÍSMO SERA CUANTO HAY DE MAS AFRENTUOSO EN TODA LA NATURALEZA.

Y lo peor de todo es que la guerra es un azote inevita­ble. Si nos fijamos bien,todos los hombres han ado­rado al dios de marte: Sabaoth, entre los judíos, sig­nifica el dios de las armas; pero Minerva, en Home­ro, llama a marte dios furioso, insensato e infernal.

¿Qué es para mí ni qué me importan la humanidad y su porvenir, la beneficencia, la modestia, la tem­perancia, la dulzura, la sabiduría y la piedad, mien­tras media libra de plomo tirado a seiscientos pasos me deshaga el cuerpo, haciéndome morir a los vein­te años entre tormentos inexpresables, en medio de cinco o seis mil agonizantes, y al tiempo que mis ojos, que se entreabren por última vez, ven la ciudad en que he nacido destruida por el hierro y por el fuego, y cuando los últimos sones que escuchan mis oídos son los gritos de las mujeres y de los niños que expi­ran entre las ruinas, todo por los pretendidos intere­ses de un hombre que ni tan siquiera conocemos?

En 1771, Voltaire añadió lo siguiente, que va como anillo al dedo a ese recelo de ciertos estados actuales ante el temor de que otros lleguen a ser atómicamente poderosos:

"El célebre Monstesquieu, que pasaba por humano, ha di­cho no obstante que es justo entrar a sangre y fuego en la casa de los vecinos, si se teme que lleguen a ser demasiado poderosos, si tal es el espíritu de las leyes, leyes son dignas de Borgia y de Maquiavelo. Si desgraciadamente dijese ver­dad, es preciso ir contra esa verdad, aunque fuese probada por los hechos. He aquí lo que dice Montesquieu: "Entre las so­ciedades el derecho de defensa natural empuja algunas ve­ces a la necesidad de atacar cuando un pueblo ve que una más larga paz pondría a otro en estado de destruirle, y que el ataque es en aquel momento el único medio de impedir esta destrucción".

Si hubo alguna vez una guerra evidentemente injusta, es la que proponéis; es ir a matar a vuestro prójimo, por miedo a que vuestro prójimo (que no os ataca) esté en estado de atacaros: es decir, que es preciso que os aventuréis a arrui­nar a vuestro país con la esperanza de arruinar sin razón el de otro; esto, en verdad, ni es honrado ni útil, pues jamás se está seguro del éxito, como muy bien sabéis.

Si vuestro vecino llega a ser demasiado poderoso durante la paz, ¿quién os impide volveros poderoso como él? Si ha hecho alianzas, hacedlas vosotros por vuestra parte. Si, te­niendo menos religiosos, tiene más brazos útiles, obreros y soldados, imitadle en esta sabia economía. Si ejercita mejor a sus marineros, ejercitad a los vuestros; todo ello es per­fectamente justo. Pero exponer vuestro pueblo a la más ho­rrible miseria, con la idea tan frecuentemente quimérica de desolar a vuestro querido hermano el serenísimo príncipe limítrofe, esto no sería un presidente honorario de una com­pañía pacífica quien debiera dar tal consejo."

El asunto se presta a profundas meditaciones. Hoy, más que nunca, parece difícil el papel de estadista. Y el de filósofo. Pues no se sabe qué aconsejar. Pero ¿matar hoy por temor a ser muerto mañana? Porque ¿quién sabe lo que ocurrirá mañana?
 NOTAS:
1. Por este pasaje fue por el que Larcher (Pedro Enri­que, erudito y helenista francés, 1726-1812) llamó a Voltaire "bestia feroz de quien todo se puede temer".

2. Ana, medida de longitud anterior al sistema métri­co, equivalente a un metro veinte centímetros.

3. Hoy han cambiado algo las cosas. Los príncipes no hacen ya las guerras por ambición o capricho, por la sencilla razón, de que los pocos que quedan aún en países muy aferrados a la tradición, son puras fi­guras decorativas que el Estado (ni siquiera el pueblo ya) paga y sostiene como un lujo estúpido, pero lu­jo; como sostiene otros lujos más útiles, algunos ta­les que las catedrales, los museos, los embajadores, etc., etc. Los últimos reyes con fuerza y maldad su­ficiente para provocar una guerra (Guillermo II de Alemania, Francisco José de Australia, Nicolás de Ru­sia, Afonso XIII de España y alguno más de menor importancia aún) fueron barridos hace pocos años, pero no se crea que acabaron las guerras al acabarse los principes; otros quedan no menos peligrosos que aquéllos, los "magnates de la industria y de la ban­ca", que son los que aún durante quién sabe cuántos siglos, tantos cuantos tardan los pueblos en desper­tar, es decir, en instruirse, llenarán la tierra de san­gre. O sea que en lo a la "barbarie" respecta esta­mos, pese al tan declamado progreso y al tan caca­reada civilización, como cuando Cambises asolaba el Egipto, no dando paz y cuartel ni a hombres ni a dioses. Pero qué digo, mucho peor, pues ¿con qué lógica llamamos cruel y nos espanta el proceder de aquellos guerreros de otros tiempos que sacaban los ojos al príncipe enemigo caido en su poder, si noso­tros llamamos sabio y llenamos el pecho de bandas y cruces al miserable que inventa un gas que abrasa los ojos de diez mil hombres en un segundo? Y es que mientras los hombres sean "ignorantes" y "am­biciosos", la guerra se cernirá como nube sombría sobre la Tierra, pues en el primer caso correrán a matarse por un engaño, por una medalla, por un tí­tulo o por una cruz, o por una idea estúpida, o por un sistema social que cuanto hará será encadenarlos, cierto de modo distinto a como lo estaban antes; y en el segundo serán capaces en todo instante de en­cender una contienda para conseguir mercados para dar salida a los productos de su fábricas, por tierras donde cosechar algodón, trigo o azúcar, por unos bos­ques que suden caucho o por unos pozos que vomi­ten petróleo. Y los filósofos en vano tratarán de po­ner ante sus ojos las verdades de su inteligencia; cie­gos desde la infancia, víctimas de una educación an­ticuada, torpe y funesta, no serán capaces de ver otra luz que la que les atraiga, como el espejuelo a las alondras, en nombre de cualquiera de las mentiras enumeradas, y les empuje a matar y hacerse matar en provecho de otros, si es que no aceptan el ser ase­sinos conscientes (cual ocurre cada vez más, pese a cuanto se a dicho de las tropas mercenarias) por el más vil e infamante de los jornales.
4. Bayaceto (1347—1403), sultán de los turcos (1389). Conquistó el Asia Menor, batió a los cristianos en Nicópolis (1393) y fue vencido y hecho prisionero en Ancyra (1402), tras reñidísima y sangrienta bata­lla, por Tamerlán.
5. Quiere decir que invocan hechos indemostrables.
6. Tragedias de Racine, inspirada la última en la reina de Judá, de tal nombre, célebre por su impiedad y por crímenes. Fue esta Atalia hija de Acub, rey de Israel, y de Jezabel; y se casó con Joram, rey de Judá Para llevar hasta el trono, el año 884, a su hijo Ochicías, hizo asesinar a cuarenta y dos príncipes de su familia.
7. Juan Bautista Massillon (1663 - 1742), pre­dicador francés nacido en Hyeres, autor de la Petit Careme. Su elocuencia dulce y penetrante y la per­fección de su estilo hicieron de él el mejor predica­dor de su tiempo y uno de los grandes oradores sa­grados y de Francia.
8. Luis Bourdalque (1632 -1704), uno de los ora­dores más eminentes de la cátedra sagrada francesa. Era jesuíta. Sus Sermones son notables, si no se pro­fundiza mucho, por la aparente fuerza del razonamien­to sobre que parece apoyarlos y la severidad de ¡a moral jesuítica que resplandece en ellos. Bourdaloue había nacido en Bourges.

martes, 21 de agosto de 2012

El paredón del blog 17- Los nuevos corsarios

 
 Ante la avalancha incontenible de manifestaciones sociales grupalmente promovidas, políticamente impuestas y estúpidamente toleradas, es inevitable terminar aceptando los rumores apocalipteros sobre "el fin del mundo", o, por lo menos, de las maneras tradicionales de mirarlo, entenderlo y ser en él. Todo ese zaperoco mental, social, ideológico y cultural que ha empezado a hacer metástasis en instituciones, relaciones interpersonales y, en fin, en los viejos paradigmas humanos en que se sustentaba la supervivencia de la especie humana sobre la tierra, tiene como eje de desarrollo un conflicto de poderes cuya estructura nodal se está desintegrando en las respectivas crisis de las distintas variables económicas que traman la red que enlaza el complejo universo de la convivencia social humana. Uno de esos focos de convergencia nodal es la economía financiera, magistralmente desmenuzada en el artículo que Juan José Millás acaba de escribir para El Pais de España. Cualquier comentario adicional podría viciar la lectura, así que sin más prolegómenos, les dejo con él.

Un cañón en el culo
La primera operación que efectúa el terrorista económico sobre su víctima es la del terrorista convencional, el del tiro en la nuca
Si lo hemos entendido bien, y no era fácil porque somos un poco bobos, la economía financiera es a la economía real lo que el señor feudal al siervo, lo que el amo al esclavo, lo que la metrópoli a la colonia, lo que el capitalista manchesteriano al obrero sobreexplotado. La economía financiera es el enemigo de clase de la economía real, con la que juega como un cerdo occidental con el cuerpo de un niño en un burdel asiático. Ese cerdo hijo de puta puede hacer, por ejemplo, que tu producción de trigo se aprecie o se deprecie dos años antes de que la hayas sembrado. En efecto, puede comprarte, y sin que tú te enteres de la operación, una cosecha inexistente y vendérsela a un tercero que se la venderá a un cuarto y este a un quinto y puede conseguir, según sus intereses, que a lo largo de ese proceso delirante el precio de ese trigo quimérico se dispare o se hunda sin que tú ganes más si sube, aunque te irás a la mierda si baja. Si baja demasiado, quizá no te compense sembrarlo, pero habrás quedado endeudado sin comerlo ni beberlo para el resto de tu vida, quizá vayas a la cárcel o a la horca por ello, depende de la zona geográfica en la que hayas caído, aunque no hay ninguna segura. De eso trata la economía financiera.
Estamos hablando, para ejemplificar, de la cosecha de un individuo, pero lo que el cerdo hijo de puta compra por lo general es un país entero y a precio de risa, un país con todos sus ciudadanos dentro, digamos que con gente real que se levanta realmente a las seis de mañana y se acuesta de verdad a las doce de la noche. Un país que desde la perspectiva del terrorista financiero no es más que un tablero de juegos reunidos en el que un conjunto de Clicks de Famóbil se mueve de un lado a otro como se mueven las fichas por el juego de la Oca.
La primera operación que efectúa el terrorista financiero sobre su víctima es la del terrorista convencional, el del tiro en la nuca. Es decir, la desprovee del carácter de persona, la cosifica. Una vez convertida en cosa, importa poco si tiene hijos o padres, si se ha levantado con unas décimas de fiebre, si se encuentra en un proceso de divorcio o si no ha dormido porque está preparando unas oposiciones. Nada de eso cuenta para la economía financiera ni para el terrorista económico que acaba de colocar su dedo en el mapa, sobre un país, este, da lo mismo, y dice “compro” o dice “vendo” con la impunidad con la que el que juega al Monopoly compra o vende propiedades inmobiliarias de mentira.
Cuando el terrorista financiero compra o vende, convierte en irreal el trabajo genuino de miles o millones de personas que antes de ir al tajo han dejado en una guardería estatal, donde todavía las haya, a sus hijos, productos de consumo también, los hijos, de ese ejército de cabrones protegidos por los gobiernos de medio mundo, pero sobreprotegidos desde luego por esa cosa que venimos llamando Europa o Unión Europea o, en términos más simples, Alemania, a cuyas arcas se desvían hoy, ahora, en el momento mismo en el que usted lee estas líneas, miles de millones de euros que estaban en las nuestras.
Y se desvían no en un movimiento racional ni justo ni legítimo, se desvían en un movimiento especulativo alentado por Merkel con la complicidad de todos los gobiernos de la llamada zona euro. Usted y yo, con nuestras décimas de fiebre, con nuestros hijos sin guardería o sin trabajo, con nuestro padre enfermo y sin ayudas para la dependencia, con nuestros sufrimientos morales o nuestros gozos sentimentales, usted y yo ya hemos sido cosificados por Draghi, por Lagarde, por Merkel, ya no poseemos las cualidades humanas que nos hacen dignos de la empatía de nuestros congéneres. Ya somos mera mercancía a la que se puede expulsar de la residencia de ancianos, del hospital, de la escuela pública, hemos devenido en algo despreciable, como ese pobre tipo al que el terrorista por antonomasia está a punto de dar un tiro en la nuca en nombre de Dios o de la patria.
A usted y a mí nos están colocando en los bajos del tren una bomba diaria llamada prima de riesgo, por ejemplo, o intereses a siete años, en el nombre de la economía financiera. Vamos a reventón diario, a masacre diaria y hay autores materiales de esa colocación y responsables intelectuales de esas acciones terroristas que quedan impunes entre otras cosas porque los terroristas se presentan a las elecciones y hasta las ganan y porque hay detrás de ellos importantes grupos mediáticos que dan legitimidad a los movimientos especulativos de los que somos víctimas.
La economía financiera, si vamos entendiéndolo, significa que el que te compró aquella cosecha inexistente era un cabrón con los papeles en regla. ¿Tenías tú libertad para no vendérsela? De ninguna manera. Se la habría comprado a tu vecino o al vecino de tu vecino. La actividad principal de la economía financiera consiste en alterar el precio de las cosas, delito prohibido cuando se da a pequeña escala, pero alentado por las autoridades cuando sus magnitudes se salen de los gráficos.
Aquí están alterando el precio de nuestras vidas cada día sin que nadie le ponga remedio, es más, enviando a las fuerzas del orden contra quienes tratan de hacerlo. Y vive Dios que las fuerzas del orden se emplean a fondo en la protección de ese hijo de puta que le vendió a usted, por medio de una estafa autorizada, un producto financiero, es decir, un objeto irreal en el que usted invirtió a lo mejor los ahorros reales de toda su vida. Le vendió humo el muy cerdo amparado por las leyes del Estado que son ya las leyes de la economía financiera, puesto que están a su servicio.
En la economía real, para que una lechuga nazca hay que sembrarla y cuidarla y darle el tiempo preciso para que se desarrolle. Luego hay que recolectarla, claro, y envasarla y distribuirla y facturarla a 30, 60 o 90 días. Una cantidad enorme de tiempo y de energías para obtener unos céntimos, que dividirás con el Estado, a través de los impuestos, para costear los servicios comunes que ahora nos están reduciendo porque la economía financiera ha dado un traspié y hay que sacarla del bache. La economía financiera no se conforma con la plusvalía del capitalismo clásico, necesita también de nuestra sangre y en ello está, por eso juega con nuestra sanidad pública y con nuestra enseñanza y con nuestra justicia al modo en que un terrorista enfermo, valga la redundancia, juega metiendo el cañón de su pistola por el culo de su secuestrado.
Llevan ya cuatro años metiéndonos por el culo ese cañón. Y con la complicidad de los nuestros.

jueves, 16 de agosto de 2012

Roberto Fontanarrosa, un Tiresias de tinta china

Cuentan los relatos míticos que por la época en que los dioses griegos descendían del Olimpo para coquetear con los mortales, existió un pobre hijodeninfa que pilló a una de las diosas en cueritos cuando se daba un baño y ésta, mujer al fin, escandalizada con el fulgor en la mirada lujuriosa del voyeur adolescente, decidió opacárselo privándolo de la vista. El pobre Tiresias, que así se llamaba el mirón, tuvo que esperar hasta que su madre Cariclo (¿Ya dije que era una ninfa?) intercediera por su perdón ante la diosa, quien, ya fuera por pura mala leche egolátrica o por física incapacidad para desfacer entuertos, se ranchó en no devolverle la percepción visual de las cosas inmediatas; pero, como para que no se le notara la rabonada, le concedió el don de la visualización intuitiva de los acontecimientos futuros...
Las Moiras (personajes míticos de la misma ralea de los susodichos), que suelen tramar sus lienzos con el huso de la ironía, escucharon el relato y esperaron con cierta morbosa placidez, hasta que en el amanecer del 26 de noviembre de 1944 les llegó la oportunidad de urdir los hilos. El hecho de que, además de ser una ciudad con ínfulas de olímpica, estuviese situada sobre la margen occidental del río Paraná, se llamara Rosario y fuese la capital de una provincia llamada Santa Fe, en un pais que evocaba el argentum, constituyó motivo suficiente para ser la escogida para ubicar en ella a un hombrecito con cara de semidios griego y temperamento de divinidad oriental.
Y Roberto, que así habría de llamarse durante sus siguientes 63 años de presencia corporal en este suelo, Fontanarrosa (¿qué otro apellido se les hubiera podido ocurrir?) creció en gracia de musas, se hizo dibujante de historietas, "humorista" unas veces gráfico, otras "trágico" como  asesor creativo de Les Luthiers y escritor a secas. Para que la cosa fuera creible, cuando cumplió 24 años lo pusieron a publicar sus primeras ilustraciones humorísticas en la revista Boom (como la onomatopeya de una explosión) y cuatro años después, en 1972 lo metieron de colaborador en la revista de humor Hortensia en la que dio a luz pública al celebérrimo Boggie el aceitoso (¿Recuerda el factor ironía? pues la hortensia -Hydrangea- es la flor de la Parca, de la cual Boggie era emisario favorito) y, puesto que la ternura es el aliento de las musas, también parió a Inodoro Pereyra el renegau, un "gaucho macho y cabrío, tan argentino como el dulce de leche, la birome o el colectivo".
Pero vayamos redondeando este cuento. Todo lo escrito arriba es para ambientar mi hipótesis sobre la capacidad visionaria de El Negro Fontanarrosa en la creación de sus historietas, particularmente en Boggie el aceitoso cuya imagen evoca los clásicos cliché de "tipos duros" propios del cine gringo "de acción" de los años 70-80 del siglo pasado.
Usando como oráculo la estampa de un veterano de guerra de Vietnam, un tipo rudo sin conciencia ni marco social que le impeliera a adquirirla, asesino a sueldo que algunas veces fungía como guardaespaldas o simplemente como matón sin escrúpulos, Fontanarrosa explotaba la creencia popular de que todos los asesinos son estúpidos con prejuicios racistas o segregacionistas. Para ello estructuraba las viñetas en un formato de página que secuenciaba las escenas hasta el gag final en el que, a manera de corolario, "resolvía" con un solo disparo, una trompada o una frase lapidaria la situación pacientemente planteada. Las viñetas "violentas" de Boggie constituyeron lo que llamaríamos humor hardboiled, un estilo duro y sin concesiones en el que la frialdad de las ejecuciones constituía una critica mordaz a esas posturas solapadas de los moraleros que rasgan sus vestiduras ante el mundo que los observa cada vez que los noticieros registran un acto de violencia; pero que a menudo resultan ser los propiciadores de tales eventos. Boogie era uno de esos matones de quienes no se podía esperar nada sereno, a pesar de la propaganda que a favor de tipos como él  nos embutían el cine y la televisión gringos. Y es a ese respecto que se hace notable el don profético de nuestro Tiresias de tinta china: Con la "violencia" fria y cotidiana de su personaje anticipó la manera particular de mirar el mundo de esas generaciones que aun no nacían cuando Boogie distribuía sus dósis del american's death life.
En el intervalo entre el 19 de julio, cuando se cumplían cinco años de la vuelta al Olimpo del entrañable Negro Fontanarrosa, y el 20 del mismo mes, una fecha de convención de parcas, James Holmes, un hombrecito (sagitario, como El Negro) nacido 15 años después de Boogie, en Tennessee, estado gringo, irrumpió en un cine de la localidad de Aurora, en las afueras de Denver (Colorado) disfrazado como el Guasón, personaje de The Dark Knight Rises (El caballero oscuro), la última secuela de Batman, que se estrenaba esa noche. Quería jugar a ser un asesino frio y eficiente; cuatro meses antes había comenzado a proveerse de balas para una pistola Glock calibre .40 (3.000), cartuchos para un rifle semiautomático Smith&Wesson (3.000) y proyectiles para una escopeta Remington calibre 12 (350). Provisto de tal parafernalia bélica y forrado en un chaleco antibalas, ingresó al cine, esperó la escena apropiada, arrojó dos botes de gas lacrimógeno y disparó hasta trabar el fusil. El gagcito causó 24 muertos y 50 heridos. Al igual que Boogie, su semblante reflejaba una total carencia de emociones. No ofreció resistencia al ser detenido e, incluso declaró tener más armas y explosivos en su apartamento.
Ahora bien, de ser mister Holmes el caso aislado de un sociópata enloquecido, no tendría ningún sentido atribuirle dotes de profeta a Roberto Fontanarrosa. Pero, cuando asistimos el desarrollo progresivo de una subclase global de individuos aterradoramente serenos que protagonizan masacres en Holanda o destrozan con sus dientes a sus congéneres en USA, se nos hace imperativo retornar a las historias de Boogie el aceitoso para encontrar en ellas las claves cifradas de lo que el Negro Fontanarrosa preludiaba como un futuro humano de insensibilidad autodestructora.
En fin, que toda esa carreta hasta aquí empujada sólo tenía como fin recordar a Roberto Fontanarrosa, el genial escritor, dibujante, historietista y ser humano que el 19 de julio cumplía sus primeros cinco años de alejamiento terrenal. Su vacío sigue tibio... Quien lo conozca no podrá olvidarlo. ¡Abur, abur, querido maestro!

viernes, 8 de junio de 2012

Disgresiones sobre la aplicación de las NTIC en la enseñanza de la Historia

 
Podría deberse a algunos factores imposibles de explicar sin recurrir a discursos metafísiqueros; el hecho es que con el paso de los años se va depositando en nuestra memoria el sedimento sintetizado de aquellos acontecimientos que marcaron con su impronta de serenidad, felicidad, angustia o dolor momentos importantes para el conjunto de individuos adscritos a un colectivo social, solidificando el recuerdo de sus vivencias en una mezcla psicodélica cuya reelaboración es transmitida a las generaciones posteriores en un "relato histórico" plagado de evocaciones brumosas, interpretaciones inducidas e, incluso, incrustaciones míticas prestadas de metarrelatos apócrifos. Lentamente, de manera casi imperceptible, mediante un proceso de refinamiento doctrinario de las afectaciones denominado "educación", esa masa ecléctica de relatos mixtificados se va consolidando en un "saber cultural" que moldea la memoria, el imaginario y la ideología colectivos. Todo el bagaje identitario de una colectividad está configurado sobre la "tarjeta madre" de una "historia patria" enseñada por la escuela y los relatos de familia y reafirmada por la "información" impartida por la presencia omnímoda de la radio y la televisión.
Cada agrupación de individuos que empiezan a tener éxito en la acumulación de capital ya sea por métodos lícitos o ilícitos, aspira a ingresar y ser admitida en los peldaños más altos de la escalera social, aunque para conseguirlo se vea impelida a recurrir a métodos desestabilizadores del statu quo imperante. El primer movimiento consiste en la introduccción de su divisa "empresarial" en la estructura del Poder político mediante la construcción de un nuevo relato "histórico" que justifique la legitimación de los métodos empleados para la salvaguarda de sus propiedades y el mantenimiento de las normas que marcarán los privilegios "de su clase". Una cohorte de mercenarios urdidores de leyendas y difusores de mentiras se encargará de hacer posible el aumento de su prestigio en el desempeño de los roles sociales mediante una estrategia propagandística de publirreportajes, chismes de farándula y puestas en escenarios de "actualidad". Las tensiones y conflictos generados por la puja entre las clases establecidas y la clase emergente son la base narrativa de los nuevos relatos épicos que configurarán la crónica fundacional de un nuevo aparato ideológico, jurídico y social. No hay que hilar muy fino, ni cavar muy hondo para encontrar en los relatos "históricos" enseñados en la escuela y difundidos en el folclor, la literatura, el cine y la televisión el esfuerzo denodado de una tropilla de escribanos encargados de notariar los acontecimientos desde la óptica de una "verdad" inobjetable,  al pie de cuya letra han autenticado el oximoron de unas "nuevas" genealogías bajo una heráldica de segunda mano con blasones comprados a las pandillas "conquistadoras" en la fase declinante de su poderío  económico.

 
¡Ufff! qué párrafos tan densos, pretensiosos y rebuscados (pido perdón); lo que quiero decir, con lenguaje claro y sencillo, es que la historia que nos enseñan en las escuelas y colegios es una historia inútil (para no meternos en las complejidades de su "verdad") y ese  aspecto la hace vulnerable ante la inmediatez de las NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) que ya comienzan a ser el instrumento didáctico que cambiará las formas de transmitir los mensajes y asimilar los conocimientos. Es desde esa perspectiva que quiero aportar mi granito de arena con este magnífico documento sobre un conjunto de acontecimientos de las últimas décadas en Colombia cuyo conocimiento es fundamental para la determinación del proceso histórico colombiano, pero que, lo puedo asegurar, JAMÁS será tema oficial de enseñanza, ni será tocado directamente en los telenovelones, corridos y separatas de revistas.