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martes, 19 de abril de 2011

Emile Cioran: La amarga premonición de los aforismos subjetivos

Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos cómo escapar a los que nos acosan. (Silogismos de amargura)

E
l pasado ocho de abril se cumplieron cien años del nacimiento de Emile Michel Cioran en Rasinari, una aldea rumana de aquellos tiempos en que esos territorios pertenecían al Imperio Austro Húngaro. El mejor "homenaje" que se le ha podido hacer a su manera de ver, deglutir, rumiar y vomitar (o cagarse en) el mundo, ha sido el silencio de la industria cultural, el olvido de las academias y la ignorancia de las nuevas generaciones de aprendices de comerciante. Yo, que en algo creo imitarlo, me le voy a tirar el agasajo haciéndole esta breve alusión.
Si en este mundo ha existido mortal alguno en quien se cumpliera a plenitud la sentencia de Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote: Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo, ése, indiscutiblemente, es E. M. Cioran, tanto por su costumbre emulada del flaco aquél de "lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" de pelear contra pastores de cabras, como por la irónica relación entre su arché (disfrazado de destino) y su voluntad (colérico dáimôn -Δαίμων- encadenado a las contingencias de un mundo de porquería) "Nada de lo que hagamos va a cambiar nada realmente, nada,... porque nada somos y en nada nos convertiremos, por los siglos de los siglos hasta el final de esta mierda de mundo". Hijo de un sacerdote ortodoxo y lector ávido desde su adolescencia (leyó con frenesí a Diderot, Balzac, Lichtenberg el aforista, Flaubert, Dostoievsky, Tagore...) consiguió ingresar en 1928 a estudiar filosofía en Bucarest, donde conoció a sus dos paisanos ilustres: Eugène Ionesco y Mircea Eliade. En 1934 publicó en rumano su primer libro Pe culmile disperării (En las cumbres de la desesperación -Tusquets Editores, 1996) (¡tenía 23 años!). El vicio de la lectura era compartido con su gusto por las putas. "Creo que pasé toda mi adolescencia entre bibliotecas y burdeles", decía. En 1937 se fue becado a estudiar a Francia; pero, en lugar de asistir a las clases de la Sorbona, prefirió recorrer Francia en bicicleta, visitando las distintas universidades sólo para pedir que lo dejaran comer gratis. De regreso a París solía esperar la noche para envolverse en su icónico sobretodo negro y salir a caminar por los barrios más marginales de París en compañía de su amigo Samuel Beckett, regustando a su manera entre las putas y los malandros la música, los silencios y las explosiones de Schubert, Borges y el flamenco, hasta que la luz del alba los regresaba a sus guaridas.
Pensar, escribir, arremeter contra todo: "Soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza, rebeldía. Cada cual tiene razón en hacer lo que hace". En 1949, a sus 38 años, Cioran tuvo la lucidez de los predestinados para descubrir de un solo tajo la inutilidad de la existencia y la estupidez de los esfuerzos humanos para dilatarla; publicó en francés Précis de décomposition (traducido al español como Breviario de podredumbre -Taurus, 1988 -Tusquets Editores, 1998): "La gente me produce asco, tengo asco hasta de mi mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos. Soy una mierda más puesta en este mundo sin mi aprobación. Veintisiete años son más que suficientes para poder soportar todo este absurdo que me rodea y que me invade, es suficiente para ver que todo lo que hacemos no servirá de nada, que ningún sentido tiene seguir sufriendo y siguiendo una rutina estúpida que no nos conduce a nada. Mierda de vida, mierda de sociedad, mierda de gente, mierda de sistema,... MIERDA, mi palabra favorita, sólo ella es capaz de describir sin esfuerzo mis pensamientos."
"Primer deber al levantarse: avergonzarse de uno mismo". Descreía de todo en voz alta: De los místicos que no entienden que es ridículo dirigirse a Dios (cuando todos saben que Dios no lee); de los sabios que impiden que uno se entregue definitivamente a sus instintos y a la expansión de la locura; del lenguaje, ya que cada vez que piensa en lo esencial cree entreverlo en el silencio o en el grito. Tenía pensamientos amargos y los vertía en una prosa entrecortada; sus afuerismos, más próximos al martillo nietzscheano que al rigor kantiano o el lirismo hegeliano (tan influenciado por Hölderlin -también hijo de clérigo, con vida adusta y muerte por enfermedad mental-), presentados en forma fragmentaria y asistemática, constituyen una exaltación vital y casi salvaje del vacío de vivir y la desesperación de la constante vigilia. No hay discurso, ni prédica; no propone ni se toma en serio. Su escepticismo, menos racionalista que sentimental, no encaja en el estilo narrativo ni en el lenguaje pretencioso de los existencialistas canónicos de posguerra (Sartre y Camus, por ejemplo). Tal vez el Absurdo ionescano o el Eterno Retorno de Elíade lo hayan marcado más de lo que él hubiese podido imaginar. Para entender esto, baste mirar algunos títulos de sus libros: Pe culmile disperării, 1936 (En las cimas de la desesperación,Tusquets Editores, 1996); Cartea amăgirilor, 1936 (El libro de las quimeras, Tusquets Editores); Le Crépuscule des pensées, 1940 (El ocaso del pensamiento, Tusquets Editores, 1995); Précis de décomposition, 1949 (Breviario de podredumbre, Taurus, 1988 - Tusquets Editores, 1998); Syllogismes de l´amertume, 1952 (Silogismos de la amargura, Tusquets Editores, 1990); La tentation d'exister, 1956 (La tentación de existir, Taurus, 1979); Histoire et Utopie, 1960 (Historia y Utopía,Tusquets Editores, 1988); La chute dans le temps, 1966 (La caída en el tiempo, Tusquets Editores, 1993); Le mauvais demiurge, 1969 (El aciago demiurgo, Círculo de Lectores, 1993); De l'inconvénient d'être né, 1973 (Del inconveniente de haber nacido); Écartelèment, 1979 (Desgarradura); Adiós a la filosofía y otros textos (Alianza Editorial, 1982); Aveux et anathèmes et exercices d'admiration, 1986, 1987  (Anatemas y admiraciones); Aveux et anathèmes, 1986 (Ese maldito yo, Tusquets Editores, 1987); Lacrimi si Sfinti, 1986 (De lágrimas y santos, Tusquets Editores, 1988); Exercices d'admiration. Essais et portrais (Ejercicios de admiración y otros textos, Tusquets Editores, 1993); Indreptar Patimas, 1993 (Breviario de los vencidos, Tusquets Editores, 1998); Entretiens (Conversaciones, Tusquets Editores, 1996). Textos seleccionados por Fernando Savater: Contra la Historia (1983), Ensayo sobre el pensamiento reaccionario (1985) y este año Tusquets Editores ha publicado Cuadernos (1957-1972), selección de treinta y cuatro cuadernos manuscritos desde el 26 de junio de 1957 hasta finales de 1972.
En París, el 20 de junio de 1995, aquejado de Alzheimer (bendito refugio para su memoria agobiada), E.M. Cioran por fín se rindió ante Hipnos, ese obseso acosador al que creía haber eludido trasnochando en soledad por el Quartier Latin. 

De Cuadernos (1957-1972)
- No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo. 
- El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.
- Aquella mujer tenía un perfil de Cleopatra. Siete años después hubiera podido pedir limosna en una esquina. Experiencia que debiera curarnos en el acto y para siempre de toda idolatría, de todo deseo de buscar lo insondable en unos ojos, en una sonrisa o en una voz.
- Seamos razonables: nadie puede estar completamente de vuelta de todo, y puesto que no existe una decepción universal, tampoco podría existir un conocimiento universal.
- Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien. 
- Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir...
- La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan. 
- Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia. 
- "Creo que tú has llegado a detestar tanto lo que piensan los demás como lo que tú mismo piensas", me dijo aquella amiga poco después de vernos tras una larga separación. Más tarde, en el momento de despedirnos, me citó un apólogo chino del que podía deducirse que nada iguala el olvido de sí mismo. Ella, el ser más presente, el más rebosante de "yo" que pueda imaginarse, ¿por qué especie de malentendido preconiza ahora la renuncia hasta el punto de creer que ofrece el ejemplo perfecto?
- He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo continúa usted respirando. -Sí, hago como todo el mundo. Pero...
- Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.
- Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.

- Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.
- Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.
- Si no poseo el gusto del misterio es porque todo me parece inexplicable, o mejor dicho, porque lo inexplicable es mi único sustento y estoy harto de él.
- X. me reprocha que me comporte como un espectador, que no participe en nada, que lo nuevo me repugne. -"Pero si yo no quiero cambiar nada", le respondo. Sin embargo, no ha comprendido el sentido de mi respuesta: me cree modesto.
- Se ha señalado con razón que la jerga filosófica cambia tan rápidamente como el argot. ¿Las razones? La primera es demasiado artificial, el segundo demasiado vivo. Dos excesos desastrosos.
- La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.
- Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?- Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.
Silogismos de Amargura
- Hemos saboreado todos el mal de Occidente. Sabemos demasiado del arte, del amor, de la religión, de la guerra, para creer aún en algo; hemos perdido además tantos siglos en ello... La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. 
- Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos alguno más. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente. Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una institución. 
- En la Antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera "fracasados". Sin embargo, esos "fracasados" habrían sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarán nuestra época por no haber dejado trazas en ella. 
- Apenas se medita ya de pie, y menos aún andando. Fue nuestro empeño en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello, para protestar contra sus perjuicios, deberíamos imitar la postura de los cadáveres. 
- El prejuicio del honor es propio de las civilizaciones rudimentarias. Cesa con la aparición de la lucidez, con el reinado de los cobardes, de aquellos que, habiéndolo "comprendido" todo, no tienen ya nada que defender. 
- Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres, ha perdido sus virtudes. 
- Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos -a falta de otra cosa- nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son contagiosos. 
- El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del "sentido" de la vida.
- En este "gran dormitorio", como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.
- Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.
- Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez "tocado", ya no soy yo quién decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente. ¿La libertad? Sofisma de la gente sana.
- En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar. 

- Sin poseer la facultad de exagerar nuestros males, nos sería imposible soportarlos. Atribuyéndoles proporciones inusitadas, nos consideramos condenados escogidos, elegidos al revés, halagados y estimulados por la fatalidad. Afortunadamente, en cada uno de nosotros existe un fanfarrón de lo Incurable. 
- ¿Alguien emplea continuamente la palabra "vida"? Sabed que es un enfermo.
- Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
- Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro: al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara, muestra su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se les espose y se les aísle. 

- En cuanto un animal se trastorna, comienza a parecerse al hombre. Observad un perro furioso o abúlico: parece como si esperara a su novelista o a su poeta. 
 - He adquirido mis dudas penosamente; mis decepciones, como si me esperasen desde siempre, han llegado solas -iluminaciones primordiales.

Cuenta Eduardo Febbro que una vez, estando con Cioran en su casa, le tradujo la letra de un tango que disfrutaba sin entender las palabras (a Cioran le gustaba el tango tanto como las melodías gitanas magyares, hechas a golpes de sentimiento). Era Naranjo en flor; atrapado en esos versos de Homero Expósito, el viejo escéptico, el rumano universal, supo y admitió que encontraba la síntesis perfecta de supensamiento :
Primero hay que saber sufrir
 después amar, después partir
 y al fin andar sin pensamiento”.