martes, 21 de agosto de 2012

El paredón del blog 17- Los nuevos corsarios

 
 Ante la avalancha incontenible de manifestaciones sociales grupalmente promovidas, políticamente impuestas y estúpidamente toleradas, es inevitable terminar aceptando los rumores apocalipteros sobre "el fin del mundo", o, por lo menos, de las maneras tradicionales de mirarlo, entenderlo y ser en él. Todo ese zaperoco mental, social, ideológico y cultural que ha empezado a hacer metástasis en instituciones, relaciones interpersonales y, en fin, en los viejos paradigmas humanos en que se sustentaba la supervivencia de la especie humana sobre la tierra, tiene como eje de desarrollo un conflicto de poderes cuya estructura nodal se está desintegrando en las respectivas crisis de las distintas variables económicas que traman la red que enlaza el complejo universo de la convivencia social humana. Uno de esos focos de convergencia nodal es la economía financiera, magistralmente desmenuzada en el artículo que Juan José Millás acaba de escribir para El Pais de España. Cualquier comentario adicional podría viciar la lectura, así que sin más prolegómenos, les dejo con él.

Un cañón en el culo
La primera operación que efectúa el terrorista económico sobre su víctima es la del terrorista convencional, el del tiro en la nuca
Si lo hemos entendido bien, y no era fácil porque somos un poco bobos, la economía financiera es a la economía real lo que el señor feudal al siervo, lo que el amo al esclavo, lo que la metrópoli a la colonia, lo que el capitalista manchesteriano al obrero sobreexplotado. La economía financiera es el enemigo de clase de la economía real, con la que juega como un cerdo occidental con el cuerpo de un niño en un burdel asiático. Ese cerdo hijo de puta puede hacer, por ejemplo, que tu producción de trigo se aprecie o se deprecie dos años antes de que la hayas sembrado. En efecto, puede comprarte, y sin que tú te enteres de la operación, una cosecha inexistente y vendérsela a un tercero que se la venderá a un cuarto y este a un quinto y puede conseguir, según sus intereses, que a lo largo de ese proceso delirante el precio de ese trigo quimérico se dispare o se hunda sin que tú ganes más si sube, aunque te irás a la mierda si baja. Si baja demasiado, quizá no te compense sembrarlo, pero habrás quedado endeudado sin comerlo ni beberlo para el resto de tu vida, quizá vayas a la cárcel o a la horca por ello, depende de la zona geográfica en la que hayas caído, aunque no hay ninguna segura. De eso trata la economía financiera.
Estamos hablando, para ejemplificar, de la cosecha de un individuo, pero lo que el cerdo hijo de puta compra por lo general es un país entero y a precio de risa, un país con todos sus ciudadanos dentro, digamos que con gente real que se levanta realmente a las seis de mañana y se acuesta de verdad a las doce de la noche. Un país que desde la perspectiva del terrorista financiero no es más que un tablero de juegos reunidos en el que un conjunto de Clicks de Famóbil se mueve de un lado a otro como se mueven las fichas por el juego de la Oca.
La primera operación que efectúa el terrorista financiero sobre su víctima es la del terrorista convencional, el del tiro en la nuca. Es decir, la desprovee del carácter de persona, la cosifica. Una vez convertida en cosa, importa poco si tiene hijos o padres, si se ha levantado con unas décimas de fiebre, si se encuentra en un proceso de divorcio o si no ha dormido porque está preparando unas oposiciones. Nada de eso cuenta para la economía financiera ni para el terrorista económico que acaba de colocar su dedo en el mapa, sobre un país, este, da lo mismo, y dice “compro” o dice “vendo” con la impunidad con la que el que juega al Monopoly compra o vende propiedades inmobiliarias de mentira.
Cuando el terrorista financiero compra o vende, convierte en irreal el trabajo genuino de miles o millones de personas que antes de ir al tajo han dejado en una guardería estatal, donde todavía las haya, a sus hijos, productos de consumo también, los hijos, de ese ejército de cabrones protegidos por los gobiernos de medio mundo, pero sobreprotegidos desde luego por esa cosa que venimos llamando Europa o Unión Europea o, en términos más simples, Alemania, a cuyas arcas se desvían hoy, ahora, en el momento mismo en el que usted lee estas líneas, miles de millones de euros que estaban en las nuestras.
Y se desvían no en un movimiento racional ni justo ni legítimo, se desvían en un movimiento especulativo alentado por Merkel con la complicidad de todos los gobiernos de la llamada zona euro. Usted y yo, con nuestras décimas de fiebre, con nuestros hijos sin guardería o sin trabajo, con nuestro padre enfermo y sin ayudas para la dependencia, con nuestros sufrimientos morales o nuestros gozos sentimentales, usted y yo ya hemos sido cosificados por Draghi, por Lagarde, por Merkel, ya no poseemos las cualidades humanas que nos hacen dignos de la empatía de nuestros congéneres. Ya somos mera mercancía a la que se puede expulsar de la residencia de ancianos, del hospital, de la escuela pública, hemos devenido en algo despreciable, como ese pobre tipo al que el terrorista por antonomasia está a punto de dar un tiro en la nuca en nombre de Dios o de la patria.
A usted y a mí nos están colocando en los bajos del tren una bomba diaria llamada prima de riesgo, por ejemplo, o intereses a siete años, en el nombre de la economía financiera. Vamos a reventón diario, a masacre diaria y hay autores materiales de esa colocación y responsables intelectuales de esas acciones terroristas que quedan impunes entre otras cosas porque los terroristas se presentan a las elecciones y hasta las ganan y porque hay detrás de ellos importantes grupos mediáticos que dan legitimidad a los movimientos especulativos de los que somos víctimas.
La economía financiera, si vamos entendiéndolo, significa que el que te compró aquella cosecha inexistente era un cabrón con los papeles en regla. ¿Tenías tú libertad para no vendérsela? De ninguna manera. Se la habría comprado a tu vecino o al vecino de tu vecino. La actividad principal de la economía financiera consiste en alterar el precio de las cosas, delito prohibido cuando se da a pequeña escala, pero alentado por las autoridades cuando sus magnitudes se salen de los gráficos.
Aquí están alterando el precio de nuestras vidas cada día sin que nadie le ponga remedio, es más, enviando a las fuerzas del orden contra quienes tratan de hacerlo. Y vive Dios que las fuerzas del orden se emplean a fondo en la protección de ese hijo de puta que le vendió a usted, por medio de una estafa autorizada, un producto financiero, es decir, un objeto irreal en el que usted invirtió a lo mejor los ahorros reales de toda su vida. Le vendió humo el muy cerdo amparado por las leyes del Estado que son ya las leyes de la economía financiera, puesto que están a su servicio.
En la economía real, para que una lechuga nazca hay que sembrarla y cuidarla y darle el tiempo preciso para que se desarrolle. Luego hay que recolectarla, claro, y envasarla y distribuirla y facturarla a 30, 60 o 90 días. Una cantidad enorme de tiempo y de energías para obtener unos céntimos, que dividirás con el Estado, a través de los impuestos, para costear los servicios comunes que ahora nos están reduciendo porque la economía financiera ha dado un traspié y hay que sacarla del bache. La economía financiera no se conforma con la plusvalía del capitalismo clásico, necesita también de nuestra sangre y en ello está, por eso juega con nuestra sanidad pública y con nuestra enseñanza y con nuestra justicia al modo en que un terrorista enfermo, valga la redundancia, juega metiendo el cañón de su pistola por el culo de su secuestrado.
Llevan ya cuatro años metiéndonos por el culo ese cañón. Y con la complicidad de los nuestros.

jueves, 16 de agosto de 2012

Roberto Fontanarrosa, un Tiresias de tinta china

Cuentan los relatos míticos que por la época en que los dioses griegos descendían del Olimpo para coquetear con los mortales, existió un pobre hijodeninfa que pilló a una de las diosas en cueritos cuando se daba un baño y ésta, mujer al fin, escandalizada con el fulgor en la mirada lujuriosa del voyeur adolescente, decidió opacárselo privándolo de la vista. El pobre Tiresias, que así se llamaba el mirón, tuvo que esperar hasta que su madre Cariclo (¿Ya dije que era una ninfa?) intercediera por su perdón ante la diosa, quien, ya fuera por pura mala leche egolátrica o por física incapacidad para desfacer entuertos, se ranchó en no devolverle la percepción visual de las cosas inmediatas; pero, como para que no se le notara la rabonada, le concedió el don de la visualización intuitiva de los acontecimientos futuros...
Las Moiras (personajes míticos de la misma ralea de los susodichos), que suelen tramar sus lienzos con el huso de la ironía, escucharon el relato y esperaron con cierta morbosa placidez, hasta que en el amanecer del 26 de noviembre de 1944 les llegó la oportunidad de urdir los hilos. El hecho de que, además de ser una ciudad con ínfulas de olímpica, estuviese situada sobre la margen occidental del río Paraná, se llamara Rosario y fuese la capital de una provincia llamada Santa Fe, en un pais que evocaba el argentum, constituyó motivo suficiente para ser la escogida para ubicar en ella a un hombrecito con cara de semidios griego y temperamento de divinidad oriental.
Y Roberto, que así habría de llamarse durante sus siguientes 63 años de presencia corporal en este suelo, Fontanarrosa (¿qué otro apellido se les hubiera podido ocurrir?) creció en gracia de musas, se hizo dibujante de historietas, "humorista" unas veces gráfico, otras "trágico" como  asesor creativo de Les Luthiers y escritor a secas. Para que la cosa fuera creible, cuando cumplió 24 años lo pusieron a publicar sus primeras ilustraciones humorísticas en la revista Boom (como la onomatopeya de una explosión) y cuatro años después, en 1972 lo metieron de colaborador en la revista de humor Hortensia en la que dio a luz pública al celebérrimo Boggie el aceitoso (¿Recuerda el factor ironía? pues la hortensia -Hydrangea- es la flor de la Parca, de la cual Boggie era emisario favorito) y, puesto que la ternura es el aliento de las musas, también parió a Inodoro Pereyra el renegau, un "gaucho macho y cabrío, tan argentino como el dulce de leche, la birome o el colectivo".
Pero vayamos redondeando este cuento. Todo lo escrito arriba es para ambientar mi hipótesis sobre la capacidad visionaria de El Negro Fontanarrosa en la creación de sus historietas, particularmente en Boggie el aceitoso cuya imagen evoca los clásicos cliché de "tipos duros" propios del cine gringo "de acción" de los años 70-80 del siglo pasado.
Usando como oráculo la estampa de un veterano de guerra de Vietnam, un tipo rudo sin conciencia ni marco social que le impeliera a adquirirla, asesino a sueldo que algunas veces fungía como guardaespaldas o simplemente como matón sin escrúpulos, Fontanarrosa explotaba la creencia popular de que todos los asesinos son estúpidos con prejuicios racistas o segregacionistas. Para ello estructuraba las viñetas en un formato de página que secuenciaba las escenas hasta el gag final en el que, a manera de corolario, "resolvía" con un solo disparo, una trompada o una frase lapidaria la situación pacientemente planteada. Las viñetas "violentas" de Boggie constituyeron lo que llamaríamos humor hardboiled, un estilo duro y sin concesiones en el que la frialdad de las ejecuciones constituía una critica mordaz a esas posturas solapadas de los moraleros que rasgan sus vestiduras ante el mundo que los observa cada vez que los noticieros registran un acto de violencia; pero que a menudo resultan ser los propiciadores de tales eventos. Boogie era uno de esos matones de quienes no se podía esperar nada sereno, a pesar de la propaganda que a favor de tipos como él  nos embutían el cine y la televisión gringos. Y es a ese respecto que se hace notable el don profético de nuestro Tiresias de tinta china: Con la "violencia" fria y cotidiana de su personaje anticipó la manera particular de mirar el mundo de esas generaciones que aun no nacían cuando Boogie distribuía sus dósis del american's death life.
En el intervalo entre el 19 de julio, cuando se cumplían cinco años de la vuelta al Olimpo del entrañable Negro Fontanarrosa, y el 20 del mismo mes, una fecha de convención de parcas, James Holmes, un hombrecito (sagitario, como El Negro) nacido 15 años después de Boogie, en Tennessee, estado gringo, irrumpió en un cine de la localidad de Aurora, en las afueras de Denver (Colorado) disfrazado como el Guasón, personaje de The Dark Knight Rises (El caballero oscuro), la última secuela de Batman, que se estrenaba esa noche. Quería jugar a ser un asesino frio y eficiente; cuatro meses antes había comenzado a proveerse de balas para una pistola Glock calibre .40 (3.000), cartuchos para un rifle semiautomático Smith&Wesson (3.000) y proyectiles para una escopeta Remington calibre 12 (350). Provisto de tal parafernalia bélica y forrado en un chaleco antibalas, ingresó al cine, esperó la escena apropiada, arrojó dos botes de gas lacrimógeno y disparó hasta trabar el fusil. El gagcito causó 24 muertos y 50 heridos. Al igual que Boogie, su semblante reflejaba una total carencia de emociones. No ofreció resistencia al ser detenido e, incluso declaró tener más armas y explosivos en su apartamento.
Ahora bien, de ser mister Holmes el caso aislado de un sociópata enloquecido, no tendría ningún sentido atribuirle dotes de profeta a Roberto Fontanarrosa. Pero, cuando asistimos el desarrollo progresivo de una subclase global de individuos aterradoramente serenos que protagonizan masacres en Holanda o destrozan con sus dientes a sus congéneres en USA, se nos hace imperativo retornar a las historias de Boogie el aceitoso para encontrar en ellas las claves cifradas de lo que el Negro Fontanarrosa preludiaba como un futuro humano de insensibilidad autodestructora.
En fin, que toda esa carreta hasta aquí empujada sólo tenía como fin recordar a Roberto Fontanarrosa, el genial escritor, dibujante, historietista y ser humano que el 19 de julio cumplía sus primeros cinco años de alejamiento terrenal. Su vacío sigue tibio... Quien lo conozca no podrá olvidarlo. ¡Abur, abur, querido maestro!