lunes, 7 de diciembre de 2009

El Premio Cervantes a Pacheco: Un reconocimiento a la limpieza de las palabras y la transparencia de las ideas

"Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible".

Limpieza en las palabras y transparencia en las ideas, son virtudes comunes en los escritores mejicanos que más facilmente han sabido llegar a los jóvenes lectores latinoamericanos: Juan Rulfo, Jaime Sabines y, por supuesto, José Emilio Pacheco (un señor poeta que hasta en los rasgos físicos y en los matices de su voz se les parece).Integrante de la llamada Generación de los años cincuenta, junto con Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco ha acaparado  sin querer todos los premios con los que plumífero alguno pudiese soñar: Premio Nacional de Poesía, Premio Nacional de Periodismo Literario, Premio Xavier Villaurrutia (1973), Premio Magda Donato, Premio José Asunción Silva (Colombia 1996), Premio José Donoso (2001), Premio Octavio Paz y Premio Ramón López Velarde (2003), Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y Premio Alfonso Reyes (2004), Premio Federico García Lorca (2005), La XVIII edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cerrvantes (2009), galardón, este último, que lo sorprendió en plena lectura  de algunos extractos de su libro Aproximaciones, cuando inauguraba el Festival Libera la palabra, del PEN Internacional en el marco de la 23 edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara (México);  El 10 de julio de 1986 ingresó al Colegio Nacional de México con el ensayo Discurso acerca de la literatura mexicana -A 150 años de la Academia de Letrán- . Pero, ninguno de todos esos honores y reconocimientos ha sido fortuito o inmerecido. Poeta, ensayista, traductor, novelista, cuentista y  profesor universitario (de la UNAM -Universidad Nacional Autónoma de México-, la Universidad de Maryland, la Universidad de Essex y otras instituciones educativas de Canadá, Reino Unido y Estados Unidos), Pacheco acumula una abrumadora producción (con pretensiones fallidas de discreción) que se extiende desde los estudios profundos sobre la literatura mexicana del siglo XIX o sobre la obra de Jorge Luis Borges, hasta la traducción de 15 poemas Hai kou y una selección de poemas indígenas de Estados Unidos, para bendecirnos con una obra cuya fuerza poética ya nos es fácil "presentir" desde los respectivos títulos:  Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980), Trabajos en el mar (1983), El silencio de las lunas (antología 1958/96), Miro la tierra, Ciudad de la memoria y un volumen de versiones poéticas: Aproximaciones. Como novelista, es autor de las novelas, Morirás lejos y Las batallas en el desierto, y como cuentista ostenta tres libros: La sangre de Medusa, El viento distante y El principio del placer. Su poesía, como le corresponde a la auténtica poesía, está con-tenida en un maridaje de sonidos y silencios entre los que se pasea la filosofía con aires de niña dulce y carcajadas de loca sabia. Para la muestra, este fragmento de su
Elogio del jabón

El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval, que sólo huele a sí mismo. 
Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. 
Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. 
Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. 

Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. 
La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia.
Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos,
dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las
alcantarillas y lodo de la cloaca.
También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. 

Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección
que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las
corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche
nos bautizan de nuevo cada mañana. 

Sin su alianza sagrada, no tardaríamos
en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes.
Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.--- 

Nacemos sucios, terminaremos como trozos de abyecta podredumbre.
El jabón mantiene a raya las señales de nuestra asquerosidad primigenia,
desvanece la barbarie del cuerpo, nos permite salir una y otra
vez de las tinieblas y el pantano.
Parte indispensable de la vida, el jabón no puede estar exento
de la sordidez común a lo que vive. 

Tampoco le fue dado el no ser cómplice del crimen universal 
que nos ha permitido estar un día más sobre la Tierra.
Mientras me afeito y escucho un concierto de cámara, me niego a
recordar que tanta belleza sobrenatural, la música vuelta espuma del
aire, no sería posible sin los árboles destruidos (los instrumentos
musicales), el marfil de los elefantes (el teclado del piano), las tripas
de los gatos (las cuerdas).
Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias
químicas ni los perfumes añadidos: 

la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos
Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados 
en lo más sucio y en lo más horrible. 
Así es y será siempre por desgracia.
Jabón también el olvido que limpia del vivir y su exceso. 

Jabón la memoria que depura cuanto inventa como recuerdo. 
Jabón la palabra escrita. 
Poesía impía, prosa sarnosa. 
Lo más radiante encuentra su origen en lo más oscuro. 
Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, 
las manchas del desamparo y el fracaso.
Contra el crimen universal no puedo hacer nada. 

Aspiro el aroma a nuevo del jabón. 
El agua permitirá que se deslice sobre la piel y nos
devuelva una inocencia imaginaria...

(Con tu perdón, lector y del Maestro, no resistí las ganas de poner las negritas)