jueves, 24 de septiembre de 2009

In memoriam: Sigmund Freud

«¡Freud ha muerto!», proclama Charlotte Gainsbourg en “Anticristo”, la película de Lars von Trier, descargando el rencor que le dejaba el acoso que, con metódica impertinencia, le planteaban las teorías freudianas sobre el origen oscuro del deseo femenino. Y es que, por una reacción injusta, pero naturalmente humana y comprensible, el bello sexo fuerte no le perdona a Sigmund Freud, de cuya muerte se cumplieron 70 años este 23 de septiembre, el que hubiera "metido el dedo en la llaga de la especie", aunque muchos de sus discípulos acabarían equivocándose de llaga y muchos de sus adversarios sustituirían el dedo por otro miembro (Como lo plantea Philippe Sollers, "lo verdaderamente asombroso de sus descubrimientos psiquiátricos, reside en toda esa alucinante historia humana en torno de unos cuantos orificios orgánicos"). Reproduzco a continuación la columna escrita por Guillermo Carvajal, psicoanalista ex presidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina, en el diario colombiano El Espectador (IX-23-2009).
El 23 de septiembre de 1939, hoy hace 70 años, murió en Londres Sigmund Freud a los 83 años de edad, luego de un doloroso cáncer de maxilar superior. El genial padre del psicoanálisis nos dejó un legado imperecedero: la hipótesis del inconsciente, la teoría de la libido y la valoración de la sexualidad infantil. Pero ante todo, el "Caballero de Viena" nos permitió solidificar la idea, demostrada hasta la saciedad en más de cien años de ejercicio de la ciencia psicoanalítica, de la existencia de un espacio virtual donde transcurre la vida psíquica, ajeno a cualquier localización orgánica, con leyes y reglas distintas al funcionar cerebral y a la estructurante guía de la conducta humana: la mente. Este médico neurólogo tiene vigente hoy por hoy una batalla campal contra las teorías simplistas, monistas diría Karl Popper, de pensar que todo lo que nos preciamos de calificar de humano no es más que el producto de la “secreción” del cerebro. Fue tanto su afán por lograr una correlación entre lo cerebral y lo mental, que terminó escribiendo en 1895 en su libro Proyecto de una psicología para neurólogos, lo siguiente: “Todos los intentos de concebir las ideas como almacenadas en las células nerviosas y las excitaciones como siguiendo el curso de las fibras nerviosas, han fracasado”. Este idear lo tuvo que abandonar, coincidiendo con el más grande genio de la epistemología luego de Aristóteles, su gran crítico Karl Popper, quien sentenció en 1977: “Es improbable que el problema de la relación de nuestro cuerpo y nuestra mente se llegue a resolver algún día”. Sin embargo, el mayor aporte práctico de Freud fue ayudar a crear un procedimiento clínico, aplicable al común de las personas, que ha contribuido durante más de un siglo a calmar y entender el dolor humano, llamado comúnmente como neurosis. El psicoanálisis es la ciencia que ha logrado darle a la gente la posibilidad de caminar por los vericuetos de sus mentes y descubrir los orígenes de sus conflictos La ciencia psicoanalítica, además, ha sido el apoyo para la comprensión de fenómenos de la cultura y un aporte invaluable para el hombre moderno. Sus hipótesis básicas continúan incólumes en la posmodernidad y siguen siendo puntales para leer los fenómenos de nuestro devenir social. De esta ciencia beben, entre otras, la psicología, la sociología, la antropología social, la educación, el arte y la literatura; y fueron sus profetas todos los poetas que hablan del dolor del alma y el sufrimiento del espíritu humano. La ciencia humanística siempre estará en deuda con el idear de Freud. El legado de Sigmund Freud se mantiene por la existencia activa de la organización que ha desarrollado su pensamiento: la Asociación Psicoanalítica Internacional. Ella ha hecho posible la formación de especialistas idóneos a lo largo de todo el planeta y continúa investigando los secretos de la mente humana. Hombres creadores de ciencia como Galileo, Newton, Darwin, Pasteur, Einstein, Lorenz, todos de la talla de Freud, pueden descansar en paz luego de percatarse de haber contribuido a la maravillosa tarea de la evolución humana.