A Jesucristo
Colgado estás del áspero madero cual lábaro de paz en las alturas dislocadas las finas coyunturas, pidiendo amor con grito lastimero ¡Veinte siglos así! Y hasta el postrero sol que ilumine ignotas desventuras, remachadas las férreas ligaduras te ofrecerás al universo entero. Plúgote así para que el hombre insano torne al bien; sus oráculos inciertos deje, y no tema tu cautiva mano; para que por ciudades y desiertos, hallarte pueda el pecador humano los amorosos brazos siempre abiertos. Guillermo Valencia (Popayán, Colombia, 20 de octubre de 1873 - Popayán, 8 de julio de 1943) Los dados eternos Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; me pesa haber tomádote tu pan; pero este pobre barro pensativo no es costra fermentada en tu costado: ¡tú no tienes Marías que se van! Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él! Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, como en un condenado, Dios mío, prenderás todas tus velas, y jugaremos con el viejo dado… Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte del universo todo, surgirán las ojeras de la muerte, como dos ases fúnebres de lodo. Dios mío, y esta noche sorda, oscura, ya no podrás jugar, porque la tierra es un dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura. César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892 - París, 15 de abril de 1938) |