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martes, 20 de julio de 2010

200 Años ¿De quéee? Se vende banderas, se fabrica mitos y se engrupe giles

La importancia de los rituales en la conservación de los seres vivos es un tema que ya han tratado biólogos, etólogos, antropólogos y sicólogos, y al cual se hace necesario recurrir en más de una ocasión cuando se trata de comprender políticamente, o justificar desde la historiografía, algunos eventos de carácter social-comunitario  cuya influencia resulta determinante en el imaginario cultural de una nación o una región. No obstante, para explicar la bobería parroquiana con que la clase politiquera colombiana pretende reciclar en pleno siglo 21 el falso relato de una "Independencia" jamás buscada ni lograda y difundirlo mediante la ostentación de un costoso arsenal de fierros viejos y la exhibición en marcial comparsa de una parafernalia tropicómica de chafarotes cariteñidos y malencarados, toma validez escarbar en el baúl de las anécdotas para buscar aquello que los bien pensados llamarían "coincidencias históricas" y los del barril definimos como expresión auténtica de una bastardía cultural que pretende, a cualquier costo, autolegitimarse en la narración mítica emuladora  de  gestas heróicas exógenas (Revolución Francesa y Campaña Militar Napoleónica).
A finales del siglo XIX y durante la primera década del XX, la situación social, política y económica de Colombia estaba determinada por la disputa por el poder político entre liberales y conservadores, los dos partidos políticos predominantes de la incipiente nación (hoy, 100 años después, la situación continúa siendo la misma). La confrontación se agudizó con la denominada Guerra de los Mil Días, iniciada en 1899 y extendida hasta 1902. Fue ese un conflicto intensificado durante el breve gobierno del octogenario conservador Manuel Antonio Sanclemente quien, debido a sus quebrantos de salud, no había podido trasladarse de Buga (valle del Cauca) a Bogotá, capital de la república y sede del gobierno central, para tomar posesión el 7 de agosto de 1898, haciéndose necesario, por cuestiones protocolarias, que en su reemplazo se posesionara el vicepresidente José Manuel Marroquín (conocido en el ámbito literario por La Perrilla y El Moro, dos obritas literarias de regular calidad), quien ejerció funciones presidenciales durante tres meses hasta el 3 de noviembre, cuando Sanclemente, que había logrado llegar a Bogotá para tomar posesión,  decidió trasladar su cede de gobierno a Villeta una pequeña población de clima cálido situada a pocas horas de la capital. Como es de la entraña conservadora, el vicepresidente Marroquín le dió golpe de Estado a Sanclemente el 31 de julio de 1900 y se arrogó el papel de Presidente de la República hasta 1904. Durante su mandato  se acentuó la lucha fratricida y, el 3 de noviembre de 1903, se le entregó a los gringos el departamento de Panamá. (Cuando debía responder reclamos por el descalabro se salía con un chistorete de esos propios de los de su laya :"¿Y qué más quieren? Me entregan una república y yo les entrego dos").
Como todos los acontecimientos de la historiografía colombiana, aquel es un período desafortunado que  entrega  los destinos del pais a las ambiciones de las hordas vencedoras que reclaman su botín. Así, al concluir el régimen de Marroquín, lo asume Rafael Reyes por el quinquenio 1904-1909 con los lemas «Paz, concordia y trabajo» y «Menos política, más administración» (¿qué personaje actual se nos viene a la cabeza?). Pero, al ver que sus políticas generaron una fuerte oposición, empezó a ordenar confinamientos y destierros a sus rivales y opositores. Puesto que estaba enemistado con su vicepresidente Ramón González Valencia, suprimió la Vicepresidencia, le dio facultades al ejecutivo para nombrar el designado presidencial, cerró el Congreso y convocó una Asamblea Constituyente (1905) que extendió hasta 1914 (reitero la pregunta, pero pensando en otro personajillo). Como parece ser, en el arké de nuestra colombianidad  habita la ironía: cuando la presión popular obligó a Reyes a renunciar al gobierno, el 3 de agosto de 1909, el Congreso nombró en su reemplazo al Centurión Ramón González Valencia (su ex-vice entre 1904 y 1905) para que ejerciera un gobierno de transición hasta el 7 de agosto de 1910, cuando, por fin, es elegido el liberal Carlos E. Restrepo (1910-1914). Aunque había sido afín a la política belicista del Presidente Reyes, González Valencia se propuso intentar salidas políticas a los conflictos heredados; por tal motivo, buscó que las celebraciones del ya inminente "Primer Centenario de la Independencia" (promovido desde la administración de Reyes, quien mediante la ley 39 de 1907 había impuesto un comité destinado a organizar los festejos) se proyectaran como el escenario preciso para enviarle a los colombianos el mensaje conciliador y pacifista de que los odios partidistas debían ceder para dar paso a un esfuerzo conjunto por la "Modernización" de la Patria (¿se le ocurre, amable lector(a) una alusión obvia?) 
Así las cosas, teniendo (por razones de tiempo y espacio) una muy limitada aproximación a la línea comportamental de los principales protagonistas políticos del llamado Primer Centenario, es interesante acotar algunas observaciones sobre los detalles que influyeron para que la actual celebración del "Bicentenario" haya perdido sus connotaciones civilistas y haya ganado un tan marcado protagonismo militarista y camorrero. Un punto fundamental a tener en cuenta, es la participación despectiva y excluyente de las clases pudientes de aquella época,  los miembros ilustrados de la Aristocrática Sociedad Bogotana, familiares cercanos al gobierno y  los empresarios, acaudalados dueños de los medios de producción, "las personas más idóneas" que, acogiendo lo mandado por el decreto presidencial 1300 y la Ley 39 de 1907,  conformaban la Primera Comisión Organizadora del Centenario (va encontrando similitudes?). A pesar de que González Valencia consideró que aquella comisión no había podido continuar con los trabajos iniciados, “unos por estar ausentes del país o la capital y otros por ocupar cargos importantes que no les permiten distraer su tiempo" y, por lo tanto, decidió sustituirla a inicios de 1909 (aunque sólo a finales del año quedó completamente conformada), la nueva Comisión presentaba los mismos prejuicios de estratificación socio-cultural e idénticos rasgos de identidad clasista.
La abismal diferencia de la visión de la realidad que tenían esos grupos sociales privilegiados quedó grabada tanto en la imponencia de sus recién erigidas mansiones que emulaban la arquitectura europea (particularmente la inglesa y la suiza, en un país tropical carente de estaciones) como en las actividades temáticas que abarcó el evento central del Centenario: la Exposición Industrial-Agraria de Bogotá celebrada en Julio de 1910 cuyo propósito era hacer una reproducción a escala de las ferias mundiales que se conmemoraron en fechas cercanas, como las de Paris en 1889, Chicago en 1906, México en 1900, Brasil en 1908 y la simultanea de  Argentina en 1910. Los temas a desarrollar : Arquitectura, Artes y letras, Agricultura, Industria, Economía... y la rebuscada retórica discursiva de las conferencias sobre Metafísica dirigidas a los ilustrados e ininteligibles para el pueblo en general, que para ese entonces padecía un elevado índice de analfabetismo, eran el tope de referencia que no dejaba lugar a dudas de que a inicios del siglo XX la moral despectiva y excluyente delineaba el perfil cultural del colombiano ideal a través de  los “catecismos” y las guías de modales refinados más propios de las esferas de la vida privada  de la  "aristocracia" bogotana, la cual propendía hacia un apego a los valores conservadores consecuentes con los lineamientos de la institucionalidad religiosa-católica (en El concepto de Patria, un articulo de opinión, Carlos Arturo Torres planteaba que la religión católica debía ser vista como una “Religión de la Patria” que generaba “cohesión social”) y sentía un “agradecimiento” con España (la "madre patria"), por haber “civilizado” estos territorios obsequiándoles el inapreciable don de su prodigiosa lengua. Las expresiones del hablar criollo y los ademanes "campesinos" fueron tildados de cursis, ñapangos y "mazamorrones”. En "La exposición de Bellas Artes en el Centenario", publicada en El Nuevo Tiempo (Bogotá,1910) Jorge Herrera Copete escribía ¿Qué diríais de un Concierto en que se tocará á Beethoven, Chopin, Hayden, Grieg, y en cuyo programa también hubiese número de pasillos y bambucos interpretados en tiples y dulzainas? No os lo explicarías. ¿Verdad?
Ese eurocentrismo arribista de la oligarquía criolla orientó el eje de las celebraciones hacia una mascarada "cultural" que motivase el asombro y la admiración de los visitantes extranjeros y, sobre todo, los reivindicase ante la Corona Española como unos cipayos fieles y dignos de confianza (si hasta se inventaron pendejadas como aquellas de que Bogotá era la "Atenas suramericana", o que "en Bogotá se hablaba el mejor español del mundo"). Y, en fechas previas a la celebración, se publicó en las páginas de Unión Ibero-Americana extensos artículos que justifican la celebración como la gran ocasión para inaugurar un nuevo marco de relaciones entre España y las antiguas colonias. En uno de esos artículos, “Afirmación de la Raza, ante el Centenario de la Independencia de las Repúblicas Hispano-Americanas” (hágame el favor), Blanca Jiménez de los Rios  descarga esta maravilla: “No están bien curadas algunas heridas y somos los latinos muy dados a recordar agravios añejos….Hay que prescindir en absoluto, al conmemorar el próximo centenario, de una cuestión puramente bizantina, capaz de enloquecer á muchos y de convertir en campo de Agramante cualquier severa academia donde se entable. Tal es la de traer á cuento los grados de bravura, arrojo y valentía que se estilaban en uno ú otro bando de los que combatieron al lado de los vencedores ó de los vencidos.... La guerra de la emancipación americana fue pura y sencillamente una guerra civil, pues no se batieron en ella indígenas y españoles, sino unos españoles contra otros. España se venció a sí misma en aquella larga serie de acciones y batallas”.(Unión Ibero-Americana, n. 2, 1910, p. 29.)
Veamos esta otra joya proferida por el "señor doctor" Eusebio Robledo el 10 de Julio de 1906 en su “Discurso pronunciado en el Teatro Colón para conmemorar el aniversario de la independencia de aquella República“Mal harían, pués, los labios colombianos al dejar escapar en estos momentos sugestivos el insulto soez y canallesco contra la madre desangrada y enferma. Mal, muy mal sonaría la diatriba y las tontas imprecaciones contra España en una solemnidad como la presente, preparada por un mandatario caballeroso que empuña con mano fuerte y digna la bandera del apaciguamiento de los odios políticos….Honremos la memoria de nuestros héroes, tallada para siempre con caracteres áureos en el bloque de la Historia universal; mantengamos vivo el fuego santo que aquellos prendieron en el alma de los colombianos; pero no olvidemos que las horas de la emancipación pasaron ya con sus combates y su sangre, y que han llegado las horas de la confraternidad y del amor”“Una oportunidad para manifestar estos sentimientos cordiales hacia España…No dudamos de que un viaje semejante daría ocasión para manifestaciones muy efusivas y sinceras de los sudamericanos hacia la Nación española y su Soberano. La excursión del Monarca español serviría para probar que la tradición española no está muerta en estos países encargados de conservar la grandeza del antiguo imperio español, manteniendo en un mundo entero la lengua, la historia, la leyenda y de las tendencias de aquella Nación, que fue en su tiempo la más poderosa de la Tierra”.(Unión Ibero-Americana, nº 2, 1906, p. 33 .)  
Aunque existían algunas publicaciones como el diario bogotano El Centenario, dirigido y editado por Rafael Reyes Daza y Leopoldo Niza, que desde sus columnas advertían que la contienda bipartidista estaba utilizando el tejemaneje de los preparativos para distraer la atención pública de los acontecimientos verdaderamente graves en que se estaba precipitando esta parodia de nación: cuando vemos que se acerca la fecha del centenario y que en lugar de atender el modo de celebrar dignamente, nuestros políticos se preocupan sólo por avivar más y más la hoguera de los odios eternos, de las recriminaciones mutuas, tan estériles como inoficiosas; el promover el lucro personal; el crear dificultades que entorpezcan la buena marcha de los negocios públicos, aumentar el malestar y excitar los ánimos a una revuelta armada”. (Una de dos: o ya existía el salgareño por aquella horrible noche que no conseguía cesar, o el nefasto personajillo tiene un gusto enrevesado por hacer repetir los episodios más retrógrados y sangrientos de nuestra precaria historia)