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domingo, 14 de agosto de 2011

Charles Manson- El eslabón perdido entre la locura individual y la estupidez gregaria

 
"Mi padre es una prisión, mi madre un sistema, soy lo que ustedes me hicieron. Los miro y me digo: ustedes quieren matarme y yo ya estoy muerto. Toda mi vida estuve muerto" - Charles Manson, en una carta personal en 1996.
Este nueve de agosto se cumplieron 42 años de la noche en que un grupillo de hippies con complejo mesiánico le enviara al mundo el mensaje admonitorio del odio a la vida como clave de una ideología moralizadora. Muchos de los colombianos que hoy leemos esta crónica no estábamos ni en proyecto por aquellas calendas y en nuestro paso por esta mediatizada existencia hemos sido testigos virtuales de masacres mucho más sanguinarias y, por supuesto, igual de estúpidas; sin embargo, y a juzgar por el histérico alboroto con que un grupo ligth de periodistas, feministas y homosexuales ha magnificado los rumores callejeros de una "presunta" golpiza que Hernán Darío Gómez, Director Técnico de la selección colombiana de fútbol mayores, le propinara a un fantasma femenino, se me ocurrió comentar algún aspecto de la referida masacre, como para que quede en el ambiente algún tufillo de razonamiento objetivo sobre los efectos y consecuencias de la apropiación punitiva de los juicios morales por unos individuos reprimidos emocionales, deprimidos sociales, deprivados culturales y alienados mediáticos (nada raro, aunque suene ofensivo, cuando se convive en una sociedad; también yo admito padecer todas esas limitaciones -y algunas otras que no confieso por pudor-).
La barbarie aconteció durante la noche del 9 de agosto de 1969, dos años después del verano del amor y una semana antes del festival de Woodstock. Por ese entonces se tejió alrededor del caso una sarta febril de explicaciones que adjudicaban la verdadera responsabilidad de lo sucedido al desatamiento alucinante de las más oscuras fuerzas demoniacas. Una exótica flora de "Psicólogos", "parapsicólogos", "demonólogos" y hasta "sociólogos", no vaciló en adjudicar el motivo de los asesinatos a la provocación que La danza de los vampiros, una sátira al vampirismo, dirigida por Roman Polanski había constituído para algunos subgrupos sociales (de ésos que hoy denominamos "tribus" o clanes). No era sólo aquella burla; más reciente aún era Rosemary s Baby (La Semilla del diablo), que causó gran revuelo entre grupos esotéricos y fanáticos del satanismo en la sociedad americana de la época.
El caso es que en la mañana del 10 de agosto de 1969 la empleada doméstica de los Polanski (Sharon Tate y Roman Polanski) llega a trabajar a la mansión en el 10.050 de Cielo Drivey en Beverly Hills, Condado de Los Ángeles, California, y se encuentra a boca de jarro con una escena dantesca que parecía concebida por el más alucinado de los tramoyistas: En el salón principal, Sharon (segunda esposa de Polanski, 26 años, ocho meses de embarazo) con 16 puñaladas y los senos cercenados, se bamboleaba suspendida del techo por una cuerda de nylon; del otro extremo de la cuerda, a manera de contrapeso, con la cabeza cubierta con una capucha oscura, pendía el cadáver apuñalado de Jay Sebring, un cotizado peluquero que poseía salones en San Francisco, New York y Londres. Escrita con sangre en la pared la palabra "pig" (cerdo). La misma palabra, esta vez escrita con la sangre de Sharon, estaba en el exterior de la puerta que daba al jardín, donde había otros tres cadáveres: el de Steen Parent a quien dispararon cuando salía, el de Voytek Frykowski, (recibió varias puñaladas en las piernas y murió de un fuerte golpe en la cabeza con la culata de un Buntline) y el de Abigail Folger quien murió degollada. Al día siguiente, Leno LaBianca y su esposa (una típica pareja de cincuentones) fueron hallados muertos en su casa de Los Angeles en circunstancias parecidas: Al señor La Bianca lo apuñalaron cuatro veces en la garganta con un cuchillo de cocina y a su mujer la obligaron a tumbarse boca abajo en la cama, le cubrieron el rostro con la funda de una almohada que anudaron con el cable de una lámpara y le asestaron 41 puñaladas. En las paredes, escritas con su sangre podía leerse Helter Skelter (canción de los Beatles), "Cerdos", “Muerte a los cerdos”, “Sublevaos” y “Caos”. 
Nueve meses después, las investigaciones culminaron en el arresto de un grupo de cuatro miembros de La Familia: Charles Watson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Linda Kasabian cuyo lider, Charles Milles Manson les había encomendado la misión. Manson, un hombrecillo nacido en Cincinnati, Ohio en noviembre de 1934, que durante sus largas estancias en prisión había aprendido de la Cienciología creada por Ron Hubbard las técnicas para manipular la voluntad de sus seguidores convirtiéndose en una especie de gurú proxeneta y esotérico que combinaba la provisión de drogas y LSD con un discurso profético-moralista que anunciaba un nuevo "Apocalipsis". Debido, en parte, a la reminiscencia nostálgica del movimiento hippie que se resistía a evolucionar, y en parte al seductor magnetismo del hombrecito, sus predicamentos encontraron eco en algunos grupos de la cultura underground y es notable su influencia y relación con la vida de algunos rockeros: The Beatles (Manson interpretó de manera apocalíptica el H.S. de 1968), Beach Boys (Dennis Wilson fue colaborador cercano de La Familia), Leonard Cohen hace referencia a Manson en la canción The Future; Integrity banda hardore de Bélgica, hace énfasis sobre Manson, los jinetes apocalípticos y la iglesia de Satán en sus portadas y en la temática de su canciones)...
Así narrada la crónica, sería fácil para nuestra simpleza jurídica y resultaría cómodo para nuestro ego deontologista atribuir la saña de la acometida y la crueldad de la escena al estado de enajenación mental y delirio psicodélico de un grupúsculo de “desadaptados sociales”; pero Melody Patterson, ahora actriz de la televisión norteamericana, en una charla con Jacques Harvey periodista del diario Los Angeles Times puso en contexto las circunstancias y dejó en evidencia la vulgaridad de los móviles. Cuando se enteró de la masacre de la villa Polanski y del asesinato del matrimonio La Bianca, de inmediato estableció la vinculación: "Todos esos motivos que se adujeron son ridículos y falsos; la verdad es que toda esa matanza fue para castigar a un vicioso". Sin duda, nadie mejor que ella para conocer la realidad de los hechos: además de amiga de los Polanski, había sido miembro del clan Manson. "El nudo de todo el drama es Jay Sebring, el coiffeur. Yo lo conocía bien y, como todas sus amigas, sabía que él era un perverso sexual: en el subsuelo de su casa, en Beverly Hills, había montado una verdadera sala de torturas. Aunque tal vez esa denominación sea un poco exagerada, pues, en verdad, sus obsesiones y depravaciones jamás causaron verdadero daño físico a nadie". Según relató Patterson, aquel tenebroso sótano contaba con todos los "refinamientos" a los que puede aspirar un sádico: cadenas con esposas que colgaban de las paredes, ruedas sobre las que ataba a sus "víctimas" (por lo general pagadas), látigos, máscaras y toda una larga serie de increíbles utensilios. Los esposos muertos, además de ser el padrino y la madrina de Sebring, le habían prestado el dinero para abrir su primer salón de peinados.
"En Hollywood, muchas chicas estaban al corriente de los gustos de Jay; yo misma he ido varias veces a su casa. En esa época yo vivía con el grupo de Manson, pero, a pesar de las reglas que nos prohibían tener relaciones con el jet-set de Hollywood, a veces iba de visita a casa de Sharon o de Jay". Poco faltó para que la misma Patterson participara en los salvajes crímenes: "En esa secta de hippies, medio mística, medio religiosa, yo procuraba reencontrar la paz que había perdido cuando mi novio murió en un accidente de aviación. Alrededor de diez días antes de la matanza dejé la siniestra familia y retomé mi vida habitual. Pero el día de los asesinatos yo había sido invitada por Jay para ir a casa de Sharon, lo que no pude aceptar, pues Frank Sinatra, que daba una fiesta, me esperaba".
Dos meses después del proceso Melody se enteró de la verdad: "Cuando volví a hablar con Eddy, me dijo que, tres días antes de su muerte, Jay le había contado que en el barrio hippie de Los Angeles se había topado con dos chicas completamente drogadas. Eran, las seis de la tarde; por veinte dólares a cada una, se las llevó a lo que él llamaba su pequeña pieza, donde las tuvo hasta medianoche". Naturalmente, Sebring no había olvidado sus peculiares gustos sexuales: durante seis horas flageló y humilló a las chicas y se burló incansablemente de ellas. Antes de devolverles la libertad, las había hecho transitar por todas las variantes del sadismo. "Entonces, me di cuenta de la verdad; para mí, ya no quedaban dudas acerca del motivo. Es que esas dos chicas eran Patricia Kerwinkel y Leslie Van Houten, dos integrantes del grupo de Manson, que también participaron en los asesinatos. Es muy claro que, cuando ellas le contaron su experiencia con Jay, Manson se enfureció y decidió organizar una expedición punitiva".