Que los hechos pasan y los hombres quedan, parece ser una verdad de Perogrullo, pero se ha vuelto corriente que los segundos reiteren los primeros haciendo de la historia un pobre calidoscopio en el que se repiten las imágenes de manera predecible. Tal hecho se evidencia en la actualidad que recobran algunos textos críticos escritos en "otros" tiempo y lugar. El presente artículo, escrito en el siglo XVIII, es un ejemplo sustentador de la anterior afirmación. Su autor es Francisco María Arouet de Voltaire(1694-1778). El texto original se publicó en Ginebra en 1769 en el Diccionario Filosófico con el Título La razón por el alfabeto (Pgs. 289- 294). La edición aquí tomada es la segunda de los Clásicos Bergua, Madrid 1966, con traducción y acotaciones de don Juan B. Bergua. En esta entrada se ha intentado, en lo posible, conservar las opciones personales del citado señor Bergua asi como la sintaxis original. Todos los subrayados (itálicas y negrillas) son mi acostumbrada (e injustificable) intromisión.
El Hambre, La Peste y la Guerra son los tres ingredientes más famosos de este desdichado Mundo. Pueden clasificarse en la fila del hambre todos los malos alimentos que la carestía nos obliga a emplear para abreviar nuestra vida con la esperanza de sostenerla. Entran dentro de la peste todas las enfermedades contagiosas, que alcanzan la cifra de dos o tres mil. Estos dos presentes nos vienen de la divina Providencia. Pero la guerra, que reune todos estos dones, tiene por causa la imaginación de trescientas o cuatrocientas personas repartidas por la superficie del Globo con el nombre de príncipes o de ministros; y sin duda por está razón es por lo que en muchas dedicatorias son llamados imágenes vivas de la divinidad. (1)
El más decidido de los aduladores convendrá sin dolor en que la guerra arrastra siempre tras sí a la peste y al hambre, por poco que haya visitado los hospitales de los ejércitos en Alemania o si ha pasado por alguna aldea donde haya tenido lugar alguna memorable acción guerrera.
Claro que tal vez sea un arte magnífico éste, que asola los campos, destruye las moradas y hace perecer por regla general cada año cuarenta mil hombres entre cada cien mil. Esta invención fue primeramente cultivada por naciones reunidas en aras del bien común; por ejemplo, la asamblea de los griegos declaró a la asamblea frigia y de los pueblos vecinos que iba a partir en un millar de barcas de pescadores con objeto de exterminarlos si podía. El pueblo romano juzgaba en asamblea si era para él interesante ir a batirse antes de la cosecha con el pueblo de los veyos o contra volsgos. Y algunos años después, todos los romanos, estando furiosos contra todos los cartagineses, se batieron contra ellos mucho tiempo por mar y por tierra. Pero hoy ya no ocurre lo mismo.
Un genealogista prueba a un príncipe que desciende en línea recta de un conde cuyos parientes habían hecho un pacto de familia, hace tres o cuatrocientos años, con una casa de la que ya no queda ni memoria; esta casa tenía pretensiones remotas hacia una provincia cuyo último dueño y señor murió de apoplejía: pues basta esto para que el príncipe y su consejo decidan sin dificultad que esta provincia le pertenece de derecho divino. La tal provincia, que por cierto está a algunos centenares de leguas de allí, en vano protesta que no le conoce y que no tiene deseo alguno de verse gobernada por él; que, para dar leyes a las gentes, preciso es, cuando menos, tener su aquiescencia; tales razones ni tan siquiera llegan a oídos del príncipe cuyo derecho es incuestionable. Al instante encuentra un gran número de hombres que nada tienen que hacer ni nada que perder; vístelos con un fuerte paño azul de a ciento diez perras chicas la ana (2), bordea sus sombreros con hilo blanco muy grueso, los hace dar vueltas a derecha e izquierda, y marcha en busca de gloria (3) Los otros príncipes, que oyen hablar de esta excursión, toman parte en ella, cada uno según sus fuerzas, y cubren una pequeña extensión del país de más asesinos mercenarios que Gengis-kan, Tamerlán y Bayaceto (4) arrastraron jamás tras de sí.
Pueblos bastante alejados oyen decir que va a haber guerra, y que puede ganar cinco o seis perras chicas diarias todo aquel que quiera ser de la partida, e inmediatamente se dividen en dos bandos, como los segadores, y corren a vender sus servicios a cualquiera que los quiera pagar. Tales multitudes se encarnizan unas contra otras, no solamente sin tener interés alguno en lo que se ventila, sino sin saber tan siquiera de que se trata. Encontrándose con frecuencia cinco o seis potencias beligerantes, a veces tres contra tres, a veces dos contra cuatro, ora una contra cinco, detestándose todas igualmente unas a otras, uniéndose y atacándose sucesivamente y tan sólo de acuerdo en un punto: en el de hacer todo el daño posible.
Lo maravilloso de esta empresa infernal es que cada jefe de asesinos hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de correr a exterminar a su prójimo. Si uno de los jefes no ha tenido la dicha de poder degollar a dos o tres mil hombres, entonces no da las gracias por ello a Dios; pero cuando ha exterminado a sangre y fuego a unos diezmil y cuando, para colmo de ventura, alguna ciudad ha sido destruida hasta en sus cimientos, entonces entonan con todo el aparato imaginable una canción bastante larga, compuesta en un idioma desconocido para todos los que han combatido y llena, de propina, de barbarismos.
La misma canción sirve para las bodas y para los nacimientos como sirve para los asesinatos: lo que verdaderamente resulta imperdonable, sobre todo tratándose de la nación más afamada a causa de sus canciones nuevas. Por todas partes contratan arengadores que celebren las jornadas asesinas. Unos van vestidos de una larga casaca negra, bajo un abrigo recortado; los otros llevan una camisa por encima del traje; algunos ostentan colgantes de tela abigarrada por sobre esta camisa. Todos hablan largo y tendido; citan lo que en otro tiempo no pasó en Palestina con motivo de cierto combate en Veterabia.(5) El resto del año estas gentes declaman contra los vicios. Prueban por tres razones y por antítesis que las damas que extienden levemente un poco de carmín en sus frescas mejillas serán eterno objeto de inacabables venganzas por parte del eterno; que Poliuto y Atalia (6) son obras del demonio; que un hombre que hace servir en su mesa por doscientos escudos de pescado fresco en un día de cuaresma se salva irremisiblemente, mientras que el pobre que come dos perras chicas y media de carnero va para siempre con todos los diablos. De cinco a seis mil declamaciones de este género, apenas hay tres o cuatro, a todo poner, compuestas por un galo llamado Massillón(7), que un hombre honrado pueda leer sin asco; ocurriendo que en toda esta caterva de discursos no hay ni uno solo tan siquiera en que el orador se levante contra ese azote y crimen que es la guerra, compendio de todos los azotes y todos los crímenes humanos. Los desdichados arengadores hablan y hablan sin cesar contra el amor, único consuelo del género humano y única manera de reparar sus pérdidas, mientras que nada dicen de esos esfuerzos, abominables que hacemos para destruirle. ¡Mal sermón habéis hecho contra la impureza, oh ilustre Bourdaloue!(8). En cambio, no se os ha ocurrido ocuparos sobre esos asesinatos de mil formas, sobre esas rapiñas, sobre esos bandidajes, sobre esa rabia universal que aniquila al mundo. Todos los vicios reunidos de todas las edades y de todos los lugares no igualarán jamás a los males producidos por una sola campaña.
¡Miserables médicos de almas, gritáis durante cinco cuartos de hora a propósito de insignificantes pinchacillos de alfiler, y nada sois capaces de decir acerca de la enfermedad que nos deshace en mil pedazos! filósofos moralistas, quemad vuestros libros. MIENTRAS EL CAPRICHO DE UNOS CUANTOS HOMBRES JUSTIFIQUE LA DEGOLLACIÓN DE MILLARES DE NUESTROS HERMANOS, LA PARTE DEL GENERO HUMANO CONSAGRADA AL HEROÍSMO SERA CUANTO HAY DE MAS AFRENTUOSO EN TODA LA NATURALEZA.
Y lo peor de todo es que la guerra es un azote inevitable. Si nos fijamos bien,todos los hombres han adorado al dios de marte: Sabaoth, entre los judíos, significa el dios de las armas; pero Minerva, en Homero, llama a marte dios furioso, insensato e infernal.
¿Qué es para mí ni qué me importan la humanidad y su porvenir, la beneficencia, la modestia, la temperancia, la dulzura, la sabiduría y la piedad, mientras media libra de plomo tirado a seiscientos pasos me deshaga el cuerpo, haciéndome morir a los veinte años entre tormentos inexpresables, en medio de cinco o seis mil agonizantes, y al tiempo que mis ojos, que se entreabren por última vez, ven la ciudad en que he nacido destruida por el hierro y por el fuego, y cuando los últimos sones que escuchan mis oídos son los gritos de las mujeres y de los niños que expiran entre las ruinas, todo por los pretendidos intereses de un hombre que ni tan siquiera conocemos?
En 1771, Voltaire añadió lo siguiente, que va como anillo al dedo a ese recelo de ciertos estados actuales ante el temor de que otros lleguen a ser atómicamente poderosos:
"El célebre Monstesquieu, que pasaba por humano, ha dicho no obstante que es justo entrar a sangre y fuego en la casa de los vecinos, si se teme que lleguen a ser demasiado poderosos, si tal es el espíritu de las leyes, leyes son dignas de Borgia y de Maquiavelo. Si desgraciadamente dijese verdad, es preciso ir contra esa verdad, aunque fuese probada por los hechos. He aquí lo que dice Montesquieu: "Entre las sociedades el derecho de defensa natural empuja algunas veces a la necesidad de atacar cuando un pueblo ve que una más larga paz pondría a otro en estado de destruirle, y que el ataque es en aquel momento el único medio de impedir esta destrucción".
Si hubo alguna vez una guerra evidentemente injusta, es la que proponéis; es ir a matar a vuestro prójimo, por miedo a que vuestro prójimo (que no os ataca) esté en estado de atacaros: es decir, que es preciso que os aventuréis a arruinar a vuestro país con la esperanza de arruinar sin razón el de otro; esto, en verdad, ni es honrado ni útil, pues jamás se está seguro del éxito, como muy bien sabéis.
Si vuestro vecino llega a ser demasiado poderoso durante la paz, ¿quién os impide volveros poderoso como él? Si ha hecho alianzas, hacedlas vosotros por vuestra parte. Si, teniendo menos religiosos, tiene más brazos útiles, obreros y soldados, imitadle en esta sabia economía. Si ejercita mejor a sus marineros, ejercitad a los vuestros; todo ello es perfectamente justo. Pero exponer vuestro pueblo a la más horrible miseria, con la idea tan frecuentemente quimérica de desolar a vuestro querido hermano el serenísimo príncipe limítrofe, esto no sería un presidente honorario de una compañía pacífica quien debiera dar tal consejo."
El asunto se presta a profundas meditaciones. Hoy, más que nunca, parece difícil el papel de estadista. Y el de filósofo. Pues no se sabe qué aconsejar. Pero ¿matar hoy por temor a ser muerto mañana? Porque ¿quién sabe lo que ocurrirá mañana?
NOTAS:
1. Por este pasaje fue por el que Larcher (Pedro Enrique, erudito y helenista francés, 1726-1812) llamó a Voltaire "bestia feroz de quien todo se puede temer".
2. Ana, medida de longitud anterior al sistema métrico, equivalente a un metro veinte centímetros.
3. Hoy han cambiado algo las cosas. Los príncipes no hacen ya las guerras por ambición o capricho, por la sencilla razón, de que los pocos que quedan aún en países muy aferrados a la tradición, son puras figuras decorativas que el Estado (ni siquiera el pueblo ya) paga y sostiene como un lujo estúpido, pero lujo; como sostiene otros lujos más útiles, algunos tales que las catedrales, los museos, los embajadores, etc., etc. Los últimos reyes con fuerza y maldad suficiente para provocar una guerra (Guillermo II de Alemania, Francisco José de Australia, Nicolás de Rusia, Afonso XIII de España y alguno más de menor importancia aún) fueron barridos hace pocos años, pero no se crea que acabaron las guerras al acabarse los principes; otros quedan no menos peligrosos que aquéllos, los "magnates de la industria y de la banca", que son los que aún durante quién sabe cuántos siglos, tantos cuantos tardan los pueblos en despertar, es decir, en instruirse, llenarán la tierra de sangre. O sea que en lo a la "barbarie" respecta estamos, pese al tan declamado progreso y al tan cacareada civilización, como cuando Cambises asolaba el Egipto, no dando paz y cuartel ni a hombres ni a dioses. Pero qué digo, mucho peor, pues ¿con qué lógica llamamos cruel y nos espanta el proceder de aquellos guerreros de otros tiempos que sacaban los ojos al príncipe enemigo caido en su poder, si nosotros llamamos sabio y llenamos el pecho de bandas y cruces al miserable que inventa un gas que abrasa los ojos de diez mil hombres en un segundo? Y es que mientras los hombres sean "ignorantes" y "ambiciosos", la guerra se cernirá como nube sombría sobre la Tierra, pues en el primer caso correrán a matarse por un engaño, por una medalla, por un título o por una cruz, o por una idea estúpida, o por un sistema social que cuanto hará será encadenarlos, cierto de modo distinto a como lo estaban antes; y en el segundo serán capaces en todo instante de encender una contienda para conseguir mercados para dar salida a los productos de su fábricas, por tierras donde cosechar algodón, trigo o azúcar, por unos bosques que suden caucho o por unos pozos que vomiten petróleo. Y los filósofos en vano tratarán de poner ante sus ojos las verdades de su inteligencia; ciegos desde la infancia, víctimas de una educación anticuada, torpe y funesta, no serán capaces de ver otra luz que la que les atraiga, como el espejuelo a las alondras, en nombre de cualquiera de las mentiras enumeradas, y les empuje a matar y hacerse matar en provecho de otros, si es que no aceptan el ser asesinos conscientes (cual ocurre cada vez más, pese a cuanto se a dicho de las tropas mercenarias) por el más vil e infamante de los jornales.
4. Bayaceto (1347—1403), sultán de los turcos (1389). Conquistó el Asia Menor, batió a los cristianos en Nicópolis (1393) y fue vencido y hecho prisionero en Ancyra (1402), tras reñidísima y sangrienta batalla, por Tamerlán.
5. Quiere decir que invocan hechos indemostrables.
6. Tragedias de Racine, inspirada la última en la reina de Judá, de tal nombre, célebre por su impiedad y por crímenes. Fue esta Atalia hija de Acub, rey de Israel, y de Jezabel; y se casó con Joram, rey de Judá Para llevar hasta el trono, el año 884, a su hijo Ochicías, hizo asesinar a cuarenta y dos príncipes de su familia.
7. Juan Bautista Massillon (1663 - 1742), predicador francés nacido en Hyeres, autor de la Petit Careme. Su elocuencia dulce y penetrante y la perfección de su estilo hicieron de él el mejor predicador de su tiempo y uno de los grandes oradores sagrados y de Francia.
8. Luis Bourdalque (1632 -1704), uno de los oradores más eminentes de la cátedra sagrada francesa. Era jesuíta. Sus Sermones son notables, si no se profundiza mucho, por la aparente fuerza del razonamiento sobre que parece apoyarlos y la severidad de ¡a moral jesuítica que resplandece en ellos. Bourdaloue había nacido en Bourges.
5. Quiere decir que invocan hechos indemostrables.
6. Tragedias de Racine, inspirada la última en la reina de Judá, de tal nombre, célebre por su impiedad y por crímenes. Fue esta Atalia hija de Acub, rey de Israel, y de Jezabel; y se casó con Joram, rey de Judá Para llevar hasta el trono, el año 884, a su hijo Ochicías, hizo asesinar a cuarenta y dos príncipes de su familia.
7. Juan Bautista Massillon (1663 - 1742), predicador francés nacido en Hyeres, autor de la Petit Careme. Su elocuencia dulce y penetrante y la perfección de su estilo hicieron de él el mejor predicador de su tiempo y uno de los grandes oradores sagrados y de Francia.
8. Luis Bourdalque (1632 -1704), uno de los oradores más eminentes de la cátedra sagrada francesa. Era jesuíta. Sus Sermones son notables, si no se profundiza mucho, por la aparente fuerza del razonamiento sobre que parece apoyarlos y la severidad de ¡a moral jesuítica que resplandece en ellos. Bourdaloue había nacido en Bourges.
Voltaire qué grande. Un saludo de escritor.
ResponderEliminarhttp://davidfouler.blogspot.com.es/
Gracias, David. Por tu tiempo, tu lectura y tu juicio. Tú sabes que esos son los nutrientes de nuestro oficio. Un abrazo.
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