Más que al género (humano) o a la especie (mamíferos), los bípedos
vestidos debemos nuestra existencia a la reproducción sexual. A pesar de
que los esfuerzos en pro de la muerte son mayores en constancia,
cantidad y "calidad", las peripecias del acto sexual pudieron
arreglárselas hasta ahora para mantenernos en constante crecimiento
sobre este piso. No obstante,empieza a hacerse notable el avance
incontenible de una mancha de extinción que se alimenta de nuevas
maneras de ver la relación sexual desde una perspectiva solipsista,
egocentrista y monomaniaca. Aunque podrían parecer superficiales y poco
pertinentes, este par de reseñas constituyen un interesante registro del
inicio de esa amenaza.
· de Carlos Andrés Castro Macea · en Curiosidades, Documentales, Mundo, Sexualidad, Videos. ·
Hace unas semanas, un documental emitido por la televisión
española revelaba una realidad insospechada para los que amamos la
cultura japonesa: el 70% de los habitantes de Japón no mantiene nunca
relaciones sexuales: parejas casadas que llevan veinte años sin hacer el
amor, novios castos que evitan tocarse, ejecutivos solitarios que pagan
por poder acariciar… un gato.
Podríamos pensar que se trata de una cultura
puritana y reprimida o de una sociedad de disciplina “protestante”,
volcada en el trabajo, que ha dado la espalda a los placeres del
erotismo. Pero es mucho más complicado e inquietante. Porque resulta que
este Japón monacal, de pocos hijos y menos abrazos, cuenta con la más
floreciente industria del sexo del mundo, con unos ingresos de 20.000
millones de euros al año que representan el 1% del PIB del país.
Aún más: no se trata sólo de la industria más potente sino también de
la más refinada, la más variada, la más imaginativa y la menos púdica:
las calles de Tokio ofrecen sin tapujos toda clase de reclamos
publicitarios y toda clase de servicios; y sus ciudadanos los reciben y
los usan con la misma naturalidad con la que comen sushi o compran el
último modelo de iPhone.
¿Hay alguna contradicción o, por el contrario, una proporcionalidad
directa entre la abstinencia sexual y la hipertrofia de los estímulos
sexuales? La característica central de esta refinadísima industria del
placer corporal es que todas sus ofertas, sus adminículos, sus imágenes y
sus promesas de gozo no sólo excluyen la penetración (que es la que
define la prostitución, ilegal en Japón) sino que está orientada a
suprimir cualquier mediación propiamente humana.
¿Cómo decirlo? No es que en Japón estén desapareciendo las
“relaciones sexuales”; lo que están desapareciendo son las “relaciones”
en general mientras que el sexo sin relaciones, completamente
autorreferencial, va ocupando un lugar cada vez más importante en la
vida de individuos desconectados del mundo que no sienten la menor
vergüenza en exhibir y proclamar esta desconexión.
Esta riquísima, civilizadísima, libérrima industria sexual —con todo
su aparato escénico e instrumental— está orientada a ahorrar el trabajo
de las dependencias exteriores: el cortejo, la conversación, los
preliminares, el otro mismo.
Uno de los japoneses entrevistados en el documental declaraba con
alegre franqueza que prefería masturbarse en una cabina con una vagina
de plástico mientras veía imágenes pornográficas que acostarse con su
novia: “me da mucha pereza”, decía, “porque cuando estoy con ella tengo
que ocuparme de su placer y prefiero ocuparme sólo del mío”.
Lo extravagante de este egoísmo es que quiebra la regla antropológica
básica de los últimos 15.000 años según la cual el propio placer sexual
estaba asociado precisamente a la existencia de otros cuerpos y al
reconocimiento, aunque fuese negativo, de nuestra dependencia de ellos.
El sexo en Japón se ha emancipado de los cuerpos, esas criaturas tan
inmanejables, tan incómodas, tan exigentes, tan imprevisibles.
“El infierno son los otros”, decía el filósofo Jean-Paul Sartre. Los
otros, sobre todo, dan pereza. Hasta ahora nos cansaba trabajar y nos
cansaba también estudiar mientras que estábamos siempre dispuestos a
reunirnos con unos amigos, ir a una fiesta, participar en el bullicio de
una conversación, desnudar de nuevo con emoción el pecho del amado.
Ahora lo que cansan son las relaciones. Sexo sí, relaciones no.
La industria sexual en Japón refleja y alimenta una sociedad de
perezosos masturbadores que pagan para no tener que ocuparse de sus
mujeres o de sus novias; que pagan, en definitiva, para emancipar su
propio placer de cualquier contacto exterior.
El colmo de la civilización, ¿será la masturbación industrial? Tres cosas llaman la atención de esta extraña pereza cultural.
La primera, como insólita ruptura antropológica, tiene que ver con el hecho de que las imágenes y los instrumentos han absorbido por completo la intensidad de los objetos a los que aludían o sustituían. La pornografía, las muñecas, los juguetes sexuales, fuente hasta ahora de estímulo y de insatisfacción, sucedáneos irritantes del cuerpo deseado, se han convertido en el objeto mismo donde se satisface el deseo.
La primera, como insólita ruptura antropológica, tiene que ver con el hecho de que las imágenes y los instrumentos han absorbido por completo la intensidad de los objetos a los que aludían o sustituían. La pornografía, las muñecas, los juguetes sexuales, fuente hasta ahora de estímulo y de insatisfacción, sucedáneos irritantes del cuerpo deseado, se han convertido en el objeto mismo donde se satisface el deseo.
Esas imágenes, esas muñecas, esos juguetes, constituyen la superación
completa de todas las imperfecciones y todas las molestias, al servicio
ahora de un placer encerrado, como un molusco, en el propio cuerpo. En
su cabina, frente a la pantalla, manipulando el artefacto de plástico,
el perezoso no echa de menos el cuerpo verdadero; todo lo contrario: se
siente aliviado, liberado, sexualmente colmado en su confortable
negación del mundo.
La segunda cosa que llama la atención de esta ruptura antropológica
es, en cambio, de orden muy tradicional: esta nueva sociedad de
perezosos masturbadores sigue siendo, como la anterior, machista y
masculina, y en ella la mujer ocupa no sólo un papel subalterno sino
también instrumental.
La industria japonesa del sexo, que no está dirigida a las mujeres,
emplea sin embargo a muchas mujeres, pero no porque los clientes pidan o
necesiten cuerpos femeninos, sino porque los cuerpos femeninos, con un
poco de trabajo, pueden lograr parecer imágenes, muñecas y juguetes. Los
hombres se ahorran el trabajo de las relaciones; las mujeres trabajan
para ahorrar a los hombres el trabajo de las relaciones.
Ciencia-ficción y patriarcado se citan en los locales de masturbación
industrial de Tokio. La vieja utopía homofóbica y misógina de un mundo
sin mujeres se hace realidad en estos recintos de sexo puro donde una
sucesión de Unos Machos se derrite en un espacio sin Nadie.
La última sorpresa es inquietante y se refiere a la naturalidad con
que los japoneses reivindican su derecho a la pereza antropológica. Hay
algo muy desagradablemente machista en la bravuconería del latin-lover
que se jacta en público de sus hazañas sexuales; pero uno casi siente
nostalgia del macho de las cavernas, y hasta del salvaje torturador,
ante la obscenidad del masturbador industrial al que sobran todos los
cuerpos del mundo y que exhibe su auto-erotismo como la máxima
satisfacción y la máxima evolución a la que puede aspirar un individuo
humano.
Una de las ventajas del sexo es que obliga a prestar atención al
otro. No cuidamos un cuerpo enfermo de buena gana, pero nos ocupamos con
minucioso entusiasmo del cuerpo deseado. El amor y el deseo constituyen
la única garantía irrefutable de la existencia del mundo y de nuestra
dependencia recíproca en él. Un beso es una forma de materializar al
otro; una caricia una marca de salvación del cuerpo ajeno.
¿Qué pasa cuando la pereza llega al extremo de cortar todo vínculo
—incluso el del deseo— con un cuerpo de carne y hueso? Japón, vanguardia
del capitalismo, está a punto de liberarse industrialmente de la
atadura de los otros. Quizás sea bueno. Un perezoso antropológico
emancipado de todas las relaciones corporales no será un maltratador
doméstico ni un violador en serie ni un sádico verdugo; un masturbador
satisfecho nunca será un activo destructor del mundo.
Pero un macho que se “independiza” de los cuerpos a través de la
masturbación artefacta, un perezoso radical adicto a la ausencia
industrial del mundo, hará muy poco por conservar ese mundo que
desprecia, allí donde se encuentre en peligro, y hará en cambio todo lo
que sea necesario —y sin ningún malestar o remordimiento— por conservar
la industria de la que depende su independencia.
Entre la barbarie antigua, tan saludablemente asesina, y la
masturbación ultracivilizada, tan bárbaramente perezosa, ¿no habrá aún
alguna forma de seguir reivindicando la existencia del mundo, el amor
libre, la dependencia voluntaria, el beso salvífico, el placer
compartido?
Escrito por: Santiago Alba Rico – Rebelión
Subastan en Brasil la virginidad de una muñeca inflable "más humana"
Caracol | Marzo 4 de 2013
La primera noche de Valentina es subastada por la compañía de muñecas inflables Real Doll por 50.000 dólares.
La primera noche de Valentina es subastada por la compañía de muñecas inflables Real Doll por 50.000 dólares.
La compañía de muñecas inflables Real Doll, subasta por 50.000 dólares
la primera noche de ‘Valentina’, su nueva muñeca, la cual está diseñada
con una piel más humana, facciones más reales, nueva funciones eróticas y
un pelo que requiere del uso de Shampoo por su contextura.
Según Playboy Brasil, este precio incluye una velada en una suite presidencial del Swing Motel de Sao Paulo, champaña, un baño aromático de pétalos de rosa y una cámara para grabar el momento.
La idea surgió de Rodolfo Elsas, empresario y dueño de Sexônico, un servicio que recopila y clasifica tiendas online para adultos, por lo que decidió subastar la virginidad de la muñeca para promocionar las versiones del juguete que llegaran este mes al país.
Sin embargo, si hay un comprador este deberá ser consciente que al mercado llegarán a un precio mucho menor, ya que en la actualidad la muñecas de este tipo tienen un precio de 6.000 dólares y se estima que ‘Valentina’ costará a penas un poco más de este precio.
Según Playboy Brasil, este precio incluye una velada en una suite presidencial del Swing Motel de Sao Paulo, champaña, un baño aromático de pétalos de rosa y una cámara para grabar el momento.
La idea surgió de Rodolfo Elsas, empresario y dueño de Sexônico, un servicio que recopila y clasifica tiendas online para adultos, por lo que decidió subastar la virginidad de la muñeca para promocionar las versiones del juguete que llegaran este mes al país.
Sin embargo, si hay un comprador este deberá ser consciente que al mercado llegarán a un precio mucho menor, ya que en la actualidad la muñecas de este tipo tienen un precio de 6.000 dólares y se estima que ‘Valentina’ costará a penas un poco más de este precio.