domingo, 24 de abril de 2011

En el día del idioma, reconciliarnos con la Palabra

 
Por esas cosas de que el autor del Quijote, Don Miguel de Cervantes Saavedra murió el 22 de abril de 1616, asistimos todos los años al ritual oficial de celebrar los 22 o 23 de abril el "Día del idioma español" y nos toca resignarnos al sainete de unos personajes públicos montando el pobre espectáculo de "releer" en maratón las tragicómicas aventuras del escuálido caballero o (es la última moda) la tropicómica saga de los Buendía de Cien años de soledad. Este quizás sea el momento para reflexionar un poco sobre la materia prima de toda obra literaria: LA PALABRA. Es alrededor de esa PALABRA que se me ocurre llamar la atención sobre esa expresión inefable que, guardada en el rincón más oscuro de nuestro "status" cultural, suele saltar como catapultada cuando la intensidad del momento nos hace perder el control de las gavetas. Si quiere entender rápidamente de qué le hablo, quítese un zapato, golpeese el tobillo o el dedo gordo contra la pata de la cama o la esquina del armario y trate de sobreponerse del dolor dándole gracias al "altísimo" o diciendo LA PALABRA (que a estas alturas ya podrá adivinar) ¿Cuál de los dos recursos le resulta más efectivo? Si aún no da en el clavo, observe las imágenes y piense qué diría Usted si viese que su aterrizaje será inexorablemente sobre una playa cundida de cocodrilos, ¿con cual palabra calificaría al "genio" que arrojó el frisbee?... en fin, observe las imágenes y libere su lenguaje. El texto que anexo, de Julio César Londoño (Palmira, 1953), circuló en fotocopia por las academias y círculos cerrados (como siempre, negritas e itálicas son mi intromisión). Londoño ha publicado La ecuación del azar (Universidad de Antioquia, 1980) y Sacrificio de dama, Gobernación del Valle (1994). 
"–¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced –replicó el del Bosque– de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: "¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!?" Y aquello que parece vituperio, en aquel término, es alabanza notable; y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes". El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Capítulo XIII. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos.
 Historia de una mala palabra
 Por Julio César Londoño
 Mi vida sexual comenzó en los diccionarios. En cuanto caía uno en mis manos, de inmediato buscaba obscenidades y "partes nobles". También en esos libros —como un presagio de lo que vendría luego- comenzaron mis frustraciones, porque esta suerte de voyerismo semántico nunca era plenamente satisfecho. Por lo general la palabra deseada no figuraba en las entradas, o estaba púdicamente oculta tras crípticos sinónimos, o era definida a la manera frígida de la ciencia -y lo que yo buscaba era algo más crudo y excitante.
El dela derecha es un ténico desarma minas, el de la izquierda...
La palabra /cacorro/, demos por caso, no figuraba en los diccionarios de mi infancia y la siguen omitiendo -tácita conspiración editorial- los actuales. Entonces vino en mi ayuda un hecho fortuito. Un día, en la misa dominical, el sacerdote tronó desde el púlpito contra la sodomía, "­esa pasión insana que infesta aulas y cuarteles—". Por supuesto corrí a la S. Allí estaba: sodomía: concúbito entre varones o contra el orden natural. Etimología: de Sodoma, antigua ciudad de Palestina donde se practicaba toda clase de vicios torpes. No entendí nada. Busqué concúbito: ayuntamiento carnal. Bueno, carnal ya era algo, pero ¿ayuntamiento?: acción y efecto de ayuntarse. Mi paciencia se estaba agotando. Subí la columna. Ayuntar: tener cópula carnal. Omitiré aquí, en favor de la brevedad, la pesquisa de cópula y mi perplejidad al tratar de imaginar relaciones contra natura entre el sujeto y el predicado, para llegar a mi asunto, la singular historia de la palabra puta.
Años después, ya era un hombre maduro, llegó a mis manos el Diccionario etimológico latino-español de Commeleran, un coloso en octavo de 4.500 páginas impresas a tres columnas con entradas en latín, acepciones en castellano, ejemplos de uso tomados de los clásicos latinos de la Antigüedad, y rastreo del origen de las palabras por el griego, el árabe, el hebreo, el arameo y el sánscrito, en caracteres vernáculos. Es la vulgata de la etimología, el sueño de cualquier cajista, y mi único bien de valor.
Lo abrí con reverencia, busqué el significado de mi nombre, el de mis padres y el de una mujer, y algunas palabras cuyos significados eran oscuros o anómalos (exaplar, logoteta, nimio). Cuando llegué a la P saltó el cazador que tenía agazapado desde la infancia en algún repliegue de la corteza inferior, zona cerebral que compartimos con los reptiles, y busqué puta: ¡pensar, creer, destreza, sabiduría! Quedé sorprendido, claro, y me di a investigar la causa de tan extraña mutación.
Encontré que el verbo latino puto, putas, putare, putavi, putatum, procedía de un vocablo griego, /budza/, que significaba sabiduría hacia el siglo VI antes de Cristo. Aunque ya Grecia podía jactarse de Homero, Pitágoras y Heráclito -y se preparaba para inventar el espíritu de Occidente-, también incurría en la esclavitud, el desdén por la experimentación científica y la subestimación a las mujeres. En Atenas ellas carecían de los más elementales derechos. Cuando una matrona ateniense moría, se le colocaba un epitafio indefectible: "Cuidó los hijos e hiló el telar". Una señora no debía asistir a fiestas, así se realizaran en su propia casa. Desde una cámara contigua al salón de los invitados podía escuchar la música, seguir las conversaciones y fisgonear un poco entre las cortinas, ¡faltaba más!, pero le estaba prohibido ingresar al salón, que estaba reservado a los hombres, los músicos, los sofistas y las hetairas -flores de la noche, máquinas de placer.
En Mileto, la mujer sí era apreciada, quizá porque allí el homosexualismo masculino no estaba tan extendido ni era considerado tan de buen tono como en otras ciudades griegas, especialmente en Atenas. En Mileto, la ciudad de Thales, el geómetra, las mujeres podían asistir a las academias y participar de la vida pública.
Pero Atenas era, pese a todo, el centro intelectual del mundo Egeo y a ella peregrinaban filósofos, artistas, retóricos y bohemios de toda Grecia. También las mujeres milesias tomaron el camino de Atenas. Habían aprendido en su patria artes y ciencias, y en los caminos, el amor. Los atenienses quedaron maravillados de estas mujeres que además de bailar y cantar conocían de historia, astrología, filosofía o matemáticas; con las que se podía reír antes del amor, y conversar después.
Para sus esposas la fiesta fue entonces más triste. Estaban acostumbradas a que las hetairas les robaran por una noche el cuerpo de su marido, pero estas sabias, estas budzas, les estaban robando para siempre también el corazón (1). Toleraban sus retozos, pero verlo reír y conversar con otra es más de lo que una mujer puede soportar. Entonces la palabra budza, que era noble y antigua, comenzó a tomar en los celosos labios de las matronas entonaciones ásperas y significados maliciosos. "Sabihonda". "Sabida". El fonema beta, suave y bilabial, se endureció en una pi también bilabial pero explosiva: /pudza/. Luego, como si no fuera suficiente, como si el nuevo vocablo no tradujera bien todo el odio que albergaban, se fue haciendo más fuerte, marchó a Roma en libros y viajeros, y cuando llegó ya no era una palabra, era un escupitajo: ¡puta! Significaba, hacia el siglo I después de Cristo, sapiencia y meretriz (2)
Pero, como en Roma no se fingía la virtud, la segunda acepción cayó en el vacío. En la sintaxis latina -lógica y sucinta- la expresión mujer puta era un cándido pleonasmo. "Basta con decir romana", aconsejaba Cicerón. Y así, por una de esas paradojas del lenguaje, la palabra que se había degradado en Grecia, una nación virtuosa, recobró su majestad en Roma, capital del vicio. Y luego, por una traslación semántica frecuente –del efecto a la causa- puta pasó de sustantivo a verbo, de sapiencia a pensar, y perdió toda connotación moralista.
Pero siguió viajando con las legiones por los caminos de piedra del Imperio, llegó a Hispania, resonó en posadas y alcázares, la sopesaron oídos moros y cristianos, la repitieron juglares y guerreros que inventaban el castellano con jirones de árabe, latín y lenguas iberas, la conjugaron con aplicación bachilleres y cortesanas, la discutieron gramáticos y retóricos, se estremecieron al oírla, sin saber por qué, ancianas y doncellas, la gritaron, por el sólo placer de paladearla, truhanes y señores hasta que el pueblo todo, autor de lenguas y dueño de famoso oído, ignorante por supuesto del griego, del latín y de toda esta historia, intuyó el verdadero significado de la palabra adivinando en ella un odio remoto; percatándose de que no evocaba, al escucharla, la sabiduría; que no había relación musical entre el significante puta y el significado pensar, y comenzó a utilizarla primero con malicia, con ironía griega, y luego con fuerza, como látigo —puta— para censurar mujeres generosas, sabias en lides de alcoba. La palabra había encontrado su verdadero y único significado (3)

1- Hasta el Rey Pericles sucumbió a los encantos de las extranjeras y abandonó a su esposa por Aspasia, la más bella y talentosa de las hijas de Mileto.
2- Meretrix era el término culto usado entonces para designar la mujer liviana. El vulgar era lupa, loba. De aquí el nombre de lupanar que daban los romanos a las casas de placer.
3- Un proceso semejante ha seguido la palabra /nimio/, que viene del latín nimius: demasiado. Pero la gente advirtió de alguna manera que se trataba de una palabra breve, con predominio de fonemas vocálicos cerrados, anagrama de mínimo, y empezó a usarla en el sentido de pequeño, deleznable, que es el significado que tiene hoy en día en el habla corriente y en los mejores diccionarios.

jueves, 21 de abril de 2011

Descender al Hades para resucitar al tercer día

A Jesucristo

Colgado estás del áspero madero
cual lábaro de paz en las alturas
dislocadas las finas coyunturas,
pidiendo amor con grito lastimero

¡Veinte siglos así! Y hasta el postrero
sol que ilumine ignotas desventuras,
remachadas las férreas ligaduras
te ofrecerás al universo entero.

Plúgote así para que el hombre insano
torne al bien; sus oráculos inciertos
deje, y no tema tu cautiva mano;

para que por ciudades y desiertos,
hallarte pueda el pecador humano
los amorosos brazos siempre abiertos. 
 Guillermo Valencia  (Popayán, Colombia, 20 de octubre de 1873 - Popayán, 8 de julio de 1943)

Los dados eternos

D
ios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.
César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892 - París, 15 de abril de 1938)

martes, 19 de abril de 2011

Emile Cioran: La amarga premonición de los aforismos subjetivos

Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos cómo escapar a los que nos acosan. (Silogismos de amargura)

E
l pasado ocho de abril se cumplieron cien años del nacimiento de Emile Michel Cioran en Rasinari, una aldea rumana de aquellos tiempos en que esos territorios pertenecían al Imperio Austro Húngaro. El mejor "homenaje" que se le ha podido hacer a su manera de ver, deglutir, rumiar y vomitar (o cagarse en) el mundo, ha sido el silencio de la industria cultural, el olvido de las academias y la ignorancia de las nuevas generaciones de aprendices de comerciante. Yo, que en algo creo imitarlo, me le voy a tirar el agasajo haciéndole esta breve alusión.
Si en este mundo ha existido mortal alguno en quien se cumpliera a plenitud la sentencia de Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote: Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo, ése, indiscutiblemente, es E. M. Cioran, tanto por su costumbre emulada del flaco aquél de "lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" de pelear contra pastores de cabras, como por la irónica relación entre su arché (disfrazado de destino) y su voluntad (colérico dáimôn -Δαίμων- encadenado a las contingencias de un mundo de porquería) "Nada de lo que hagamos va a cambiar nada realmente, nada,... porque nada somos y en nada nos convertiremos, por los siglos de los siglos hasta el final de esta mierda de mundo". Hijo de un sacerdote ortodoxo y lector ávido desde su adolescencia (leyó con frenesí a Diderot, Balzac, Lichtenberg el aforista, Flaubert, Dostoievsky, Tagore...) consiguió ingresar en 1928 a estudiar filosofía en Bucarest, donde conoció a sus dos paisanos ilustres: Eugène Ionesco y Mircea Eliade. En 1934 publicó en rumano su primer libro Pe culmile disperării (En las cumbres de la desesperación -Tusquets Editores, 1996) (¡tenía 23 años!). El vicio de la lectura era compartido con su gusto por las putas. "Creo que pasé toda mi adolescencia entre bibliotecas y burdeles", decía. En 1937 se fue becado a estudiar a Francia; pero, en lugar de asistir a las clases de la Sorbona, prefirió recorrer Francia en bicicleta, visitando las distintas universidades sólo para pedir que lo dejaran comer gratis. De regreso a París solía esperar la noche para envolverse en su icónico sobretodo negro y salir a caminar por los barrios más marginales de París en compañía de su amigo Samuel Beckett, regustando a su manera entre las putas y los malandros la música, los silencios y las explosiones de Schubert, Borges y el flamenco, hasta que la luz del alba los regresaba a sus guaridas.
Pensar, escribir, arremeter contra todo: "Soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza, rebeldía. Cada cual tiene razón en hacer lo que hace". En 1949, a sus 38 años, Cioran tuvo la lucidez de los predestinados para descubrir de un solo tajo la inutilidad de la existencia y la estupidez de los esfuerzos humanos para dilatarla; publicó en francés Précis de décomposition (traducido al español como Breviario de podredumbre -Taurus, 1988 -Tusquets Editores, 1998): "La gente me produce asco, tengo asco hasta de mi mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos. Soy una mierda más puesta en este mundo sin mi aprobación. Veintisiete años son más que suficientes para poder soportar todo este absurdo que me rodea y que me invade, es suficiente para ver que todo lo que hacemos no servirá de nada, que ningún sentido tiene seguir sufriendo y siguiendo una rutina estúpida que no nos conduce a nada. Mierda de vida, mierda de sociedad, mierda de gente, mierda de sistema,... MIERDA, mi palabra favorita, sólo ella es capaz de describir sin esfuerzo mis pensamientos."
"Primer deber al levantarse: avergonzarse de uno mismo". Descreía de todo en voz alta: De los místicos que no entienden que es ridículo dirigirse a Dios (cuando todos saben que Dios no lee); de los sabios que impiden que uno se entregue definitivamente a sus instintos y a la expansión de la locura; del lenguaje, ya que cada vez que piensa en lo esencial cree entreverlo en el silencio o en el grito. Tenía pensamientos amargos y los vertía en una prosa entrecortada; sus afuerismos, más próximos al martillo nietzscheano que al rigor kantiano o el lirismo hegeliano (tan influenciado por Hölderlin -también hijo de clérigo, con vida adusta y muerte por enfermedad mental-), presentados en forma fragmentaria y asistemática, constituyen una exaltación vital y casi salvaje del vacío de vivir y la desesperación de la constante vigilia. No hay discurso, ni prédica; no propone ni se toma en serio. Su escepticismo, menos racionalista que sentimental, no encaja en el estilo narrativo ni en el lenguaje pretencioso de los existencialistas canónicos de posguerra (Sartre y Camus, por ejemplo). Tal vez el Absurdo ionescano o el Eterno Retorno de Elíade lo hayan marcado más de lo que él hubiese podido imaginar. Para entender esto, baste mirar algunos títulos de sus libros: Pe culmile disperării, 1936 (En las cimas de la desesperación,Tusquets Editores, 1996); Cartea amăgirilor, 1936 (El libro de las quimeras, Tusquets Editores); Le Crépuscule des pensées, 1940 (El ocaso del pensamiento, Tusquets Editores, 1995); Précis de décomposition, 1949 (Breviario de podredumbre, Taurus, 1988 - Tusquets Editores, 1998); Syllogismes de l´amertume, 1952 (Silogismos de la amargura, Tusquets Editores, 1990); La tentation d'exister, 1956 (La tentación de existir, Taurus, 1979); Histoire et Utopie, 1960 (Historia y Utopía,Tusquets Editores, 1988); La chute dans le temps, 1966 (La caída en el tiempo, Tusquets Editores, 1993); Le mauvais demiurge, 1969 (El aciago demiurgo, Círculo de Lectores, 1993); De l'inconvénient d'être né, 1973 (Del inconveniente de haber nacido); Écartelèment, 1979 (Desgarradura); Adiós a la filosofía y otros textos (Alianza Editorial, 1982); Aveux et anathèmes et exercices d'admiration, 1986, 1987  (Anatemas y admiraciones); Aveux et anathèmes, 1986 (Ese maldito yo, Tusquets Editores, 1987); Lacrimi si Sfinti, 1986 (De lágrimas y santos, Tusquets Editores, 1988); Exercices d'admiration. Essais et portrais (Ejercicios de admiración y otros textos, Tusquets Editores, 1993); Indreptar Patimas, 1993 (Breviario de los vencidos, Tusquets Editores, 1998); Entretiens (Conversaciones, Tusquets Editores, 1996). Textos seleccionados por Fernando Savater: Contra la Historia (1983), Ensayo sobre el pensamiento reaccionario (1985) y este año Tusquets Editores ha publicado Cuadernos (1957-1972), selección de treinta y cuatro cuadernos manuscritos desde el 26 de junio de 1957 hasta finales de 1972.
En París, el 20 de junio de 1995, aquejado de Alzheimer (bendito refugio para su memoria agobiada), E.M. Cioran por fín se rindió ante Hipnos, ese obseso acosador al que creía haber eludido trasnochando en soledad por el Quartier Latin. 

De Cuadernos (1957-1972)
- No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo. 
- El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.
- Aquella mujer tenía un perfil de Cleopatra. Siete años después hubiera podido pedir limosna en una esquina. Experiencia que debiera curarnos en el acto y para siempre de toda idolatría, de todo deseo de buscar lo insondable en unos ojos, en una sonrisa o en una voz.
- Seamos razonables: nadie puede estar completamente de vuelta de todo, y puesto que no existe una decepción universal, tampoco podría existir un conocimiento universal.
- Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien. 
- Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir...
- La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan. 
- Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia. 
- "Creo que tú has llegado a detestar tanto lo que piensan los demás como lo que tú mismo piensas", me dijo aquella amiga poco después de vernos tras una larga separación. Más tarde, en el momento de despedirnos, me citó un apólogo chino del que podía deducirse que nada iguala el olvido de sí mismo. Ella, el ser más presente, el más rebosante de "yo" que pueda imaginarse, ¿por qué especie de malentendido preconiza ahora la renuncia hasta el punto de creer que ofrece el ejemplo perfecto?
- He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo continúa usted respirando. -Sí, hago como todo el mundo. Pero...
- Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.
- Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.

- Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.
- Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.
- Si no poseo el gusto del misterio es porque todo me parece inexplicable, o mejor dicho, porque lo inexplicable es mi único sustento y estoy harto de él.
- X. me reprocha que me comporte como un espectador, que no participe en nada, que lo nuevo me repugne. -"Pero si yo no quiero cambiar nada", le respondo. Sin embargo, no ha comprendido el sentido de mi respuesta: me cree modesto.
- Se ha señalado con razón que la jerga filosófica cambia tan rápidamente como el argot. ¿Las razones? La primera es demasiado artificial, el segundo demasiado vivo. Dos excesos desastrosos.
- La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.
- Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?- Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.
Silogismos de Amargura
- Hemos saboreado todos el mal de Occidente. Sabemos demasiado del arte, del amor, de la religión, de la guerra, para creer aún en algo; hemos perdido además tantos siglos en ello... La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. 
- Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos alguno más. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente. Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una institución. 
- En la Antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera "fracasados". Sin embargo, esos "fracasados" habrían sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarán nuestra época por no haber dejado trazas en ella. 
- Apenas se medita ya de pie, y menos aún andando. Fue nuestro empeño en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello, para protestar contra sus perjuicios, deberíamos imitar la postura de los cadáveres. 
- El prejuicio del honor es propio de las civilizaciones rudimentarias. Cesa con la aparición de la lucidez, con el reinado de los cobardes, de aquellos que, habiéndolo "comprendido" todo, no tienen ya nada que defender. 
- Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres, ha perdido sus virtudes. 
- Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos -a falta de otra cosa- nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son contagiosos. 
- El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del "sentido" de la vida.
- En este "gran dormitorio", como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.
- Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.
- Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez "tocado", ya no soy yo quién decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente. ¿La libertad? Sofisma de la gente sana.
- En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar. 

- Sin poseer la facultad de exagerar nuestros males, nos sería imposible soportarlos. Atribuyéndoles proporciones inusitadas, nos consideramos condenados escogidos, elegidos al revés, halagados y estimulados por la fatalidad. Afortunadamente, en cada uno de nosotros existe un fanfarrón de lo Incurable. 
- ¿Alguien emplea continuamente la palabra "vida"? Sabed que es un enfermo.
- Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
- Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro: al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara, muestra su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se les espose y se les aísle. 

- En cuanto un animal se trastorna, comienza a parecerse al hombre. Observad un perro furioso o abúlico: parece como si esperara a su novelista o a su poeta. 
 - He adquirido mis dudas penosamente; mis decepciones, como si me esperasen desde siempre, han llegado solas -iluminaciones primordiales.

Cuenta Eduardo Febbro que una vez, estando con Cioran en su casa, le tradujo la letra de un tango que disfrutaba sin entender las palabras (a Cioran le gustaba el tango tanto como las melodías gitanas magyares, hechas a golpes de sentimiento). Era Naranjo en flor; atrapado en esos versos de Homero Expósito, el viejo escéptico, el rumano universal, supo y admitió que encontraba la síntesis perfecta de supensamiento :
Primero hay que saber sufrir
 después amar, después partir
 y al fin andar sin pensamiento”.