martes, 12 de junio de 2012

Ray Bradbury QPD – Zen en el arte de escribir

De antemano me pilateo las manos. Sé que no es leal con él, que despreciaba la internet "Carece de significado, no es real. Está en algún lugar en el aire" (durante años  intentó evitar la publicación como libro electrónico de Farenheit 451. "Los libros electrónicos huelen a gasolina quemada" le dijo al New York Times). Aunque, tengo a mi favor su retractación de 2011 cuando al renovar su contrato editorial debió autorizar los derechos de libro electrónico. Lo cierto es que don Ray Bradbury, quien el reciente cinco de junio decidió regresarse a algunos de aquellos infiernos distópicos que nos describió en sus maravillosos relatos, exige un comentario en este blog, sencillamente porque este bloguero tiene con sus relatos la deuda insaldable de haber conocido y amado de su mano literaria el género mágico poético de ese estilo narrativo conocido como "Ciencia Ficción". Sobre su vida y su obra hay ahora en la red no una nube, sino una constelación de sitios, blog, páginas y portales, así que me limitaré a reproducir un valioso casi manual que el generoso y sabio Bradbury escribiera en 1973. Texto que, por razones fáciles de especular, no fue compartido en las facultades de Letras; pero que debería ser de conocimiento obligatorio de todo aprendiz de plumífero. (Como de costumbre, itálicas y negritas son mi injustificable intervención, rindo mis excusas)
Zen en el arte de escribir
Ray Bradbury
Elegí el título que figura arriba, muy deliberadamente, por supuesto. La variedad de las posibles reacciones debería garantizarme alguna multitud, aunque sólo sea de mirones curiosos: de esos que vienen a apiadarse y se quedan a gritar. Para asegurarse una atención boquiabierta, el viejo curandero de feria que solía ambular por nuestro país utilizaba calíope, tambor y un indio piesnegros. Espero que a mí se me perdone usar el ZEN de modo muy semejante, al menos al principio. Pues al final quizá descubran que en el fondo no es un chiste. Pero pongámonos serios por etapas. Ahora que ya los tengo aquí, ante mi plataforma, ¿qué palabras pondré a la vista pintadas en letras rojas de tres metros de alto?
TRABAJO.
Ésta es la primera palabra.
RELAJACIÓN.
Ésta es la segunda. Seguida de dos finales:
¡NO PENSAR!
Ahora bien, ¿qué tienen que ver estas palabras con el budismo zen? ¿Qué tienen que ver con la escritura? ¿Y conmigo? Pero muy especialmente, ¿qué tienen que ver con ustedes? Antes que nada, echemos una larga mirada a TRABAJO, esa palabra levemente repulsiva. Sobre todo, es la palabra alrededor de la cual girará la carrera de ustedes durante toda la vida. Empezando ahora, cada uno de ustedes debería volverse no un esclavo, término demasiado mezquino, sino un socio. Cuando consigan que la existencia y el trabajo sean experiencias copartícipes, la palabra perderá su aspecto repulsivo. Dejen que me detenga aquí un momento a hacer unas preguntas. ¿Por qué en una sociedad
de herencia puritana tenemos hacia el trabajo sentimientos tan ambivalentes? No estar ocupados nos da culpa, ¿verdad? Pero por otro lado, si sudamos en exceso nos sentimos manchados. Sólo puedo sugerir que a veces nos inventamos un trabajo, una actividad falsa, para no aburrirnos. O, peor aún, se nos ocurre trabajar por dinero. El dinero se vuelve el objetivo, la meta, el fin y el todo. Y el trabajo, importante sólo como medio para ese fin, degenera en aburrimiento. ¿Cómo puede sorprendernos que lo odiemos tanto?
Al mismo tiempo, otros, los más presuntuosos, han alentado la noción de que basta una pluma, un trozo de pergamino, una hora ociosa al mediodía, un soupçon de tinta primorosamente estampado en papel..., si hay un vaho de inspiración. Siendo dicha inspiración, con demasiada frecuencia, el último número de The Kenyon Review o cualquier otro trimestral literario. Unas pocas palabras por hora, unos párrafos grabados por día y... voilà! ¡Somos el Creador! ¡O, mejor todavía, Joyce, Kafka, Sartre! No hay nada que supere a la creatividad verdadera. No hay nada más destructivo que las dos actitudes descritas arriba.
¿Por qué? Porque las dos son formas de mentir. Es mentiroso escribir para que el mercado comercial nos recompense con dinero. Es mentiroso escribir para que un grupo esnob y cuasi-literario de las gacetas intelectuales nos recompense con fama.
¿Hace falta que les cuente cómo rebosan las revistas literarias de jóvenes que se convencen de que están creando cuando lo único que hacen es imitar los arabescos y floreos de Virginia Woolf, William Faulkner o Jack Kerouac? ¿Hace falta que les cuente cómo rebosan las revistas femeninas y otras publicaciones comerciales de jóvenes que se convencen de que están creando cuando lo único que hacen es imitar a Clarence Buddington Kelland, Anya Seton o Sax Rohmer? El mentiroso de vanguardia piensa que será recordado por una mentira pedante. A la vez el mentiroso comercial, en su nivel, piensa que si él se tuerce, es porque el mundo está inclinado; ¡todo el mundo camina así!
Bien, me gustaría creer que a nadie que lea el presente artículo le interesan esas formas de la mentira. Cada uno de ustedes, interesado en la creatividad, quiere entrar en contacto con aquello de sí mismo que es auténticamente propio. Quieren fama y fortuna, sí, pero sólo como premio por un trabajo sincero y bien hecho. La notoriedad y la cuenta abultada deben llegar cuando todo lo demás ya ha concluido. Es decir que mientras uno está ante la máquina no ha de tenerlas en cuenta. Quien las tiene en cuenta miente de una de las dos formas: bien para complacer a un público minúsculo, capaz de apalear una Idea hasta la insensibilidad, y al cabo matarla, o a un público amplio que no reconocerá una Idea aunque ésta le diese un mordisco. Se habla mucho de los que se someten al mercado, pero no lo suficiente de los que se someten a las camarillas. En último análisis, ambas actitudes son desgraciadas para el escritor que vive en este mundo. Nadie recuerda, nadie menciona, nadie discute la historia de un sometido, sea un Hemingway diminuto o un Elinor Glyn de tercera.
¿Cuál es la mayor recompensa para un escritor? ¿No es que un día alguien se le abalance, con la cara estallando de franqueza y los ojos ardientes de admiración, y exclame: “¡Su último cuento era buenísimo, realmente maravilloso!”? Entonces sí vale la pena escribir. Sólo entonces. De golpe las pomposidades de los intelectuales desvaídos se desvanecen en el polvo. De pronto los agradables billetes obtenidos de revistas gordas de publicidad pierden toda importancia. El más artificioso de los escritores vive para ese momento. Y Dios, en su sabiduría, a menudo proporciona ese momento al más rácano de los escribidores y al más exhibicionista de los literateurs. Porque en la labor cotidiana llega un momento en que el consabido Escritor Comercial se enamora tanto de una idea que empieza a galopar, echar vapor, jadear, exaltarse y, a pesar de sí mismo, escribir desde el corazón. Y así también al hombre de la pluma de ganso le entra fiebre, y a fuerza de sudar caliente termina soltando tinta roja. Luego estropea docenas de plumas y horas más tarde emerge del lecho de la creación, ruinoso como quien ha desviado un alud que iba a aplastarle la casa.
Ahora bien, ¿qué es ese sudor?, preguntarán ustedes. ¿Debido a qué esos dos mentirosos casi compulsivos se lanzaron a decir la verdad? Permítanme alzar de nuevo mis carteles.
TRABAJO.
Es del todo evidente que los dos estaban trabajando. Y, pasado un rato, el trabajo mismo adquiere un ritmo. Empieza a perderse lo mecánico. Prevalece el cuerpo. Cae la guardia. ¿Entonces qué pasa?
RELAJACIÓN.
Hasta que los hombres se dan a seguir alegremente mi último consejo:
NO PENSAR.
Lo que resulta en más relajación, más espontaneidad y una mayor creatividad. Ahora que los he confundido por completo, permítanme una pausa para oír su grito consternado. ¡Imposible!, dicen, ¿cómo es posible trabajar y relajarse? ¿Cómo se puede crear sin ser un despojo de nervios? Se puede. Todos los días de todas las semanas de todos los años hay alguien que lo hace. Atletas. Pintores. Escaladores de montañas. Budistas zen con pequeños arcos y flechas. Hasta yo puedo. Y si hasta yo puedo, como probablemente están mascullando ahora con los dientes apretados, ¡también pueden ustedes! De acuerdo, ordenemos de nuevo los carteles. En realidad cabría ponerlos en cualquier orden. RELAJACIÓN y NO PENSAR podrían ir primero y segundo, o los dos al mismo tiempo seguidos de TRABAJO. Pero por conveniencia hagámoslo así, con la adición de un cuarto cartel de desarrollo: TRABAJO. RELAJACIÓN. NO PENSAR. AHONDAR LA RELAJACIÓN. ¿Analizamos el primero?
TRABAJO. Usted, por ejemplo, ya viene trabajando, ¡no? ¿O planea algún tipo de programa especial para empezar no bien deje este artículo? ¿Qué clase de programa? Algo así. Mil o dos mil palabras por día durante los próximos veinte años. Al principio podría apuntar a un cuento por semana, cincuenta y dos cuentos al año, durante cinco años. Antes d sentirse cómodo en este medio tendrá que escribir y dejar de lado o quemar mucho material. Bien podría empezar ahora mismo y hacer el trabajo necesario. Porque yo creo que finalmente la cantidad redunda en calidad. ¿Cómo?
Los billones de bocetos de Miguel Ángel, de Da Vinci, de Tintoretto –lo cuantitativo- los prepararon para lo cualitativo, bocetos únicos de línea más honda, retratos únicos, paisajes únicos de dominio y belleza increíbles. El gran cirujano disecciona y vuelve a diseccionar mil, diez mil cuerpos, tejidos, órganos, preparando así por la cantidad el momento en que lo importante sea la calidad: aquel en que tenga bajo el cuchillo una criatura viva. El atleta llega a correr diez mil kilómetros para prepararse para los cien metros. La cantidad da experiencia. Sólo de la experiencia puede surgir la calidad. Todas las artes, grandes y pequeñas, son la eliminación del exceso de movimiento a favor de la declaración concisa. El artista aprende a omitir. El cirujano sabe ir directamente a la fuente del problema, evitar pérdidas de tiempo y complicaciones. El atleta aprende a conservar la energía y aplicarla en cada momento en un lugar distinto, a utilizar un músculo y no otro. ¿Es diferente el escritor? Creo que no. A menudo su arte estará en lo que no dice, lo que omite, en la habilidad para exponer simplemente con emoción clara, y llevarlo adonde quiere llegar. El trabajo del artista es tan largo, tan arduo, que un cerebro que vive por su cuenta acaba desarrollándose en los dedos. Lo mismo para el cirujano, cuya mano esbozará salvadores dibujos, como la mano de Da Vinci, pero al fin en la carne del hombre. Lo mismo para el atleta, cuyo cuerpo acaba por educarse y se convierte él mismo en mente. Por el trabajo, por la experiencia cuantitativa, el hombre se libera de toda obligación ajena a su tarea inmediata.
El artista no tiene que pensar en los premios de la crítica ni en el dinero que obtendrá pintando. Tiene que pensar en la belleza de este pincel preparado a fluir si él lo suelta. El cirujano no ha de pensar en los honorarios, sino en la vida que palpita bajo sus dedos. El atleta debe ignorar a la multitud y dejar que su cuerpo corra por él. El escritor debe dejar que sus dedos desplieguen las historias de los personajes, que, siendo humanos y llenos como están de sueños y obsesiones extrañas, no sienten más que alegría cuando echan a correr. De modo que el trabajo, el trabajo esforzado, allana el camino a las primeras fases de la relajación, esas en que uno empieza a acercarse a lo que Orwell llamaría el No pensar. Como cuando se aprende a escribir a máquina, llega un día en que las meras letras a-s-d-f y j-k-l dan paso a una corriente de palabras.
Por eso no deberíamos desdeñar el trabajo ni desdeñar los cuarenta y cinco o cincuenta y dos cuentos escritos en nuestro primer año de fracasos. Fracasar es rendirse. Pero uno está en medio de un proceso móvil. Entonces no hay nada que fracase. Todo continúa. Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña el proceso creativo. Ya ven entonces que no trabajamos por trabajar, no producimos por producir. Si fuera así, sería lógico que ustedes alzaran las manos, horrorizados, y me dejaran. Lo que estamos intentando es encontrar una forma de liberar la verdad que todos llevamos dentro.
¿No es obvio ahora que cuanto más hablamos de trabajo más nos acercamos a la Relajación?
La tensión nace de ignorar o de haber rendido la voluntad de saber. El trabajo, porque da experiencia, se convierte en nueva confianza y finalmente en relajación. Una relajación, una vez más, de tipo dinámico; como en la escultura, cuando el artista no necesita decir a sus dedos lo que tienen que hacer. Tampoco el cirujano aconseja al bisturí. Ni el atleta aconseja al cuerpo. De repente se alcanza un ritmo natural. El cuerpo piensa solo. Volvamos pues a los tres carteles. Júntenlos en el orden que quieran. TRABAJO RELAJACIÓN NO PENSAR. Antes separados, ahora se juntan en un proceso. Porque si uno trabaja, termina relajándose y al final no piensa. Entonces y sólo entonces opera la verdadera creación. Pero sin un pensamiento correcto el trabajo es casi inútil. Me repito, pero el escritor que quiera pulsar la verdad más amplia que hay en él debe rechazar las tentaciones de Joyce o Camus o Tennessee Williams tal como las exhiben las revistas literarias. Debe olvidarse del dinero que lo espera en las revistas populares. Debe preguntarse qué piensa realmente del mundo, qué ama, teme u odia y empezar a vertirlo en el papel.
Luego, a través de las emociones, con el trabajo sostenido durante un largo período, la escritura se hará más clara; el escritor empezará a relajarse porque estará pensando bien y el pensamiento se hará más correcto aún porque él estará relajado. Se volverán los dos intercambiables. Por fin el escritor empezará a verse. De noche, de lejos, la fosforescencia de sus adentros arrojará sombras en la pared. Por fin el chorro, la agradable mezcla de trabajo, espontaneidad y relajación será como la sangre en un cuerpo, fluyendo del corazón porque ha de fluir, en movimiento porque ha de moverse. ¿Qué intentamos develar en este flujo? Lo único irremplazable en el mundo, la única persona de la cual no hay duplicado. Usted. Así como hubo un solo Shakespeare, un Molière, un doctor Johnson, usted es ese bien precioso, el hombre individual, el hombre que todos proclamamos democráticamente pero tan a menudo se pierde en el tráfago, incluso para sí mismo.
¿Cómo se pierde uno?
Poniéndose metas incorrectas, como he dicho. Ambicionando la fama literaria demasiado rápido. Ambicionando dinero demasiado pronto. Pero deberíamos recordar que la fama y el dinero son dones que se nos otorgan sólo después de que hayamos brindado al mundo nuestros dones mejores, nuestras verdades solitarias e individuales. Por el momento tenemos que construir nuestra mejor trampa para ratones, sin atender al agujero que nos están abriendo en la puerta. ¿Qué piensa usted del mundo? Usted, prisma, mide la luz del mundo; ardiente, la luz le pasa por la mente para arrojar en papel blanco una lectura espectroscópica diferente de todas las demás. Que el mundo arda a través de usted. Proyecte en el papel la luz rojo vivo del prisma. Haga su propia lectura espectroscópica. ¡Descubrirá entonces un nuevo elemento, usted, y lo registrará gráficamente y le pondrá nombre! Entonces, prodigio de prodigios, tal vez hasta se haga conocido en las revistas literarias y un día, ciudadano solvente, se quede deslumbrado y feliz cuando alguien exclame sinceramente: “¡Bien hecho!”. La sensación de inferioridad, pues, muy a menudo revela inferioridad verdadera en un oficio por simple falta de experiencia. De modo que trabaje, adquiera experiencia y así, lo mismo que el nadador se solaza en el agua, podrá estar a gusto en su escritura. En su mundo hay un solo tipo de historia. La suya. Si usted escribe su historia posiblemente se la venda a una revista u otra. A mí, Weird Tales me ha rechazado cuentos que después envié y vendí a Harper’s. Planet Stories me ha rechazado cuentos que vendí a Mademoiselle. ¿Por qué? Porque siempre he intentado escribir mi propia historia. Pónganles la etiqueta que quieran, llámenlas ciencia ficción, fantasía, policial o western En el fondo, todas las buenas historias son de una sola clase: la de la historia escrita por un individuo con una verdad propia.
Esa historia siempre cabrá en alguna revista, sea el Post o McCall’s, sea Astounding Science- Fiction, Harper’s Bazaar o The Atlantic. Me apresuro a añadir que para el escritor principiante, imitar es natural y necesario. En los años de preparación el escritor debe elegir un campo donde crea que podrá desarrollar cómodamente sus ideas. Si su naturaleza se parece en algo a la filosofía de Hemingway, es correcto que imite a Hemingway. Si su héroe es Lawrence, seguirá un período de imitación de Lawrence. Si le gustan los westerns de Eugene Manlove Rhodes, en el trabajo se traslucirá esa influencia. En el proceso de aprendizaje, el trabajo y la imitación van juntos. Uno sólo se impide volverse auténticamente creativo cuando la imitación sobrepasa su función natural. Hay escritores que tardan años en dar con la historia original que llevan dentro; otros apenas unos meses. Después de millones de palabras de imitación, a los veintidós años yo me relajé de repente y abrí la brecha a la originalidad con una historia de “ciencia ficción” que era enteramente “mía”. Recuerden que una cosa es escoger un campo de escritura y otra muy diferente someterse dentro de ese campo. Si su gran amor es el mundo del futuro, parece adecuado que gaste su energía en la ciencia ficción. La pasión lo protegerá contra todo sometimiento, o una imitación excesiva. No hay campo malo para un escritor. Lo único que puede causar daño grave son los diversos tipos de presunción. ¿Por qué en nuestra época, en cualquier época, no se escriben y venden más historias “creativas”? Principalmente, creo, porque muchos escritores ni siquiera conocen el modo de trabajar que he discutido aquí. Estamos tan acostumbrados a la dicotomía entre lo “literario” y lo “comercial” que no hemos etiquetado ni considerado la Senda Media, la vía que mejor conduce a la producción de historias igualmente agradables para los esnobs y los escribas. Como de costumbre, hemos resuelto el problema, o hemos creído que lo resolvíamos, apretujando todo en dos cajas etiquetadas. Cualquier cosa que no entre en alguna de las dos cajas no entra en ninguna parte. Mientras sigamos actuando y pensando así, nuestros escritores seguirán sujetos y maniatados por sí mismos. Entre una y otra opción está el Gran Camino, la Vía Feliz.
Y ahora, seriamente -¿les sorprende?- he de sugerirles que lean ustedes un libro de Eugen Herrigel llamado El zen en el arte del tiro con arco. Allí las palabras TRABAJO, RELAJACIÓN Y NO PENSAR, u otras parecidas, aparecen bajo diferentes aspectos y en marcos diversos. Yo no sabía nada del zen hasta hace unas semanas. Lo poco que sé ahora, ya que quizá los intriguen las razones de mi título, es que también en este rubro, el arte de la arquería, tienen que pasar largos años para que uno aprenda la simple acción de tensar el arco y colocar la flecha. Luego otros de preparación para el proceso, a veces tedioso y enervante, de permitir que la cuerda se suelte y la flecha se dispare. la flecha debe volar hacia un objetivo que nunca hay que tener en cuenta. No creo, después de un artículo tan largo, que deba mostrarles aquí la relación entre el tiro con arco y el arte del escritor. Ya les he advertido que no piensen en objetivos. Hace años, instintivamente, descubrí el papel que debía desempeñar el Trabajo en mi vida. Hace más de doce, en tinta roja, a la derecha, escribí en mi escritorio las palabras ¡no pensar! ¿Me reprocharán ustedes que, en fecha tan tardía, me haya encantado topar con la verificación de mi instinto en el libro de Herrigel sobre el zen? Llegará un día en que sus personajes les escribirán los cuentos; un día en que, libres de inclinaciones literarias y sesgos comerciales, sus emociones golpearán la página y contarán la verdad. Recuerden: la Trama no es sino las huellas que quedan en la nieve cuando los personajes ya
han partido rumbo a destinos increíbles. La Trama se descubre después de los hechos, no antes. No puede preceder a la acción. Es el diagrama que queda cuando la acción se ha agotado. La Trama no debería ser nada más. El deseo humano suelto, a la carrera, que alcanza una meta. No puede ser mecánica. Sólo puede ser dinámica. De modo que apártense, olviden los objetivos y dejen hacer a los personajes, a sus dedos, su cuerpo. No se contemplen el ombligo, entonces, sino el inconsciente, y con eso que Wordsworth llamó “sabia pasividad”. Para solucionar sus problemas no les hace falta recurrir al zen. Como todas las filosofías, el zen no hizo sino seguir las huellas de hombres que aprendieron por instinto lo que era bueno para ellos. Todo tallista, todo escultor que esté a la altura de su mármol, toda bailarina, ponen en práctica lo que predica el zen sin haber oído nunca esa palabra. La sentencia “Sabio es el padre que conoce a su hijo” debería prafrasearse en “Sabio es el escritor que conoce su inconsciente”. Y que no sólo lo conoce sino que lo deja hablar del mundo como sólo ese inconsciente lo ha sentido y modelado, como verdad propia. Schiller aconsejó a los que fueran a componer que retirasen “a los guardianes de las puertas de la inteligencia”. Coleridge lo expresó así: “La naturaleza torrencial de la asociación, a la cual el pensamiento pone timón y freno”. Para acabar, como lectura suplementaria a lo que he dicho, “La educación de un anfibio”, de Aldous Huxley, en su libro Mañana y mañana y mañana. Y, libro realmente bueno, Haciéndose escritor, de Dorothea Brande; se publicó hace muchos años pero explica muchas de las maneras en que el escritor puede descubrir quién es y cómo volcar en el papel la materia interior, a menudo mediante la asociación de palabras. Y ahora díganme, ¿he sonado como una especie de cultista? ¿Cómo un yogui que se alimenta de naranjitas chinas, pasas de uva y almendras a la sombra del banano? Permítanme asegurarles que si les hablo de todo esto es porque durante años ha funcionado para mí. Y creo que quizá les funcione a ustedes. La verdadera prueba está en la práctica. Por eso sean pragmáticos. Si no están contentos con su escritura, bien podrían darle una oportunidad a mi método. Creo que encontrarían fácilmente un nuevo sinónimo de trabajo. Es la palabra AMOR.

viernes, 8 de junio de 2012

Disgresiones sobre la aplicación de las NTIC en la enseñanza de la Historia

 
Podría deberse a algunos factores imposibles de explicar sin recurrir a discursos metafísiqueros; el hecho es que con el paso de los años se va depositando en nuestra memoria el sedimento sintetizado de aquellos acontecimientos que marcaron con su impronta de serenidad, felicidad, angustia o dolor momentos importantes para el conjunto de individuos adscritos a un colectivo social, solidificando el recuerdo de sus vivencias en una mezcla psicodélica cuya reelaboración es transmitida a las generaciones posteriores en un "relato histórico" plagado de evocaciones brumosas, interpretaciones inducidas e, incluso, incrustaciones míticas prestadas de metarrelatos apócrifos. Lentamente, de manera casi imperceptible, mediante un proceso de refinamiento doctrinario de las afectaciones denominado "educación", esa masa ecléctica de relatos mixtificados se va consolidando en un "saber cultural" que moldea la memoria, el imaginario y la ideología colectivos. Todo el bagaje identitario de una colectividad está configurado sobre la "tarjeta madre" de una "historia patria" enseñada por la escuela y los relatos de familia y reafirmada por la "información" impartida por la presencia omnímoda de la radio y la televisión.
Cada agrupación de individuos que empiezan a tener éxito en la acumulación de capital ya sea por métodos lícitos o ilícitos, aspira a ingresar y ser admitida en los peldaños más altos de la escalera social, aunque para conseguirlo se vea impelida a recurrir a métodos desestabilizadores del statu quo imperante. El primer movimiento consiste en la introduccción de su divisa "empresarial" en la estructura del Poder político mediante la construcción de un nuevo relato "histórico" que justifique la legitimación de los métodos empleados para la salvaguarda de sus propiedades y el mantenimiento de las normas que marcarán los privilegios "de su clase". Una cohorte de mercenarios urdidores de leyendas y difusores de mentiras se encargará de hacer posible el aumento de su prestigio en el desempeño de los roles sociales mediante una estrategia propagandística de publirreportajes, chismes de farándula y puestas en escenarios de "actualidad". Las tensiones y conflictos generados por la puja entre las clases establecidas y la clase emergente son la base narrativa de los nuevos relatos épicos que configurarán la crónica fundacional de un nuevo aparato ideológico, jurídico y social. No hay que hilar muy fino, ni cavar muy hondo para encontrar en los relatos "históricos" enseñados en la escuela y difundidos en el folclor, la literatura, el cine y la televisión el esfuerzo denodado de una tropilla de escribanos encargados de notariar los acontecimientos desde la óptica de una "verdad" inobjetable,  al pie de cuya letra han autenticado el oximoron de unas "nuevas" genealogías bajo una heráldica de segunda mano con blasones comprados a las pandillas "conquistadoras" en la fase declinante de su poderío  económico.

 
¡Ufff! qué párrafos tan densos, pretensiosos y rebuscados (pido perdón); lo que quiero decir, con lenguaje claro y sencillo, es que la historia que nos enseñan en las escuelas y colegios es una historia inútil (para no meternos en las complejidades de su "verdad") y ese  aspecto la hace vulnerable ante la inmediatez de las NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) que ya comienzan a ser el instrumento didáctico que cambiará las formas de transmitir los mensajes y asimilar los conocimientos. Es desde esa perspectiva que quiero aportar mi granito de arena con este magnífico documento sobre un conjunto de acontecimientos de las últimas décadas en Colombia cuyo conocimiento es fundamental para la determinación del proceso histórico colombiano, pero que, lo puedo asegurar, JAMÁS será tema oficial de enseñanza, ni será tocado directamente en los telenovelones, corridos y separatas de revistas.

viernes, 18 de mayo de 2012

Carlos Fuentes ha regresado a la región más transparente del aire


Qué se puede decir de don Carlos Fuentes Macías (escritor nacido en Panamá de padres mexicanos, el 11 de noviembre de 1928 y fallecido a los 83 años en Ciudad de México, D. F. el 15 de mayo de 2012) que no se le haya dicho durante su larga y prolífica existencia en los mundos de la diplomacia mexicana y la literatura universal: candidato en varias ocasiones al Premio Nobel de Literatura, recibió, entre otros, los premios Rómulo Gallegos en 1977, Cervantes en 1987, Príncipe de Asturias de las Letras en 1994, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica en 2009 y en el verano de 2011 el Premio Formentor de las Letras en Mallorca... como si fuera poco, Octavio Paz lo presentó en 1972 como miembro al Colegio Nacional y en agosto de 2001 fue nombrado Miembro Honorario de la Academia Mexicana de la Lengua...
Autor de novelas de reconocimiento universal, como lo son La región más transparente (Fondo de Cultura Económica, México, 1958), La muerte de Artemio Cruz (FCE, Colección Popular, México, 1962), Aura (Ediciones Era, México, 1962), Cambio de piel (J. Mortiz, México, 1967), Terra Nostra (J. Mortiz, México, 1975; Seix Barral, Biblioteca Breve 385, Barcelona, 1975) y Gringo Viejo (FCE, colección Tierra Firme, México, 1985), es uno de los pilares del fenómeno literario del último tercio del siglo XX conocido como el Boom latinoamericano junto a Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Además de su obra novelística Fuentes, graduado en Leyes en la Universidad Nacional Autónoma de México y en Economía en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, llenó las páginas de los principales periódicos de España y Latinoamérica con sus ensayos sobre actualidad política, arte y literatura. Aquí un completo compendio de su producción literaria.
Gran aficionado al cine, el maestro Fuentes escribió guiones para numerosas películas cuyas historias se basaban unas veces en relatos de su autoría, otras en relatos de Juan Rulfo, de quien era su confeso admirador, e incluso en 1966 con el mexicano Juan Ibáñez rodó Tiempo de morir, de Gabriel García Márquez, con quien compartió una profunda amistad. En 1967 hizo la adaptación de Pedro Páramo (la novela de Rulfo que dirigió Carlos Velo); en 1975 hizo la adaptación de Ignacio (otro cuento de Rulfo) y en 1964, junto con Gabriel García Márquez y Roberto Gavaldón como director, El gallo de oro, otro de los relatos esenciales en la narrativa de Rulfo. Entre las obras de su autoría para las cuales hizo la adaptación se encuentran Las dos Elenas ( 1964, filme corto basado en su cuento homónimo y dirigida por José Luis Ibáñez, quien también le dirigió Las dos cautivas, también basada en una historia de Fuentes). De su libro de cuentos Cantar de ciegos salieron Un alma pura (1965), Muñeca Reina (1972 dirigida por Sergio Olhovich)  y en 1988 Vieja Moralidad (mediometraje realizado por Orlando Merino). En 1981 hizo el guión de su novela La cabeza de la hidra para el director mexicano Paul Leduc que le llevó al cine con el título de Complot Petróleo: La cabeza de la hidra. En 1989, el argentino Luis Puenzo le filmó Gringo viejo. En 1992 se empezó a difundir la serie televisiva El espejo enterrado, filmada por él y sobre cuya base publicó el libro homónimo. Lanin A. Gyurko, profesor de la Universidad de Arizona y autor de dos libros sobre la relación de Fuentes con el cine, demuestra la influencia recíproca tanto de Fuentes sobre el cine norteamericano como la del cine sobre la obra literaria de aquel. en The Shattered Screen. Myth and Demythification in the Art of Carlos Fuentes and Billy Wilder (New Orleans: University Press of the South, 2009) y Magic Lens. The Transformation of the Visual Arts in the Narrative World of Carlos Fuentes (New Orleans: University Press of the South, 2010).
En fín, un autor protéico, que algunas veces tocó el umbral del realismo mágico aunque con sus pies siempre afincados en el terreno del realismo social y su mirada guiada por su empatía con los sentimientos humanos. Para entender esta última afirmación, "escuchemos" de boca del propio Fuentes algunos apartes del proceso creativo de algunas de sus novelas (ya saben que soy un maestro del robo de textos; el que sigue lo he fusilado del magnífico blog Del Castillo Literario

LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE
México habla al escritor (1958)
“Pertenecía yo a una tradición, era muy amigo de Rulfo. Admiraba mucho su obra y me parecía que El llano en llamas y Pedro Páramo eran obras definitivas que cerraban un capítulo de estilo, de temática; y quedaba otra parte de la ciudad que no estaba escrita. Yo viví mucho la ciudad: fui muy parrandero, iba a cabarets, a burdeles, a los bailes, conocía mucho a la gente. Salía con Salvador Elizondo, éramos compañeros de parranda, y él se admiraba de mí y, a veces, cuando estábamos en alguno de estos sitios, me decía: ‘¿Por qué mejor no ves a las muchachas en lugar de estar tomando notas?’. Pero yo lo hacía, sin saberlo, para La región más transparente. De manera que cuando me senté a escribir la novela tenía una cantidad de elementos ya guardados inmensa, y la ciudad misma que estaba clamando por ser escrita. Yo sentía eso, que la ciudad me gritaba: ‘¡Escríbeme, por favor!, ¡Escríbeme, ¿por qué nadie me escribe?!’. Cuando salió decían que esa novela no valía la pena”, recordaba Carlos Fuentes. Así surgió una gran novela urbana cuyos retratos siguen vigentes.
AURA
La luz y Maria Callas (1962)
“Estando en casa de una amiga en París vi que ella salía de la recámara y al pasar por el tragaluz, ella, de tan solo 20 años, se transformó en una vieja por la luz que le cayó de repente. Así nació Aura, que escribí en cinco días en un café de París en 1962. Creyendo, como puede uno creer, que la obra era muy original, que no tenía antecedentes, la verdad es que no es así. Uno de ellos lo recordé más tarde, cuando vi en México, en los años cincuenta, La Traviata con María Callas. Ella hacía algo extraordinario al final de la ópera; mientras todas las sopranos echan el Do de pecho y se despiden con un aria enorme, María Callas no. Ella iba apagándose como una llama y cantando más levemente. Se apagaba la voz, se apagaba la vida. Eso me impresionó, y tiene que ver con Aura”. Esa historia de la joven que vive con su tía anciana y viuda y que Felipe Montero quiere liberar hasta que en su empeño entra en la confusión de la realidad.
LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ
Pasado, presente y futuro (1962)
“Entre tanto escribí La muerte de Artemio Cruz, que me faltaba como novela de mí país, de la revolución mexicana. Pero también era yo muy conciente del antecedente realista de otros autores españoles y pensé en la manera de darle otra forma a esta novela. Imaginé que habría tres personas que la contaban: un moribundo Artemio Cruz, en primera persona; la conciencia de Artemio Cruz, en segunda persona; y la vida de Artemio Cruz, en tercera persona. Presente, pasado y futuro”. Con esta novela empezó a adentrarse en la historia, el pasado mexicano, que sería uno de sus pilares literarios.
CAMBIO DE PIEL
Para Julio Cortázar (1967)
“Empezado los años sesenta iba muy bien, pero fue muy problemático porque uno no espera a los 30 años tener tanto éxito. Eso es antes de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Entonces sí tenía nervios, dudas, desorientaciones. Publiqué en 1967 Zona sagrada y Cambio de piel, pero no me sentía a gusto en mi propia piel”. La escribe y la dedica a Julio Cortázar, cuyo mundo late en sus páginas. Cholula es el pueblo mexicano en el que cuatro personas, que iban rumbo a Veracruz en un coche, desvelarán sus personalidades. De nuevo, las sombras de la historia, pero aquí en lo personal, sobre todo de Javier, que sacrificó sus sueños políticos e intelectuales por el amor.
TERRA NOSTRA
Un proyecto de 10 años (1975)
“No me sentí bien en mi propia piel y me preguntaba: 'Después de este éxito qué voy a hacer yo ahora? ¿Acaso voy a ser de esos escritores que escriben dos libros y se quedan en silencio, como Rulfo, o acaso voy a tener una existencia literaria más larga? No lo sabía. Entonces me embarqué en un proyecto literario que duró diez años: Terra nostra. Eso me dio aliento para seguir. Es una novela en la que tuve que investigar a fondo la época. Iba escribiendo poco a poco y la novela iba creciendo como una planta, como un arbolote. La terminé un año nuevo en Washington. Para muchos de mis lectores es mi mejor novela. Es para una minoría, no es una novela popular, de ninguna manera”. Es su obra más experimental. Trata del poder trasplantado de la corona española a sus colonias y para eso se remonta a los orígenes.
GRINGO VIEJO
Un cruce de fronteras (1985)
“Es un continuo cruce de fronteras en toda clase de ámbitos”, decía de Gringo viejo. La vida del periodista y escritor Ambrose Bierce, que un día cruza la frontera mexicana y busca unirse a las tropas de Pancho Villa, le sirve para decir que la vida no es una línea recta, y que no es solo el factor político el que determina destinos.
EL ESPEJO ENTERRADO
La edad del tiempo (1992)
La historia, el tiempo, la memoria y la imaginación están imbricadas en sus narraciones. Pero, ¿en qué momento reflexionó sobre eso?: “Fue a comienzo de los años ochenta. Era un momento blanco. No había más que nieve alrededor mío. No podía ni salir a la calle. Estaba muy encerrado y pensaba en el trópico, en las palmeras, en el mar. Y también en mi obra, entonces pensé en darle un título general y un orden. De ahí salió el nombre de todo mi ciclo literario: La edad del tiempo”. Entonces surge El espejo enterrado. De nuevo las relaciones entre España y América. El mirar atrás. La búsqueda de identidad de una metamorfosis continua. Un ensayo pormenorizado desde el punto de vista sociocultural. Un mundo que es ahijado de la tragedia de una vida utópica y real al tiempo.
LOS AÑOS CON LAURA DÍAZ
La mirada de la mujer (1999)
“Las mejores novelistas del mundo son nuestras abuelas y a ellas, en primer lugar, les debo la memoria en que se funda esta novela”, escribe. Es la reivindicación femenina en la historia de México. Narra de manera paralela la historia de una mujer y la de su país durante una centuria: de 1868 a 1968. Independencias, guerras, revoluciones, guerras cristeras, PRI, modernidad… y los conflictos del mundo.
LA SILLA DEL ÁGUILA
México, el enigma (2003)
“México es un enigma para mí. Un país que se desborda y al que he buscado, tratado de entenderlo desde sus orígenes pero una de las respuestas y señas de identidad es que todo siempre se complica”. Y aquí lo hizo a través de una obra de corrupción política y de la ambición desmadrada que parecen sostener a toda una sociedad.

jueves, 10 de mayo de 2012

De las mutaciones inducidas y la inutilidad de los científicos


Más allá de la Filosofía, las religiones o el Arte, los humanos contemporáneos creemos haber aprendido a defender la calidad de nuestra naturaleza a partir de los presupuestos teoricoprácticos de la indagación científica; sin embargo, como nos lo demuestran los siguientes textos, no sólo ignoramos, sino que nos desentendemos, de las amenazas ocultas que nos acechan cotidianamente hasta en elementos tan insospechados como los recibitos de los cajeros automáticos; tal como lo advierte el primero de nuestros columnistas fusilados, "Los científicos han sabido desde hace mucho tiempo atrás que las variaciones más diminutas en los niveles hormonales influyen sobre el desarrollo fetal"...
Desgraciadamente, la ambición desbordada de los políticos no les permite pensar más allá de sus intereses económicos inmediatos; y la opinión pública, manipulada por un incontrolable sistema propagandísta, se resigna a una engañosa sensación de confort sin levantar el tapete de la crítica para desvelar el universo de amenazas que ya comienza a hacerse notorio. El primer artículo fue publicado el 6 de este mes en El Espectador por Nicholas D. Kristof, columnista de The New York Times, (dos veces ganador del Premio Pulitzer); el segundo, publicado en El Tiempo, es de don Juan Gossain escritor, periodista y exdirector nacional de Noticias de RCN Radio. (Como siempre, itálicas y negritas son mi injustificable intromisión)
Cómo nos dañan los químicos
Por: Nicholas D. Kristof
Los científicos están observando con alarma creciente que algunas sustancias químicas muy comunes que imitan a hormonas pueden tener efectos grotescos.
Un herbicida de amplio uso actúa como una hormona femenina y feminiza a animales macho en el mundo silvestre. De aquí que ranas macho puedan tener órganos femeninos y algunos peces macho efectivamente producen huevecillos. En un lago de Florida contaminado por estos químicos, algunos lagartos macho tienen penes diminutos.
Últimamente, existe también cada vez más evidencia que vincula este tipo de químicos a problemas en humanos. Entre ellos están el cáncer de mama, infertilidad, bajo conteo de esperma, deformidades genitales, menstruación adelantada e incluso diabetes y obesidad.
Philip Landrigan, catedrático de pediatría en la Facultad de Medicina de Monte Sinaí, dice que un defecto congénito llamado hipospadias —un sitio equivocado de la uretra— actualmente es dos veces más común entre varones recién nacidos de lo que solía ser. Él sospecha de los interruptores o disruptores endocrinos, llamados así porque pueden sembrar destrucción en el sistema endocrino que rige a las hormonas.
Los interruptores endocrinos están por doquier. Están en los recibos termales que salen de bombas de gasolina y cajeros automáticos. Están en alimentos enlatados, cosméticos, plásticos y empaques de alimentos. Hágase un estudio de sangre u orina, y seguramente los encontrará ahí, así como en la leche materna de humanos y en el cordón umbilical de bebés recién nacidos.
En este año de campaña electoral en los Estados Unidos, seguramente vamos a oír interminables quejas sobre la excesiva normatividad del gobierno. Pero aquí hay un área en la que los científicos están criticando cada vez más a nuestro Gobierno porque no logra acometer a las grandes empresas químicas y regular los interruptores endocrinos de manera adecuada.
El mes pasado, la Sociedad Endocrina, la principal asociación de expertos en hormonas, reprendió a la Dependencia de Alimentos y Fármacos, la FDA, por no haber logrado prohibir el bisfenol-A, interruptor endocrino común conocido como BPA, de los empaques de alimentos. El año pasado, ocho organizaciones médicas, que representaban genética, ginecología, urología y otros campos, hicieron un llamado conjunto en la revista Science (Ciencia) por una normatividad más estricta para los interruptores o disruptores endocrinos.
¿Qué nuestro gobierno no debería estar tan atento a las amenazas en nuestras tiendas de abarrotes como en las montañas de Afganistán?
Algunos investigadores advierten que los interruptores endocrinos pueden disparar cambios hormonales en el cuerpo que pudieran no aparecer durante varias décadas. Uno de ellos es conocido como DES, una forma sintética de estrógeno, que era administrado con regularidad a mujeres embarazadas para prevenir abortos espontáneos o malestar por la mañana, causando muy poco daño entre las mismas mujeres. Sin embargo, resultó que provoca cáncer vaginal y cáncer de mama varias décadas más tarde en sus hijas, así que ahora está prohibido.
Los científicos han sabido desde hace mucho tiempo atrás que las variaciones más diminutas en los niveles hormonales influyen sobre el desarrollo fetal. Por ejemplo, una gemela se masculiniza ligeramente si el otro gemelo es varón, ya que es expuesta a algunas de sus hormonas. Algunos estudios han arrojado que estas gemelas, en promedio, terminan ligeramente más agresivas y en busca de sensaciones en la adultez, pero presentan índices menores de desórdenes alimentarios.
Ahora, los expertos temen que los interruptores endocrinos tengan efectos similares, actuando como hormonas y atascando el delicado equilibrio para los fetos en particular. La iniciativa más reciente por parte de académicos es un histórico análisis de 78 páginas, el cual será publicado el mes entrante en Endocrine Reviews, la publicación más prominente del campo.
Malformación en la caparazón de una tortuga por desechos plásticos
“Hacen falta cambios fundamentales en pruebas químicas y una determinación de seguridad para proteger la salud humana”, declara este análisis. Lindra S. Birnbaum, la máxima científica ambiental y toxicóloga de los Estados Unidos, aprobó los hallazgos. El artículo fue escrito por un panel de 12 integrantes que pasó tres años estudiando la evidencia. Llegó a la conclusión de que el sistema de seguridad de los Estados Unidos para interruptores endocrinos no funciona. “Para varios interruptores endocrinos bien estudiados, pienso que es justo decir que tenemos suficientes datos para concluir que estos químicos no son seguros para poblaciones humanas”, dijo Laura Vandenberg, bióloga del desarrollo de la Universidad Tufts, que fue la principal autora del panel.
Nuevas e inquietantes investigaciones sobre los efectos a largo plazo de estos químicos se publican de manera constante. Un estudio arrojó que mujeres encinta que presentan niveles mayores de un interruptor endocrino de tipo común, PFOA, tienen probabilidades tres veces mayores de tener hijas con sobrepeso cuando sean adultas.
Sin embargo, el PFOA es inevitable. Está en todo, desde bolsas de palomitas de microondas hasta soluciones limpiadoras de alfombras. Las grandes empresas químicas dicen que todo esto es ciencia sensacionalista. Hasta ahora ha obstruido una estricta regulación en Estados Unidos, incluso al tiempo que Europa y Canadá han adoptado controles más estrictos sobre los interruptores endocrinos.
Sí, existen incertidumbres. Pero los científicos que mejor conocen los interruptores endocrinos ya están aplicando medidas en su gran mayoría para proteger a sus familias. John Peterson Myers, principal científico de Ciencias Ambientales de la Salud y uno de los coautores del nuevo análisis, dijo que su familia había dejado de comprar comida enlatada.
“No usamos plástico en el microondas”, agregó. “Ni usamos pesticidas en nuestra casa. Rechazo los recibos cada vez que puedo. Mi respuesta automática en el cajero automático, sabido por mi banco, es ‘sin recibo’. Nunca pido recibo en una gasolinera”.
Estoy siguiendo el ejemplo de los expertos, y desearía que también lo hiciera la administración Obama. © 2012 New York Times News Service

Sancocho de ácido, carbón y mercurio...
Por: Juan Gossain/ Cartagena de Indias | 9:28 p.m. | 06 de Diciembre del 2010
Gossaín hace eco de denuncias sobre contaminación en la bahía de Cartagena y en Buenaventura. El alcatraz que vuela entre mis sueños lleva en su enorme pico una quimera... (Walt Whitman, Hojas de hierba).
Una mañana de mayo pasado, los viejos madrugadores del pueblo de Marytown, perdido en las costas que bordean el sudeste de los Estados Unidos, se levantaron como todos los días a echarles unas migajas de pan a los pájaros marinos que merodean con mansedumbre por los patios y que se han ido convirtiendo en sus amigos. Lo que vieron los dejó espantados: las gaviotas de cabeza negra, que son tan bellas, también tenían negro el plumaje. Del pico les goteaba una mancha babosa. No podían levantar el vuelo de la arena, con las patas hundidas en una masa de chapapote pastoso, como el asfalto cuando se derrite. Una de las gaviotas miró a la gente pidiendo ayuda. Según cuentan los testigos, más allá de la playa, cerca del río, tres garzas morenas habían muerto con los ojos despepitados. El guiso espantoso que navegaba corriente abajo, matando todo lo que se le atravesara, era la mezcolanza de petróleo crudo de la empresa British, que cayó pocos días antes a las aguas del Golfo de México.
A esa misma hora los alcatraces de la bahía de Santa Marta, al norte de Colombia, desayunaban su ración cotidiana de buñuelos de carbón. El periodista Antonio José Caballero, grabadora en mano, esperaba en la playa el regreso de los pescadores que habían salido a trabajar temprano. Mientras aguardaba, la cámara de su teléfono celular retrató la pala enorme de un barco carbonero que arrojaba al mar el polvo negro que sobró en las bodegas.
A esa misma hora, en las playas legendarias de Juanchaco y Ladrilleros, cerca de Buenaventura, los lancheros de cabotaje que llevan carga y pasajeros por los pueblos que se arraciman en las orillas del Pacífico limpiaban sus motores preparándose para un nuevo día de trabajo. Como si fuera la cosa más natural del mundo, arrojaban al mar el contenido de unos tanques repletos de residuos de gasolina, queroseno y diésel. Un langostino magnífico, que medía un jeme, iniciaba el día tomándose su primera taza de combustible. Cuando vi la fotografía en El País de Cali me dieron ganas de echarme a llorar.
A esa misma hora, en la zona industrial de Cartagena de Indias, abierta sobre la bahía del Caribe resplandeciente, los trabajadores de una compañía empacadora se sentaron a desayunar en los comedores de su empresa. En ese momento volvieron a ver, como venía sucediendo en las mañanas más recientes, que una nata de tizne cubría la superficie del café con leche, y que una mermelada negra, tan semejante al betún de limpiar zapatos, se había pegado al pan y al queso blanco. Entonces, no aguantaron más. Se levantaron todos, sin que nadie los hubiera convocado, y comenzaron a golpear los platos contra los mesones. La algarabía se oyó en media ciudad. Las autoridades ambientales ordenaron el cierre de un muelle vecino, que se dedica a cargar carbón a cielo raso, sin mayores precauciones ni cuidados, sin tubos cerrados ni conductores protegidos. Seis días después el muelle fue reabierto.
A esa misma hora, en la región acuática de La Mojana, que cubre un gigantesco territorio húmedo de los departamentos de Bolívar, Sucre y Antioquia, bajaban resoplando los ríos Cauca y san Jorge, que se desbordan en caños y ciénagas. El apóstol Ordóñez Sampayo, que se ha gastado la vida defendiendo de la contaminación a campesinos, cosechas y animales, apareció en la plaza de Guaranda con el dictamen médico en la mano: los doctores certificaban que los tres niños que nacieron deformes tenían mercurio en el sistema sanguíneo. El terrible mal de Minata, como lo saben los japoneses, porque las empresas en cualquier parte del mundo, en Tokio o en Majagual, arrojan porquerías químicas a las corrientes, y primero se pudren las aguas, y después nacen degenerados los peces y los camarones, y después nacen sin ojos los niños cuyas madres, en aquellos caseríos extraviados de la mano de Dios, consumen esa agua y esos pescados.
En las cabeceras de ambos ríos, las compañías mineras, que buscan oro entre la tierra, hacen sus excavaciones con un sancocho de mercurio y ácidos. Arroyos y acequias se llevan el mazacote. Los bocachicos mueren con la boca abierta en los playones. Las espigas de arroz no volvieron a crecer.En medio del desastre causado por las inundaciones, y como si fuera poco, las yucas harinosas de antes florecen ahora con un hongo químico a manera de cresta. El hambre campea entre los pocos ranchos que no se ha llevado el invierno. Las emanaciones de las lagunas huelen a lo mismo que huele un laboratorio de detergentes. Hay que decir, también, que los empresarios mineros se defienden diciendo que Ordóñez Sampayo está loco. Claro que está loco: ningún hombre cuerdo expone su pellejo ni dedica su vida entera a defender a un ruiseñor, una mojarra, un plátano pintón, una mazorca de maíz o a una mujer embarazada que carga un fenómeno en el vientre.
Epílogo
Aquella mañana, cuando los pescadores de Santa Marta regresaron a la playa, el periodista Caballero los acompañó en su tarea de descamar y abrirles el buche a los escasos pescados que traían.
-¿Qué es eso? -preguntó, intrigado, al ver unas bolas negras en el estómago de un bagre.
-Carbón, amigo -le contestó uno de ellos, levantando el animal-. Pelotas de carbón. Eso es lo que comen ahora.
Caballero tomó más fotografías y se las llevó a algunos funcionarios de la industria carbonera.
-No se preocupe -le contestó el gerente-. Vamos a construir un nuevo muelle de última generación.
-No lo dudo -dijo el reportero, con una mueca de dolor que parecía sonrisa-. No lo dudo: será la última generación.
El día que Caballero me contó esa historia, y me enseñó sus fotografías, ya no sentí ganas de echarme a llorar, como la vez aquella del langostino bañado en combustible. Lo que sentí ahora fue rabia. Cuando ya no quede una sola hoja de acacia, cuando el último pulpo haya muerto atragantado con ácido sulfúrico y cuando nuestros nietos nazcan con un tumor de carbón endurecido en la barriga, entonces será demasiado tarde. Dispondremos de computadores infrarrojos de última generación, pero ya no habrá agua para beber; los celulares de rayos láser se podrán comprar en las boticas, pero el sol no volverá a salir; los niños encontrarán el algoritmo de 28 a la quinta potencia con solo cerrar los ojos, pero dentro de 20 años no sabrán de qué color era una golondrina.
Los invito a todos a ponerse de pie antes de que se marchite el último pétalo. Usen el arma prodigiosa del Internet para protestar. Hagan oír su voz. Que el correo electrónico de los colombianos sirva para algo más que mandar chistes y felicitaciones de cumpleaños. Porque, si seguimos así, el día menos pensado no quedará nadie que cumpla años. Ni quién envíe felicitaciones.