jueves, 2 de julio de 2009

Mitologías modernas: Sitiada Utopia, Médoysa explaya su letal mirada

En uno de los diálogos del Libro Utopía, de Tomás Moro (Londres 1478-1535), el aventurero portugués Rafael Hitlodeo (la referencia fonética a un ubérrimo hitleroideo es un mal chiste de la ironía en contra de Rafael y de Adolph), respondiendo a Pedro Giles sostiene que el poder de los príncipes no es de su agrado, porque la mayoría de éstos, poseídos por la ambición, sólo se preocupa por adquirir nuevos dominios y además se rodean de aduladores motivados por ambiciones mezquinas ... mentes absurdas, soberbias y retrógradas, "en medio de una maraña de leyes desproporcionadas, injustas e ineficaces"(p.77). Más adelante, en otro diálogo, esta vez con el cardenal Juan Morton, se lamenta de la pobreza a que la imposición de leyes arbitrarias como la política de mantener ejércitos mercenarios y el destrozo de la agricultura tradicional por los propietarios de ovejas han sometido a la mayoría de la población, que para no morir de hambre tiene que recurrir al robo y demás depravaciones morales. Hitlodeo relata entonces su experiencia en una isla llamada Utopía, en la que los habitantes lo comparten todo. En esa isla la avaricia quedó abolida cuando se suprimió el dinero como valor de cambio y no existe la preocupación alimentaria ya que los graneros, que son públicos, están siempre llenos y al alcance de todos; en cambio, fuera de ella no existe la justicia social: Los nobles, los prestamistas y los banqueros viven en el lujo y el despilfarro vagando o aparentando desempeñar un trabajo sin importancia para la mancomunidad, mientras que las personas corrientes, cuyo trabajo es absolutamente esencial, llevan vidas más duras y desdichadas que las de las bestias de carga, generando por ley ganancias para los ricos y condenados al descarte por vejez o enfermedad.
Acostumbrada a la época oscura de la esclavitud, la servidumbre y el miedo, la población europea descubriría 300 años después de este libro, gracias a una revolución, que aquella isla con principios de igualdad y fraternidad entre humanos era alcanzable y 140 años más tarde, gracias a otra revolución, el fantasma que recorría el mundo les daría cabida en ese rincón a los parias y proletarios del noreste de Europa en un movimiento internacionalista que rápidamente trató de extenderse a lo largo de todos los mares, las selvas, las estepas y las montañas del planeta. Fue así como Utopia llegó a hacerse un lugar facilmente ubicable en los mapas de la Justicia y la Dignidad humanas, del cual, como resultaría de natural opción, se autodesterrarían los antiguos Señores, venidos a menos, y los filibusteros de siempre, venidos a más, quienes construyeron sus fortalezas a la derecha de los mapas. El resplandor de los muros de esas guaridas, la imponencia de sus atalayas, el tintineo de los metales de sus plazas de armas y la estridencia de las bacanales en sus salones y corredores atrajeron a Medusa, un monstruo mitológico de serpentinos cabellos y mirada insoslayable que desde allí oteaba hacia Utopía para petrificar a los incautos y desprevenidos que, seducidos por sus encantos, poco a poco se fueron escabullendo hacia ella por el extremo derecho de su isla. Inicialmente dijeron hacerlo desencantados del principio de igualdad que no les permitía tener más que los otros, posteriormente porque estaban aburridos con la monotonía y falta de resplandores y estridencias de su isla y finalmente, porque qué carajos a los seres humanos les gusta el poder. Pero es de tener cuidado, porque, como acabamos de presenciarlo en Honduras y como nos hemos acostumbrado en Colombia con los movimientos sociales que alguna vez dijeron ser de izquierda, los antiguos habitantes de Utopía que hoy fornican con Medusa están engendrando una criatura voraz y venenosa que acabará devorándose a sí misma y arrastrando en su caida los andrajos (no comibles) de aquello que una vez fuera el más precioso motivo de la existencia humana.

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