sábado, 22 de agosto de 2009

Reflexiones sobre la agonía y la muerte de las palabras

La que voy a afirmar aquí es una verdad de perogrullo para lingüistas y semiólogos; pero, a veces es bueno sacar de las academias y los laboratorios algunos temas que puedan enriquecer nuestro diálogo cotidiano. Digo, para no seguir hablando de fútbol rentado, sexo mentido, política vulgar y chismes de vecinos. El caso es que ahora que estoy aprendiendo a conversar con las yemas de los dedos, me está quedando cerebro para pensamientos "transversales" (como se están acostumbrando a llamar los burócratas de la educación a lo que antes era la multidisciplinariedad de la escuela). Y se me ha ocurrido escarbar en la biografía de las palabras. ¿Cómo así que biografía? Muy sencillo: las palabras son seres orgánicos y, como tales, son paridas, crecen, se reproducen y mueren. Cuando están recién paridas las llamamos Neologismos, las hemos visto crecer mediante el proceso de derivaciones y reproducirse en glosarios y diccionarios; pero de su proceso de descomposición y muerte casi nadie parece darse cuenta, a pesar del hedor que dejan algunos latinajos y de la insistencia de muchas de ellas en dejar entrever sus fantasmales sombras entre los estrados judiciales, las poetizas de costurero, los himnos patrios, los periódicos de provincia y los manuales de urbanidad. ¿A quién no se le ha aparecido a la vuelta de una página el fantasma del "ominoso" crímen, o de la "inmarcesible" gloria? ¿ y quién no ha observado ascender por el lado derecho de cualquier político las silueticas trémulas y evanescentes de las palabras honestidad, lealtad, honor, verdad, honradez y dignidad? En lo particular, a mi me ha visitado con insistencia, como deshaciendo los pasos la palabra COMPAÑERO, a la que conociera de la mano de amigos que ahora están muertos o desaparecidos y de novias que me dejaron para seguir al pie de la letra los manuales de autoayuda para alcanzar el éxito. Desde la tarde de fogata en que la escuché por vez primera en un poema de Benedetti, compañera, usted sabe que puede contar conmigo... hasta las noches de tertulia y las jornadas de apoyo, protesta o solidaridad, la palabra compañero repercutía como un mantram de sentimiento y adhesión que me hacía olvidar el cansancio y creer, ilusamente, que era posible construir un mundo mejor. En fin...para no volverme sensiblero, les cuento cómo ví morir de muerte aleve a esta tierna e indefensa palabra: El primer golpe fue a la cadera y la partió en dos (compa y ñero) luego los broder le cascaron en la cabeza, los parceros la desfiguraron y los panas la sepultaron. Qué le vamos a hacer, así es la vida: siempre tiene a la muerte como su complemento. Yo ya la estoy olvidando y comienzo a tratar a los otros de usted, señor, señora, señorita, doctor, don o cualquier otro recurso formal que me permita establecer una barrera de seguridad y protección para mi pobre y débil persona.

1 comentario:

  1. Gracias maestro por la lección, pero las palabras no tienen la culpa, todas son hermosas, el problema está en quien las utiliza como dardos envenenados.

    "Estaré en un lejano
    horizonte sin horas
    en la huella del tacto
    en tu sombra y mi sombra" (de chau número tres)

    "Mi táctica es
    hablarte
    y escucharte
    construir con palabras
    un puente indestructible" (táctica y estrategia)

    Trinos y aleteos en tu ventana Dorian,mientras me dejes,un abrazo.

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