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miércoles, 6 de abril de 2011

De las falsas rebeldías y las pataletas de diseño (glosas sueltas sobre la relación trabajo-educación-engaño)

 

Muchos paraisos se han perdido desde los tiempos bíblicos en que la mordida de una manzana le acarreó a la humanidad el peso del trabajo como "castigo divino". Desde entonces, el demonio, que es feliz metiendo sus cuernos en toda actividad humana, ha sabido seducir a algunos cuantos hominidos para que conviertan el castigo en "factor de riqueza", la acumulación de riqueza en expresión de "civilización", la expansión de una civilización en "progreso cultural" y la ostentación de progreso en instrumento de "poder". Esta es una visión reduccionista y caricaturezca, quien quiera mirarlo desde una perspectiva más seria y creible puede documentarse con La riqueza de las naciones, de Adam Smith (clic aquí para bajar el pdf) y, si no le asustan los apodos y descalificaciones de los analfabetas políticos, hay una abundante y bien documentada bibliografía del Materialismo Histórico (aquí le sugiero esta reseña de Los Grundrisse -clic aquí para bajar el pdf).
2- Ya sea como heredera del proceso invasivo de conquista y colonización, o como consecuencia de la Revolución Industrial y el paso del feudo a la urbe, la educación escolarizada fue impuesta como un Deber-Derecho cuyo culto marcó la premisa cultural del Occidente geopolítico, hasta el punto de constituirse en meta del proyecto de vida individual y en  objetivo político de la oferta burocrática del Estado. Pero, solapada bajo una cobertura de misión "humanizante", la escuela administra su única y verdadera función: La capacitación para el trabajo. Cualquier disciplina académica se hace inútil si no es fuente de empleo. Desde el protocolo de los lacayos en las cortes (incluida la diplomacia) hasta la astronáutica y la física cuántica, quien las estudie aspira a un empleo que le subvencione su subsistencia física y social. Es ésa una contradicción inherente al sistema educativo: De una parte pretende darle alas al espíritu para que levante vuelo sobre las contingencias materiales del diario vivir, y, de otra, le encadena la conciencia a los requerimientos terrenos del empleo asalariado. Podría debatírseme refiriendo a los estudiantes de artes o de historia de la filosofía, que inicialmente decidieron apostarle al "amor" al arte por el arte y el conocimiento por su propia tautología; pero estoy en capacidad de contraargumentar aludiendo al adjetivo de "locos", "vagos" y "bohemios" con que esos soñadores deben familiarizarse, además del costo social que deben estar dispuestos a pagar si no claudican a tiempo y terminan estudiando cualquier otra carrera "que les permita vivir dignamente".

3- Porque, entre muchas otras razones, la condición de estudiante es pasajera y limitada, el "Movimiento Estudiantil" es una ilusión no solamente efímera e inestable, sino políticamente inútil. Si de él se tiene un recuerdo histórico positivo por su influencia en algunas decisiones oficiales (El Movimiento Estudiantil de Córdoba, Argentina, 1918 -clic aquí para bajar el pdf o la Comuna de Mayo del 68 en Paris), pesa más el sentimiento nostálgico de la "gesta heroica" de unos mártires inmolados por las "fuerzas oficiales del orden" (Centro de Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954, Tlatelolco, México 2 de octubre de 1968, La Noche de los Lápices en La Plata, Argentina, el 16 de septiembre de 1976, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 16 de mayo de 1984, etc., etc., etc...). No se trata de pordebajiar el derecho adolescente y post-adolescente a desahogar su malestar personal, generacional, social y cultural. Todo jóven, por el mero hecho de serlo, tiene no sólo el derecho sino el deber personal de manifestar su descontento e insatisfacción expresándose incluso con violencia si fuere necesario. Pero, que a estas alturas del partido, los universitarios colombianos, que guardaron ocho años de silencio (dos promociones universitarias) con una prudencia cómplice ya fuese por miedo o por falta de animadores que los movilizasen, y cuando se hace evidente la injerencia de los mismos agentes y estrategias que prendieron la mecha en el Oriente Medio, decidan desempolvar las anacrónicas "formas de lucha" para fortalecer la retórica incoherente de unos burócratas calanchines que necesitan mostrar "fuerza" para mantener su eslaboncito en el poder oficial...
El pueblo unido jamás será vencido, Los cuerpos se entierran la sangre se venga, Por nuestros muertos ni un minuto de silencio toda una vida de combate, Por el derecho a la educación... ¡Pura mierda!
Detrás de su manipulada "protesta" están unos avivatos que medran del poder de convocación y se lucran de la pacificación negociada.  Muchachos, si van a ser anarquistas porque se les da la gana, al estilo barras bravas de los equipos de fútbol, o quieren tropeliar al estilo pandilla barrial por el goce de la adrenalina, o prefieren vivir la ilusión de una militancia política bastarda, haganlo, es posible que al final la experiencia acumulada los haga más maduros, comprensivos y tolerantes; pero, cuando sean actores de un evento social de trascendencia política, esfuércense por desenmascarar al manipulador que, oculto tras las bambalinas del discurso reivindicacionista, llena sus arcas de billete verde con la venta de insumos para la guerra y el control político. Si le parece muy paranoico el enunciado, pregúntese ¿Quiénes y qué están ganando con la invasión a Irak y la desestabilización de Túnez, Egipto, Libia, etc.?
Bueno, en fín, que toda esta carreta chocante y provocadora ha tenido como objeto tratar de encontrar un asidero teórico para comprender los orígenes (y los fines) de los recientes simulacros de "movimientos sociales" protagonizados por masas de jóvenes universitarios en los paises del noreste del continente africano y su correspondiente emulación en algunos paises latinoamericanos por unos grupúsculos de "universitarios" cuya "rebeldía" de marioneta pretende el reclamo reivindicativo de su derecho a ser explotados.
No importa cuánto tiempo haya pasado y cuanta baba se haya vertido sobre la ideología comunista, el prólogo de Engels al Manifiesto, edición alemana de 1883, sigue teniendo vigencia:

"La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx ."

lunes, 31 de enero de 2011

Tunicia y Egipto. Sobre las para-revoluciones de diseño

Davos: Considerada la catedral del capitalismo, se ha especializado en  congregar a todas las corrientes socioeconómicas afines a sus tendencias neoliberales.
Existió una época, ya prehistórica, en la que soñar el futuro era un Imperativo Categórico para jóvenes, padres de familia, educadores y líderes sociales. De ese sueño dependía el Progreso no sólo de su comunidad, sino de su sociedad e, incluso, de la Humanidad. Si, hasta hubo ilusos que llegaron a afirmar que los hombres estábamos hechos de la misma materia de los sueños (Shakespeare, La Tempestad. Clic aquí para bajar el pdf) y hasta a afirmar su desprecio por un mapa del mundo que no incluyese a Utopía (Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo. Clic aquí para bajar el pdf). Con base en esa capacidad onírica  se fue construyendo el eje ideológico de los paradigmas culturales del hemisferio occidental: Arte, Ciencia, Política, Sociedad, Educación y Trabajo. Fue en la dinámica de ese proceso de construcción que surgieron los Obstáculos (ambiciones particulares, instituciones reaccionarias y poderes confrontados). Y fue la brega por la superación de esos obstáculos la que acabó delimitando las diferencias entre los Soñadores y Lo Soñado. Puesto que en las fronteras de toda delimitación habita la Crísis (la inestabilidad es una condición inherente a los límites), ésta sólo podía resolverse con el radicalismo de una Revolución. (Industrial, Francesa, Volchevique, China, Cubana...) 
Los acontecimientos bélico-políticos de la primera mitad del siglo XX cerraron su ciclo con la división geopolítica de la tierra en dos grandes ideologías confrontadas, para concluir la segunda mitad con la inconsecuente abdicación  de una de ellas, asestándole un golpe de muerte al compromiso ético individual con el bienestar colectivo. Camuflado bajo el disfraz de las "libertades democráticas", un monstruo de pesadilla apodado Capitalismo salvaje se coló en las conciencias al estilo Freddy Krueger para hacernos olvidar de los otros y concentrarnos en nuestras pequeñas lamentables miserias. Ahora, postrados ante la omnipotencia de los Siempre Alerta (los gobernantes, magnates, sátrapas y cipayos ya no sueñan y está comprobado que algunos ni siquiera duermen) y enajenados en  las contingencias de la lucha diaria por la supervivencia, los desposeidos del mundo, una masa que crece incontrolable hasta su desbordamiento, comienzan a emerger en los centros urbanos del Viejo Continente en una marea anárquica  y desesperada  que amenaza el statu quo de los poderosos sin otro móvil que el reclamo de garantías mínimas para su sustento cotidiano. No piden mucho: un empleo y un salario que les asegure su manutención y la de su prole.
¿Qué hacen los siempre alerta? Dosmil quinientos de ellos (directores de las 1.000 empresas miembros del foro, políticos, representantes de academias, organizaciones no gubernamentales, líderes religiosos y medios de comunicación) se refugian en una fortaleza alpina a diseñar estrategias para distraer el envión. Se hospedan en hoteles de lujo en un complejo turístico de los Alpes suizos, ingieren como gourmets y trasnochan en galas VIP después de  asistir a unas aburridorsísimas conferencias sobre la crisis (Por qué se me ocurre la asociación con La gran comilona?). Incapaces de ocultar su verdadera naturaleza, una fundación "sin ánimo de lucro" (¡!) organiza desde hace 41 años una asamblea anual a la que invitan a estrellas mediáticas como Bono o Angelina Jolie para que le den glamour al aquelarre mientras expertos contratados, doctores en el oficio de la eutanasia social, diagnostican a distancia (fue aquí donde varios economistas advirtieron en 2008 que la crisis de las hipotecas subprime se extendería a los mercados financieros) y,  como en los métodos clásicos de la medicina medieval,  pretenden curar al enfermo con paliativos, laxantes,  eméticos y placebos (el "escándalo moral" por las "niñas" de Berlusconi, las críticas de Sarkozy al FMI, la tensión entre las Coreas, la visita de Hu Jintao a EEUU y, por supuesto, los amagues de Israel, el eterno calanchín). Para reforzar el tratamiento, sangrías localizadas: Asonadas en sus antiguas colonias del norte de Africa, países periféricos en los cuales se pueda experimentar métodos eficaces de control y represión sin el riesgo de cuantiosas erogaciones a los dueños de las multinacionales y con la ganancia del mensaje autoritario de advertencia a los eventuales surgimientos de movimientos rebeldes. El caso es que en estos últimos 16 días se ha distraido a la opinión pública de los paises "democráticos" con revueltas de orígenes aparentemente populares en la República Tunecina, Egipto y, si la primera fase da resultado, extender el proceso a Argelia, Marruecos, Jordania, Yemen y Libia.
Sin ánimo de "purismo intelectual", aunque sí con el afán de quien no transige con el engaño, se me ocurre que antes de apresurarnos a calificar de "revolucionarias" las protestas del noreste de Africa, es importante aclarar la diferencia entre revolución y asonada o rebelión. Una Revolución implica una ruptura o transformación radical y profunda del orden establecido y afecta de manera decisiva las estructuras vigentes. Las revoluciones son consecuencia de construcciones colectivas. Para que ocurra una revolución es necesario que surja una nueva unión de intereses en oposición a los intereses hegemónicamente impuestos y, sobre todo, que en el proceso se generen transformaciones trascendentales. Si una manifestación social de protesta adolece de un sustrato de trascendentalidad, pierde su carácter de revolución y se constituye en una revuelta. Es por ello que no es justo tildar de "revoluciones" las manifestaciones del Oriente Medio y, en cambio, sí es urgente tratar de desenmascarar a las "inteligencias" foráneas  y los intereses transoceánicos involucrados en tal locura. La carencia de un referente ideológico que sustente los levantamientos; la evidente simetría entre los encuentros de Davos y las revueltas; la inexistencia de la más mínima vinculación en todo el material "filtrado" por WikiLeaks;  y  la notoria apatía de la ONU y demás organizaciones multilaterales permiten afirmar que no es necio sospechar una experimental Conspiración de los Gs (8, 20, Bilderberg, FMI, BM...)

sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Una nueva forma de razón frente a las políticas económicas, o una nueva moralidad ante las economías políticas?

Como para poner ladrillos que cuñen una de mis próximas carretas sobre el "cambio paradigmático" (¿has notado que llevo rato amenazando con tal?), presento una síntesis de L’ambition moral de la politique. Changer l’homme?, libro que acaba de publicar el filósofo francés Yvon Quiniou (L’Harmattan, col. Raison mondialisée, París, 2010. Traducción: Teresa Garufi ), en el cual propone un retorno a la economía política como reacción (que no solución) a la, esa sí, reacción, de los grandes bancos y de los líderes políticos de los países capitalistas que, ante su incapacidad de relacionar las causas de la crisis financiera con la estructura profunda del sistema que alimentan, pretenden llamar a una cruzada por la "moralización del capitalismo".
LA IMPOSTURA DEL CAPITALISMO MORAL
¿No sería tiempo de moralizar el capitalismo? En lo más álgido de la crisis, la pregunta fue formulada por los dirigentes políticos, con Nicolas Sarkozy a la cabeza. Es decir, por los mismos que antes se libraban a una irreflexiva apología del liberalismo que parecía representar el “fin (dichoso) de la historia”. Así formulada, la cuestión es ambigua: si hay que moralizarlo, es porque el capitalismo es inmoral; si puede hacérselo, es porque no es intrínsecamente inmoral en sus estructuras. Sólo se cuestionarían sus excesos. Ahora bien, la inmoralidad es constitutiva del capitalismo, contrariamente a la concepción que pretende hacer de la economía una realidad que escapa a la moral. Ya en el siglo XX, el economista ultra liberal Friedrich Hayek había enunciado esta objeción (1): sólo un comportamiento individual intencional podría calificarse de justo o injusto –no puede ser el caso de un sistema social que, en tanto tal, no fue querido por ninguna persona–. Lo que lleva a Hayek a rechazar el concepto mismo de “justicia social”, decretado absurdo ya que juzga lo que no puede ser juzgado. Por ejemplo, escribe: “No existe criterio por el cual podríamos descubrir lo que es ‘socialmente injusto’, porque no hay sujeto que pueda cometer esa injusticia” (2). Incluso ve allí un vestigio de antropomorfismo de intenciones humanas que se proyecta sobre una realidad inhumana (en el sentido de impersonal); este antropomorfismo animaría la corriente socialista y su pretensión de redistribuir de manera justa la riqueza y los medios de producirla. La concepción de Hayek desemboca pues en un total amoralismo en el campo de la organización económica de la sociedad, e incluso en una forma de cinismo que se adjudica por adelantado los medios de enmascarar el mal que alimenta, dado que al quitarle todo fundamento intelectual, teóricamente lo niega (3). Recientemente, esta tesis adquirió una nueva juventud gracias a André Comte-Sponville con su libro Le capitalisme est-il moral? (4), cuyo éxito mediático –incluso cuando su contenido fuera cuestionado por la crisis– traduce bien la imposición de la ideología liberal (clic al enlace para bajarlo en pdf). Al distinguir en el seno de la vida social el orden científico-técnico, el orden jurídico-político, el orden moral y el orden ético (que define por el amor), coloca la economía en el primero: “La moral carece de toda pertinencia para describir o explicar cualquier proceso que se desarrolle en ese primer orden. Eso vale en especial para la economía, de la que forma parte”, afirma (5).
Una lección que quedó en el olvido
La moral aparece entonces en una posición de exterioridad, ya que el capitalismo se sitúa fuera del campo: ni moral ni inmoral, sino amoral. No es que la moral no pueda intervenir –ya nadie sostiene una posición tan radical–. Pero sólo puede hacerlo desde una posición marginal, a través de la política y el derecho, para atenuar sus perjuicios, sin poder ni tener, sobre todo, que suprimir sus causas. Además, ya que ningún sujeto opera en los procesos económicos, no se puede juzgar en nombre de normas que sólo pueden aplicarse a actos subjetivos: de nuevo mutis a la idea de que habría una significación moral de la justicia o de la injusticia sociales, y un deber de modificar la economía si no respondiera a los criterios de la justicia. Sin embargo, Compte-Sponville reconoce que el capitalismo puede ser injusto, así como la naturaleza cuando distribuye el talento entre los hombres, pero no por cierto inmoral, y por lo tanto no puede ser fundamentalmente cambiado (6). Este tipo de discurso no sólo contribuye a declarar inocente al capitalismo por los considerables perjuicios que tenemos a la vista –y por lo tanto a justificarlo ideológicamente–, sino que alimenta un cinismo generalizado con respecto a la política, al quitarle cualquier ambición moral importante. Su justificación se basa en un error mayor, perfectamente visible en Compte-Sponville y presente en todos los partidarios del capitalismo: la integración de la economía al orden de la ciencia y de la técnica, en efecto moralmente neutro. Es olvidar lo que los separa fundamentalmente. La ciencia y la técnica (con las cuales la economía está evidentemente articulada) son tan sólo medios y sólo puede juzgarse su uso social. Así, una nueva técnica de producción que aumenta la productividad del trabajo no es en sí misma causante de desempleo y por lo tanto mala; al contrario, permite disminuir el tiempo de trabajo y así el sufrimiento del hombre: puede producirse lo mismo en menos horas, con los mismos trabajadores; o incluso brinda la posibilidad de retribuir mejor a los asalariados gracias al aumento de productividad. Su valor reside, pues, en el uso que se le de. En cambio –y esta es la gran lección de Karl Marx, ese olvidado de las teorías económicas oficiales hasta la reciente crisis– la economía está constituida por prácticas por las que algunos (los capitalistas) se comportan de una determinada manera con respecto a otros (los obreros y asalariados en general) explotándolos, sometiéndolos a ritmos infernales, despidiéndolos so pretexto de competitividad, u oponiéndolos los unos contra los otros mediante una cultura de resultados o nuevas reglas de management, que hoy se sabe hasta qué punto generan un sufrimiento laboral verdaderamente insoportable (7). Todo eso no nace de la técnica o de la ciencia sino de una práctica social que organiza el trabajo, que es requerida como tal en base a objetivos mercantiles (la ganancia) y que se ofrece pues por definición al juicio moral: práctica humana o inhumana, práctica moral o práctica inmoral. Marx lo había comprendido con claridad cuando afirmaba que “la economía política no es la tecnología” (8).
¿Qué valores y qué política?
Con una perspectiva más extensa –ya que aquí está en juego el poder de la política–, lo que hay que rechazar es ese tipo de realidad que por lo general se adjudica a la economía: una realidad objetiva y absoluta, decretada independiente de los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y sometida a leyes implacables, análogas a las de la naturaleza y que, por supuesto, no habría que juzgar: no se critica la ley de la gravedad… incluso cuando ocasionalmente pueda hacer mal. Esta deriva intelectual lleva un nombre: economismo, que no sólo consiste en erigir la actividad económica como valor primordial, subordinando a ella todos los otros, sino en considerar que está hecha en lo esencial de procesos sustraídos de la responsabilidad política. Sin embargo hay que comprender que, si bien existen muchas leyes de economía capitalista, éstas son estrictamente internas a un cierto sistema de producción regido por la propiedad privada; pueden ser modificadas e incluso, en un principio, abolidas si se cambia de sistema. Por ello hay que ver en esas leyes reglas de funcionamiento de un determinado tipo de economía (que no es el fin de la historia), que organizan un cierto tipo de relaciones prácticas entre los hombres y que tienen, ellas mismas, un estatus práctico. Fueron instituidas (hasta a nivel mundial, en la actualidad), por lo que pueden ser modificadas. Lo cual significa que las llamadas “leyes económicas” se someten directamente a la legislación de las leyes morales, como todo lo que concierne a la práctica. Por esta razón la propia “ciencia económica” no podría ser una ciencia pura, virgen de juicios de valor. Tal como las ciencias sociales en general, y de acuerdo a la naturaleza de su objeto –están implicadas personas–, la “ciencia económica” compromete valores, al menos de manera implícita; aprehende la actividad humana y orienta el análisis de lo real en tal o cual sentido, que puede aprobarse o no. El economista estadounidense Albert Otto Hirschman lo señaló al subrayar la complejidad, a menudo inconsciente, de la ciencia económica y de la moral. Observó que “la moralidad… ocupa el centro de nuestro trabajo, a condición de que los investigadores en ciencia social estén moralmente vivos” (9); formula pues el deseo de que las preocupaciones morales sean explícita y conscientemente asumidas por la ciencia social –volviendo a Marx, cuando afirma en los Manuscritos de 1844 que la economía es “una ciencia moral real, la más moral de las ciencias”– (10). Queda por saber cuál es esta moral que nos pide que nos preocupemos por la economía y no la consideremos como una realidad ante la cual la política debería inclinarse fríamente. En primer lugar, conviene romper con una visión moral de lo humano replegada a la esfera de las relaciones interpersonales y que sólo se interesa por las virtudes y los vicios individuales. En cambio, hay que admitir que, distinguida de la ética y en consecuencia referida a las relaciones con el prójimo (11), esta moral debe aplicarse al conjunto y por lo tanto a las relaciones sociales en su globalidad, es decir a la vida política (en sentido estricto, a las instituciones), social (siempre en sentido estricto, a los derechos sociales) y económico.
Sin embargo, si bien empezó a ocupar los dos primeros campos desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 hasta la de 1948, sería deseable que se detuviera ante las puertas de la economía. Hay que eliminar esta prohibición, considerando una política moral que sea también una economía moral, es decir una política que cumpla con los valores morales, incluso en el campo económico. Pero entonces, ¿qué valores y qué política? La respuesta puede encontrarse en la fórmula que enunció Immanuel Kant y que se une al sentido moral común: el criterio de lo Universal ordena respetar al otro y no instrumentalizarlo, y exige promover su autonomía. Libre de cualquier segundo plano metafísico o religioso, exige que suprimamos la dominación política (ejercida en parte a través de instituciones democráticas), la opresión social (hecha en parte a través de los derechos que el movimiento obrero conquistó a partir del siglo XIX), pero al mismo tiempo la explotación económica: lo que todavía no se consiguió. Recién al hacerlo protegerá y profundizará, mediante la política, las adquisiciones morales obtenidas en los otros campos. En verdad la moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya que este es en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada, instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad, exigir su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese la dificultad de la tarea.
 
1- Ver en especial Friedrich Hayek, Droit, législation et liberté, Presses Universitaires de France (PUF), Tomo I, II y III, 1980-1983. 2- Op. cit., Tomo II, pág. 94. 3- Interrogado sobre las consecuencias humanas del liberalismo, Hayek pudo decir, si eventualmente hubiera víctimas, “¡y bien, tanto peor!”. 4- Albin Michel, París, 2004 (reeditado en 2009). 5- Op. cit., 2º edición, pág. 78. 6- Op. cit., págs. 238-239. 7- Ver particularmente los trabajos de Christophe Dejours y de Jean-Pierre Durand Nouvelles aliénations, Actuel Marx, Nº 39, PUF, París, mayo de 2006. 8- Karl Marx, Contribution à la critique de l’économie politique, Editions sociales, París, 1966, pág. 151. 9- Albert O. Hirschman, L’économie comme science morale et politique, Gallimard-Seuil, París, 1984, pág. 109. 10- Pasado su período juvenil, Marx no teorizó sobre esta complejidad: es una laguna en su obra. 11- En mi vocabulario, la ética sólo concierne a la vida individual y puede presentarse bajo la forma de una sabiduría, aconsejada pero facultativa. (Las negritas y las itálicas son mías-Ilustraciones de Daumier y Garzón)