jueves, 12 de noviembre de 2009

PERFORMANCE (Honores patrios)


Todas las tardes, a partir de las cinco, los pretorianos de Palacio se despliegan por la alameda, la calle real y los alrededores del bazar. Confundidos con la multitud algunos policías vestidos de paisano escuchan los rumores y espían los ademanes, mientras los francotiradores, desde sus atalayas, aseguran los posibles focos de inseguridad.
A la hora del crepúsculo, el senescal le informa a Su Excelencia que ya todo está dispuesto; entonces, el hombrecito emprende su exhibición vespertina. Montado en un rocín chiquito y escuálido chalanea lentamente por una estrecha senda custodiada por dos hileras de centuriones que lo miran de reojo y se muerden la lengua para no estallar en carcajadas. Con la mano izquierda en el pecho, sobre el corazón, y con la derecha asida fuertemente a las riendas, dueño de su tiempo y del de los demás, quiebra el pescuezo de su cabalgadura, le espolea los ijares y le grita pendejadas. Mientras en los altoparlantes callejeros, las emisoras de radio y los canales de televisión resuenan las notas del Himno Nacional que le rinde tributo a la gloria inmarcesible, al júbilo inmortal y a la sangre que vertieron los míticos héroes que lucharon por una independencia jamás lograda.
Su Excelencia se yergue sobre los estribos para calcular en la distancia el monto que debe cobrar a los inversores extranjeros por los derechos de fumigación sobre las extensiones cultivables de las verdes montañas, tasar los costos de explotación de los recursos maderables de los brumosos bosques, fabricar pretextos políticos para el aprovechamiento de las potencialidades hídricas de los caudalosos ríos y proyectar estrategias jurídicas para la apropiación de la riqueza petrolera de las extensas llanuras… Algunas veces, cuando el jamelgo hace algún movimiento inesperado, le da un par de tirones y lo amenaza con darle en la cara, marica, si no marcha como a él le gusta.
Todas las tardes, a la hora del crepúsculo, detrás del cordón de seguridad, se apiñan los campesinos desplazados, los obreros desocupados, los profesionales desempleados y los vendedores de chucherías para admirar la seguridad democrática con que cabalga su presidente. Los padres trepan a los niños sobre sus descarnados hombros. Los aúpan por encima de las impenetrables corazas de la soldadesca para que se dejen ver del presidente, admiren su don de mando y aprendan la lección, que nunca estará en ningún libro de historia patria, de que esa acémila sumisa y temblorosa a la que el tiranozuelo obliga a hacer piruetas en medio de una doble fila de militares armados hasta los dientes, es La Patria por la que todos ellos han sufrido y padecido tanto como lengua mortal decir jamás podrá.

2 comentarios:

  1. Una mierda, la desigualdad inexistente, la buena vida de unos y la mala de los muchos más.

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  2. Lo más tenaz es la aceptación resignada de los muchos más. Realmente, la anomia social acabará con este proyecto de pais

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