Todas las tardes, a partir de las cinco, los pretorianos de Palacio se despliegan por la alameda, la calle real y los alrededores del bazar. Confundidos con la multitud algunos policías vestidos de paisano escuchan los rumores y espían los ademanes, mientras los francotiradores, desde sus atalayas, aseguran los posibles focos de inseguridad.
A la hora del crepúsculo, el senescal le informa a Su Excelencia que ya todo está dispuesto; entonces, el hombrecito emprende su exhibición vespertina. Montado en un rocín chiquito y escuálido chalanea lentamente por una estrecha senda custodiada por dos hileras de centuriones que lo miran de reojo y se muerden la lengua para no estallar en carcajadas. Con la mano izquierda en el pecho, sobre el corazón, y con la derecha asida fuertemente a las riendas, dueño de su tiempo y del de los demás, quiebra el pescuezo de su cabalgadura, le espolea los ijares y le grita pendejadas. Mientras en los altoparlantes callejeros, las emisoras de radio y los canales de televisión resuenan las notas del Himno Nacional que le rinde tributo a la gloria inmarcesible, al júbilo inmortal y a la sangre que vertieron los míticos héroes que lucharon por una independencia jamás lograda.
A la hora del crepúsculo, el senescal le informa a Su Excelencia que ya todo está dispuesto; entonces, el hombrecito emprende su exhibición vespertina. Montado en un rocín chiquito y escuálido chalanea lentamente por una estrecha senda custodiada por dos hileras de centuriones que lo miran de reojo y se muerden la lengua para no estallar en carcajadas. Con la mano izquierda en el pecho, sobre el corazón, y con la derecha asida fuertemente a las riendas, dueño de su tiempo y del de los demás, quiebra el pescuezo de su cabalgadura, le espolea los ijares y le grita pendejadas. Mientras en los altoparlantes callejeros, las emisoras de radio y los canales de televisión resuenan las notas del Himno Nacional que le rinde tributo a la gloria inmarcesible, al júbilo inmortal y a la sangre que vertieron los míticos héroes que lucharon por una independencia jamás lograda.

Todas las tardes, a la hora del crepúsculo, detrás del cordón de seguridad, se apiñan los campesinos desplazados, los obreros desocupados, los profesionales desempleados y los vendedores de chucherías para admirar la seguridad democrática con que cabalga su presidente. Los padres trepan a los niños sobre sus descarnados hombros. Los aúpan por encima de las impenetrables corazas de la soldadesca para que se dejen ver del presidente, admiren su don de mando y aprendan la lección, que nunca estará en ningún libro de historia patria, de que esa acémila sumisa y temblorosa a la que el tiranozuelo obliga a hacer piruetas en medio de una doble fila de militares armados hasta los dientes, es La Patria por la que todos ellos han sufrido y padecido tanto como lengua mortal decir jamás podrá.
Una mierda, la desigualdad inexistente, la buena vida de unos y la mala de los muchos más.
ResponderEliminarLo más tenaz es la aceptación resignada de los muchos más. Realmente, la anomia social acabará con este proyecto de pais
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