A propósito de toda esa falsa celebración de "independencia" que el salgareño y sus secuaces trataron de difundir con su alharaca de culebreros, ¿alguna profesora de ciencias sociales podría tratar de explicarle a sus alumnos por qué en este parrandeadero de gringos los Ministerios de Educación y de Cultura son apéndices del Ministerio de Guerra (que, por esas deformaciones semanticistas de la esquizofrenia burocrática, fue cambiado por "de defensa")? El diseño curricular del bachillerato colombiano, del cual hablaremos proximamente, y la intensa campaña de aculturación mediática de un par de organismos policivos adscritos al sistema oficial de propaganda, se han asegurado de filtrar cualquier clase de contenido civilista en la programación intelectual de la Opinión Pública colombiana. Es por eso que quien haya observado los desfiles castrences y escuchado las arengas veintejulieras con motivo de las celebraciones del "bicentenario" podría preguntarse por qué, además de políticos corruptos y chafarotes belicosos, pareciera que este pais nunca hubiese producido científicos, artistas, escritores, pensadores, en fin... algún tipo de Ser Humano Digno que pudiese devolvernos la confianza en la dinámica cultural del proceso constructor de una identidad nacional. Tal es el caso del cumpleaños Ciento Cincuenta del nacimiento del escritor colombiano José María de la Concepción Apolinar Vargas Vila Bonilla, más conocido como José María Vargas Vila, el cual, con muy contadas y modestas excepciones, recibió unos breves comentarios en uno que otro medio impreso y ninguno en la radio o la televisión nacional, que, aquí entre nos, no tienen un solo espacio para la difusión programática de la cultura.
Nacido en Bogotá, Colombia, el 23 de julio de 1860 y muerto en Barcelona, España, el 25 de mayo de 1933, Vargas Vila sigue siendo el escribidor más prolífico y polémico de toda la historia literaria del país, por encima de Fernando Vallejo, su mal imitador pseudopanfletista. Junto con Juan Montalvo, escritor ecuatoriano nacido en Ambato, (con quien tiene más de una "coincidencia") es considerado el mayor insultador de latinoamérica. Escribió en varios géneros literarios, en especial en Panfleto (crítica y sátira culta e ilustrada), un género hoy desprestigiado por los panegiristas del régimen, para atacar de manera virulenta a los godos notables de la Regeneración Nacional (Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, Carlos Holguín, Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín). Sobre Núñez dice que “pertenecía a la raza triste de los tiranos filósofos”. De Miguel Antonio Caro dice: “no usó el poder sino para empequeñecerse”, “hubo dos cosas inseparables en él: la tiranía y la gramática” y “fue un sátiro de las rimas” (había que tener el cuero muy duro para sobrevivir a la implacabilidad de estas sentencias). Sus obras fueron condenadas tanto por el sistema institucional como por la Iglesia. Los curas sermoneaban desde los púlpitos amenazando con las llamas eternas del infierno al apóstata que leyera los libros de este demonio. Contrario a lo esperado, el alboroto hizo aumentar explosivamente las ventas de sus obras, las cuales se editaban y circulaban de manera profusa no sólo en Colombia sino en todo el continente americano y en España. Escribió y publicó setenta y ocho volúmenes: veintidós novelas, tres libros de relatos, once de ensayos literarios, siete de filosofía, siete de estudios históricos, seis de temas políticos, uno de conferencias y una tragedia * . Reproduzco intacto el siguiente párrafo del poeta antioqueño Jorge Valencia Jaramillo "Su popularidad como escritor era inmensa. Su nombre no se mencionaba (ni se menciona hoy) en las antologías, en las historias de la literatura o en los artículos de crítica literaria. Pero sus libros circulaban en las tabernas, en los corredores de las universidades, en las herrerías, en las oficinas de comercio, en los talleres de sastrería, entre los empleados de los servicios públicos, en la clientela de las peluquerías y de las carnicerías. Vargas Vila ha sido por eso, como pocos, forjador y maestro de la cultura popular en Nuestra América. Yo he encontrado libros suyos en bebederos de aguardiente de Risaralda (Colombia), entre bultos de papa; en un cafetín de Buenos Aires, en la zona del puerto, alimentando la conversación de los parroquianos a la hora de la siesta; en la cartera de una empleada de correos de Montevideo, para ser llevado del trabajo al café Sorocabana de la Plaza Libertad, donde un grupo de amigos esperaba para el debate intelectual del anochecer; en una pescadería de Valparaíso, cuyo propietario interrumpía la atención a los clientes para leerme párrafos enteros de "Los Césares de la decadencia" con entusiasmo sincero; en una "fazenda" brasilera, donde el mulato más letrado tenía el encargo de leer a los trabajadores reunidos algún texto "bueno para el alma"; en una peluquería del Cuzco (Perú), entreverado con revistas de moda y de deportes, para que los clientes que pagaban por la trasquilada ("sentado, 10 soles; parado, 5 soles") pudieran ilustrarse; y naturalmente, en mi propio pupitre de escolar, en Santiago de Chile, cuando fundé un club de adolescentes conspiradores y traficantes de libros prohibidos y blasfemos". Fue, probablemente, el primer escritor de nuestra lengua que, a pesar de su trashumancia, pudo vivir cómodamente de sus derechos de autor (En algunos casos no es fácil definir con exactitud la fecha de publicación ya que hay ediciones dobles e incluso varios títulos para la misma obra). Pero, sobre todo, y éste es un rasgo vergonzantemente ignorado, el más ecuménico, cosmopolita y anticipado de todos nuestros embajadores, que se reconocía más identificado con el compromiso de irradiar sus ideas políticas que con la creación literaria. En su Diario, en febrero de 1920, escribiría: “La idea de que en el porvenir yo pueda ser juzgado como un literato me entristece. La literatura no fue para mí sino un vehículo de mis ideas, y fue en ese sentido que yo escribí mis novelas y juicios críticos y libros de estética pura. Yo no quiero ser desnudado de mis arreos de combatiente, ni aún en el fondo del sepulcro”. .
Era el suyo un sino trágicamente predestinado, al mejor estilo de la narratología griega, hilado febrilmente desde el momento mismo de su nacimiento en medio de una guerra que no le permitió tener presente a su padre, el General José María Vargas Vila, quien se hallaba en el campo de batalla bajo el mando del General Tomás Cipriano de Mosquera. Un hado indómito que se iría configurando desde el momento en que en 1875, con sólo 16 años, hizo click en el botón que dispararía el chip de su destino por la ruta de las contradicciones irónicas y el eterno desarraigo, cuando decidió enrolarse en las fuerzas liberales comandadas por el general Santos Acosta para defender de la rebelión conservadora al Presidente Aquileo Parra Gómez quien, a la postre, sería el último gobierno del Olimpo Radical y que se consolidaría a partir de 1878 cuando, a sus 19 años, se va como maestro de escuela para la ciudad de Ibagué, a pesar de no tener ningún título académico, tal como lo dejó registrado en los Diarios, cuaderno XV, que escribió en su época nostálgica, a la edad de 59 años : "Fui el autodidacta apasionado y completo: a los veinte años la antigüedad clásica me era familiar; había leído a Homero, Tucídides, Esquilo, Xenofonte y Cicerón. Tenía pasión por Tácito y desprecio por Suetonio; traducía al Dante e imitaba a Virgilio. Todo esto aprendido y leído en la biblioteca de un cura de pueblo que había sido fraile y que poseía el don de la elocuencia. Se llamaba Leandro María Pulido y era cura de almas en el pueblo de Siachoque (...) Durante las vacaciones que el profesorado que yo ejercía desde los diecinueve años me dejaba, yo me encerraba con él, que ya era sexagenario; su reclusión llena de libros me daba una especie de manía por la lectura, aquella era mi universidad (...). Era político enragé (rabioso), conservador y fanático a outrance. ¿Cómo pudo convivir conmigo que era el polo opuesto de sus crencias? Tal vez por la ley de los contrarios". Pasado algún tiempo regresa a Bogotá para trabajar como profesor en el colegio Liceo de la Infancia, dirigido por el sacerdote Tomás Escobar, en el cual se educaba lo más selecto de la sociedad bogotana. Allí resiste un par de años, hasta cuando, molesto con el rector, publica un artículo en La Actualidad, un periódico radical, acusándolo de tener relaciones homosexuales con muchos de sus alumnos. El escándalo fue mayúsculo. Expulsado de la institución, Vargas Vila migró a Tunja, a la casa del canónigo Leandro María Pulido. En 1884, con 24 años, habiendo dejado su oficio de maestro de escuela que desempeñó entre Ibagué, Guasca, Anolaima y Bogotá, es inmerso en la Revolución del 85 al enrolarse como secretario de Daniel Hernández, General de las tropas liberales radicales de Santos Acosta durante el alzamiento que éste dirigió contra el presidente Rafael Núñez, caudillodel partido nacionalista y líder inobjetable de la Regeneración Nacional, para, un año después, en 1885, a causa de la muerte del General Hernández en la batalla de La Humareda, huir a la hacienda El Limbo (¿aún duda de la ironía, amable lector(a)?), en Los Llanos,donde aprovechó el refugio y la hospitalidad que le brindó el general Gabriel Vargas Santos, pariente lejano suyo, para escribir su obra "Pinceladas sobre la última revolución de Colombia; siluetas bélicas", en la que ridiculizó los ideales y el comportamiento de los grandes jefes políticos de la Regeneración, presentándolos como fieras ávidas de sangre; azotando con adjetivos virulentos, quemantes todas sus supuestas virtudes cívicas y acentuando hasta la caricatura su enfermizo sometimiento a las negras sotanas. La reacción gubernamental fue inmediata: El Presidente Núñez ofreció recompensa por su captura vivo o muerto. En 1887, presionado por la persecución montada huyó a Venezuela y se estableció en Rubio, donde fundó el periódico La Federación; pero Nuñez logró mediante protestas y presiones que las autoridades de Venezuela clausuraran la publicación. Vargas Vila, entonces, se trasladó a Maracaibo y allí inició la producción de sus primeras novelas, que publicaba y vendía por entregas, en forma de folletos y en 1888, ya en Caracas, fundó la revista Los Refractarios y dirigió la revista Eco Andino con Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe. En 1891 viajó a los Estados Unidos y se radicó en Nueva York, donde muy pronto entabló relaciones con muchos exiliados latinoamericanos, intelectuales y conspiradores, laboró en el diario El Progreso y fundó y redactó la revista Hispanoamérica, en la cual, además de los consabidos ataques, publica varios cuentos que después recogería en su libro Copo de espumas. Allí publicó también su libro Los Providenciales, feroz diatriba contra los arrogantes caudillos y dictadores latinoamericanos. En 1893 regresó a Venezuela, donde el presidente Joaquín Crespo lo nombró su secretario particular. Pero poco tiempo después Crespo fue derrocado y, conminado por el nuevo presidente Raimundo Andueza Palacio, debió dejar Venezuela y viajar a Nueva York donde trabajó en la redacción del periódico El Progreso, fundó la Revista Ilustrada Hispanoamérica, en la que publicó varios cuentos y trabó amistad con el apóstol de la independencia cubana José Martí, quien en 1894 le informó sobre sus planes de retorno a la isla para integrarse a la Guerra de Independencia. Pocos meses más tarde, el 19 de mayo de 1895, caía Martí herido de muerte en suelo cubano; pero alcanzó a dejarnos este testimonio del efecto de la personalidad de Vargas Vila en las reuniones y mitines en que participaron : "el vehemente entusiasmo con que, sacados de sus asientos por ímpetu de amor, saludaron aquellos esclavos de América la peroración cadenciosa, inspirada, valentísima del colombiano José M. Vargas Vila, que cuenta sus días ya gloriosos por las batallas afamadas de su palabra y de su pluma en pro de la libertad". En 1898 Eloy Alfaro, Presidente de Ecuador, lo nombra Ministro Plenipotenciario de Ecuador en Roma, pero, a causa de la publicación de su novela Ibis en el año 1900, el Papa León XIII lo excomulga. Vargas Vila recibe la noticia con una sentencia lapidaria: No doblo la rodilla ante ningún mortal. Sin embargo, debió regresar a su exilio en Nueva York, donde, en 1902, fundó la revista Némesis, desde la cual criticaba al gobierno colombiano de Rafael Reyes y demás dictaduras latinoamericanas, así como a la práctica estadounidense de la Política del Garrote, la Enmienda Platt y la usurpación del canal de Panamá. En 1903 publicó en esa revista Ante los bárbaros- El yanki he ahí al enemigo en el que hace un recuento crítico de las invasiones norteamericanas en Haití, Filipinas, Cuba, Panamá y Nicaragua, tras lo cual el gobierno de Washington lo obliga a dejar Estados Unidos. Se fue a vivir a Venecia por una breve temporada y regresó a París en 1904. Allí estableció relaciones de amistad personal y de afinidad intelectual con una pléyade de escritores latinoamericanos (Rufino Blanco Fombona, Enrique Gómez Carrillo y muchos otros) que se habían refugiado en la Ciudad Luz. Su estadía en París fue muy breve, porque, en 1904 José Santos Zelaya Presidente de Nicaragua lo designó, junto con Rubén Darío (quien le dedicó un par de poemas: Cleopompo y Heliodemo y Propósito primaveral) como integrante de la Comisión de Límites con Honduras ante el rey de España, mediador en el contencioso. Pero Vargas Vila no era hombre de cargos diplomáticos; pronto regresó a su trabajo creador. Se puso al frente de la edición de sus libros y luego de breves estancias en París y Madrid se asentó en Barcelona, donde inició, por acuerdo con la Editorial Sopena, la publicación de sus obras completas.
Virtuoso de la Diatriba y el Vituperio, fue un modernista afrancesado (hay quienes dicen que demasiado efectista, con un cierto gusto por las decoraciones recargadas a lo D'Annunzio) que utilizó su oficio para exponer sus ideales liberales radicales y dinamizar una crítica incesante contra las ideas conservadoras, el clero y la política imperialista de los Estados Unidos. Muchas de sus ideas, próximas al existencialismo, se fueron afirmando como libertarias, muy próximas al anarquismo, a tal punto que él mismo se declarara anarquista.Usaba un fraseo entrecortado con hiatos arbitrarios que evocaban el estilo "descarrilado" de don Simón Rodríguez y personalizaba los conceptos abstractos escribiéndolos en mayúsculas (la Ambición, el Odio, la Hipocresía, la Grandeza) para, combinando el dominio filosófico de las doctrinas nihilistas con la búsqueda nietzscheana del "superhombre", introducírlos en frases y metáforas que abrían heridas incurables y, mediante el uso de la Paradoja en un estilo admonitorio, poner sobre las llagas el ácido urticante de renovadas imprecaciones. Sus sentencias lapidarias, sus conclusiones proverbiales, su irreductible anticlericalismo y su apasionada defensa del libre pensamiento provocaron que sus acérrimos enemigos (los viejos círculos clericales apegados a sus privilegios y la decadente jerarquía conservadora cargada de odios y rencores) le endilgaran un catálogo de perversiones y sicopatologías: Que era hermafrodita. Que era impotente y que esta era la razón de su odio a todo lo viviente. Que era homosexual. Que su misantropía y su odio a la iglesia nacían del hecho de ser hijo de un cura párroco y una monja depravada. Que presidía sesiones de satanismo con sus amigos y cómplices. Que ayudaba con su patrocinio a los seguidores de Malatesta, financiando asesinatos y bombazos contra duques y marqueses... Agregaban a ello un listado interminable de apodos adjetivantes: "el expatriado", "el satánico", "el bastardo", "el lenguaraz despreciable", "el desnaturalizado", "el blasfemo", "el luciferino mendaz", el "enemigo de la paz, el orden y la autoridad", "el decadente pernicioso", el "disolvente", el "degenerado".
En 1923 realizó intensas giras por varios países de América Latina en los que había alcanzado gran popularidad. Visitó Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, México, La Habana y otras ciudades importantes. Dictó conferencias, muy agitadas y concurridas. Causó revuelo y estrépito. Libró polémicas con los periodistas que le hicieron entrevistas escandalosas. Pero, al final de esta gira, en La Habana, Vargas Vila contrajo una enfermedad extraña que afectó su vista y que, finalmente, lo dejó completamente ciego. Regresó a Barcelona, donde transcurrió los últimos años de su vida en completa soledad, sin vida afectiva íntima, sin un amor profundo, sin una compañía duradera. La neurosis comenzó a manifestarse en forma de actitudes agresivas e intolerantes, incluso hacia los propios amigos que lo estimaban y admiraban. En su Diaro, en 1918, escribió: "El amor no fue pasión mía (...). El aprendizaje de la soledad no fue penoso; yo había nacido un solitario y lo fui desde mi niñez..., nunca tuve amores, nunca tuve amigos. Las mujeres que fatigaron mi sexo no entraron jamás en mi corazón, cuando entré en la soledad no tuve que expulsarlas de ella".
Añoró a su patria cientos y cientos de veces, pero también la maldijo. Por eso, antes de morir, escribió: “sólo pido al viento misericordioso que no sople hacia occidente, y no lleve un átomo de ellas hacia las playas de mi patria. Yo no quiero ese último destierro; lloraría de dolor aquel átomo de mis cenizas”. Su voluntad, para el día de su muerte, había sido: Cuando yo muera, poned mi cuerpo desnudo,/ como a la tierra vino;/ en una caja de madera de pino;/ sin barniz, sin forros, sin adornos vanos de recia ostentación;/ poned mi pluma entre mis manos;/ y el retrato de mi madre sobre mi corazón;/ y como epitafio, grabad únicamente esto: Vargas Vila. Murió en 1933, cuando ya comenzaba a gestarse el terrible drama de la guerra civil española. Lo despedimos con la frase que pronunció en París (1897) para su amigo, el poeta Diógenes Arrieta:
¡Duerme en paz, amigo, lejos del imperio monacal que nos deshonra!
(Una muy buena reseña de su bibliografía está en El divino Vargas Vila, de Arturo Escobar Uribe) Fragmento de Los divinos y los humanos (1904), "¡Qué época!, ¡qué generación!, ¡qué hombres!; era como una flora gigantesca y extraña, abriéndose en la sombra; tenían la virilidad, la fuerza, el heroísmo de los grandes innovadores. La Elocuencia, el Talento, la Virtud, todo residía en ellos; los apellidaron los Gólgotas. Antes de ellos, el liberalismo había sido un ensayo débil, pálido, confuso, herido por el militarismo arrebatado por la negra y furiosa ola conservadora; todos venían de abajo, de la sombra, del pueblo: cunas humildes de lejanos puntos del páís los habian mecido; sangre de campesinos, sana y robusta, circulaba por sus venas; vientos de nuevas y generosas ideas,soplaban sobre ellos; ideales luminosos, sublimes utopías llenaban sus cerebros y, con la piqueta demoledora y el verbo sublime de las grandes revoluciones, escalaron la cima para anunciar al pueblo la buena nueva".
El 24 de mayo de 1981, el poeta antioqueño Jorge Valencia Jaramillo (izq.) logró que los restos de Vargas Vila llegaran a Bogotá provenientes de España. (Breve reseña en El Espectador el 24 de julio de 2010)