Ayer 29 de diciembre, Julio Sánchez Cristo, locutor estrella de la W, rebosaba de júbilo y orgullo patrio por una crónica, supuestamente turística, que
Wallpaper, revista inglesa especializada en marketing arquitectónico le dedicó a la ciudad colombiana de
Medellín, capital del departamento de Antioquia. Fue tanta su emoción que durante las cinco horas siguientes de su programa abrió los micrófonos a la opinión de sus ávidos radioescuchas que llamaban "primero desde Miami y después desde cualquier lugar del mundo" para decir babosadas sobre "el lugar más bello de
mi ciudad". Algunas veces, lo "políticamente correcto" es, sencillamente, "
estúpidamente político": No decir nada del dichoso artículo, porque "por lo menos alguien dice algo de nosotros", no solamente es permitir que se nos siga explotando un sentido circunstanfláutico de vanidad provinciana, sino, y esto es lo peor, que nos hacemos cómplices por omisión del atraso cultural y la decidia de nuestros dirigentes.
En aras de la claridad, tengo que decirlo: La Medellín de hoy NO es
una ciudad bonita. Digo que no es
bonita, como la
Cali de Andrés Caicedo, Fruko y Pardo Llada, la
Popayán universitaria, la
Cartagena vieja, la
Manizales de la 23, la
Bucaramanga del sector céntrico, la
Barichara de siempre o la
Bogotá de Mockus y Peñalosa. Ya no es la
Bella Villa, ni la
Tacita de Plata. Está pagando con creces su deseo surrealista de parecerse a Miami. En sus calles estrechas, agitadas y ruidosas se mezcla la reverberación del sol canicular con la abigarrada atmósfera de las vestimentas, los letreros comerciales y el agite del transporte público, incluidos sus metro-riel y metro-cable; pero es una ciudad a la que se ama entrañablemente, no por sus sitios periféricos de concurrencia (El Poblado, Pueblito Paisa, Copacabana, Rionegro, etc) sino por el embrujo que, traspasado el umbral de la puerta de cualquiera de sus casas o apartamentos, envuelve a la "visita" en un
poncho de generosidad, espontaneidad, afecto incondicional y la maniata por las papilas gustativas con el pecado seductor de su gastronomía, cuya tentación comienza desde cualquiera de sus dos aeropuertos con los
Besos de Negra, se refuerza con el
tintico (pequeña porción de café negro) y el
chocolatico bien
tabliao con
Arepa, queso, mantequilla. y
Calentao del desayuno y se hace adictivo con la panacea de su
Bandeja Paisa (al almuerzo o la comida)... Y en las noches, una ronda por las cantinas pa' echarse una charladita con aguardienticos con el fondo musical de aquellos viejos tangos que ya no se escuchan ni en Buenos Aires, Argentina, o la
musiquita guasca que tanto ha sabido aprovechar Juanes. A Medellín la hacen UNICA y ADORABLE su Gente y sus rituales (Desafortunadamente, también ahí tiene su pierde la Medellín "moderna" que desconfigura su identidad mientras se contorsiona al sonsonete del reguetón o se enajena en la estridencia del heavy metal). Si un vendedor de imagen la quiere "vender como destino turístico", no puede recurrir al discurso de la "conservación de un pasado arquitectónico y cultural" (Curitiva o Pernambuco, en Brasil), sencillamente porque los paisas, como los colombianos en general, parecemos más urgidos por borrar toda huella del pasado que por enlazarnos a un pasado espurio (Laureles, San Joaquín, Teusaquillo, Palermo, la Soledad, la Candelaria, Chapinero, Santa Ana... se están convirtiendo vertiginosamente en guetos de bodrios multifamiliares).
Los edificios "modernos" no aportan belleza al paisaje, quizá confort y status e ilusión de poderío a quienes los ocupan. Ni pensar en una posible proyección futurista mediante mega obras de infraestructura (Brasilia, Sidney, Kuala Lumpur, Dubái), porque nuestros políticos carecen de esa visión y son incapaces de armonizar ambición personal con compromiso cultural. Eliminemos de nuestro imaginario cualquier posibilidad de un
urbanismo sostenible (Masdar, en Abu Dhabi) porque son los acaparadores del suelo quienes deciden su uso y su valor. Por la misma sinrazón, tendremos que acostumbrarnos a la simpleza y precariedad de nuestros "edificios representativos" (Coltejer en Medellín,
Avianca en Bogotá ¡¡¡!!!)
. Nuestra identidad es la búsqueda de identidad.
El reportaje en cuestión es la expresión de esa nueva industria de unos avivatos que van por ahí atrapando vivosbobos para cambiarles espejitos por morrocotas (En Cartagena, Colombia, unos españoles se guardaron trescientos millones de pesos por cambiarle el Monumento a los Zapatos Viejos, la India Catalina y el Castillo de San Felipe, iconos ancestrales de la ciudad, por una CINTA ¡¡¡¡!!!! que tienen que justificar con un galimatías que no entiende, ni se cree el mismo burócrata que intenta defenderla). Un refrito del imaginario social de la Medellín de hace veinte años, cuando en el período de transición hacia la legalización de su poder político, los narcos antioqueños desarrollaron el sicariato juvenil, que evolucionaría hacia el paramilitarismo, como estrategia político-militar. Las fotos de la ciudad no son como decía julito, ESPECTACULARES, y las viejas que supuestamente representan "la belleza de la mujer paisa" le hacen más mal que bien.Y, en ese sentido, uno se pregunta ¿quién gana con ese tipo de publicidad? Porque, no pensarán hacerme creer que una revista especializada y bien posicionada en el mercado revistero dedica su dossier de siete páginas y un publi-reportaje de 15 minutos en una emisora de audiencia internacional por puro "encariñamiento con la ciudad". ¿Será que a uno de estos "brillantes periodistas" se le da por ir al bronx a entrevistar a alguno de los supuestos descendientes de "las pandillas de Nueva York? para vender la imagen de "pujanza" y "verraquera" gringas?. ¡Hombre! No sean serios (a estas alturas, pedirles "seriedad" resulta ingenuo). Pero, sientan vergüenza de ser tan descaradamente faltos de imaginación. Es que cuando creen que echándonos un discursito rallado sobre la "superación" se nos puede vender cuentos momificados, los nuevos vendedores de "imagen corporativa" quedan como el que intentó vender un perro caniche disfrazándolo de león. En fin, las siguientes son las imágenes y el texto central de la dichosa revistica. Mírelas con cuidado, léase el texto y saque sus conclusiones. Clique sobre la imagen para verla ampliada.
PD. Por fin Bobby Farrell consiguió deshacerse de Frank Farian para bailar con Rasputin en los Rivers of Babylon. Una canción regae por su memoria.
He aquí el texto principal de la revista Wallpaper, edición de diciembre de 2010 (los sic son mios)
There is a city, trapped in an Andine valley in Colombia that feels like it has been at war forever. Almost all of the 2.6 million people living there are sick of it- Not the place, that is - you would struggle to find a tribe as proud of their home is this one. It's the violence and the relentlessly negative headlines it brings with it that gets them down. It’s not funny being the murder capital of the world. The “please do not dump bodies here” signs that went up in the early 1990s may have gone but this mountain metropolis, perched at 1.500m, is still paying the price for the bad old days when bombs and motorbike assassins killed 7.000 people a year and made fearful the formative years of a generation. For today's thirty-somethings, the late 1980s and most of the 1990s sucked. 100 many funerals, police curfews and the fear of being shot by some gun-toting, mullet-coiffed ego-maniac way too high on his own supply who wants to dance with your girlfriend. Not fun- It was all because of Pablo Escobar. He was the drug dealer who tried to take on the Colombian government with an army of kids who had nothing to lose, and a fortune of around $2bn from selling cocaine in the United States and Europe. Even though he's been dead for nearly 20 years, you still see his face around town every now and again, painted on a wall, screen-printed onto a T-shirt or as a statue of a little chubby version of Robin Hood. The locals, known as paisas, cither love him or hate him. Most of them hate him. He and his mates messed this place up big rime. Welcome to Medellin (the paisas call it Med-a-jeen), the city of eternal spring. Picking up the mess left behind by Escobar has not been easy. After police gunned him down in 1993, the killing and the drugs didn't stop. His underworld enemies filled the void and took this hard-working town, known for its flowers, industrial endeavour (sic) and, inevitably, the breathtaking beauty of its women, to the brink. A gang of monstrous alpha males and their surgically enhanced molls was spawned. They turned their back on the work ethic of their forefathers in the pursuit of plata fácil, the ‘easy money' that surrounds the cocaine business. Encapsulated in local filmmaker Victor Gaviria's bleak but brilliant work, Rodrigo D: no Futuro (Rodrigo of (sic) No Future, 1990), a generation of desperate teenagers, prepared to grab what they could, seized on the nihilistic catch phrase “No nacimos pa’ semilla” (We weren't born to have kids (sic)). 'The "no future" is an option for many,' says Gaviria. 'They know that they are going to die very young, but they are going to be able to secure some power in the barrio, which will permit them to find love, or at least women, to be able to gain access to certain things, to be someone for a few years -even though this is like gunpowder, it burns very quickly. All these things are like a social sickness that was turned into the solution.' Then, almost miraculously, things started to change. “We came like a hurricane,” says Sergio Fajardo. who ushered in this transformation as the city's mayor between 2004 and 2008, backed up with his own army of pencil-packing sociologists, artists, engineers and. especially, architects, “When the most beautiful building of this city is in the poorest barrio, we are sending a very profound political message,” he says. 'The first step towards our social transformation was to use architecture to restore the people's dignity.” The son of Raúl Fajardo, the architect of Medellin’s most emblematic buildings, Sergio - a maths professor-turned-politician - was aware from an early age of the power of bricks and mortar to change people's perceptions. In the relatively peaceful 1960s and 1970s, his father had created symbols of power for the city's principal Industrial groups: The edificio suramericana, the original headquarters of the Grupo Empresarial Antioqueño, and the needle-shaped Coltejer building, the city's tallest building and former home to the empire of textiles magnate and philanthropist Diego Echavarria Misas. When, for fear of kidnapping and bombs, Medellin's rich traded their former villa-style homes in El Poblado for more anonymous apartments in gaud communities, Fajardo Sri switched to building the brick towers that have turned the city's most desirable district from an understated mountain retreat into Miami in the mountains. Fajardo Jr. the mayor and the mathematician, wanted to break the paradigm, turn the- city upside down and redress the huge social deficit.